En un artículo anterior me ocupaba de los efectos de la crisis sobre las estructuras estatales y supraestatales, tomando como ejemplo la crisis de la UE y del Estado de las autonomías en Españaii. Esta vez el objetivo es analizar los efectos de la crisis sobre las democracias liberales occidentales. Las clases populares, formadas por […]
En un artículo anterior me ocupaba de los efectos de la crisis sobre las estructuras estatales y supraestatales, tomando como ejemplo la crisis de la UE y del Estado de las autonomías en Españaii. Esta vez el objetivo es analizar los efectos de la crisis sobre las democracias liberales occidentales.
Las clases populares, formadas por actores muy diversos, empezaron a movilizarse de manera masiva, primero desde finales de la década de los 90 contra las medidas neoliberales, especialmente en América Latina; y después contra los efectos sociales de la crisis a partir de 2008, especialmente en Europa. Esta nueva ola de protagonismo de las masas populares, ocupando el espacio público y transformando la realidad social y política de países y regiones, ya había comenzado unas décadas antesiii. Paralelamente a las contestaciones actuales en Europa, el mundo árabe también se vio sacudido por una rebelión de masas que está transformando toda la región.
Los nuevos sujetos plurales de estas movilizaciones y sus formas de protesta han convivido y conviven con antiguos movimientos sociales, especialmente en Europa, como los sindicatos y su clásica arma de lucha, las huelgas laborales. Pero entre ambos aparecía una diferencia fundamental. Los sindicatos normalmente se orientan hacia objetivos socio-laborales que deben ser acordados mediante una negociación, y la huelga juega como un elemento de presión, lo cual no pone en duda la estructura general de dominación política y social. Sin embargo, las movilizaciones de masas impulsadas por los nuevos sujetos sociales plurales como reacción a las agresivas políticas del neoliberalismo (tanto en su fase de ascenso en América Latina, como en la fase de la crisis en Europa) se plantean de manera creciente objetivos más ambiciosos, aunque también más difusos, superar el modelo de democracia burguesa por una más participativa y, finalmente, superar el capitalismo. En relación a ambos objetivos las alternativas propuestas se hacen más difusas y diferentes. Tanto lo ambicioso de las aspiraciones, como la falta de concreción de las alternativas hacen imposible la negociación. Por eso las consignas que traducen los deseos de las masas en acción a veces expresan más la arista de protesta que la de alternativa, es el ejemplo del famoso ¡Qué se vayan todos!
Algunos de los principales ensayistas y publicistas de la izquierda se han ocupado de definir y analizar esta nueva realidad social. Así por ejemplo, Marta Harnecker definía a los nuevos movimientos sociales de la siguiente manera: «Difieren en muchos aspectos del clásico movimiento obrero. Sus plataformas tienen un fuerte acento temático y su convocatoria es policlasista y multigeneracional. Sus modos de organización son menos jerárquicos y más en red que en el pasado y sus formas concretas de acción son muy variadas. Aparecen también en el escenario nuevos actores sociales. Es sorprendente, por ejemplo, la capacidad de movilización que han manifestado los jóvenes, organizados fundamentalmente por vía electrónica, con el objetivo de repudiar la actual globalización; resistir a la aplicación de medidas de corte neoliberal, desarrollar poderosísimas manifestaciones contra la guerra y ahora contra ocupación, y difundir experiencias de luchas revolucionarias, rompiendo el cerco informativo al que habían sido siempre sometidas las ideas progresistas y de izquierda.»iv
Raúl Zibechi señala las causas que provocaron la eclosión de estos nuevos movimientos sociales en América Latina en la década de 1990, «Los movimientos sociales nacidos en América Latina son las respuestas al terremoto social que provocó la oleada neoliberal de los ochenta, que trastocó las formas de vida de los sectores populares al disolver y descomponer las formas de producción y reproducción, territoriales y simbólicas, que configuraban su entorno y su vida cotidiana.»v
Ese terremoto social se ha reproducido de nuevo en Europa al finalizar la primera década del siglo XXI como consecuencia de la grave crisis económica que golpea, especialmente, a los países del sur, y que ha llevado en un corto período de tiempo al desmantelamiento de sus débiles Estados de Bienestar, sumiendo en situaciones de pobreza y desesperanza, inimaginables unos pocos años antes, a amplias capas populares. Y también en Europa han nacido nuevos movimientos sociales, entre los que sobresale el movimiento de los indignados en España, con réplicas en otros países y una fuerte capacidad de movilización.
Los sujetos que han protagonizado las movilizaciones antineoliberales en América Latina son más variados que los que participan en las movilizaciones europeas. En el subcontinente americano existen dos sujetos que en Europa son de escasa importancia como los campesinos, o inexistentes como los pueblos indígenas. Pero si son más parecidos otros sujetos, como los trabajadores precarios y desempleados, las clases medias empobrecidas y los estudiantes, atravesados todos ellos por dos grupos diferenciados especialmente golpeados por la crisis, los jóvenes y las mujeres.
Las democracias burguesas en América Latina y Europa, basadas en sus reglas formalistas de participación se han visto enfrentadas a movimientos que exigían mayor inclusión y participación, y radicalización de la democracia, con el objetivo de liberarlas de la farsa que las reduce a la participación puntual en un acto de votación cada cuatro o seis años, y de la degradación que supone la manipulación de la opinión pública por los grandes conglomerados de medios de comunicación y el chantaje de los grandes poderes económicos, hoy señalados con el aséptico nombre de los mercados.
Estos nuevos sujetos, y los movimientos que conforman, han acudido a un nuevo repertorio de formas de protesta y lucha que han llegado, en ciertos momentos, a situaciones insurreccionales en América Latina, sin alcanzar ese nivel, por el momento, en Europa. Además, en Europa, el peso de uno de los más antiguos movimientos sociales, el obrero, con sus clásicas organizaciones sindicales y sus también clásicas formas de lucha, la huelga, sigue teniendo un peso mucho más relevante que en América Latina, y ello, a pesar del carácter reformista de las cúpulas sindicales.
Este repertorio de nuevas formas de protesta ha desbordado el marco laboral para tomar las plazas y calles en ocupaciones y manifestaciones, en cortes de carreteras, y en ocupaciones de edificios públicos y privados emblemáticos. Han acudido a las demandas de convocatoria de asambleas constituyentes, de referéndums y de nuevas elecciones, politizando de esta manera sus demandas y apuntando al corazón del problema al exigir una auténtica democracia y un modelo económico que estén, ambos, al servicio del pueblo y no de los grandes poderes económicos.
En América Latina, como es sobradamente conocido, el ciclo de protestas de estos nuevos actores y movimientos que se incorporaban a la historia llegaron a derribar diferentes gobiernos neoliberales en Argentina, Bolivia o Ecuador; desarticularon golpes de Estado y movimientos sediciosos de la extrema derecha como en Venezuela, Bolivia y Ecuador; consiguieron llegar al poder a través de partidos o líderes identificados con ellos como en Ecuador, Bolivia y Venezuela, y también vieron como la derecha les robaba su victoria bien legalmente, como en Argentina, bien con un golpe de Estado abierto como en Honduras o encubierto como en Paraguay, bien a través del fraude electoral como en México. Pero donde accedieron al poder, la democracia se hizo mucho más real, inclusiva y participativa, sin que en ningún lugar el pulso entre la vieja sociedad oligárquica y neoliberal y los nuevos proyectos populares y democráticos haya concluido, ni tampoco las tensiones en el interior del campo popular.
En todas esas experiencias los nuevos movimientos y sus formas de lucha fueron objeto de intentos de deslegitimación y criminalización por parte de las oligarquías y sectores neoliberales, a nivel nacional e internacional, utilizando para ello los poderosos medios de comunicación a su servicio y amparándose en las reglas formales de una democracia burguesa puesta al servicio de sus intereses.
La democracia es una conquista de las clases populares.
Frente a ello, el objetivo de los nuevos movimientos no fue renegar de la democracia, sino denunciar su vaciamiento por las elites políticas y económicas y reivindicar una radicalización y profundización de la democracia. La lucha contra la opresión económica y social se hacía bajo la bandera política de una democracia auténtica.
Existe una tesis ampliamente documentada y sostenida por estudiosos y analistas del desarrollo democrático que sostiene que la ampliación del contenido de la democracia llevada a cabo durante más de siglo y medio ha sido posible gracias a las luchas de las clases populares. Es necesario recordar una vez más que liberalismo y democracia forman un binomio conflictivo y contradictorio. Las democracias liberales del siglo XIX eran democracias censitarias, donde solo un muy reducido sector de la población gozaba de la ciudadanía, el sector formado por los propietarios importantes, al que se podía añadir los que gozasen de un nivel educativo alto, normalmente pertenecientes al sector de los propietarios. Ni siquiera las mujeres de ese sector tenían el derecho a la ciudadanía. Fueron las clases populares, especialmente el movimiento obrero, y el movimiento feministas (sufragistas) quienes ampliaron paulatinamente los sectores con derechos políticos.
Pero esa extensión aún no representaba el moderno Estado social y democrático de derecho, es decir, aquel que reconoce, junto a los derechos políticos, una serie de derechos sociales y económicos a las clases populares, esos que conformaron el Estado de Bienestar hoy en vías de desmantelamiento. Y esos derechos necesitaron nuevos períodos de lucha para ser conseguidos.
Entonces, ¿el liberalismo se hizo democrático en este proceso y cesó sus contradicciones con la democracia? En absoluto. Grosso modo podríamos decir que el liberalismo solo aceptó la extensión de la democracia conforme encontraba medios para mantener bajo control a las «peligrosas clases populares» que accedían a los derechos políticos. Aún así, cuando estos mecanismos dejaban de funcionar y se hacía real el peligro para su dominio, simplemente acababa o intentaba acabar con la democracia. Ejemplos históricos de ello son la II República española, la Guatemala de Arbetz, el Chile de Allende, o Venezuela (golpe de Estado abortado por la defensa popular de la legalidad democrática) y Honduras en la actualidad, entre otros muchos ejemplos que pueden citarse. Y sin llegar tan lejos, el fraude electoral en México en 2006 para impedir la victoria de López Obrador a la presidencia de ese país.
Tres grandes medios fueron encontrados por el liberalismo para ejercer ese control en diferentes épocas. El más antiguo y burdo, más propio de sociedades rurales, fue el caciquismo, mediante el cual los caciques controlaban el voto de amplias masas, mayoritariamente rurales, en sus feudos. Luis Corvalán hace una descripción de estas prácticas en las elecciones presidenciales chilenas de 1938 que es extensiva a otros países del mundo, «el sistema electoral permitía las más groseras deformaciones de los verdaderos sentimientos ciudadanos. Abundaban las dobles inscripciones, votaban los muertos de la derecha, se robaban las urnas, se compraba y vendía votos. Y como la candidatura de Ross desconfiaba de los «carneros» se organizaron para al 25 de octubre, día de la elección, las encerronas de elementos de venales a fin de llevarlos a votar, mediante el sistema de acarreo, para asegurarse así que no iban a fallar».vi
El segundo medio de control sobre las clases populares peligrosas, más adecuado a las sociedades desarrolladas económicamente, está formado por la conjunción de tres fenómenos. En primero es un crecimiento económico sostenido que permite compartir una parte del beneficio del crecimiento con las clases populares a cambio de paz social y reconocimiento de la hegemonía burguesa. Los amplios beneficios económicos que permiten repartir una parte de los mismos son fruto de los aumentos sostenidos de la productividad del trabajo y de la sobre-explotación de los países atrasados. El segundo fenómeno es la existencia de organizaciones sindicales integradas dentro del mecanismo de un negociación que permiten acordar las condiciones de dicho reparto, lógicamente la clase obrera es la principal beneficiaria de esos beneficios invertidos en paz social, pero también se extienden a otras capas populares. El tercer fenómeno es la existencia de partidos socialdemócratas que transmitan y garanticen a nivel político la hegemonía burguesa dentro del movimiento obrero y otras capas populares. Este es el medio de control que se está resquebrajando en Europa con la ofensiva para desmantelar el Estado de Bienestar. Por esto mismo, cuando se ataca al Estado de Bienestar se está disolviendo el lazo que mantenía unido al liberalismo y la democracia mediante una paz social sostenida mediante los beneficios obtenidos de la explotación interna y sobre todo externa. En épocas de crisis, la burguesía busca recomponer su tasa de beneficio mediante el fin del reparto de los beneficios y el aumento de la explotación. Pero desmantelar el Estado de Bienestar es acabar con el Estado social, intentando hacer retroceder al Estado liberal a un estadio histórico anterior de su desarrollo, algo imposible de hacer aceptar pacíficamente a las clases populares. De ahí que, inevitablemente, dicho desmantelamiento tenga que ser acompañado de una degradación de la democracia y un aumento de los aspectos autoritarios y represivos del Estado liberal.
El tercer medio de control es el más moderno y sofisticado de los tres, se trata de los poderosos medios de comunicación de masas que buscan asegurar la hegemonía de la burguesía sin necesidad de la mediación de los sindicatos y los partidos socialdemócratas. Se trata de un medio capaz de ser utilizado tanto en sociedades desarrolladas como no desarrolladas. Su eficacia ha sido alta, pero ha encontrado sus límites en dos situaciones. Primero, cuando los sacrificios y sufrimientos que sufren las clases populares llegan a un cierto nivel relativo, la propaganda de los medios empieza a perder capacidad para mantener la hegemonía burguesa y, en conjunción con otras condiciones, esa hegemonía comienza a ser disputada por las organizaciones representativas de las clases populares. Es el ejemplo de los levantamientos populares anti neoliberales en América Latina. La segunda situación que contrarresta el monopolio de los grandes medios de comunicación de masas es la difusión de los modernos medios de comunicación de más difícil control, los teléfonos móviles e internet, como ha sido demostrado en muchas de las movilizaciones más importantes desarrolladas en los últimos años en el mundo.
Por tanto, si el primer medio de control pertenece mayoritariamente a las sociedades rurales del pasado o atrasadas, si el segundo está quedando inutilizado con la ruptura del pacto social por parte de la burguesía, y el tercero está siendo contrarrestado por otros medios de comunicación en las actuales sociedades de masas, el dominio burgués se encuentra ante una situación insólita que se agrava, de un lado por la intensidad de una crisis económica del capitalismo, similar a la de los años 30, y por otro debido al desafío de los movimientos sociales que no solo luchan por evitar la degradación de la democracia en sus contenidos actuales, sino por ampliar y profundizar esos contenidos democráticos.
Los intentos de deslegitimar y criminalizar la rebeldía civil pacífica que recorre la Europa del sur en estos momentos están abocados al mismo fracaso que cosecharon cuando intentaron lo mismo en América Latina.
Podríamos, pues, terminar haciéndonos unas preguntas claves en estos momentos que ilustran claramente si es el neoliberalismo o las clases populares y sus movimientos quienes defienden la bandera de la democracia: ¿Es mejor democracia la mexicana, con el descarado fraude electoral a López Obrador, frente a la democracia venezolana, donde Chávez se sometió a un referéndum revocatorio? ¿Es democrático que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, o la canciller alemana Angela Merkel decidan los destinos de 27 pueblos europeos? ¿Son democráticas las amenazas de la troika obligando a retirar el referéndum griego que quiso realizar Papandreu? ¿Es democrático que el Parlamento Europeo, única institución de elección directa en la UE, permanezca mudo durante los graves acontecimientos en Europa? ¿Es democrático que los mercados dicten las medidas que el gobierno de Rajoy impone a la sociedad española en cada consejo de ministros semanal? ¿Es democrático reducir a los pueblos europeos a la pobreza y la miseria con el objetivo de salvar a los bancos? ¿Son más democráticas las amenazas, extorsiones, provocaciones y represiones de los gobiernos e instituciones neoliberales, o las muestras de solidaridad y libre manifestación de las clases populares?
Los actuales movimientos sociales que se movilizan en Europa contra el programa neoliberal de desmantelar el Estado de Bienestar, que defienden los derechos de la inmensa mayoría de la población frente a los intereses de los mercados, son los auténticos defensores de una democracia que solo se ha ido ampliando y profundizando a lo largo de la historia a través de las luchas de las clases populares.
Notas:
i Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje
ii Los efectos de la crisis en las estructuras estatales y supraestatales. El caso de España y la UE.
iii Ver un análisis sobre este fenómeno en mi artículo » La revolución de masas prende en el mundo árabe»
iv Marta Harnecker, Ideas para la lucha, pág. 11
v Raúl Zibechi, Autonomía y emancipaciones. América Latina en movimiento, pág. 21
vi Luis Corvalán, De lo vivido y lo peleado. Memorias. LOM, pág 38