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Avalancha de provocaciones

Fuentes: Rebelión

A finales de 1894, la dignidad ecuatoriana fue ofendida durante la presidencia de Luis Cordero, político conservador muy respetado por la sociedad de entonces. El Telégrafo, diario decano de la prensa nacional, denunció lo que llamó ‘la venta de la bandera’, negocio de intermediación en la compraventa del navío Esmeraldas de la Armada de Chile […]

A finales de 1894, la dignidad ecuatoriana fue ofendida durante la presidencia de Luis Cordero, político conservador muy respetado por la sociedad de entonces. El Telégrafo, diario decano de la prensa nacional, denunció lo que llamó ‘la venta de la bandera’, negocio de intermediación en la compraventa del navío Esmeraldas de la Armada de Chile por el Japón. Ecuador prestó su bandera para que dicho barco pudiera navegar libremente por el Pacífico, pero el escándalo por este hecho salpicó y provocó la caída del gobierno y el triunfo de la Revolución Liberal de 1895. Para Ecuador, y para cualquier país que respete su dignidad, la bandera no es un trapo cualquiera sino la representación misma de la patria, de su soberanía y libertad.

Esto lo sabe cualquier ciudadano con un mínimo conocimiento de civismo, no se diga un país como EEUU, que pretende ser ejemplar para el resto del mundo. Por eso, lo que los servicios de seguridad de este país ha hecho con la bandera rusa es un acto de provocación sin precedentes en la historia de la relaciones internacionales. Ya de por sí, el haber confiscado las propiedades rusas fue un acto que ofendió a Moscú. Para realizarlo, las autoridades de EEUU debieron romper la Constitución de su propio país, cuya IV enmienda garantiza la inviolabilidad de domicilios que «se hayan ha salvo de pesquisas y aprehensiones arbitrarias…» El culpable de este delito fue el ex presidente Obama que cercó dos propiedades de la Embajada rusa en los estados de Nueva York y Maryland, hecho que fue catalogado por el Canciller Serguéi Lavrov de «robo a plena luz del día».

Actualmente, cada vez que el Presidente Trump ha manifestado su voluntad de mejorar la relaciones con Rusia, los rezagos de la administración anterior han cometido alguna barbaridad. Por ahora h an retirado las banderas de Rusia que flameaban sobre el consulado de San Francisco , así como del edificio de la misión comercial en Washington, propiedades rusas que el pasado agosto habían cerrado. Más allá de las notas donde se protesta y se exige «cesar la apropiación gradual de propiedades de Rusia» o la cancelación de visitas oficiales o de otras medidas semejantes, es la hora de que Moscú tome al toro por los cuernos.

Si bien es cierto que Anatoli Antónov, Embajador ruso en Washington, airadamente expresa que estas acciones, percibidas como hechos extremadamente reprobables e inamistosos, «solo complican el diálogo…» y exija devolver inmediatamente «los símbolos estatales de Rusia a sus respectivos lugares y evitar esta clase de incidentes a futuro»; también es cierto que EEUU jamás se retracta de sus actos bochornosos y, más bien, se confiere a sí mismo el derecho de delinquir a su antojo mientras no le digan «¡Basta!, ¡para bestia!» con actos que de verdad lo refrenen. Hasta ahora, Rusia a actuado con la delicadeza con la que se trata a una dama de alcurnia, pero le han respondido con la patanería digna de un borracho torpe. Lo máximo que EEUU va a hacer para enmendar este bochornoso incidente es decirle a los rusos: «No se sulfuren por pequeñeces, las banderas están bien guardadas y se las devolveremos cuando ustedes gusten», y pare de contar.

Es comprensible que Moscú le haya dado tiempo al tiempo en espera de que Trump organice su gobierno y lo limpie de la basura heredada, pero ha llegado la hora de que actúe bajo la certeza de que en la Casa Blanca gobierna el Pentágono, uno de cuyos planes es desbaratar a Rusia hasta convertirla en una montonera de países de fácil manejo, para cual necesitan alejar a Putin del poder. Sus barbaridades son una prueba de la impotencia que sienten por no poder concretar este proyecto.

Rusia tiene suficiente fuerza para frenar tanto desaguisado, no la ha empleado, y ha hecho bien, pero hoy es el momento de que actúe con menos cautela aunque con la misma sabiduría, con que ha actuado. Sus cartas son buenas y sabe jugar; debe ganar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.