El pasado 11 de marzo se cumplieron veinte años de la instauración de un ensayo político, la perestroika, que marcó el inicio del fin del Estado socialista ruso. Un sondeo de opinión realizado por el Centro de Estudio de la Opinión Pública reveló recientemente que los rusos no perdonan a la perestroika 20 años después […]
El pasado 11 de marzo se cumplieron veinte años de la instauración de un ensayo político, la perestroika, que marcó el inicio del fin del Estado socialista ruso. Un sondeo de opinión realizado por el Centro de Estudio de la Opinión Pública reveló recientemente que los rusos no perdonan a la perestroika 20 años después El 61%tiene un concepto negativo de aquél experimento político impulsado por el ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov, sólo un 14% de los rusos considera positivos los cambios introducidos por el último presidente de la URSS. En relación a la figura de Gorbachov, un 45% de la población tiene una opinión negativa hacia el ex presidente de la URSS, y sólo un 13% aprecia su labor.
Un 24% de los rusos se muestran convencidos de que Gorbachov planeaba desde un principio la desintegración soviética. Un 23% cree que Gorbachov pretendía reformar el sistema socialista desde dentro para darle un «rostro humano». En cambio, según el sondeo realizado por la Fundación Gorbachov el 91% de los rusos aplaude la retirada de las tropas de Afganistán, un 88% alaba el fin de la Guerra Fría y un 74% la caída del llamado «Telón de Acero». La dimisión de Gorbachov, el 25 de diciembre de 1991, marcó el colofón de aquél errado experimento.
Al asumir Gorbachov el poder en el Kremlin había ocurrido una escaramuza entre los reformistas -que deseaban continuar los cambios que Andropov había apenas comenzado-, y los ortodoxos que pretendían preservar el paralizante equilibrio que se alcanzó bajo Breznev. Hubo un acuerdo: situaron al anciano y enfermo Konstantin Chernenko en el poder. Era el triunfo de la línea brezneviana por un breve lapso, todos sabían que Chernenko –debido a antiguos padecimientos –, no tardaría en morir.
En la Unión Soviética se estaba produciendo un divorcio cada vez más señalado entre la nueva generación y el anquilosado modelo de socialismo que padecían. El marxismo al estilo ruso había sufrido la perniciosa influencia de tres factores deformantes. La burocracia zarista legó el laberinto de los funcionarios, con su poderío ilimitado, sus privilegios, su apatía y su desdén por la inquietud social. El despotismo oriental trasladó desde el sur la afición por el uso de la violencia en el ejercicio de la administración pública. La moral campesina se impuso cuando abandonaron su marginalidad los rústicos aldeanos y difundieron su mojigata pudibundez.
Por añadidura se advertía el divorcio entre los jóvenes y la dirección política: las nuevas generaciones rechazaban el viejo estilo de retóricas solemnidades. En 1984 la brecha entre los intelectuales y la autoridad política era total. Los burócratas afirmaban que los artistas estaban despolitizados y los trataban con desdén, profundizando el distanciamiento y la división.
La estrategia de la guerra de las galaxias, lanzada por Reagan, estaba arruinando a la Unión Soviética. El costo de mantener la paridad atómica era inmenso debido al nuevo sistema que pretendía disparar cohetes desde el espacio cósmico. La esfera en que se situaba el gasto militar paralizaba cualquier intento de reforma económica que pudiera intentar el régimen recién instaurado.
Breznev había gobernado durante dieciocho años en un estancamiento que encaminó al país a su declinación. Los índices de crecimiento se contrajeron progresivamente, los bienes de consumo fueron más escasos y la economía fue engullida por la producción de armamentos para sostener la rivalidad bélica con Estados Unidos. La ineficiencia, la corrupción, el mercado negro y el descontento aumentaron como nunca antes. El Partido perdió su capacidad de movilización de las masas. Se produjo una especie de segunda revolución industrial, la revolución informática, y la URSS no ajustó su paso a los nuevos tiempos y se fue quedando rezagada.
La elección de Gorbashov era la señal esperada para conducir a la nación soviética hacia una nueva modernización. El socialismo solo podía satisfacer las necesidades materiales y espirituales del hombre mediante un sistema de administración dinámico y ágil con el cual no se contaba. Se desató el nacionalismo recalcitrante. Las repúblicas periféricas habían constituido solamente una joya ornamental de la corona rusa y nunca formaron una parte sólida de un cuerpo único.
Hablé con Gorbachov en varias ocasiones, en su despacho en el Kremlin, en una reunión de intelectuales; a bordo de un yate en Asia menor, cuando ya había perdido el poder. La personalidad de Gorbachov era carismática, poseía una transparente sencillez y mostraba firmeza. Estaba convencido que no sería posible emprender las necesarias reformas intestinas en la Unión Soviética si no lograba verse libre de conflictos en política exterior y obtener, a la vez, las simpatías de Occidente hacia sus transformaciones. Ese fue su principal error: supeditar la reforma a la complacencia capitalista. El cordero no puede contar nunca con la benevolencia del león.