La revalorización de los saberes ancestrales de América, expuesta en Nueva York por Evo Morales, puso en evidencia los manejos ocultos de las grandes corporaciones y de las políticas estadounidenses. Para acompañar al presidente de Bolivia en sus sabios conjuros contra las pretensiones del Imperio, con una hoja de coca entre sus dedos, porque así […]
La revalorización de los saberes ancestrales de América, expuesta en Nueva York por Evo Morales, puso en evidencia los manejos ocultos de las grandes corporaciones y de las políticas estadounidenses.
Para acompañar al presidente de Bolivia en sus sabios conjuros contra las pretensiones del Imperio, con una hoja de coca entre sus dedos, porque así fue como se presentó ante la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), quizá nada mejor que un austero banquete entre los que luchan. Unos bollos calientes y amasados con harina de maíz, huevo y leche, hojas de coca trituradas en miel y chiles picantes – ambos últimos ingredientes en justo equilibrio -, y luego fritos, si son redondos, o asados sobre una plancha de hierro, si los aplastamos como los cubanos aplastan las rodajas de plátano crudo antes de convertirlas en patacones «pisaos». Y para brindar, un vaso de chicha, esa que reconforta al cuerpo y anima los espíritus.
La receta no es una alegoría ni mucho menos una metáfora. Más de un vez la comimos y sabe a manjar americano.
Esta semana, en Nueva York, Evo Morales desnudó el doble discurso detrás del cual se ocultan la política anticoca de Estados Unidos y los verdaderos intereses de las corporaciones transnacionalizadas que, como Coca – Cola y otras – sobre todo grandes laboratorios -, se irrogan el derecho de demonizar el cultivo de hojas de coca en nombre de una supuesta lucha contra el narcotráfico. De esa forma logran que esa materia prima llegue a los centros industriales del Norte a precio de hambre para los campesinos que la producen.
Este artículo trata de dos historias que jamás deberían entrecruzarse: la de Coca – Cola y la de las hojas de coca, como riqueza ancestral a revalorizar dentro del concepto de Soberanía Alimentaria, entendiendo a éste último como el derecho que tienen los pueblos no sólo de asegurarse un dieta colectiva y suficiente, sino concebida y formulada a partir de sus propias culturas.
Comencemos por lo nuestro. En su artículo «Harina de coca: solución prodigiosa del hambre y la malnutrición en el Perú y países andinos», publicado en la Revista Mariátegui y divulgado por el sitio Visiones Alternativas el 5 de mayo del año pasado, Ciro Hurtado Fuertes cuenta que «el Perú antiguo, desde 20 mil años a.C. no conoció el hambre ni la malnutrición. Su población, con una educación a base del trabajo productivo, creativo y proyectivo, domesticó más de 500 especies de plantas y más de una docena de animales con los que construyó, por primera vez, una extraordinaria industria alimentaria, para proveerse de alimentos biológicos nutritivos y medicinales».
Debemos señalar asimismo que similares características de procesos autosuficientes en materia de alimentos se registró por aquella época entre todos los pueblos andinos de nuestra América, desde México hasta Bolivia.
Muchas plantas cultivadas, contribuyeron al crecimiento y desarrollo físico del hombre pre-tahuantinsuyano y tahuantinsuyano. Cereales, leguminosas, tuberosas, raíces, verduras y frutas, con altos contenidos de proteínas, minerales y vitaminas, fueron la base de la alimentación biológica, nutritiva y medicinal, sostiene Hurtado Fuentes, director del Instituto de Cultura Alimentaria Andina.
Sin embargo, y como consecuencia de siglos de políticas dependientes de sistemas coloniales, neocoloniales e imperiales, la población andina sufre hambre y malnutrición. Como explica Hurtado Fuentes, «hambre proteínico energético, hambre de minerales y de vitaminas, situación que se ha incrementado desde la segunda mitad del siglo XX».
Según distintas estadísticas oficiales, en Perú, en Bolivia y en el noroeste de Argentina, por tan sólo citar algunos ejemplos, la población que vive bajo la línea de pobreza y por lo tanto está expuesta al hambre o a la malnutrición, supera al 50 por ciento del total.
Los expertos reconocen que el hambre puede, en algunos casos, obedecer a motivos naturales. Sin embargo el especialista peruano sostiene que «las causas humanas son las que provocan más estragos entre la población. Entre ellas se encuentran el neoliberalismo, la globalización y la educación ajena al espacio geográfico (peruano), inútil, conservadora, domesticadora, teórica y memorista. También las desigualdades sociales y la inadecuada distribución de las tierras».
En esa categoría también se ubican la desigualdad en la distribución de alimentos, la exportación de alimentos con el pretexto de obtener divisas, las prácticas agrícolas inadecuadas, la explotación excesiva de los recursos biológicos y minerales, los bajos salarios; el desconocimiento del valor nutritivo de los alimentos y la distorsión de los hábitos alimentarios.
En ese contexto, Hurtado Fuertes recomienda tener en cuenta el carácter estratégico de la hoja de coca, un producto nativo de la culinaria andina, a contrapelo de la insistencia de Estados Unidos en el sentido de erradicar su cultivo, con el pretexto de combatir al narcotráfico, objetivo que dista mucho de ser real.
En ese último sentido y en su libro «El color del dinero» (Norma, Buenos Aires, 1999), el autor de este artículo constató que los servicios de inteligencia, la policía antidrogas (DEA) y la secretaría del Tesoro de Estados Unidos actúan en conjunto en pos de un solo objetivo: ejercer el control del comercio ilegal de drogas y sobre todo garantizar que las millonarias sumas de dinero que de él provienen ingresen y circulen a través de los circuitos financieros -bancarios y parabancarios- del propio sistema corporativo estadounidense.
Hurtado Fuertes recuerda que, en el Perú, las hojas de coca se utilizan desde el año 6000 años a.C., con efectos nutritivos y medicinales, y que, con la misma finalidad, desde el siglo XV la comunidades amazónicas recurren a la harina que de ellas se obtiene, constituyendo ambos casos importantes antecedentes a la hora de trazar una estrategia alimentaria que erradique el hambre del siglo XXI.
Los pre-tahuantinsuyanos y tahuantinsuyanos, creadores de una verdadera industria alimentaria, utilizaron ese producto en combinación con otros. Las famosas máchicas que elaboraron y consumieron, deshidratando cereales y leguminosas por tostado y molienda, posiblemente contenían harina de coca.
El hambre de éste nuestro siglo XXI puede ser erradicado con alimentos enriquecidos con harina de coca, mediante un proceso simple y económico, que puede alcanzar incluso la elaboración de leche en polvo fortalecida.
Sepan los amantes del arte culinario que las hojas de coca pueden utilizarse en locros, con ajíes, choclos y papas; en sopas, salsas, mayonesas, guisos, cremas, tamales y humitas. También en postres, mermeladas, torrejas, helados y tragos refrescantes.
Según Hurtado Fuertes, para incrementar el espacio agrícola de la coca debería industrializarse su hoja para el consumo inmediato en forma de harina cruda o tostada, e iniciar una férrea campaña nacional e internacional para que el producto sea despenalizado, pues sigue siendo considerándose «droga» debido a la ignorancia de ciertos científicos, pero sobre todo como consecuencia de los intereses políticos y económicos de las grandes empresas transnacionales de la alimentación y de la industria farmacológica.
Revisemos ahora algunos datos iniciales de la otra historia, la de esa corporación que ha convertido a la coca en uno de los negocios más gigantescos del sistema capitalista, con tanto poder de influencia que con el paso de las décadas se convirtió en verdadero símbolo de una cultura.
Los más interesados en el tema pueden consultar un libro de título más que representativo, tanto de lo que es Coca – Cola como de la impronta ideológica de Estados Unidos: «Dios, Patria y Coca – Cola», de Mark Pendergrast y editado en español por el sello Vergara, de Buenos Aires.
El inventor del refresco más famoso del mundo, John Pemberton, no era un hombre pobre e inculto, como sostiene la leyenda. Tampoco elaboró la bebida en el patio de su casa. En sus orígenes, la Coca – Cola fue, como afirma el autor citado, «un medicamento patentado, con un definido toque de cocaína», elaborada ésta última sustancia con hojas de coca llevadas desde Perú hacia Atlanta, Estados Unidos, en 1886.
El nacimiento de ese refresco que hoy controla buena parte de los mercados en más de 200 países y genera miles de millones de dólares para las arcas estadounidenses, fue consecuencia «de la Edad de Oro (de la expansión capitalista original), cuando Estados Unidos dejó de ser una nación de agricultores para convertirse en una sociedad urbana con fábricas y talleres (…) propulsora de un poderoso cambio que dio lugar al surgimiento de los mercados nacionales».
En el libro «Recolonización o Independencia: América Latina en el siglo XXI» (Norma, Buenos Aires, 2004), la periodista argentina Stella Calloni y quien esto escribe, se analiza cómo durante el período histórico mencionado en el párrafo anterior, Estados Unidos sale de la Guerra de la Secesión con un programa estratégico que aun mantiene en pie como si de un mandato sagrado se tratara: trazar políticas proteccionistas hacia su interior e imponer medidas de libre cambio o libre comercio en el mundo exterior.
Para no abundar en datos veamos cómo el libro de Pendergrast recuerda que, ya en 1873, los empresarios de Coca -Cola preveían el futuro.
En 1873 escribieron y publicaron en «The Gilded Age»: «Hemos experimentado con un preparado muy simple, una especie de extracto que contiene nueve décimas partes de agua y la otra décima parte restante drogas que no cuestan más de un dólar el barril (…). Al tercer año podríamos vender fácilmente 1.000.000 de botellas en Estados Unidos – con una ganancia de 350.000 dólares – y entonces será el momento de concentrar nuestra atención en la verdadera idea de la empresa (…). Nuestras oficinas centrales podrían estar en Constantinopla y nuestras sucursales en la lejana India…el ingreso anual, bueno, ¡ sólo Dios sabe cuántos millones y millones!»