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Cronopiando

Buenas y malas impresiones en la República Dominicana

Fuentes: Rebelión

Buenas y malas impresiones Ignoro si los patricios de la isla, ya en tiempos de la colonia, recibían con el mismo entusiasmo que hoy conocemos a los turistas que se aventuraban a asomarse a sus playas pero, es posible que entonces, como ahora, insistieran en la necesidad de procurarles una feliz estadía por encima, incluso, […]

Buenas y malas impresiones

Ignoro si los patricios de la isla, ya en tiempos de la colonia, recibían con el mismo entusiasmo que hoy conocemos a los turistas que se aventuraban a asomarse a sus playas pero, es posible que entonces, como ahora, insistieran en la necesidad de procurarles una feliz estadía por encima, incluso, del bienestar de los nativos.

A ello se debe, supongo, esa secular tradición de supeditar cualquier interés propio al supremo goce del turista y por ello es que se les insiste a los dominicanos, por ejemplo, en la necesidad de recoger la basura, no por razones de higiene, sino para que los turistas no se lleven una mala impresión.

También se les anima a frenar la delincuencia, pero no porque los dominicanos valoren las ventajas de una sociedad pacífica y ordenada, sino porque los turistas, de ser atracados, podrían llevarse una mala impresión.

Y la postergada urgencia de resolver el problema del transporte o de la luz, o del agua, nada tiene que ver con los posibles intereses del dominicano, sino con la necesidad de que los turistas no se lleven más malas impresiones del país.

Claro que no es sólo a los turistas a quienes deben los dominicanos la gracia de tanta social preocupación.

Ayer, sin ir más lejos, la señora Mazarraza, embajadora española en República Dominicana, en visita al Palacio Nacional en un alarde de meteorológica vocación, señalaba que «el clima en República Dominicana está un poquito nublado por la falta de seguridad jurídica», nubarrones que, alega Mazarraza, desalientan la inversión de las empresas españolas molestas por los incumplimientos de contratos y de leyes, además de la corrupción.

No dudo que el gobierno ponga manos a la obra y, buscando que salga el sol, satisfaga viejas y nuevas querellas y dé todas las facilidades a tan respetables compañías, porque no se puede permitir que multinacionales extranjeras, como Unión Fenosa, se lleven, al igual que Repsol en Bolivia, una mala impresión del país.

Y luego de que una empresa extranjera de zona franca, otra más, fuera denunciada por los reiterados accidentes laborales que provoca su falta de escrúpulos y de medidas de seguridad, oigo decir a algunos bienpensantes que no sería prudente demandar a los responsables, para que los inversionistas no se lleven una mala impresión del país.

Los únicos que, al parecer, pueden tener una mala impresión del país, hasta el punto de aventurarse en yola en ruta hacia el naufragio, sin que nadie repare en el detalle, ni mucho menos le importe, son las ciudadanas y ciudadanos dominicanos que sí pueden asistir con natural regocijo a la contaminación de sus ríos, al engrandecimiento de sus basureros, al manifiesto robo a que los someten las compañías eléctricas, al caos del transporte, de los servicios y la seguridad, a la condena de tener que vivir en un protectorado colonial, en una subcontrata del Imperio

Y no sé la razón pero, presiento que esa sufrida ciudadanía tiene años, siglos, deseando tener una buena impresión de su propio país, así sea porque a diferencia de turistas, inversionistas y embajadoras, a ella no le cabe la gracia de elegir a qué impresión quedarse.

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