Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El cuerpo no identificado de una joven de 23 años de edad fue incinerado en una ceremonia secreta sólo horas después de haber sido repatriado de Singapur. Se dijo que su nombre era Amanat, que en urdu significa «tesoro». Otras informaciones lo discutían. Su nombre verdadero no llegó a publicarse aunque sí se conocieron otros detalles. Que era estudiante de medicina y una persona brillante y prometedora. Que tenía novio y que iban a casarse en febrero.
Fueron a ver una película juntos, como a menudo hace la gente en todo el mundo; gente que vive vidas normales en ciudades normales. Cogieron un autobús público o eso creyeron ellos.
Y después les atacaron. Seis hombres les atacaron; seis seres con el cociente de compasión de una piraña y el nivel de dignidad de una letrina caliente.
Violaron a la mujer. La violaron en grupo. La violaron repetidamente en grupo durante cuarenta minutos y la destrozaron con una barra de metal que la dejó con lo que se describió como «terribles heridas intestinales». También sufrió daños cerebrales e infección pulmonar. Los atacantes hirieron a su novio, aunque no de forma tan grave como a ella. Cuando decidieron poner fin a todo ese horror, les desnudaron y les arrojaron del autobús en marcha.
En el hospital sufrió un ataque al corazón.
Su ciudad, su País y su cultura, todos le han fallado. En esa espantosa tarde, la India perdió a una joven y brillante hija, y ganó una mártir, un espectro; un potente símbolo más de su estruendoso fracaso.
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¿Por qué a un autobús con las ventanas ahumadas, que son ilegales en la India, se le permitió pasar por delante de varios controles de policía sin que nadie lo parara?
¿Por qué no había esas hordas de seguridad apostadas por toda la India para que por una vez hicieran su trabajo cuando se las necesitaba?
Y, ¿por qué, con todos esos doctores indios formados en el extranjero con ayuda y dinero extranjero y con miles de ellos recibiendo enormes salarios por operar en clínicas privadas, hubo que trasladar finalmente a la muchacha a Singapur?
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El 28 de diciembre de 2012, el corazón de la joven dejó de latir. Al día siguiente, el Dr. Kevin Loh, Jefe Ejecutivo del Hospital Mount Elizabeth en Singapur, se dirigió a la prensa: «Estuvo luchando valientemente por su vida durante mucho tiempo, contra todo pronóstico, pero las heridas de su cuerpo eran demasiado graves como para poder recuperarse».
Cuando el último aliento abandonó su cuerpo, las bestias que la torturaron sádicamente y la violaron se convirtieron en asesinos.
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Mi última visita a la India me sacudió profundamente.
Pasé allí exactamente una semana, rodando mi documental con Noam Chomsky; la película lleva el título de «On Western Genocides» [Sobre los genocidios de Occidente]. Llegué el 9 de diciembre y me marché el 16 de ese mismo mes.
Probablemente me encontraba en el coche dejando el hotel, o atravesando la kafkiana seguridad del Aeropuerto Indira Gandhi, o abordando ya el vuelo de la China Eastern hacia Shanghai, cuando la muchacha sufría los primeros golpes de sus torturadores.
Durante seis días estuve grabando y fotografiando las grotescas medidas de seguridad de la policía y del ejército, diseñadas para proteger a las elites que controlan el brutal régimen indio. También documenté los residuos del colonialismo británico; sus estatuas y monumentos, tan amorosamente restaurados y conservados por los actuales gobernantes en Bombay, Calcuta y Nueva Delhi. Y rodé en barrios indigentes a las personas abandonadas para que se pudran vivas en su multitud.
Había trabajado antes en la India en varias ocasiones; en Gujarat, durante los violentos días de 2002, en Tamil Nadu y sus paupérrimas aldeas Dalit, y en tantos otros lugares.
Pero en esta ocasión me aseguré de prestar atención al panorama general.
Era obvio que el «Proyecto India» no tenía corazón, ni compasión, ni aspiraciones morales.
Pero ha contado con todo el apoyo y propaganda de EEUU, que lo ha comercializado como una alternativa a los modelos de desarrollo de China y Latinoamérica. Naturalmente, hay cientos de millones de seres en la India que siguen aplastados por la pobreza. La nación ha sido abandonada al más vulgar y primitivo esquema de mercado/capitalista, y después rociada con floridos eslóganes «culturales» para conseguir que toda la farsa sea a prueba de bombas y «políticamente correcta».
No hace mucho, un experto indio que trabaja para las Naciones Unidos le confesó su admiración por el pueblo estadounidense: «¡Vienen a la India y, a diferencia de otros, son muy amables y humildes y muestran tanto respeto por nuestra cultura…!
¡No hay duda de que es así, ninguna duda!
El sistema estadounidense y sus emisarios mostraron siempre una admiración sin límites por cualquier régimen o «cultura» criminal que demostrara gran apetito por entregar a millones de seres de su propio pueblo para el altar de los sacrificios, para consumo del Imperio. Trabajar para las elites locales, quienes, a su vez, sirven a los intereses de EEUU (y a los de sus estrechos aliados) es considerada la formas más noble de servilismo.
Cientos de millones de seres de la India -devastados y desposeídos- son los verdaderos héroes de Occidente y sus arruinadas vidas, según se pretende ¡el mejor ejemplo a seguir por chinos y latinoamericanos!
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Vandana Shiva escribió el 30 de diciembre de 2012:
Los casos de violación y violencia contra las mujeres han aumentado en los últimos años. El National Crime Records Bureau (NCRB) informó de 10.068 casos de violación en 1990, que aumentaron a 16.496 en 2000. Con 24.206 casos en 2011, los casos de violación habían registrado el increíble aumento del 873% desde 1971, cuando el NCRB empezó a registrarlos. Y Delhi se ha constituido en la capital de la violación en la India, acaparando el 25% de los casos.
Y después, resumió:
Los sistemas económicos influyen en la cultura y los valores sociales. Una economía de mercantilización crea una cultura mercantilizada, donde todo tiene un precio y nada tiene valor… La creciente cultura de violación es una externalidad social de las reformas económicas. Tenemos que institucionalizar auditorías sociales de las políticas neoliberales, que son un instrumento fundamental del patriarcado en nuestra época.
Hay también un sistema feudal arcaico, hay un vergonzoso sistema de castas, hay demencia religiosa: todo ello tiene un efecto perjudicial a la hora de moldear tanto los valores sociales como la cultura.
Hay también ignorancia, el resultado de una carencia crónica de aprendizaje y educación, que ha convertido a la India en el hogar donde vive el mayor número de analfabetos de la tierra.
Y hay opresión sexual, que en otros lugares se asocia con el siglo XIX o mucho antes; hay relaciones sexuales feudales amo-esclava, prohibiciones extremas acerca de la sexualidad, sentimientos de culpa medievales que las religiones asocian con la sexualidad, cifras poco naturales de hombres respecto a la tasa de mujeres (resultado de los abortos de fetos femeninos y de los asesinatos de bebés niñas); todo eso añade más leña a las ya inestables y explosivas condiciones que se dan en esa sociedad.
Las principales víctimas de este estado de cosas son, desde luego, las mujeres indias.
En una investigación dirigida por Trust Law Woman de Thomson Reuters, un centro de información y apoyo a los derechos de la mujer, India se igualó con Afganistán, Congo y Somalia como uno de los lugares más peligrosos de la tierra para las mujeres.
Todos y cada uno de los tres países del «club» al que India pertenece, están asolados por guerras brutales y tienen los índices de desarrollo humano más bajos del mundo, la República Democrática del Congo ocupa el más bajo (2011).
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La muerte de la estudiante de medicina provocó protestas por toda Nueva Delhi, y con toda razón.
Pero el 28 de diciembre, The Guardian informaba:
La brutalidad del ataque provocó ira generalizada y manifestaciones por toda la India, centradas en gran medida contra la policía, los políticos y las altas autoridades, de manifestantes que exigían mejor vigilancia y más duros castigos para los violadores.
Y algo que es alarmante, en varias de las fotos que recogían las protestas había pancartas visibles del estilo de «Colgad a los violadores».
El Estado y los manifestantes están ahora entablando de repente firmes discusiones para «mejorar la seguridad», sobre la pena de muerte y la esterilización química para los violadores, tratando todos de superarse unos a otros.
Todo esto no es más que un enfoque que busca «tener la conciencia tranquila» combinado con una peligrosa y medieval filosofía de venganza que se ha llevado ya millones de vidas en la historia moderna del subcontinente.
La India no necesita más ametralladores para proteger a las personas en sus desplazamientos diarios. Están ya por todas partes: en las calles, en el metro de Nueva Delhi y en todas las estaciones de tren. No hacen absolutamente nada por la seguridad de los ciudadanos normales y corrientes. Les observé, les filmé. Están ahí sólo para intimidar y por su propia conveniencia.
Y se les despliega en establecimientos lujosos y en las oficinas del gobierno para proteger a las elites indias y el statu quo.
¿Qué hay de la pena de muerte? Que claramente no disuade del crimen; solo endurece aún más a los criminales. Sucede que EEUU es el único país de Occidente que utiliza la pena de muerte y tiene la tasa criminal más alta.
La norma de matar a la gente como castigo no es más que un eco de los días brutales de la religión, una idiocia que no tiene nada que ver con proteger a la gente o tratar de hacer que un país sea más seguro.
¿Y qué mensaje se enviaría en cualquier caso a la sociedad, si sólo se ejecuta a unos pobres violadores trastornados, mientras que los asesinos profesionales de masas, a muchos de los cuales se glorifica como «inconformistas de los negocios» o «VERY-VIPS» -esos que están robándole miles de millones a los pobres y manteniendo a la India en la Edad Media-, continúan disfrutando de todo ese respeto servil, conduciendo orgullosamente sus Bentleys a través de los barrios más depauperados?
En la India, las elites pueden comprar fácilmente justicia y silencio. ¿Se enfrentarían los ricos, los líderes religiosos, los terratenientes a la pena de muerte por lo que le hacen a las mujeres, o la horca se reservaría solo para los delincuentes pobres, como en algunos espectáculos de la antigüedad?
Y aquí va una perspectiva más de cómo mirar a lo que sucedió en ese autobús público en Nueva Delhi: no habría habido carnicería, ni violación en grupo, si esos seis hombres hubieran sido formados como doctores en Cuba, o inscritos en las Jóvenes Orquestas de Venezuela, o en algún club teatral en Buenos Aires.
Los proyectos de las Jóvenes Orquestas, famosos a nivel mundial, llevan años atrayéndose a niños de los barrios pobres más difíciles de Venezuela para hacerles apreciar el trabajo duro y la belleza. Y hay cientos de iniciativas maravillosas como esa por todos los países socialistas de Latinoamérica.
Pero no parece que los gobernantes indios tengan intención alguna de adoptar esquemas que han tenido éxito en países donde los gobiernos sirven al pueblo y se dedican a mejorar las vidas de sus ciudadanos. En cambio, continúan haciendo lo mismo que han hecho durante largos siglos: servir a sus amos coloniales.
Tampoco parece que al gobierno indio le preocupe nada conseguir que su población masculina sea más educada y gentil. ¡O no hace nada o amenaza con cortarles los testículos!
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Lo que la India necesita es justicia social, educación y optimismo. Se necesita que la gente de los medios y los grandes artistas se unan para luchar por un país mejor, en vez de producir para entretenimiento cuentos de hadas y pesadillas deprimentes, intelectualmente insultantes y a menudo muy vulgares. Tienen que salir de su aislamiento y aprender lo que se está haciendo en Venezuela, Cuba, Bolivia y otros lugares.
Es preciso que sus intelectuales identifiquen todos los aspectos equivocados de su cultura y religiones, utilizando un lenguaje sencillo que todo el mundo pueda entender.
Necesita a una generación completamente fresca y nueva de personas con dedicación y entusiasmo, que estén dispuestas a vivir y trabajar por su país en vez de amasar riqueza para sus familias, clanes y sectas religiosas.
Necesita doctores dispuestos a vivir por el Juramento Hipocrático, doctores que puedan poner la curación por encima de perseguir títulos y estatus. Necesita profesores dedicados, obsesionados con el conocimiento. Necesita narradores honestos. Necesita revolucionarios, dispuestos a romper las cadenas de la opresión que atan a la gente a valores arcaicos, estrafalarios e ilógicos.
La India no necesita hacer que «su cultura se respete», ¡necesita volverse a pensar a sí misma en una revisión total!
Quienes han violado a la joven estudiante de medicina deberán ser juzgados, sentenciados y enviados a prisión. Pero sobre todo, hay que juzgar, condenar y desechar todo el sistema imperante de valores.
Los miles de personas que están ahora luchando bajo la Puerta de la India en Nueva Delhi sienten obviamente de la misma manera.
Están luchando y deberían luchar en nombre de la muchacha, en nombre de los millones de mujeres como ella, en nombre de más de la mitad del país que está soportando, aunque sea de forma más suave, una vida de terrible y continuada violencia.
***
Mientras pensaba en ella, no dejaba de mascullar disculpas.
Somos tantos, escritores periodistas progresistas, periodistas, cineastas, los que le hemos fallado; le hemos fallado a Amanat, de forma total y rotunda. Probablemente no conozca ni su nombre verdadero pero tenía que haber hecho algo.
No hemos ido a la India con la suficiente frecuencia, permitimos que el coro gritón de autobombo de las elites indias nos intimidara, tanto de la derecha como de la izquierda, con las consignas acerca de la «mayor democracia en el mundo», por toda esa retórica acerca de la «singularidad de la cultura india».
Nos negábamos a creerlo con nuestros propios ojos; fracasamos a la hora de describir lo obvio, de contar la verdad sobre la India.
***
Estuve pensando:
«Amanat, perdóname por llamarte con un nombre que ni siquiera es el tuyo, pero el régimen indio mantiene oculta tu identidad, al parecer por «razones de seguridad». Lo que te han hecho te ha convertido de alguna manera en algo peligroso para el sistema…».
Me dirigía a ella en mi mente, mirando por la ventana del tren bala Shinkansen, que me llevaba de vuelta de Hiroshima a Nagoya. No le presté atención al paisaje. Me estaba imaginando Nueva Delhi; mis pensamientos estaban allí con la gente, que estaba haciendo la única cosa justa que uno podía pensar en hacer en dadas las circunstancias: «encontrarse» con la policía.
Antes de que leyera la noticia sobre la muerte de la muchacha cuya vida acabó tan abrupta, tan innecesaria y tan brutalmente, estaba completamente absorto en mis pensamientos acerca de la post-producción de «Rwandan Gambit«, mi película sobre Rwanda y el actual genocidio en la República Democrática del Congo. Estamos a punto de lanzarla.
«Lo que te hicieron es lo que hacen a tantas mujeres en Kivu Oriental, en la República Democrática del Congo. Allí, la guerra lo arrasa todo y han muerto ya casi diez millones de personas. Pero ellos te arrasaron, ellos te asesinaron en el país que los gobernantes del mundo llaman «la más grande de las democracias».
«Se dice que ser mujer en tu país es tan terrible como ser mujer en la República Democrática del Congo. Se dice que para millones de seres es un total horror ser mujer en la India».
Después comprendí que sólo estaba hablando, que no hacía nada, que debo pasar a la acción.
Entonces musité una plegaria, prometí hacer una película sobre el tema y dedicársela al recuerdo de la vida brutalmente segada de una joven estudiante de medicina cuyo nombre aún desconozco y a quien solo se identifica con un nombre ficticio que en lengua urdu significa «Tesoro».
André Vltchek es novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Pacífico Sur, Oceania, fue publicado por Lulu. Tiene un provocativo libro sobre la Indonesia post-Suharto y el modelo fundamentalista de mercado titulado «Indonesia – The Archipelago of Fear» (Pluto). Después de vivir muchos años en Latinoamérica y Oceanía, Vltchek reside y trabaja actualmente en el Este de Asia y África. Puede contactase con él a través de su website.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/01/03/requiem-for-a-new-delhi-rape-victim/