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Cambio de Gobierno en Australia. ¿Cuál es la diferencia?

Fuentes: Juventud rebelde

 Es verdaderamente curioso ver cómo los principales medios transnacionales, incluidas las agencias de prensa, insisten en presentarnos el reciente cambio de Gobierno en Australia como resultado de desacuerdos en el seno de la directiva del Partido Laborista -EFE reiteradamente ha hablado de revuelta- entre partidarios de la gestión de Kevin Rudd -que han de ser […]

 Es verdaderamente curioso ver cómo los principales medios transnacionales, incluidas las agencias de prensa, insisten en presentarnos el reciente cambio de Gobierno en Australia como resultado de desacuerdos en el seno de la directiva del Partido Laborista -EFE reiteradamente ha hablado de revuelta- entre partidarios de la gestión de Kevin Rudd -que han de ser pocos, por cierto, a juzgar por el abrumador apoyo que le ha dado el liderazgo del partido, particularmente la derecha, a Julia Gillard- y sus detractores, «muy» preocupados por la pérdida de popularidad del ex Primer Ministro y los resultados de las próximas elecciones federales.

Y no es que tal preocupación no exista, o que no sea esta una de las razones fundamentales que justifican la maniobra del liderazgo laborista, que según Prensa Latina, algunos califican -en mi criterio acertadamente- como golpe parlamentario de Estado. ¿Pero, será la única o siquiera la principal?

Si su verdadero propósito fuera recuperar el favor de los votantes, está por verse si jugar la carta de Julia Gillard como líder del partido tiene éxito en el estrecho margen de tiempo que queda hasta las elecciones, que deben realizarse este año, aunque de cualquier forma era poco probable que tal como estaban las cosas, con la popularidad de Rudd en picada, este pudiera reelegirse.

Una encuesta de principios de junio de la consultora Nielsen , conducida por los diarios australianos The Age y The Sydney Morning Herald, mostraba que el nivel de aceptación de la gestión de Rudd entre los encuestados, que era de un 60% en febrero de 2010, había caído a un 41%. [1]

Según la misma fuente, de celebrarse en ese momento las elecciones, un 47% de los electores votarían por los laboristas y un 53% por la Coalición de los partidos Liberal y Nacional. Por primera vez desde enero de 2006, una encuesta de Nielsen reflejaba una ventaja de los liberales en las intenciones de voto. [2]

Sin dudas, a pesar de los impredecibles resultados de la táctica de apostar por Julia Gillard, la dirección del Partido Laborista habría tomado en cuenta su posibilidad de atraer el voto femenino, por ser la primera mujer australiana que ha accedido a un cargo como este y, según se dice, por su carácter jovial y sus opiniones liberales en materia de relaciones familiares -ha asumido valientemente su soltería y su rechazo a tener hijos, alegando con humildad que aunque admira a las mujeres capaces de compatibilizar la vida familiar y la profesional, no está segura de poder hacerlo-, que contrastan con las del candidato opositor Tony Abbott, que se opone abiertamente al aborto y a las relaciones sexuales prematrimoniales. Es presumible que las razones expuestas pudieran hacerla muy atractiva también para los electores más jóvenes.

Al menos en lo que respecta a las preferencias electorales de las féminas australianas, la directiva laborista parece no haberse equivocado. Un sondeo de opinión de Essential Media Communications , cuyos resultados fueron publicados el 5 de julio, mostró que el 57 por ciento de las mujeres preferían a Gillard y solo un 23 por ciento a Abbott. [3] Ello debe haber influido en que el Partido Laborista recuperara, según revela el propio sondeo, la ventaja sobre la Coalición en las intenciones de voto de los electores encuestados, la cual había perdido en las últimas semanas del mandato de Rudd. [4]

Sin embargo, la nueva Primera Ministra tendría en su contra no solo el escaso período de tiempo hasta las elecciones, sino además la necesidad de desmarcarse significativamente en este lapso de su antecesor, alejándose de las posiciones de este que influyeron en la caída que sufrió en la aceptación de los electores.

Por lo pronto, la actual Jefa de Gobierno australiana anunció el 2 de julio que se había llegado a un acuerdo con las principales compañías mineras, a partir de la reducción hasta un 30% del impuesto propuesto por Rudd sobre las superganancias de estas, limitándolo además a la producción de mineral de hierro y carbón. El gravamen, que se prevé entre en vigor el 1ro. de julio de 2012, se aplicará únicamente, precisó EFE, a 320 mineras con beneficios superiores a los 50 millones de dólares australianos (aproximadamente 42 millones de dólares) y no a las 2 500 previstas. Tampoco tendrá carácter retroactivo como se planteaba anteriormente.

Además, Gillard se comprometió a llevar adelante el controvertido proyecto de ley sobre comercio de cuotas de emisión de gases contaminantes, una promesa de la campaña electoral del ex Primer Ministro, que este, tras no lograr el consenso necesario para que fuera aprobado por el Senado, pospuso en abril, decisión en la que tuvo no poca influencia la entonces Viceprimera ministra. [5]

De cualquier forma, parece ser que la Primera Ministra, en su afán de marcar una diferencia con su antecesor, no se limitará únicamente a cambiar las decisiones de este que lo hicieron perder popularidad. Así, por ejemplo, en declaraciones al The Sidney Morning Herald el 5 de julio, citadas por EFE, virtualmente descartó la posibilidad de que pudiera crearse la Comunidad Asia-Pacífico, una iniciativa de aquel.

Asimismo, resolvió el 6 de julio reanudar el estudio de las solicitudes de asilo de los refugiados procedentes de Sri Lanka y anunció que en breve se adoptaría la misma medida con las de los afganos, echando atrás decisiones que se había visto obligado a adoptar el ex Jefe de Gobierno en abril.

Ahora bien, hay diferentes versiones acerca de qué llevó a Rudd a este callejón sin otra aparente salida que su sustitución al frente del Partido Laborista y del Gobierno. He leído comentarios acerca de que lo que sucedió fue el resultado de que se propuso metas inalcanzables, y no tuvo la capacidad de mirar los objetivos con perspectiva; otros se han referido a su poca disposición para el trabajo en equipo.

Por otra parte, declaraciones del actual viceprimer ministro y responsable del Tesoro Federal de Australia, Wayne Swan, llaman la atención acerca de que el controvertido impuesto a las superganancias mineras que propuso no era esencial para recuperar el superávit presupuestario del país, lo que reforzaría la idea de que tal estrategia fue fruto del empecinamiento y la obstinación del ex Primer Ministro.

Sorprende la capacidad de adaptación de Swan a la nueva coyuntura, pues pocos días atrás defendía resueltamente el gravamen fiscal, y no faltan quienes aseguran que Rudd estaba próximo a alcanzar un acuerdo con las compañías mineras, pero no pudo convencerlo de las ventajas de llegar a un compromiso. [6]

Se me ocurre ahora que es difícil establecer límites precisos entre la actuación propiamente oportunista, del que saca el máximo provecho de las circunstancias , echando a un lado principios y convicciones -incluso la debida gratitud o la pretendida amistad o compañerismo-, y la conducta de quien basándose en las mismas circunstancias actúa guiado por el interés común, o al menos pensando no en lo que es mejor para sí, sino para la colectividad, o en un sentido más estrecho, para el partido.

Traigo esto a colación no solo pensando en Swan, sino además, porque fue precisamente Julia Gillard, desde su posición de viceprimera ministra australiana, quien oprimió el detonador de la carga que hizo saltar de su cargo a Rudd, al solicitar el pasado 23 de junio una votación sobre el liderazgo del partido.

Esta finalmente no se llevó a cabo, porque antes el entonces Primer Ministro, convencido de que no tenía posibilidad alguna de salir airoso en la misma, renunció a su puesto al frente del partido, dejando vía libre a la ejecutiva laborista para decidir que Gillard ocupara la vacante, lo que en la práctica la convertía en Primera Ministra de Australia, dado que al tener el Partido Laborista mayoría en el Parlamento, su posterior nombramiento para el cargo por la gobernadora general del país, Quentin Bryce , [7] era un trámite meramente formal, que en definitiva se cumplió al día siguiente.

La actual jefa de la Administración australiana alegó que convocó la votación de la dirección del partido según lo que creyó era mejor para este, basada en la convicción de que el Gobierno estaba perdiendo el rumbo. «He pedido a mis colegas que traigan un cambio en términos de liderazgo, porque creo que un buen Gobierno se estaba desviando (…) No iba a permanecer con los brazos cruzados», afirmó según AFP.

Habría que ver cuánto de verdad hay en esto. Pero, para ser honesto, salvo que durante meses afirmó que no tenía interés alguno en contender contra Rudd para ocupar la responsabilidad que ahora ostenta, que en las últimas semanas negó reiteradamente que quisiera quitarle el sitio a alguien, y que los aparentes cambios de parecer de la noche a la mañana siempre resultan sospechosos, no hay motivos para dudar de sus aseveraciones. Cada cual puede juzgar con los elementos que tiene.

Y no es totalmente falso que de alguna forma el Gobierno sí estaba perdiendo el rumbo, al menos el que había seguido hasta hace muy poco en relación con las grandes compañías mineras. Según afirma Anna Pha, de The Guardian, semanario del Partido Comunista de Australia, Rio Tinto, BHP Billiton y Xstrata, tres de los más grandes monopolios mineros globales, con significativos intereses en Australia, habían tenido una relación extremadamente cómoda con el Gobierno de Rudd. [8]

Pero no solo estos resultaron beneficiadas en el período. La Administración laborista que asumió el poder en diciembre de 2007, perpetuó la intervención del Gobierno anterior en el Territorio Norte, uno de cuyos principales objetivos era forzar la salida de los habitantes de la región para dejar el camino abierto a las grandes corporaciones mineras.

Además estuvo dispuesta a duplicar la compensación a las compañías productoras de carbón en caso de que se aprobara el esquema de comercialización de cuotas de emisión de gases contaminantes, y cuando se dispuso a abolir los contractos individuales de trabajo establecidos por el Gobierno de Howard y las mineras se apresuraron a firmar con los trabajadores nuevos contratos por cinco años, estos recibieron su visto bueno -por cierto la aprobación de la decisión le correspondió nada menos que a Julia Gillard, quien entonces tenía a su cargo la cartera de Empleo y Relaciones Laborales. [9]

Es por ello que las compañías mineras no debieron sentirse demasiado satisfechas cuando pareció cerrarse el camino para un posible acuerdo con el anterior Gobierno sobre el pretendido impuesto a las superganancias, pues ello implicaba la posibilidad de pérdidas económicas, -una parte importante de las cuales, claro está, encontrarían la forma de hacérselas «compartir» a sus trabajadores- y un desafío al poder que ejercen.

Eso explica que se opusieran decididamente a la propuesta y dejaran en suspenso y amenazaran con cancelar inversiones en Australia por un valor estimado de 17 500 millones de dólares, y que impulsaran una multimillonaria campaña mediática, que aprovechó hábilmente la preocupación popular por las posibles consecuencias de la aplicación del gravamen fiscal para la pérdida de puestos de trabajo, la cual fue determinante en la salida de Rudd.

No es exagerada la apreciación del analista de minería James Wilson, de DJ Carmichael Co., quien afirmó, citado por Reuters: «No hay dudas de que la controversia por el impuesto a las superganancias mineras fue lo que representó el clavo final en el ataúd político de Rudd».

Así, el liderazgo laborista habría sacrificado a Rudd por no ceder ante las compañías mineras. Preocupación por los resultados de las próximas elecciones es lógico que haya existido, pero en mi opinión pesó más la posibilidad que abría su sustitución, de buscar un acuerdo con las mineras desde una posición más moderada.

Sobre este particular, Michael Rawlinson, de Liberum Capital de Londres, según Reuters, afirmó con anterioridad a que se produjera el cambio de Gobierno: «… se ha hecho cada vez más claro que hay oposición material al impuesto desde dentro del propio partido de Rudd».

¿Qué motivó a Rudd a actuar como lo hizo? Puede que solo él lo sepa. Es improbable que desconociera el descomunal poder y la influencia de estas entidades; de otra forma hubiera defendido la aplicación del gravamen fiscal sin necesidad de un previo acuerdo con estas. Pero para hacerlo en el contexto australiano actual, no es suficiente ser un soñador. No obstante, quizá subestimó tal poder y creyó que realmente el Gobierno podría salir victorioso en el pulseo con las transnacionales. Ahí están los resultados…

Otro hecho llama la atención. Aunque creció la magnitud del descontento popular por la participación de Canberra en la invasión a Afganistán como consecuencia de la reciente pérdida de otros tres de sus soldados, [10] no se manejó por los medios de comunicación hegemónicos, esta entre las causas principales de la caída de la aceptación de Rudd, cuando es obvio que en algo, y quizá no tan poco, debe haber influido.

¿Por qué? Puede haber varias explicaciones. Por una parte, es evidente que a los poderosos intereses alineados con la política imperial estadounidense no les conviene llamar la atención sobre el tema. Por otra, sacaría a la luz una evidente contradicción: resulta que Julia Gillard, inmediatamente después de asumir como Jefa de Gobierno y en un momento en que el Partido Laborista está necesitado casi desesperadamente, a juzgar por los medios, de aumentar su popularidad de cara a las próximas elecciones -por eso se sustituye a Rudd, ¿o no?-, ratifica que mantendrá la presencia militar en Afganistán, a pesar de que la mayoría de la población australiana, 61% según una encuesta del pasado mes de junio de Essential Media Communications, [11]   cree que las tropas del país deben ser retiradas de ese territorio.

«He asegurado al presidente estadounidense, Barack Obama, que el enfoque de mi política en ese país centroasiático es el mismo del Gobierno anterior», señaló Gillard en declaraciones a la prensa, y agregó según Prensa Latina: «Apoyo totalmente la presencia militar en esa nación islámica». [12]

Y no podía ser de otra manera: para las élites de poder en Australia, incluido el liderazgo laborista, la alianza estratégica con Estados Unidos ocupa un lugar muy especial.

Esto me lleva a pensar que el nuevo Gobierno, más allá de la modificación de algunas decisiones de su predecesor para reforzar la imagen de que «toma distancia» del mismo, no implementará cambios significativos en las principales posturas políticas de Australia. Ahora sí, es casi seguro que no habrá nuevos «sobresaltos» para las transnacionales mineras. El tiempo dirá…

 

* Herminio Camacho, subdirector del diario Juventud Rebelde, La Habana.



[1] Los resultados del sondeo pueden consultarse en < http://au.nielsen.com/news/200512.shtml >.

[2] Ibídem.

[3] Los resultados de la encuesta pueden consultarse en < http://www.essentialmedia.com.au/wp-content/themes/rockwell/documents/Essential_Report_050710.pdf >.

[4] Ibídem.

[5] Coorey P hillip and Lester Tim. G illard becomes Australia’s first female prime minister as tearful Rudd stands aside. The Age , June 24, 2010. ( < http://www.theage.com.au/national/gillard–becomes-australias-first-female-prime-minister-as-tearful-rudd-stands-aside-20100624-yzvw.html?comments=210 >).

[6] Wayne Swan says he welcomes fresh resource super profits tax talks . Australian Associated Press , June 28, 2010. (< http://www.news.com.au/business/wayne-swan-welcomes-fresh-super-profits-tax-talks/story-e6frfm1i-1225885171592 >).

[7] La actual jefa del Estado australiano es la reina Isabel II de Inglaterra, representada a nivel federal por la gobernadora general, que desde el 5 de septiembre de 2008 es Quentin Bryce.

[8] Pha, Anna. Who runs Australia? The Guardian, issue 1460, 23 June 2010. (< http://www.cpa.org.au/guardian/2010/1460/01-who-runs-australia.html >).

[9] Ibídem.

[10] Suman ahora 16 las bajas australianas desde el inicio de las acciones combativas.

[11] Para consultar la encuesta ver: < http://www.essentialmedia.com.au/troops-in-afghanistan/ >.

[12] PL. Defiende nueva primera ministra australiana despliegue en Afganistán, 25-06-2010. (< http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=200807&Itemid=1 >)