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«Darth» Bush y el imperio confundido

Fuentes: Rebelión

Mientras seguía con interés cómo se producía el recuento electoral en Venezuela desde mi ordenador portátil, me imaginaba a George Bush haciendo lo mismo en el despacho oval, mirando a la puerta este -la que da al jardín- y preguntándose qué estaba pasando en el mundo para que todo fuera tan diferente a sus planes. […]

Mientras seguía con interés cómo se producía el recuento electoral en Venezuela desde mi ordenador portátil, me imaginaba a George Bush haciendo lo mismo en el despacho oval, mirando a la puerta este -la que da al jardín- y preguntándose qué estaba pasando en el mundo para que todo fuera tan diferente a sus planes. Él, que enseñaba con orgullo la pistola de Sadam Husein a los distinguidos visitantes, que fue capaz de levantar electoralmente la cabeza tras los sucesos de las torres gemelas… en menos de un mes había perdido la mayoría en las dos cámaras norteamericanas -incluso en el Senado, diseñada por los padres de la Constitución de 1787 como el recinto conservador amurallado donde difícilmente podrían entrar los cambios-, Ortega ganaba en Nicaragua, Correa en Ecuador y, ahora, Chávez. De nuevo Chávez, vuelta a empezar. Huele a azufre, debía recordar una y otra vez.

La misma falta de explicación del Presidente de los Estados Unidos se dejaba ver en otros medios afines a su visión del mundo. Globovision, por ejemplo, un canal de televisión manipulador como pocos, conocido en Venezuela por haber apoyado manifiestamente el golpe de Estado contra Hugo Chávez en abril de 2001, informaba la noche de la segunda vuelta electoral ecuatoriana en su portal web que «Rafael Noboa» ganaba el recuento. El lapsus del editor respondía claramente a una confusión entre sus deseos -que Álvaro Noboa diera una paliza al izquierdista Correa- y la realidad -que Rafael Correa aventajaba en más de quince puntos a su contrincante-. Un caso al borde de la esquizofrenia, que impide a la persona pensar claramente.

Lo cierto es que el imperio está confundido. No entienden muy bien qué está pasando en América Latina, y alguien debería pasar por Washington y explicárselo, sustituyendo en una conversación breve a las decenas de analistas que rellenan todos los días la agenda del decisor para el Presidente. Aunque limitada, su capacidad para comprender debería alcanzar el hecho de que, desde las elecciones bolivianas de diciembre de 2005, los procesos electorales, cual cazas que combatieron la Estrella de la muerte -los X-Wing y los Y-Wing- han ido ganando posiciones y buscando la liberación del patio trasero. Ha habido bajas, por supuesto. Aunque se luchó con dignidad, se perdió en Colombia y en Perú. El resto consiguió su objetivo.

Cuando las encuestas pronosticaban un 37% de apoyos, Evo Morales obtuvo más de 54 puntos, con más de veinticinco puntos de diferencia sobre Quiroga. Toda una victoria por knockout que era necesaria, pues recordemos que la segunda vuelta en Bolivia tiene lugar en el parlamento, donde los partidos políticos tradicionales entran en negociación y no necesariamente conceden la presidencia de la República a quien más votos ha obtenido, sino a quien cuenta con más apoyos parlamentarios. Ahora el gobierno del MAS tiene que batallar contra la reacción de aquellos que se niegan a renunciar a sus prebendas y a decidir en la constituyente de acuerdo con las mayorías democráticas aunque eso, como diría Goldman, es otra historia.

En el momento en que las encuestas están hechas con seriedad, automáticamente se denigran por quienes se niegan a aceptar la realidad. Una parte de la oposición venezolana -causalmente la misma que apoyó el golpe de Estado- se negaba a reconocer los pronósticos que otorgaban a Hugo Chávez más del 60% de los votos días antes de las elecciones. «Encuestas de petrochequera», anunciaba Marta Colomina -todo un personaje; el Jabba el Hutt en la Guerra de las Galaxias venezolana- en su programa estrella y en su columna en El Universal. 62,57 Chávez frente a 37,18 Rosales, más de veinticinco puntos de diferencia con una participación del 75% que ya quisieran para sí las democracias «consolidadas». En la historia electoral venezolana democrática ningún candidato ha conseguido un porcentaje similar. En efecto, los venezolanos se atrevieron -como rezaba el eslógan de Rosales- y votaron por el cambio en unas elecciones que todo el mundo ha reconocido como transparentes y legítimas. Quisiera saber cuál es la posición de aquellos que anunciaron fraude en los comicios anteriores, y que pidieron a sus seguidores que no reconocieran el resultado del referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004, lo que costó vidas aquella difícil mañana del 16 de agosto cuando la tensión en Caracas podía cortarse con un cuchillo.

Ese es el problema de los Vaders: que llega un momento en que no ven lo que está pasando y son incapaces de dar un paso al lado para dejar transcurrir los acontecimientos. Otros sí lo ven, como Alan García, Presidente del Perú por la gracia del fujimorismo y de la derecha del país. «No ofende quien quiere, sino quien puede» le dijo Chávez a García en plena campaña electoral peruana. «Quien gobernó como lo hizo este sujeto no puede hablar de ética», añadió el Presidente venezolano. A pesar de eso, García tenía en mente una sola idea mientras cruzaba los Andes rumbo a Cochabamba para acudir a la reunión de la Comunidad Suramericana de Naciones: dar la mano a Chávez, ofrecérsele, reconocer su señorío. Es lógico, Estados Unidos se ha negado a firmar el TLC con Perú -por fortuna para los peruanos, por cierto- y García, que sabe más por viejo que por diablo, reconoce quién va perdiendo y quién va ganando. Correa aún no ha tomado posesión en Ecuador y ya ha sido invitado por Perú con fastos alabanzas, como si formaran parte del mismo equipo, cuando uno es Jedi y el otro es Sith. Los medios de comunicación peruanos, vendidos al poder, que llamaron a Chávez «gorila» y a Correa «esbirro», ahora son felices de que García se retracte. Hace unos días, más de la mitad de los lectores del periódico Perú 21 estaban de acuerdo con que García hiciera las paces.

Mientras, Ollanta Humala se consolida como el líder de la oposición y futuro Presidente del país. Está reorganizando su maquinaria, el Partido Nacionalista Peruano, que en once meses de existencia es la segunda fuerza del país, ha conseguido la alcaldía del segundo municipio peruano en número de habitantes, una decena de alcaldías regionales y unas setenta provinciales. Ollanta Humala es del equipo, y Alan García lo sabe. Fuera de juego. Por no hablar de Colombia, donde el mismo fin de semana en que Venezuela celebraba sus elecciones el Polo Democrático concentraba en Bogotá a centenares de delegados de toda la geografía en un Congreso de Unidad sin precedentes en la izquierda colombiana. «Estamos en el umbral del poder», exclamaba sin exagerar Carlos Gaviria.

Como diría el maestro Yoda, la confusión parte de la desubicación, de no saber donde se está. En castizo, no hay más ciego que el que no quiere ver. Nadie está aún en posición de rendirse, porque el lado oscuro sigue presente, pero la guerra se va decantando. Los próximos años serán cruciales, y estaremos ojo avizor para ver su final. Mientras tanto, dejemos que las farmacias imperiales hagan su agosto en diciembre vendiendo pastillas contra la depresión.