El caso chino constituye el más potente testimonio en contra de la «mano invisible» del mercado. El suyo ha sido un camino de etapas progresivas y de ajustes periódicos, en el que políticas transitorias han actuado como puentes para pasar de una etapa a la siguiente. La gradualidad del proceso quedó evidenciada a través del […]
El caso chino constituye el más potente testimonio en contra de la «mano invisible» del mercado. El suyo ha sido un camino de etapas progresivas y de ajustes periódicos, en el que políticas transitorias han actuado como puentes para pasar de una etapa a la siguiente. La gradualidad del proceso quedó evidenciada a través del manejo dado a sus sectores de exportación y de producción doméstica. Los primeros fueron canalizados a través de zonas especiales que fueron expandiéndose progresivamente, de la misma manera en que los segundos vieron reducir paulatinamente los niveles de protección que se les asignaba.
Las inversiones extranjeras directas se adecuaron a políticas industriales que buscaban favorecer a los sectores de exportación, en medio de un proceso programado de apertura. Ello comenzó a través de las llamadas «zonas de desarrollo», es decir, auténticas islas manufactureras destinadas a la exportación de su producción. El período 1991-1992 es evidencia del crecimiento de éstas. Para 1991 existían 117 «zonas de desarrollo», mientras que para finales de 1992 las mismas habían llegado ya a 8.700. Dichas zonas comenzaron en las provincias costeras de Guandong y Fujian, estratégicamente situadas entre Hong Kong y Taiwán, para irse progresivamente multiplicando y expandiendo hacia el Norte. Dos nuevos grandes ejes se sumarían posteriormente al anterior: el Delta del río Yangtze teniendo a la ciudad de Shanghai como epicentro y la región del Mar Bohai con Beiging y Tianjin como principales núcleos urbanos.
Paralélamente, las tarifas domésticas fueron cayendo progresivamente, en relación directa a la capacidad de sus empresas para hacer frente a la competencia extranjera: 55% en 1982, 24% en 1996 y 12% en 2003. En 2006, y en función de su entrada a la Organización Mundial de Comercio en 2001 y de la necesidad de adecuarse a su normativa, sus tarifas cayeron al 6%.
La gradualidad del proceso no debe hacernos perder de vista, sin embargo, la celeridad misma de éste. La magnitud extraordinaria de los cambios ocurridos en tan poco tiempo es el mejor testimonio de esta celeridad. Sin embargo, hay un tercer elemento a tener en cuenta.
Según señala Joshua Cooper Ramo el modelo chino contempla dos elementos complementarios. El primero enfatiza el valor de la innovación. El segundo se dirige a promover políticas y actitudes susceptibles de brindar respuesta al caos producido por la innovación («The Beijing Consensus», The Foreign Policy Centre, London, mayo 2004).
De acuerdo a lo primero, se asume que la única manera de enfrentar los problemas del cambio es acelerando el cambio mismo. La innovación y el énfasis en la tecnología constituyen la fórmula adecuada para que las soluciones producidas por el movimiento puedan generarse con rapidez mayor que los problemas creados por éste. De acuerdo a lo segundo, se parte de la base de que para enfrentar el caos producido por la velocidad se hace necesario crear tantos amortiguadores como posible. Los mismos se dirigen en diversas direcciones: políticas de protección social, defensa del ambiente, etc.
Así las cosas, los cambios deben seguir fases. No obstante, la presencia de fases no debe engañarnos con respecto a la velocidad de los cambios mismos. Esta velocidad produce desajustes profundos que deben ir a su vez acompañados por el tendido de mallas de protección. En otras palabras, la gradualidad, la celeridad y la amortiguación, constituyen la ecuación característica del modelo chino. Aún cuando la combinación de sus elementos no siempre se produzca con la sincronización o con el éxito deseados (y la crisis medioambiental es el mejor ejemplo de ello), es evidente que esta fórmula es responsable del extraordinario desarrollo económico y social evidenciado por el país.
En noviembre del 2005 fue presentado el undécimo primer plan quinquenal chino, actualmente en ejecución. El mismo definió dos nuevas prioridades nacionales: la expansión del consumo doméstico y la urbanización de sus sectores rurales. Gradualidad, celeridad y amortiguación son nuevamente los signos distintivos del proceso en marcha.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.