Los gobernantes de las potencias occidentales conmemoraron ayer en la localidad normanda de Caen el desembarco aliado efectuado en esa región de Francia hace 60 años, acontecimiento que marcó la apertura de un frente occidental contra la Alemania nazi e hizo posible la liberación de los países atlánticos del continente europeo. La obligada amabilidad del […]
Los gobernantes de las potencias occidentales conmemoraron ayer en la localidad normanda de Caen el desembarco aliado efectuado en esa región de Francia hace 60 años, acontecimiento que marcó la apertura de un frente occidental contra la Alemania nazi e hizo posible la liberación de los países atlánticos del continente europeo. La obligada amabilidad del encuentro -al que concurrieron, como toque de color, el canciller alemán, Gerhard Shroeder, y el presidente ruso, Vladimir Putin- no disipó las diferencias de los festejantes sobre el futuro de Irak. La celebración común de una gesta histórica no bastó para unificar a Occidente ante el desastre creado en la nación árabe y en el mundo por los gobiernos de Washington y Londres. En efecto, si en Francia el presidente Jacques Chirac se sometía a las reglas de la cortesía diplomática para estrechar la mano de sus huéspedes George Bush y Tony Blair, en la sede de la ONU, en Nueva York, Estados Unidos, Inglaterra y Francia no están en el mismo bando. Respaldado por Alemania, China y Argelia -única nación árabe en el actual Consejo de Seguridad-, el gobierno de París demanda un margen real de soberanía para el régimen títere impuesto por los marines estadounidenses en Bagdad. El debate en dicho órgano de la ONU ha de darse, a partir de hoy, con el telón de fondo de una intensificación de las acciones de la resistencia nacional iraquí, tanto contra los ocupantes como sus colaboracionistas locales. Es paradójico, por cierto, que mientras Occidente celebra la liberación de Europa occidental del dominio nazi, Estados Unidos e Inglaterra mantienen en Irak un gobierno pelele tan grotesco, insostenible e impopular como los que estableció el tercer Reich en las naciones europeas a las que sometió. En las actuales circunstancias, si la ONU cede a las presiones de Bush y Blair para otorgar algún aval a ese régimen, no logrará, con ello, disipar la ira mayoritaria de los iraquíes contra gobernantes a los que perciben -con razón- como peleles impuestos por los invasores que han destruido, saqueado y humillado al país, así como torturado y asesinado a su gente. En todo caso, el organismo internacional se hará cómplice de una guerra ilegal, injusta e inmoral, y producirá una nueva merma en la autoridad y el prestigio que le restan. En cuanto a Bush, no deja de resultar paradójico que, en momentos en que conmemora la cruenta victoria que lograron sus antecesores, avanza en su propia derrota en Medio Oriente. Para el gobernante estadounidense Irak está más cerca de la significación histórica de Waterloo que de la de Normandía.