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Australia en el siglo XXI: una lealtad a EE.UU. a toda prueba (II)

Fuentes: Rebelión

No debe movernos a engaño el hecho de que la Administración laborista australiana que llegó al poder en diciembre de 2007 haya retirado sus tropas de combate de Irak, se haya mostrado reacia a seguir participando en la estrategia estadounidense de «contención» de China, y reticente a enviar más efectivos a Afganistán. Los soldados desplegados […]

No debe movernos a engaño el hecho de que la Administración laborista australiana que llegó al poder en diciembre de 2007 haya retirado sus tropas de combate de Irak, se haya mostrado reacia a seguir participando en la estrategia estadounidense de «contención» de China, y reticente a enviar más efectivos a Afganistán. Los soldados desplegados en el territorio centroasiático permanecen allí, Australia no se ha distanciado demasiado de las posiciones en política exterior de Estados Unidos con respecto a Beijing, y ha participado activamente en la conspiración liderada por Washington y en la reciente escalada agresiva contra Corea del Norte e Irán

Con el triunfo laborista en las elecciones de noviembre de 2007 cambió la percepción de cómo alcanzar los objetivos esenciales de la proyección estratégica de Australia hacia la región, pues la Administración de Kevin Rudd, que asumió el poder en esa fecha, no estimaba que para ello fuera condición sine qua non la subordinación a los intereses de Estados Unidos.

Ya durante su campaña electoral, Rudd había hecho declaraciones que reflejaban la intención de proyectar durante su Gobierno, en el país, la región y el mundo, una imagen menos subordinada que la del anterior primer ministro John Howard a los intereses de Estados Unidos, aunque esto supusiera diferencias o contradicciones -claro está, no antagónicas- con su principal aliado.

El entonces líder del Partido Laborista aseguró que para Australia una alianza no había significado nunca, ni significaría automáticamente sumisión, y que la que mantenía con Estados Unidos era suficientemente fuerte para soportar desacuerdos de tiempo en tiempo.i

El más notable de estos «desacuerdos» durante su Gobierno fue la retirada de las tropas de combate australianas de Irak, concluida el 28 de julio del pasado año.

En esta decisión tuvo un peso nada despreciable, además del creciente descontento popular, la opinión de los laboristas, incluso antes de llegar al poder, de que era demasiado obvio después del fracaso en alcanzar los objetivos que definió la Administración Howard para el envío de las tropas australianas a Irak, que la única razón por las que estas permanecían allí era la de secundar a Estados Unidos en su costosa aventura militar.

El resuelto apoyo de Canberra a la «guerra contra el terrorismo» de la Administración Bush, y especialmente a la invasión a Irak, lejos de favorecer su mayor protagonismo regional, se había convertido en un importante obstáculo para lograrlo, pues tuvo como consecuencia que el creciente repudio a Estados Unidos en el área derivara también en un rechazo a Australia.

La medida respondió igualmente a una evaluación más objetiva de la Administración Rudd acerca de sus posibilidades de garantizar directamente y con mayor «independencia» sus intereses, de la cual se derivó que era necesario concentrar sus capacidades económicas y militares en mantener el liderazgo en su propio «patio trasero», donde en opinión de los laboristas, los intereses de seguridad australianos se habían deteriorado agudamente en la última década, y en lograr un mayor protagonismo en Asia-Pacífico.

La posición de esta Administración en relación con el envío a Afganistán de efectivos adicionales a los casi 1 100 desplegados allí cuando llegó al poder es otra evidencia de que la incondicionalidad a Estados Unidos que caracterizó al Gobierno de Howard cedió paso a una política que procuraba tomar más en cuenta los intereses australianos.

El Gobierno laborista comenzó a tomar más en cuenta si sus determinaciones en ese tema comprometían y en qué medida su propósito de alcanzar un mayor protagonismo regional, la efectividad de la estrategia de la Casa Blanca para el país centroasiático, el nivel de compromiso de los miembros de la OTAN, la magnitud de los gastos de mantener sus tropas desplegadas allí, el nivel de seguridad de las mismas, y muy especialmente, la opinión de la población del país.

No obstante, a finales de abril de 2009, Australia envió más de 400 soldados a Afganistán, aunque Rudd precisó que no se trataba de tropas de combate, sino que serían utilizadas para entrenar al ejército afgano y facilitar la seguridad en las elecciones de agosto de 2009 en ese país, lo que demuestra que al Gobierno australiano no le resultaba fácil ser consecuente con su propósito de concentrarse más en Asia-Pacífico ante el aumento de las presiones del Gobierno estadounidense para que sus aliados incrementaran su contribución en el terreno destinada a combatir la «insurgencia» en el país centroasiático. De cualquier forma, existieron reticencias ante tales apremios y es evidente que fue menor su disposición a mantener parte de sus capacidades militares comprometidas en objetivos estratégicos fuera de la región.

Por otra parte, el Gobierno de Rudd procuró lograr un mayor balance entre su tradicional alianza con Estados Unidos y los cada vez más esenciales lazos económicos con China, y no se mostró dispuesto a seguir los pasos de la Administración Bush aunque se produjeran nuevos desacuerdos, si ello significaba pasar más allá de determinados límites que pusieran en peligro sus relaciones con el gigante asiático.

Así, por ejemplo, manifestó su intención de no seguir participando en la estrategia estadounidense de «contención» de China que cobró impulso desde principios de 2006, y confirmó su respaldo a la continuidad del Diálogo Estratégico con esta, acordado en septiembre de 2007, durante la Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico [Asia-Pacific Economic Cooperation (APEC)], en Sydney.

Igualmente, la Administración laborista australiana, para evitar que Beijing pensara que apoyaba la incorporación de India a su «contención», como pretendía Washington, e hizo su predecesora,ii decidió no continuar alentando un diálogo cuadrilateral sobre cuestiones de seguridad que incluyera además de Australia, Estados Unidos y Japón, a India y no a China. El canciller australiano, Stephen Smith, formalmente desestimó la posibilidad de que su país siguiera participando en este, después de que se produjo el primer encuentro a nivel de ministros de Relaciones Exteriores del Diálogo Estratégico Australia-China, a principios de 2008.

El Gobierno de Rudd, por razones similares a las que determinaron que no respaldara el diálogo cuadrilateral, dio marcha atrás a un acuerdo concretado por su antecesora para suministrar uranio a la India, mientras mantenía uno similar para proporcionar este mineral al gigante asiático. El Gobierno conservador de Howard, en su empeño por contribuir a la estrategia estadounidense con respecto a la India, soslayó que esta no era signataria del Tratado de No Proliferación Nuclear, con lo cual se apartaba de la posición tradicional de su país de vender uranio únicamente a los Estados que lo fueran.iii

Además, el Primer Ministro australiano manifestó públicamente durante sus visitas a Estados Unidos, en marzo de 2008, y a Gran Bretaña y China, en abril del mismo año, el desacuerdo de su país con que se boicotearan los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 tomando como pretexto supuestas violaciones de los derechos humanos ocurridas en el Tíbet por esa fecha, mientras el Presidente Bush asumía una actitud ambigua al respecto.

La portavoz presidencial estadounidense Dana Perino, el 8 de abril de 2008, no descartó la posibilidad de un posible boicot del mandatario estadounidense a la ceremonia de apertura del evento, al afirmar que no se había previsto ningún calendario de viaje y que, según Bush, presionar a Beijing antes, durante y después de los Juegos Olímpicos era la mejor manera para Washington de intentar ayudar a las personas en toda China, no solo a los tibetanos.iv

Estos ejemplos expresan determinadas diferencias, e incluso en cierta medida contradicciones, entre la apreciación de la Administración Bush acerca de cómo debía actuarse en política exterior en relación con China, y la de la Administración Rudd, de alguna manera influida por el incremento de los vínculos económicos, fundamentalmente comerciales, entre Australia y el gigante asiático, cuyo nivel ha seguido elevándose desde entonces a pesar de la crisis económica global.

Tales diferencias entre Washington y Canberra en torno al tema, a partir de la llegada al poder en Estados Unidos de su presente Gobierno, no han sido tan evidentes. No obstante, Australia ha seguido alentando una línea de acción más cuidadosa y moderada que la de Washington en relación con China, evitando innecesarias provocaciones, y es muy probable que evalúe cuidadosamente, teniendo en cuenta la posible afectación para sus intereses, cualquier solicitud de acción por parte de su aliado más importante que pueda poner en riesgo sus relaciones con el gigante asiático.

Así, en Defendiendo Australia en el siglo de Asia-Pacífico: Libro Blanco de Defensa 2009 (Defending Australia in the Asia Pacific Century: Force 2030: Defence White Paper 2009), hecho público cuando ya Obama ocupaba la Casa Blanca, el Gobierno australiano puso especial cuidado al explicar su «preocupación» por la modernización militar china, evitando calificarla explícitamente como una amenaza. El documento incluso reconoció que China había comenzado a construir confianza en relación con sus planes militares en años recientes, aunque apuntó que necesitaba hacer más, porque en caso contrario, probablemente los Estados de la región se cuestionaran los fines a largo plazo del desarrollo de su fuerza.

Asimismo, en el texto se empleó lo que el ex Primer Ministro australiano Paul Keating (diciembre de 1991-marzo de 1996) denominó «un tono ambivalente», para referirse al probable cambio en las circunstancias estratégicas, que contemplaría el remoto pero plausible potencial de confrontación entre Australia y una gran potencia adversaria, que se cuidó de identificar como China.v

Por otra parte, aunque el Dalai Lamavi ha visitado Australia en tres ocasiones desde noviembre de 2007, no fue recibido oficialmente por Kevin Rudd en su condición de Primer Ministro del país.

El Gobierno de Obama, en cambio, ha sido menos cuidadoso, y su política hacia Beijing no se ha caracterizado precisamente por ser consecuente con el espíritu de colaboración que proclama, lo cual está vinculado con el hecho de que para los Estados Unidos, China sigue siendo el principal competidor estratégico a nivel global y regional, y con la existencia de poderosas fuerzas dentro del país que alientan una política en relación con el gigante asiático menos conciliatoria, a cuya influencia no escapa la actual Administración estadounidense.

Decisiones adoptadas este año, que han provocado reacciones violentas de Beijing lo demuestran. Entre ellas la de vender armas a Taiwán por valor de 6 400 millones de dólares, que motivó que China suspendiera el 30 de enero del presente año los contactos militares y las conversaciones sobre seguridad con Estados Unidos, y el recibimiento del Dalai Lama por parte del presidente Obama el pasado 18 de febrero,vii lo cual fue objeto de una protesta formal de China, que lo consideró como una interferencia en sus asuntos internos, que hería los sentimientos de su pueblo y dañaba los vínculos bilaterales.

No debe movernos a engaño que la Administración Rudd haya sido menos incondicionalidad a Washington que su predecesora, y pensar que por ello subestimaba la trascendencia de su alianza con este -o que esta se hubiera debilitado-, o que se distanció significativamente de las principales posiciones estadounidenses en las relaciones internacionales, o que los «enemigos» de Estados Unidos no hayan seguido siendo sus «enemigos».

Lo demuestra el hecho de que las tropas australianas hayan permanecido en Afganistán, decisión que fue ratificada por Julia Gillard inmediatamente después de asumir como Primera Ministra de Australia, a pesar de la creciente oposición de la población del país, un 61% de la cual, según una encuesta del pasado mes de junio de Essential Media Communications cree que deben ser retiradas de ese territorio centroasiático.

En cuanto al gigante asiático, tampoco Australia se ha distanciado demasiado de las posiciones en política exterior de Estados Unidos. La acción combinada de la percepción de Canberra acerca de la «amenaza» militar de Beijing y la desproporción entre las fuerzas de ambos Estados, por una parte, y la preocupación australiana por la «amenaza» económica china por la otra,viii poseen el potencial de contrarrestar en alguna medida los efectos de la profundización de sus vínculos económicos, en la adopción de una política más «moderada» que la de Washington en relación con el gigante asiático, y puede convertirse en una eventual fuente de contradicciones con este.

Como resultado, aunque las relaciones políticas entre Australia y China aparentemente se desarrollen en un clima de cordialidad, no están exentas de fricciones, algunas de ellas relacionadas con la apreciación australiana sobre la situación en el Tíbet.

En marzo de 2008, durante su visita a los Estados Unidos, primera escala de la gira de tres semanas realizada poco después de haber asumido el cargo de Primer Ministro, Kevin Rudd aseguró que estaba absolutamente claro que había violaciones de los derechos humanos en ese territorio chino, y que sería apropiado que Beijing comprometiera al Dalai Lama o sus representantes en una serie de discusiones informales sobre posibilidades futuras, cuando se llegara a un arreglo interno allí.ix

Poco después, durante su visita de cuatro días a China en abril de 2008, en un discurso en mandarín dirigido a los estudiantes de la Universidad de Beijing, Rudd precisó que Australia deseaba que la mayoría de los países reconocieran la soberanía de China sobre el Tíbet, pero que también era necesario admitir que existían significativos problemas de derechos humanos allí, lo cual era motivo de preocupación para los australianos.x

De esta forma ha seguido secundando a Estados Unidos en su campaña de descrédito contra Beijing, utilizando el manido pretexto de la supuesta violación por parte de este Estado de los derechos humanos de los habitantes del país.

Asimismo, Australia reconoce la soberanía de China sobre sus provincias occidentales, pero concedió visa para que la líder del Congreso Mundial Uigur, Rebiya Kadeer, asistiera a la proyección de un documental sobre su vida –Ten Conditions of Love, del director australiano Jeff Daniels- en el Festival Internacional de Cine de Melbourne.

Esto motivó la protesta enérgica del Gobierno chino, que la responsabiliza con los incidentes de julio de 2009 en la región autónoma de Xinjiang, los cuales causaron más de cien muertos, y como respuesta suspendió el viaje del Viceministro chino de Asuntos Exteriores He Yafei, para asistir al XL Foro de las Islas del Pacífico, que se celebró en Cairn, entre el 4 y el 6 de agosto de 2009.

Por otra parte, la participación australiana en la conspiración liderada por Washington para satanizar a los Gobiernos de la República Popular Democrática de Corea y la República Islámica de Irán, y en la reciente escalada agresiva contra los mismos, corrobora también la trascendencia que la alianza con los Estados Unidos tuvo para el Gobierno de Kevin Rudd y mantiene para el de Julia Gillard. Este tema será abordado con mayor profundidad en la tercera parte y final de este artículo. (Continuará)

iNOTAS

 

 Rudd, Kevin . Address to the Australian Strategic Policy Institute: Fresh Ideas for Future Challenges . National Security Policy under a Labor Government, p. 4.

ii Ver lo señalado al respecto en: Australia en el siglo XXI: una lealtad a EE.UU. a toda prueba (I)

iii De Tarczynski, Stephen. Australia offers India hope on uranium y Uranio, negocio y estrategia.

iv Bush podría no ir a los Juegos Olímpicos. La Nación.

v Keating, Paul. Rise of China: no cause for alarm . The Sydney Morning Herald.

vi Líder espiritual del Tíbet, que permanece en el exilio desde una sublevación fallida contra las autoridades chinas en 1959. Es considerado por Beijing como un separatista y un traidor.

vii George W. Bush, lo recibió oficialmente en varias ocasiones, la última en octubre de 2007. En esta visita el Dalai Lama recibió la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos. Ver: China advierte a EEUU de un ‘serio impacto’ en sus relaciones si condecora al Dalai Lama. El Mundo.es.

viii Sobre este tema ver también: Australia-EE.UU: A casi 60 años de una alianza entre imperios.

ix President Bush Participates in Joint Press Availability with Prime Minister Kevin Rudd of Australia .

x Rudd, Kevin. A Conversation with China’s Youth on the Future, Peking University .

* El autor es Máster en Relaciones Políticas Internacionales y se desempeña actualmente como subdirector editorial del diario cubano Juventud Rebelde. 

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