Como explicó John Bellamy Foster en «La ecología de la destrucción» (Monthly Review, febrero de 2007), Marx exploró las contradicciones ecológicas de la sociedad capitalista cuando se revelaron en el siglo diecinueve con la ayuda de los dos conceptos de brecha metabólica y restauración metabólica. La brecha metabólica describe cómo la lógica de la acumulación […]
Como explicó John Bellamy Foster en «La ecología de la destrucción» (Monthly Review, febrero de 2007), Marx exploró las contradicciones ecológicas de la sociedad capitalista cuando se revelaron en el siglo diecinueve con la ayuda de los dos conceptos de brecha metabólica y restauración metabólica. La brecha metabólica describe cómo la lógica de la acumulación rompe los procesos básicos de reproducción natural conduciendo al deterioro de la sostenibilidad ecológica. Es más, «al destruir las circunstancias que rodean ese metabolismo», seguía argumentando Marx, «esta (producción capitalista) compele su restauración sistemática como ley reguladora de reproducción social» -una restauración, sin embargo, que solo puede ser plenamente alcanzada fuera de las relaciones capitalistas de producción (1). El desarrollo reciente de la agroecología cubana ofrece ejemplos concretos de cómo puede cerrarse la brecha, no simplemente con técnicas distintas, sino con una transformación de las relaciones metabólicas de producción de comida. Numerosos expertos han descrito los logros científicos de la agricultura orgánica cubana. Sin embargo, el éxito de la agricultura orgánica cubana y su potencial para influir en otros países de Latinoamérica y el Caribe debe ser entendido no solo como la aplicación de una nueva tecnología agrícola, sino más bien como un ejemplo de transformación de la sociedad en su conjunto. Como apunta Richard Levins, «Para comprender el desarrollo agrícola cubano antes es necesario verlo de cerca en todo su detalle…Entonces hay que retroceder y entornar la vista para captar la verdaderamente nueva vía de desarrollo como un todo en la que Cuba es pionera» (2).
La tierra es un tesoro, el trabajo es la llave
El concepto de Marx de metabolismo se basa en su conocimiento del proceso de trabajo. El trabajo es un proceso por el que los humanos median, regulan y controlan el intercambio material entre ellos mismos y la naturaleza. El campo, la tierra (y los ciclos ecológicos que la definen), y el trabajo, que es la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, constituyen las dos fuentes originales de toda riqueza. Durante un viaje a Cuba con un grupo de investigadores agrícolas a finales del año pasado vi un coche de caballos transportando productos orgánicos de un huerto urbano hacia las viviendas cercanas. Encontré una frase pintada en la pared de una nave-almacén: «La tierra es un tesoro y el trabajo es su llave». Ser testigo de cómo una granja manejada como cooperativa cultiva y distribuye productos orgánicos para su comunidad te da una representación visual del concepto de Marx de metabolismo. La tierra, al proveernos de las materias primas esenciales, es considerada un «tesoro», que no debe ser explotado para obtener un beneficio a corto plazo, sino más bien aprovechado a través de la aplicación racional y planificada de los principios ecológicos de la agricultura (agroecología). Y el trabajo, como encarnación física de una «llave», puede acceder a las ricas propiedades de la tierra para proveer una saludable alimentación de subsistencia, distribuida equitativamente a la comunidad local.
Marx maneja dos significados para el término metabolismo. Uno referido a los procesos regulatorios que gobiernan los complejos intercambios entre los humanos y la naturaleza, en referencia específica a los ciclos nutricionales. El segundo comprende un sentido social más amplio que describe las normas institucionales que gobiernan la división del trabajo y el reparto de riqueza. El análisis de la brecha metabólica apunta en ambos sentidos. En el sentido ecológico, Marx hace notar que la agricultura capitalista deja de ser «autoabastecible» en la medida en que no puede «encontrar las condiciones naturales de su propia producción en sí misma» (3). Al contrario, los nutrientes deben adquirirse a través del comercio a gran distancia y de diferentes industrias ajenas a la esfera agrícola. Esto crea una brecha en los ciclos naturales de fertilidad del suelo y acumulación de residuos.
En el sentido más amplio, de metabolismo social, se crea una brecha entre la humanidad y el mundo natural debido a la relación de salario entre trabajo y capital. La propiedad privada de los recursos de la tierra, la división entre trabajo manual e intelectual y la grieta del antagonismo entre el campo y la ciudad muestran la brecha metabólica a nivel social. En el capitalismo esta brecha se manifiesta de muchas maneras, como es la primacía de la especulación corporativista en el estado real, la pérdida de autonomía de los agricultores de subsistencia frente al conocimiento de los técnicos «expertos», y la transición demográfica de las granjas rurales hacia los centros urbanos.
Este es trabajo bonito
En Cuba tuve la suerte de hablar con muchos de los agricultores que trabajaban en los organicopónicos. Me frustraba el que mi rudimentario castellano no me permitiese conversaciones muy sofisticadas, pero fui capaz de formular una pregunta básica. «¿Le gusta este trabajo?», le pregunté a un agricultor que me había estado enseñando las parcelas. Sin dudarlo, me respondió cálidamente, «Este es trabajo bonito». Durante otras visitas a lo largo de cuatro provincias, comprendí cómo la producción de comida cumple una función práctica en Cuba; proveer de calorías nutritivas sin el uso de productos del petróleo, un ingrediente esencial en la mayoría de los agronegocios de producción de alimentos.
El modelo agrícola cubano reconecta el ciclo natural de nutrientes, y coordina el trabajo humano en el campo con el trabajo productivo de las ciudades. La transformación de las relaciones socio-metabólicas permite a la biodiversidad actuar como fuente de producción de alimentos, como sucede al facilitar un hábitat a los insectos beneficiosos, en vez de considerarlos un desafío al que vencer. Nuevos modelos de propiedad y de distribución permiten la toma de decisiones participativas en todos los niveles de cultivo, cosecha y consumo. Se introduce una nueva relación de trabajo, en la que los agricultores autóctonos interactúan con agrónomos cualificados para adaptar mejor la cosecha al medio, clima y geografía naturales. Y ante la pregunta de los escépticos de si esto «solo puede darse en la Cuba de Castro», los agricultores describen las recientes experiencias de viajes a otros países de Latinoamérica y el Caribe para diseminar este nuevo modelo de producción de alimentos.
Al reestablecer las relaciones espaciales de los ciclos nutricionales, la agricultura cubana ha sido alabada por su aplicación de la ciencia racional al desarrollo de la agricultura orgánica (4). Se han recibido felicitaciones de organizaciones internacionales como las que votaron para otorgar al Grupo de Agricultura Orgánica cubano el Premio Nobel Alternativo por su «desarrollo de métodos agrícolas orgánicos». El éxito reside en parte en el descubrimiento de nuevos métodos, pero también en transmitir la nueva información para su implementación local. Los 280 exitosos Centros de Reproducción de Entomófagos y Entomopatógenos (CREEs) son un testimonio del potencial de organización racional de un programa nacional para el control biológico de plagas mediante la producción de organismos que atacan a las plagas de insectos de las cosechas (5). La investigación patrocinada por el estado, que desarrolla pesticidas y biofertilizantes naturales, es crucial para crear una alternativa a la agricultura convencional, sin embargo, no es el punto de apoyo sobre el que pivota la restauración metabólica. Para entender la curación de la brecha metabólica en relación a los procesos ecológicos, se debe antes comprender la reorganización espacial del ciclo nutricional.
La comprensión ecológica de la brecha metabólica es una premisa en las relaciones espaciales entre los procesos que regulan el ciclo nutricional. La separación de las personas y la tierra (migración campo-ciudad) crea una brecha en el metabolismo de las relaciones naturaleza-sociedad dado que los nutrientes deben transportarse desde las granjas y zonas productoras de cultivos en que son originados, y se acumulan productos de desecho en los lejanos centros de población. Para reponer la bioestructura del suelo sobreexplotado, los agricultores del capitalismo deben obtener nutrientes apropiándose de ellos (véase el comercio histórico del guano) o produciéndolos artificialmente (véase el nitrógeno sintético contemporáneo) y aplicarlos continuamente a los campos de cultivo. Este sistema de producción de alimentos rompe el proceso natural del ciclo de nutrientes e introduce nuevas contradicciones ecológicas asociadas a las necesidades energéticas que acarrea el comercio a larga distancia de fertilizantes, a la vez que los nutrientes se acumulan en las aguas residuales de las ciudades. De manera similar la separación de los animales agrícolas de las cosechas que producen sus alimentos crea una brecha metabólica al interrumpir el intercambio material entre cereales forrajeros/animales de labor, y entre estiércol animal/cereales forrajeros. Como advierten Foster y Magdoff, «Esta ruptura de la conexión física en la producción de alimentos entre los animales y la tierra ha agravado el agotamiento de nutrientes y materia orgánica en los terrenos productivos» (6). La consecuencia de ello es un incremento en las necesidades de fertilizantes para producir el grano que cubra la creciente demanda de una cabaña ganadera concentrada. La separación de humanos, ganado y cultivos interrumpe el regreso de los nutrientes a la tierra. La agricultura cubana ha trabajado durante los últimos trece años en reestablecer las relaciones de espacio entre los ciclos de nutrientes y en los intercambios materiales. Una clave básica en la agroecología cubana es la «optimización de los recursos locales y la acentuación de la sinergia en la propia granja a través de las combinaciones planta-animal» (7). La mejora en la integración espacial de plantas, animales y humanos puede reducir las necesidades del comercio a grandes distancias y restituir la fertilidad del suelo a través de fuentes cercanas de nutrientes. Las circunstancias socioeconómicas locales y las necesidades biofísicas dictan la elección de los posibles ciclos de nutrientes. Durante mi visita a las granjas de Cuba fui testigo de cómo las prácticas de cultivo pueden hacer sostenibles los ciclos de nutrientes desde las fuentes locales a través de su propio sinergismo. Las fuentes locales son usadas para mejorar los ciclos de nutrientes, con métodos para la integración in situ. Cada uno de estos métodos contempla los fundamentos de las relaciones espaciales del ciclo de nutrientes y la asimilación de los desperdicios en la producción de alimentos.
Lombrices, vacas y caña de azúcar
El factor básico requerido por todos los agricultores para la producción exitosa de alimentos es la riqueza de nutrientes del suelo. Antes del Periodo Especial, Cuba dependía de fertilizantes sintéticos importados para mantener la productividad agrícola. Hoy, los sistemas organizados que unifican trabajo humano, productos animales y de cosecha, y la descomposición natural aportan los nutrientes esenciales para la producción sostenible de alimentos. El camino que conduce a la restitución de la fertilidad y buena salud del suelo no necesita del comercio a gran distancia o aportes intensivos de energía, antes bien, reside en la eficacia de las funciones de la biodiversidad y la ecología.
Durante una visita a una cooperativa en el este de la Habana, un agricultor se agachó ante una de las muchas hileras rectangulares de hormigón que servían de vivienda a las colonias de lombriz roja californiana. Hundió la palma de su mano en la capa superficial de rica tierra negra del suelo para enseñar una muestra de las 10.000-50.000 lombrices que habitaban ese metro cuadrado concreto de biomasa. A una escala de producción comercial, las lombrices pueden producir entre 2.500 y 3.500 metros cúbicos de humus a partir de 9.000 metros de materia orgánica (8). La vermicultura, el método de utilizar revestimientos de lombrices como fertilizante para el suelo, se lleva a cabo en la granja, para que los trabajadores puedan hacer un seguimiento diario de la temperatura y humedad del hábitat de las lombrices, y aplicar el suplemento rico en nutrientes a los cultivos en el momento adecuado. La vermicultura en sí no es una técnica revolucionaria, sin embargo en Cuba representa el estadio final de un proceso integral que reorganiza el uso de productos locales para cultivar alimentos.
El granjero explicó cómo las lombrices pueden producir humus más deprisa a partir de residuos animales que de residuos vegetales, por lo que acostumbra a traer estiércol de vaca de una granja cercana. El estiércol de vaca es por sí mismo un producto local del reciclaje de nutrientes, si consideramos que los alimentos utilizados para criar a las vacas son el producto de las cosechas locales. Aunque los centros de investigación cubanos se dieron cuenta hace décadas de que el ganado podía ser criado con plantas forrajeras, legumbres y restos de cosechas, la prevalencia y accesibilidad del pienso importado de los países soviéticos hicieron pasar por alto los beneficios antes del Periodo Especial. Un cambio en las condiciones materiales de disponibilidad de alimentos, permitió sin embargo un examen detallado de las fuentes más sostenibles de recursos locales. Los investigadores cubanos aprendieron que los subproductos de los campos de caña aportaban un enriquecimiento biológico a la dieta del ganado (9). Los subproductos de la cosecha de caña de azúcar incluyen melazas, así como restos de la caña fresca, como las puntas de los tallos. La caña de azúcar como pienso para el ganado ofrece soluciones alternativas tanto para la energía metabolizable como para la provisión de proteínas. Como aseveran dos investigadores de la agroecología cubana: «Las experiencias de varios países a lo largo de los últimos 15 años han demostrado una ventaja económica en el uso de caña de azúcar para la alimentación de ganado tanto en producción de carne como de leche. Estos sistemas son de especial relevancia en los países tropicales durante la estación seca, que es la mejor época para la cosecha de caña, y a la vez la más crítica en cuanto a disponibilidad de pasto y forraje» (10). 0 Como confirmaba el granjero, esta cascada de nutrientes desde los campos de caña hasta los comederos de ganado, desde el estiércol de vaca hasta las cubas de lombrices, desde las cubiertas de lombrices hasta las parcelas de cultivo orgánico, me hicieron ver cómo los nutrientes de esta provincia de Cuba estaban conectados a través de la acción metabólica de plantas y animales. Este particular flujo de nutrientes (caña de azúcar, vaca, lombriz, cultivo) llevado a cabo en las granjas orgánicas locales no es la norma en toda Cuba, porque otras regiones tienen otros recursos disponibles que sustituyen a estos. Por ejemplo, en Matanzas -la principal provincia productora de cítricos en el centro de Cuba- las mondas de naranja son fermentadas para servir como alimento del ganado (11). Sustituir los recursos locales en función de su disponibilidad minimiza el gasto energético en transporte y constituye un uso ecológicamente eficaz de nutrientes cercanos, alterando las relaciones espaciales de los sistemas convencionales de fertilización y vertido de residuos.
Otro pasto es posible
Mientras conducíamos por la carretera hacia la Estación Experimental Indio Hatuey vi un paisaje boscoso y vallado a ambos lados de la carretera. Mi ingenua suposición de que se trataba de algún tipo de plantación de fibra de madera refleja el estrecho margen de posibilidades en que he sido adiestrada en cuanto a bosques y pastos. La producción especializada de un paisaje en particular es el modelo clásico de la agricultura intensiva, y constituye un estándar en el que las interacciones metabólicas entre especies son intencionada e intensivamente impedidas. El artístico símbolo a la entrada de la Estación Experimental de Pasto y Forraje, mostrando ganado pastando entre árboles y hierba alta, en el interior de una probeta, fue mi primera presentación de los sistemas silvopastorales sostenibles.
«Bienvenida, en nombre de los trabajadores» dijo Mildrey Soca Pérez, director de investigación en la estación. La presentación comenzó con una descripción de los objetivos interdisciplinarios y holísticos de esta estación experimental, seguida de una exposición de la eficiencia ecológica asociada a la integración animales-cultivo. Antes del Periodo Especial, Cuba dependía de un modelo de producción intensiva del pastoreo de ganado para asegurar la leche y las proteínas de la población. El Periodo Especial disparó la búsqueda de formas alternativas de producción animal usando recursos locales. Se recopiló el conocimiento de pequeños granjeros que habían conservado los sistemas mixtos tradicionales de uso de la tierra. La reorganización espacial de crecimiento de cultivos y producción de animales rindió beneficios mutuos en la fertilización de los nutrientes y la asimilación de desperdicios. En un aparte, los investigadores cubanos del Instituto de Pasto y Forraje reconocen que «la separación de cultivos y producción animal que tuvo lugar fue un desperdicio de energía y nutrientes» (12). A medida que aparecían las vacas de entre los árboles del bosque y el investigador describía las transferencias energéticas entre vacas, hojas de árboles y hierbas, empecé a ver las maneras en que esta integración era otro ejemplo concreto de restauración de la brecha que había surgido entre los elementos constitutivos de nuestros sistemas de producción de alimentos.
La granja Indio Hatuey cría ganado en campos sembrados con el árbol Leucaena leucocephala. Las vacas comen las hojas y ramas de este árbol bajo y de fuertes ramas, y los trabajadores podan con regularidad estos árboles para que las ramas sean accesibles al ganado. Las vacas pastan también en la hierba que crece entre los árboles. Los Leucaena fijan el nitrógeno enriqueciendo así el suelo y alimentando a las hierbas.
Aparte de esto, el estiércol de vaca ayuda a incrementar la fertilidad del suelo para los árboles y las plantas. La utilización de compuestos orgánicos en los sistemas especializados de monocultivo y/o en unidades de producción a gran escala conlleva altos costes de aplicación y de transporte, y necesidades específicas de trabajo y equipamiento. Los investigadores cubanos han descubierto, sin embargo, que «cuando el sistema se mantiene a menor escala, y aumenta el grado de integración, es mucho más sencillo utilizar estas técnicas, y de hecho se convierte en una necesidad funcional del sistema, a la vez que garantiza el reciclaje de nutrientes» (13). Los leucaena dan sombra a las vacas, reduciendo su estrés por calor e incrementando la productividad. Para asegurar una buena fotosíntesis a las hierbas, los árboles se siembran en hileras de este a oeste, maximizando la cantidad de luz que llega al suelo. Las raíces de los árboles previenen la erosión al mantener la integridad de la estructura del terreno, y se presta una atención especial a la proporción entre vacas y árboles para asegurar que no haya una compactación del suelo. Los investigadores de la estación Indio Hatuey encontraron que este sistema de pastoreo se traducía en 3000-5000 litros de leche por hectárea y año, con un incremento de la calidad en términos de contenido en grasas y proteínas. Además, los métodos silvopastorales redujeron las fluctuaciones de producción de leche entre las estaciones secas y húmedas e incrementaron los índices de reproducción de las vacas.
Los métodos silvopastorales no solo afectan al pasto de las vacas y a la producción láctea ya que estos tipos de sistema integrado se están analizando para ovejas, cabras, cerdos y conejos. La estación Indio Hatuey también maneja investigaciones acerca de caballos y huertos de naranjas. Los caballos limpian de hierbas el suelo de los huertos, reduciendo la necesidad de herbicidas, y aportando abono para mantener la fertilidad del mismo. Desde un punto de vista económico, el sistema integral naranjas/caballos produjo un aprovechamiento 388 pesos cubanos por hectárea y año mayor que el monocultivo de naranjas sin animales (14). En cada uno de estos casos, las relaciones espaciales de producción de alimentos son investigados y arreglados para optimizar los ciclos de nutrientes y adaptar el sistema de producción a las características biogeoquímicas del paisaje.
La experiencia de producción integrada de animales en las granjas está demostrando su potencial y viabilidad de conversión a sistemas de cultivo/animales. Esta transformación tiene implicaciones que no acaban en la esfera tecnológico-productiva. Al contrario, estos cambios influyen directa o indirectamente en las condiciones económicas, sociales y culturales de las familias pequeño-ganaderas reforzando su capacidad de autoabastecimiento a través de la producción local. Los investigadores y granjeros cubanos que explicaron los procesos de los ciclos locales me ayudaron a ver las muchas manos de trabajadores que permiten que este proceso continúe. Nuevas relaciones de trabajo, nuevas estructuras de toma de decisiones y nuevos patrones de distribución de tierras y alimentos no solo permiten a los cubanos subsistir con alimentos más saludables de un modo ecológicamente sostenible. Estos cambios estructurales han alterado fundamentalmente el metabolismo de la sociedad.
Al reestablecer las relaciones laborales de los sistemas de producción de alimentos como se ha apuntado, Marx utilizó el concepto de regulación metabólica en un sentido social y más amplio, para «describir el complejo, dinámico e interdependiente conjunto de necesidades y relaciones sacado a la luz y constantemente reproducido en su forma alienada bajo el capitalismo» (15). Las necesidades y relaciones del metabolismo social son reguladas por las normas institucionales entre trabajo y distribución de riqueza. La limitación de la libertad humana causada por la brecha social metabólica dio a Marx una forma concreta para expresar la noción de alienación de la naturaleza. Este segundo sentido del metabolismo va más allá de las leyes físicas de intercambios de nutrientes y redirecciona la transformación de las relaciones laborales y tenencia de la propiedad que deben acompañar a los cambios ecológicos para que sean sostenibles a largo plazo.
La agricultura convencional en Cuba, dependiente de los combustibles fósiles y de la mecanización, surgió de grandes granjas de propiedad del estado que controlaban el 63 por ciento de la tierra arable. A finales de los 80, las plantaciones estatales de azúcar cubrían el triple de tierras cultivables que los cultivos alimenticios, lo que hacía necesario que Cuba importara el 60 por ciento de su comida, toda ella del bloque soviético. La severa crisis alimentaria resultante del colapso de la Unión Soviética y del riguroso bloqueo económico de Estados Unidos supuso un peaje físico para el pueblo cubano, haciendo que el cubano medio perdiera veinte libras [de peso] y la subnutrición saltara de menos del 5 por ciento a más del 20 por ciento durante los 90 (16). Las reformas agrarias, que transformaron la propiedad de la tierra y la distribución de excedentes, fueron la clave para la recuperación de la crisis alimentaria.
En septiembre de 1993, el gobierno cubano reestructuró las granjas estatales como cooperativas de propiedad y gestión de los trabajadores. Los nuevos programas transformaron el 42,3 por ciento de la tierra cultivable del estado en 2007 nuevas cooperativas, con un total de 122.000 miembros (17). La cooperativa tiene la propiedad de los cultivos, y sus miembros son compensados en función de su productividad en lugar de tener un salario contratado. Además de ser pagados en dinero, los productores asociados acceden a dar comida a los trabajadores y personal que cuida de las instalaciones por cultivar y cosechar las provisiones familiares. Este cambio en la propiedad de la tierra no solo ha permitido una mejor aplicación de los métodos agrícolas orgánicos; ha reconectado al trabajador con el campo. Esta reconexión se traduce, como se desprende de la descripción de los trabajadores de la granja, tanto en «trabajo bonito» como geográficamente. El diseño de los sistemas agrícolas en Cuba está teniendo en cuenta la necesidad de mantener la población agrícola y la inversión de las migraciones campo-ciudad. Los agrónomos cubanos del Instituto Cubano de Investigación de Pasto y Forraje entienden que esto solo puede ser alcanzado reconsiderando las estructuras de producción e invirtiendo en el desarrollo de las áreas rurales, dando a la agricultura una mayor base económica y social (18). Además de las granjas de propiedad en cooperativa, el gobierno cubano ha convertido unas 170.000 hectáreas de tierra en granjas particulares. Esto refleja la visión de Marx de que «una agricultura racional necesita, o de pequeños agricultores que trabajen para sí mismos, o bien del control de productores asociados» (19). El gobierno conserva la titularidad de la tierra, sin embargo los agricultores reciben sus rentas de manera indefinida, así como equipamiento subvencionado. Muchas familias cubanas ven ahora la agricultura como una oportunidad y han abandonado la ciudad para convertirse en granjeros. La Asociación Nacional de Pequeños Productores afirma que el número de miembros ha aumentado en 35.000 desde el 2000. Los nuevos granjeros suelen ser adultos con familias jóvenes (muchos con educación superior), prejubilados, o trabajadores con experiencia en el campo (20). La expansión de las oportunidades laborales en la agricultura rural es solo una de las facetas del sistema de producción de alimentos en Cuba. El énfasis puesto en la horticultura orgánica urbana trasciende la división ciudad/campo usando una estrategia distinta: introducir sistemas de producción alimenticia en los espacios abandonados de las ciudades. Las literas de producción organicopónica ofrecen productos orgánicos a los barrios adyacentes desde lo que una vez fueron vertederos de basura, aparcamientos y viviendas derruidas. Hoy día los huertos urbanos producen el 60 por ciento de los vegetales que consumen los cubanos.
El movimiento de agricultura urbana comenzó informalmente a partir de la necesidad de los habitantes de las ciudades de cubrir sus necesidades básicas de alimentos. El gobierno cubano reconoció el potencial de la agricultura urbana y creó el Departamento de Agricultura Urbana para alentar el movimiento. El estado formalizó las demandas de los cultivadores sobre las parcelas baldías y legalizó el derecho a vender su producción. Cualquier residente urbano puede optar a un tercio de acre de tierra vacía, siempre que respeten las normas de los métodos de cultivo orgánico. En total, 322.000 cubanos están involucrados en este proyecto. El Departamento de Agricultura Urbana ha apoyado y promocionado esta poniendo en funcionamiento servicios vecinales de extensión de la agricultura donde los cultivadores pueden traer su producción para recibir asistencia técnica acerca de diagnosis de plagas y enfermedades, análisis de suelo, etc (21). El traspaso del conocimiento técnico agrícola de los agrónomos a los productores de alimentos representa una parte de la ecuación para el éxito de una agricultura sostenible. El modelo cubano de agricultura comprende que la división artificial entre trabajo manual y trabajo intelectual limita las posibilidades de los sistemas de producción de alimentos. Los logros de la democracia participativa en la toma de decisiones en la agricultura han sido incorporados al nuevo modelo de granjas, lo cual ha sido posible gracias a los nuevos patrones de propiedad. Por ejemplo, las cooperativas más pequeñas cuentan con la asistencia de los Consejos Populares, localizados en las quince provincias de Cuba (22). Los Consejos Populares están integrados por productores locales de alimentos y técnicos que trabajan juntos para aconsejar a los agricultores de la zona acerca de las prácticas más adecuadas para esa área. Los agrónomos cualificados trabajan con los agricultores en localidades específicas para determinar las técnicas más apropiadas.
El conocimiento de los granjeros se incorpora también a las conferencias agrícolas y eventos académicos. Fernando Macaya, director de la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas Forestales (ACTAF), habló de un Encuentro Provincial de Agricultores Urbanos al que asistió en noviembre de 2006. De las 105 ponencias, 53 fueron presentadas por productores de alimentos, 34 por técnicos investigadores y 12 por profesores académicos; 61 de las asistentes eran mujeres. La combinación de conocimientos prácticos y datos experimentales conduce a una aplicación racional de la ciencia, accesible por igual a todos los miembros de la sociedad. Las generaciones más jóvenes son animadas a participar en clubes agrícolas escolares, y los profesores tienen instrucciones de promover la ecología en sus clases. El proyecto más reciente de la ACTAF trajo espectáculos de mascotas a las escuelas primarias, y explicaba cómo cultivar y usar diversas hierbas medicinales (23). Tender puentes en la división artificial entre trabajo manual y trabajo intelectual es posible en la nueva relación interlaboral. La brecha en el metabolismo social puede ser vencida tanto fundiendo los límites ciudad/campo (cambiando la propiedad de las tierras), como intersectando los roles de trabajos mental y manual (cambiando la división del trabajo). Estas dos acciones implican la transformación de la producción de alimentos. Pero hay otro factor relevante en el metabolismo social de la agricultura: la distribución de la «riqueza» de la cosecha. Un tema clave e la agricultura sostenible de Cuba es la diversificación de los canales de distribución de alimentos. En vez de permitir a una autoridad central el control de toda la distribución de alimentos, el proceso e distribución es lo suficientemente flexible como para adaptarse a las variantes necesidades de la población. Para ayudar a la gente en los persistentes problemas de disponibilidad de alimentos, se distribuyen unas cartillas de racionamiento que garantiza a cada cubano una cantidad mínima de comida. Las dietas de niños, mujeres embarazadas y de los más mayores son cuidadosamente controladas, y se ofrecen precios intencionadamente bajos en escuelas y lugares de trabajo, y comidas gratis en los hospitales. Los mercados de barrio venden la producción de los organicopónicos muy por debajo de los mayores mercados comunitarios, aportando verduras frescas a aquellos que no pueden pagar los precios más altos. A principios de 2000, había 505 puntos de venta en las ciudades de Cuba, con precios un 50-70 por ciento por debajo de los mercados agrícolas (24). Los mercados agrícolas privados se abrieron en 1994 para incrementar la producción de excedentes y diversificar la producción. Estos mercados suponen una manera diferente de producción de bienes una vez que se han cubierto las necesidades básicas de la población. Aunque los mercados agrícolas privados operan bajo los principios de la oferta y la demanda, existe un control del gobierno para impedir la especulación.
Se presta atención a la localización de grupos con bajos ingresos, y se crean programas de asistencia social para garantizar su acceso a los alimentos. Marcos Nieto, del Ministerio Cubano de Agricultura, describe cómo «la planificación tiene en cuenta los patrones de distribución de habitantes, acordándose especialmente de las zonas con mayor densidad de población, o accesos difíciles, o suelos pobres, etc» (25).
¿Agricultura soberana en Latinoamérica?
La brecha en el metabolismo social de la producción de comida bajo el capitalismo se ve agravada por la propiedad privada de la tierra, la estricta división entre trabajo manual e intelectual, y una distribución injusta de los frutos del trabajo. El modelo cubano de agricultura va sistemáticamente más allá de estas condiciones alienantes, reconectando los agricultores a la tierra a través de la producción cooperativa, la toma participativa de decisiones y la distribución diversificada. ¿Puede esta visión de la sostenibilidad ecológica y social extenderse más allá de la isla de Cuba?
Los agricultores cubanos están viajando a otros países de Latinoamérica y el Caribe para ayudar a los granjeros a implantar formas similares de sistemas de producción de alimentos. Efectivamente, la exportación que más crece en Cuba actualmente es la de ideas. Cuba recibe las visitas de muchos granjeros y técnicos agrícolas de toda América y de otros lugares. Los agrónomos cubanos están enseñando métodos de cultivo agroecológico a los agricultores de Haití, así como asistiendo a Venezuela en su incipiente movimiento de agricultura urbana.
No son solo agricultores cubanos quienes están diseminando estas ideas. Movimientos campesinos de toda Latinoamérica están volviendo a las prácticas agrícolas tradicionales y exigiendo una redistribución de las tierras que garantice la producción de alimentos de subsistencia. La Escuela Latinoamericana de Agroecología se creó en 2005 en Paraná, Brasil. Fundada en colaboración por dos movimientos campesinos, el Movimento dos Trabalhadores sem Terra (MST) y Via Campesina, esta escuela se centra en llevar los principios de la agroecología a las comunidades rurales de toda Latinoamérica. Según el coordinador del MST, Robert Baggio, la escuela construirá una nueva casa matriz basada en la agroecología. Esta nueva matriz, explica, se orientará a la producción a pequeña escala y al mercado doméstico, respetando el medio y contribuyendo a la construcción de una agricultura soberana (http://www.landaction.org). En esta diseminación de la restauración metabólica, tenemos un vislumbre de la visión de Marx de una sociedad futura de productores asociados. En el volumen 3 de El Capital, Marx escribió: «La libertad en esta esfera puede consistir solo en esto, que el hombre socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de una manera racional, sometiéndolo a su propio control colectivo en lugar de ser dominados por él como una fuerza ciega; acompañando esto del mínimo gasto energético y en condiciones más válidas y adecuadas a su naturaleza humana» (26). Las barreras psicológicas que a menudo impiden que esta visión parezca posible se basan en un punto de vista miope, el del negocio agrícola convencional: donde las vacas no pastan en el bosque y los cultivos no crecen de las lombrices; donde los agricultores no hacen ciencia y los trabajadores no comen de sus propias cosechas; y donde la brecha metabólica en los sistemas ecológicos y sociales se ve agrandada por la siempre creciente búsqueda de la acumulación de beneficios. La agricultura de Cuba nos muestra que la posibilidad de la restauración metabólica es real, y que puede suceder ahora. El avance de estas ideas a lo largo de Latinoamérica nos concede una esperanza de futuras transformaciones.
* Rebecca Clauson está estudiando sociología medioambiental en la Universidad de Oregón. Viajó a Cuba como participante con la Delegación para la Investigación de la Agricultura Sostenible patrocinada por Intercambio Global.
Traducido por Manuel Gancedo
——————Notas:
1. Karl Marx, El Capital, vol. 1 (New York: Edición, 1976), 637-38.
2. Richard Levins, » The Unique Pathway of Cuban Development «, edición de Fernando Funes, Sustainable Agriculture and Resistance (Oakland, CA: Food First Books, 2002), 280.
3. Karl Marx. Grundrisse (New York: Edición, 1973), 527.
4. Ver Peter Rosset, «Cuba: A Successful Case Study of Sustainable Agriculture», edición de Fred Magdoff, John Bellamy Foster, y Frederick Buttel, Hungry for Profit (New York: Monthly Review Press, 2000); y Sinan Koont, «Food Security in Cuba,» Monthly Review 55, no. 8 (Enero, 2004): 11-20.
5. Funes, et. al, eds., Sustainable Agriculture.
6. John Bellamy Foster y Fred Magdoff, «Liebig, Marx, and the Depletion of Soil Fertility,» edición de Magdoff, Foster, and Buttel, eds., Hungry for Profit, 53.
7. Miguel Altieri, «The Principles and Strategies of Agroecology in Cuba,» editado por Funes, et al., eds., Sustainable Agriculture, xiii.
8. Eolia Treto, et. al., «Advances in Organic Soil Management,» in Funes, et al., eds., Sustainable Agriculture, 164-89.
9. Marta Monzote, Eulogia Munoz, y Fernance Funez-Monzote, «The Integration of Crop and Livestock,» edición de Funes, et al., eds., Sustainable Agriculture, 190-211.
10. Rafael Suarez Rivacoba y Rafael B. Morin, «Sugarcane and Sustainability in Cuba,» edición de Funes, et al., eds., Sustainable Agriculture, 255.
11. Mildrey Soca Perez, personal communication, December 1, 2006.
12. Monzote, et. al., «The Integration of Crop and Livestock,» 190.
13. Monzote, et. al., «The Integration of Crop and Livestock,» 205.
14. Monzote, et. al., «The Integration of Crop and Livestock,» 200.
15. John Bellamy Foster, Marx’s Ecology (New York: Monthly Review Press, 2000), 158.
16. Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP), The United Nations Environment Programme (UNEP), Banco Mundial, y World Resources Institute, World Resources 2000-2001-People and Ecosystems: The Fraying Web of Life (UNDP, 2000).
17. Dale Allen Pfeiffer, Eating Fossil Fuels (Gabriola Island, British Columbia: New Society Publishers, 2006), 59.
18. Monzote, et al., «The Integration of Crop and Livestock,» 207.
19. Karl Marx, El Capital, vol. 3 (New York: Vintage, 1981), 216.
20. Pfeiffer, Eating Fossil Fuels, 60.
21. Pfeiffer, Eating Fossil Fuels, 61.
22. Juan Leon, comunicación personal, 27 de noviembre de 2006.
23. Fernando Macaya, comunicación personal, 27 de noviembre de 2006.
24. Pfeiffer, Eating Fossil Fuels, 61.
25. Marcos Nieto y Ricardo Delgada, «Cuban Agriculture and Food Security,» edición de Funes, et al., eds., Sustainable Agriculture.
26. Marx, El Capital, vol. 3, 959.