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Análisis de las elecciones que ayer trajo la derrota del liberal bushista Howard y la victoria del laborista Rudd

Australia, el día después de las elecciones

Fuentes: onlineopinion

Con tanta atención puesta en el espectáculo Rudd-Howard, la vida política australiana ha sido trivializada. Más de lo usual, si cabe. Sin embargo, esta campaña basada en la mera confrontación de personalidades políticas oscurece asuntos reales a los que habrá que hacer frente después de las elecciones. ¿Qué nos encontraremos cuando nos levantemos con Kevin […]

Con tanta atención puesta en el espectáculo Rudd-Howard, la vida política australiana ha sido trivializada. Más de lo usual, si cabe. Sin embargo, esta campaña basada en la mera confrontación de personalidades políticas oscurece asuntos reales a los que habrá que hacer frente después de las elecciones. ¿Qué nos encontraremos cuando nos levantemos con Kevin como Primer Ministro?

Los progresistas se han centrado obsesivamente en la campaña del «deshazte de Howard», hasta el punto de que han dejado de lado las cuestiones sustantivas. A su vez, la oligarquía y muchos de sus parásitos parecen resignados al cambio desde la conciencia de que podrán seguir haciendo sus «negocios de siempre».

Muchos albergan la vana ilusión de que tendrá lugar una competición real, pero parece bastante claro que Kevin Rudd será el próximo Primer Ministro australiano. Las encuestas son claras y consistentes. Como si quisieran subrayar el cinismo del sistema, el día después de la convocatoria de las elecciones, y antes de que un solo candidato se pronunciara, los medios de comunicación convencionales publicaban ya sus «guías electorales», en las que presentaban las opciones disponibles: Howard o Rudd. Pero esta elección limitada, resultado de un invento que se saldará inminentemente en una victoria del bando laborista, suscita dos preguntas obligadas: ¿Por qué se ha dado el cambio? Y ¿traerá consigo algo nuevo?

La respuesta a la primera pregunta no es muy difícil de responder. El régimen de Howard, que ha forzado políticas de privatización impopulares, que ha llevado el país a la guerra, que ha introducido subsidios para las empresas y que ha pisoteado derechos civiles, ha sido el más odiado en muchos años.

Aun así, el apoyo acrítico que el gobierno ha recibido por parte de unos medios de comunicación oficiales acomodaticios, unido a la debilidad de la oposición política, ofreció a Howard un verdadero camino de rosas. Al fin y al cabo, desde el punto de vista de los grandes inversores, Howard cumplió lo prometido con respecto a los impuestos, a los subsidios a empresas, a la legislación industrial y a la contención de las políticas de protección medioambiental. Como apuntan los medios australianos, no hubo ningún escándalo (el asunto del soborno de la cámara de trigo, por ejemplo); no hubo grave abuso de poder (sin ir más lejos, el encarcelamiento indefinido de refugiados); no hubo actividad criminal alguna (y aquí uno no puede más que pensar en la matanza en Irak) que hayan afectado seriamente al régimen de Howard.

Sin embargo, el laborismo liderado por Rudd ha conseguido capitalizar el odio hacia Howard, a la vez que, aparentemente, ha ido llegando a acuerdos con los pequeños (y no electos) grupos que controlan los bancos, con las compañías mineras y con los grupos mediáticos, actores todos ellos que rigen la política australiana.

Durante los últimos años, el sistema bipartidista australiano ha evolucionado de manera tal, que la tarea del laborismo se ha tornado un poco más complicada. Desde la década de 1970, los estrategas laboristas han sido concientes de que no sólo debían elaborar un paquete de medidas coherente a los ojos del gran público, sino que debían venderlo también a un sector significativo de la elite empresarial.

Así, aun sin tener la voluntad genuina de abordar la cuestión de su relación con los poderes económicos, el laborismo vio con claridad que no podía permitirse el desentenderse de los intereses de la clase inversora, como había hecho, con consecuencias desastrosas para el gobierno de Whitlam, en 1974-75. Los medios de comunicación convencionales, respaldados por los grupos financieros y mineros, lo hubieran crucificado.

Por ejemplo, esta lección permanecía bien fresca en las mentes de los líderes laboristas en 1981, cuando, estando en la oposición, el ejecutivo abandonó la política del «no a las minas de uranio» que el partido había hecho suya. La posición que tomaron los laboristas de forma explícita fue la que pasaba por subrayar que los grupos inversores (los «mercados financieros») no aceptarían ese tipo de políticas. Los bancos, pues, derrotaron a los miembros del partido laborista. De ahí la extraña política de «tres minas» del partido laborista. Después, en 1984, con la desregulación bancaria, el gobierno laborista de Hawke permitió que los bancos fijaran sus tipos de interés. De nuevo, en 1985, y después de una intensa campaña mediática por parte de las compañías mineras, el gobierno de Hawke se desentendió de una de sus promesa electorales de 1983: la ley que tenía que regular los derechos sobre la tierra aborigen. El reciente colapso de la política de «tres minas» del partido laborista es pone de manifiesto de forma evidente la prioridad de la cúpula del partido otorga a los intereses grupos de inversión.

Sin embargo, con las adquisiciones, las fusiones y la institucionalización de los mayores grupos inversores de los 90, hacerse con el apoyo de tan sólo uno de los sectores dejó de ser una opción razonable. Todos los bancos australianos se hallaban bajo el control de los mismos grandes accionistas, actualmente liderados por JP Morgan, a la vez que se encontraban fuertemente vinculados con las compañías mineras estratégicamente importantes. Kevin Rudd, pues, tenía que impresionar a un grupo mucho mas unificado de inversores. Y parece haberlo logrado.

La suerte que los laboristas han corrido en el ámbito de los medios, y por lo tanto también en el de los sondeos, responde también a la estrategia de Kevin para con los poderes económicos. Una de sus primeras iniciativas fue la de visitar a Rupert Murdoch en Nueva York: ciertas dosis de lobbying son siempre necesarias. Posteriormente, Rod Eddington, miembro de la junta de News Ltd. y de JP Morgan, fue nombrado asesor en materia empresarial de Kevin, y lo presentó ante la asociación de empresarios australiana.

Podemos asumir con seguridad que en estas reuniones se pronunciaron palabras tranquilizadoras con respecto al cambio de régimen que la victoria de los laboristas podría acarrear. Tales palabras están relacionadas con los grandes asuntos que preocupan a los gestores del bipartidismo y del neoliberalismo australiano. Sin duda, se trataba de mensajes mucho más decisivos para el porvenir de las instituciones políticas del país que los que se puedan lanzar durante la campaña electoral.

Dos parecen ser los elementos cruciales. En primer lugar, se espera que el laborismo mantenga los sistemas de subsidios a las empresas y las políticas de privatizaciones. No habrá, pues, marcha atrás en el proceso de privatización de Telstra o de las empresas públicas más importantes, incluso si se opta por impedir nuevas privatizaciones. Se espera también que el laborismo mantenga los subsidios a las compañías de seguros de salud y a los proveedores de servicios de salud privados, así como a las compañías farmacéuticas, a las industrias agropecuarias y del carbón y que, al mismo tiempo, introduzca nuevos subsidios bajo el disfraz de «asociaciones» empresariales y promueva medidas de protección medioambiental como el comercio de derechos a la emisión de CO2.

En segundo lugar, no debe producirse una ruptura con los EEUU, lo que resulta una tarea altamente difícil en el contexto de una guerra sangrienta y genocida que no parece tener salida. En este punto el partido laborista espera encontrar una solución siguiendo los pasos de los demócratas estadounidenses, pero lo cierto es que éstos tampoco parecen tener ante sí un camino fácil. Los EEUU no saben cómo perder una guerra.

Resultará interesante observar cómo el laborismo australiano se desempeña durante su primer año en el gobierno teniendo a Bush en la Casa Blanca, un Bush cuya imagen en materia de política internacional será constantemente puesta en cuestión, a la vez que él luchará por evitar asumir la responsabilidad moral por el peor genocidio de esta generación -el número de personas asesinadas en el genocidio iraquí es ahora el doble de los que murieron en el genocidio de Ruanda. El caso es que, aun con un millón de muertos sobre la mesa como consecuencia de una invasión ilegal, Kevin sigue refiriéndose a los EEUU como una «fuerza de bien» en el mundo. Kevin empezará su mandato con un serio problema de credibilidad.

Negaciones oficiales de cualquier crimen o error bloquean un debate serio en los medios sobre crímenes de guerra. Esta es la razón por la que los australianos parecen sufrir un engaño colectivo sobre la magnitud y el grado de criminalidad de las guerras actuales. Y, sin embargo, pequeñas dosis de voluntad política -o de acción judicial- permitirían que se pusieran sobre la mesa las razones que obligarían a Howard, Downer y Hill a dar cuenta por la guerra en Irak y por los otros por crímenes de guerra que han perpetrado. De hecho, ésta es la única vía para salvar una voz australiana creíble en asuntos internacionales.

Un estado de emergencia de facto bajo el disfraz de esta «guerra contra el terror», lo que constituye un muy buen pretexto para la intervención imperial, está en la raíz de la erosión de los derechos civiles en Australia y la región. El régimen australiano contempla en la actualidad múltiples formas de detención preventiva. Asimismo, la encarcelación de refugiados y las intervenciones en estados vecinos amigos también se han apoyado en el patriotismo de guerra y en las amenazas de invasión terrorista por parte de supuestos «estados fallidos».

El laborismo ha participado en gran medida en los ataques a los derechos civiles y en el patriotismo de la «guerra contra el terror», tanto en el gobierno estatal como en la oposición federal. Así las cosas, no habrá una retirada fácil para ellos. Sirva de consuelo, sin embargo, el hecho de que la magnitud de los ataques a los derechos civiles podría avivar el debate sobre la Propuesta de Ley de Derechos (Bill of Rights), lo que implicaría importantes cambios constitucionales.

El sistema, altamente impopular, de las «elecciones de trabajo» (work choices), que constituye la jugada más reciente de una larga campaña para erosionar los derechos de los trabajadores mediante la modificación de la negociación colectiva y la abolición de facto de los sindicatos, constituye uno de los pocos asuntos verdaderamente relevantes que ha visto la luz del día en el debate público. Sin embargo, una vez más, el partido laborista ha seguido el ejemplo de los grupos de inversores, adoptando una medida de apoyo a contratos laborales negociados individualmente que no hacen más que acentuar la precariedad laboral de los trabajadores.

La primera cosa que es preciso destacar al respecto es el hecho de que esta política tan poco original del partido laborista deja poco espacio para una acción política independiente. Es casi inconcebible que el laborismo tome iniciativa alguna que rompa con el molde neoliberal del subsidio corporativo, de los «mercados abiertos» y de la colaboración imperial. Las reformas de las instituciones públicas o la profundización de los derechos ciudadanos vendrán con toda probabilidad sólo a través de una presión pública substantiva, y después se verán frenados por una fuerte presión por parte de las empresas.

Esto no significa que el Primer Ministro Rudd no anuncie nuevas políticas. De hecho, por una era cuestión de identidad y coherencia políticas, debe hacerlo. Pero busquen el patrón. Por lógica neoliberal, por ejemplo, cualquier politica redistributiva debe arbitrarse a través del sistema fiscal, nunca mediante la redefinición de las relaciones sociales. La «inclusión social» del laborismo parece depender más de la capacidad del Estado de pagar que de una noción renovada de los derechos de los ciudadanos. Por otro lado, la inversión pública no se hará a costa de oportunidades de inversión por parte de agentes privadas. Por ejemplo, la inversión en salud pública debe verse compensada por nuevos flujos de dinero para los proveedores y de salud privados.

El partido laborista ha prometido una inversión substancial en educación e infraestructuras. Observen dentro de un tiempo si la educación pública se recupera y hasta qué punto la privatización retrocede en las universidades. El laborismo también ha prometido aumentos en la ayuda regional extranjera. Pero comprueben dentro de unos meses si los programas de AusAID se convierten en algo más que la «ayuda bumerán» para un puñado de grupos inversores australianos.

El laborismo retardara el ritmo de la destrucción de los derechos de los trabajadores enmendando la ley y práctica de contratos individuales. Pero recuerden que fueron los laboristas (bajo Hawke y Keating) quienes empezaron a erosionar la relativa estabilidad lograda en el campo de la determinación de los salarios. Recuperarse del daño infringido al trabajo organizado requerirá tiempo, aunar esfuerzos y organizarse para la movilización. Pero recuerden que el laborismo presidió el periodo de los «convenios» de los años 80, periodo durante el cual gobierno y sindicatos llegaron a acuerdos poco favorables para las condiciones laborales de los trabajadores, la afiliación sindical cayó y se incrementaron las penalizaciones que sufrían quienes participaban en disputas de carácter laboral.

Culturalmente puede que haya algunas posibilidades más. Es probable que se produzca una retirada del racismo declarado del régimen de Howard y un resurgimiento de la enseñanza de lenguajes asiáticos, que empezó en los años 60 pero que murió bajo el régimen de Howard. Con todo, debemos recordar que fue el laborismo (bajo Keating) quien introdujo la detención de los solicitantes de asilo, y que fue también el laborismo (en la Australia Occidental) quien introdujo el encarcelamiento de los delincuentes infantiles aborígenes. La primera prueba del laborismo en el ámbito de las relaciones interraciales será la aplicación de la Ley de Anti-Discriminación erritorio Norte y la detención del proceso de privatización de los derechos sobre la tierra de los indígenas, proceso que Howard comenzó este año con el apoyo laborista.

Las bajas expectativas del laborismo (quizá un trago amargo para la gente joven que no recuerda un gobierno laborista) pueden resultar útiles. Existe una gran necesidad de reconstruir una política progresista después de Howard y esto, a mi parecer, puede suceder sólo fuera del laborismo, pero quizá como resultado de una división en el laborismo.

Estudiantes activistas tendrán que vigilar el papel de los estudiantes laboristas con un gobierno laborista. Con la mayor parte de sus líderes intentando obtener trabajos en la maquinaria laborista, los grupos de estudiantes laboristas estarán activamente trabajando para paliar las críticas al gobierno de Rudd.

Los grupos socialistas, algunos de los cuales han sido importantes en los movimientos de solidaridad y en contra de la guerra, tendrán que repensar su aproximación al laborismo en el gobierno, así como a los sindicatos que se aten al gobierno laborista. El «realismo de izquierdas» ha atrofiado la imaginación de muchos a través de un laborismo estrecho y desazonado, y la obsesión sobre la «línea correcta» ha convertido cualquier intento de alternativa en una quimera. Sin embargo, los grupos socialistas se hallan bien situados para desenmascarar la ambigüedad neoliberal y ofrecer alternativas prácticas.

Los verdes, que parecen ser la esperanza de la conciencia en la política australiana, con toda probabilidad retrocederán electoralmente: primero, porque los medios de comunicación convencionales están escenificando una elección altamente polarizada; y segundo, porque los verdes han desertado ilusiones relativas a un posible éxito electoral a través de un juego seguro. Tendrán que reconsiderar su relación con la administración laborista, y distinguirse muy claramente en los asuntos más importantes. Mimetizar la relación demócrata-liberal sería fatal.

Así pues, ¿cuáles son los grandes asuntos? ¿Cómo será la política en Australia después del espectáculo Rudd-Howard? ¿Qué será de la seguridad social y laboral, de los posibles procesos de privatización, de la educación pública y de los programas de formación profesional, de la participación de la ciudadanía en todos los ámbitos donde se toman las decisiones relevantes, del fomento de un internacionalismo que se oponga a la guerra imperial y a la dominación regional, de la salud pública, del fomento de la protección medioambiental al margen de falsas «soluciones de mercado» y de una nueva constitución con una ley que promueva y consolide los derechos? Dar una respuesta rigurosa y coherente a estos asuntos podría ser un buen comienzo.

Tim Anderson es profesor de Economía Política de la Universidad de Sydney y miembro del Comité de Gestión de AID/WATCH.

Traducción para www.sinpermiso.info: Sandra González y David Casassas


, 7 noviembre 2007