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«Democracia» para Líbano y Siria

Fuentes: La Jornada

El cristiano Samir Geagea, señor de la guerra antisirio liberado el martes pasado por el nuevo gobierno de Líbano tras permanecer 11 años en la cárcel, es recibido en el aeropuerto Rafik Hariri de Beirut por su esposa Setrida FOTO Ap La secretaria de Estado estadunidense, Condolezza Rice, realizó el 22 de julio una visita […]

El cristiano Samir Geagea, señor de la guerra antisirio liberado el martes pasado por el nuevo gobierno de Líbano tras permanecer 11 años en la cárcel, es recibido en el aeropuerto Rafik Hariri de Beirut por su esposa Setrida FOTO Ap

La secretaria de Estado estadunidense, Condolezza Rice, realizó el 22 de julio una visita relámpago a Beirut con el fin de expresar «el apoyo de Estados Unidos al nuevo gobierno libanés» y a su programa de reformas. Dos meses después de que Siria completó el retiro de sus tropas de Líbano y unos cuantos días después de haberse formado el nuevo gobierno libanés de Fouad Siniora, los neoconservadores en Washington y la prensa occidental proclaman el nacimiento de un «nuevo Líbano» democrático. Sin embargo, el país de los cedros parece más bien ilustrar los efectos locales y regionales negativos de lo que el académico francés Gilles Dorronsoro llama la estrategia estadunidense de «desestabilización democrática».

El sectarismo religioso sigue siendo pan de cada día en Líbano; la salida del ejército y de elementos de los servicios de inteligencia sirios no ha modificado esa realidad. La fragilidad de la situación se ha hecho evidente con el breve intercambio de fuego a lo largo de la ex línea verde en Beirut entre las ultraderechistas Fuerzas Libanesas y habitantes de un vecino barrio chiíta. Los asesinatos del gran periodista y académico Samir Kassir y del ex secretario del Partido Comunista libanés, George Hawi, así como el atentado fallido contra Elias Murr, confirman que Líbano corre el riesgo de convertirse de nuevo en una válvula de escape de las tensiones regionales, con una multiplicidad de actores externos que difícilmente contribuyen a superar el sistema confesional y crear instituciones nacionales eficaces. La trayectoria de las víctimas hace por demás simplistas tanto el adjetivo de «antisirios», con el que se les ha etiquetado, como las acusaciones que señalan automáticamente a Damasco como responsable de su desaparición. Resulta en todo caso difícil imaginar que el sabotaje de los proyectos de grandes personas como Kassir esté en el interés exclusivo de la dirigencia siria. Muchas fuerzas políticas libanesas continúan basando su fuerza y ambiciones en la permanencia del sistema de clanes y el nepotismo.

La unidad de la llamada oposición se deshizo en el momento de las elecciones y puso al descubierto la instrumentalización que ha estado haciendo de su postura «antisiria» para atraerse los favores de franceses y estadunidenses. Las elecciones demostraron, además, que la influencia siria en Líbano no puede eliminarse tan fácilmente: la agrupación de Saad Hariri obtuvo la mayoría en el nuevo gobierno, pero Elias Murr ocupa el Ministerio de Defensa, el nacionalista Fawzi Sallouk el de Asuntos Exteriores, Nabih Berri fue relegido representante del Parlamento y el grupo Hezbollah participa por primera vez en el gobierno.

Desde el asesinato de Rafik Hariri, Siria y Líbano están atrapados en una atmósfera de resentimiento mutuo. La crisis bilateral alcanzó su clímax desde que a principios de julio disminuyeron los intercambios comerciales entre ambos estados, debido al bloqueo que Damasco aplica en la frontera. Los productores libaneses interpretan esa medida como la intención de «castigar» económicamente a Líbano desde el retiro sirio, mientras que Siria se ufana en declarar que se trata de simples medidas de seguridad fronteriza. Sin duda, Siria busca reformular las relaciones con su vecino con base en la evolución del escenario político libanés; paralelamente, las preocupaciones de seguridad en su frontera y el temor ante infiltraciones de extremistas armados son razones que difícilmente pueden ignorarse, como lo mostraron los enfrentamientos en Damasco y Homs entre miembros policiacos y de inteligencia sirios con un grupo de extremistas islámicos, en las primeras semanas de junio pasado. El litigio entre ambos países se ha agravado con la reciente demanda a las autoridades libanesas por parte de Damasco de indemnizar a las familias de los cerca de 40 obreros sirios linchados o heridos en Líbano desde la muerte de Hariri. Es significativo que uno de los últimos actos del gobierno libanés de transición luego del retiro sirio haya sido decretar una nueva legislación en materia laboral que otorga permisos a cierto número de refugiados palestinos para realizar actividades (todas precarias) que anteriormente desempeñaban los sirios.

En Siria, las decisiones en política exterior parecen determinar una vez más las opciones de política interna, sobre todo en momentos en los que las presiones de Washington y París no tienen tregua. El Elíseo parece ya no considerar a Siria como socio fiable que pueda garantizar la influencia de Francia en la zona, mientras que la Casa Blanca se obstina en mantener en vigor la resolución 1559 como instrumento de presión. A esto se agrega la elección en Irán de Mahmud Ahmadinejad, que podría eventualmente agravar el aislamiento internacional de Damasco en virtud de su alianza con Teherán. En esta atmósfera, el décimo congreso del partido Baaz (6-9 de junio de 2005) fue importante no tanto por las decisiones concretas que tomó, sino por el debate que lo circundó alrededor de temas como la reforma de la relación entre el partido único y el Estado en Siria, la autorización de la formación de nuevos partidos políticos al margen del Frente Progresista, la abolición del estado de emergencia en vigor desde el 1963, la adopción de una economía de mercado, la lucha contra la corrupción, la reforma del sistema de los medios de comunicación. Pocas decisiones concretas se han tomado hasta ahora en el sentido de la liberalización política y la reconciliación nacional -entre ellas se cuenta la creación de al menos dos partidos, la extensión de la ciudadanía a cientos de kurdos y la marginación de la «vieja guardia» del partido Baaz. Ante todo, el congreso sirvió para transmitir la imagen de una sociedad y una dirigencia que cierra filas, de un partido que se erige como garante de la transición del país hacia el libre mercado mediante la adopción de una versión nacional del modelo chino y de un país que no está dispuesto a renunciar al discurso arabista, no obstante el fracaso de su estrategia hacia Líbano. Si, a pesar de todo, la población siria conserva la esperanza de que su régimen impulse seriamente la reforma del Estado, no es seguro que la estrategia de «descompresión» política y cooptación de nuevos segmentos sociales que busca aplicar el presidente Bachar Asad llegue satisfactoriamente a su meta. Las cifras de la economía siria son alarmantes para la estabilidad del régimen; la entrada de miembros de servicios de seguridad a las instancias dirigentes del partido no es precisamente una señal alentadora, y el carácter heterogéneo de la sociedad hace aún más problemática la relación y el equilibrio entre Estado laico y sociedad religiosa.

Estados Unidos busca continuar debilitando al régimen de Asad golpeando a la economía siria y aplicando sus políticas de «desestabilización constructiva» en Líbano. Además, la oficina de Elizabeth Cheney, dentro del Departamento de Estado, organiza reuniones entre funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional, del Pentágono y sirios radicados en Estados Unidos, que incluye a activistas políticos, académicos y miembros del llamado Partido de la Reforma Siria, organización similar al Congreso Nacional Iraquí encabezado por el antiguo exiliado Ahmed Chalabi y del que en su momento se sirvió Washington para terminar con el régimen de Saddam Hussein. Cheney será también la encargada de organizar la conferencia internacional sobre Líbano que Estados Unidos y Francia tienen prevista para impulsar la economía libanesa y aliviar la crisis financiera por la que atraviesa ese país.

Por si fuera poco, la alta tensión que durante decenios ha prevalecido en la región y que se ha agudizado desde la invasión de Irak ha facilitado la producción ideológica y social de un islamismo salafista y jihadista en Líbano que dispone de una base en los campos de refugiados palestinos. Las imágenes de la protesta incendiaria que comenzó este 25 de julio en el campo palestino de Ain Helue (situado a menos de dos kilómetros al este de Saida, en el sur de Líbano) en contra de las medidas de seguridad del ejército libanés es una señal preocupante en cuanto revela la manera en que las fronteras políticas y de identidad de los palestinos se están reformulando, al seguir una lógica de identidad cada vez más alejada del movimiento nacional palestino y desconectada de la dimensión territorial (reivindicación de los territorios ocupados), y que parece identificar al enemigo principalmente dentro, y ya no fuera, del país anfitrión. Los «palestinos de Líbano» (que distan mucho de ser un grupo monolítico y unido) buscan acaso compensar su frustración ante las políticas de Ariel Sharon y la doble moral de Occidente explotando los acontecimientos de la actualidad internacional y regional para garantizar su propia visibilidad y supervivencia en el seno de la comunidad política libanesa.

Las consecuencias que esto puede tener para Líbano y para la zona en su conjunto deberían ser obvias y alarmantes ante los ojos del que se autoproclama líder de la «democracia» en Medio Oriente, Estados Unidos. Pero no parece ser así. Washington sigue adelante con una estrategia que utiliza a sectores de la sociedad dentro y fuera de estos países, que apoya su acción mediante la movilización en su favor de medios de comunicación locales e internacionales y que designa a un héroe que federe la protesta y funja como canal de la presión internacional. Es una concepción religiosa y étnica de la democracia, tal como la vemos en marcha en Irak, que desconoce la complejidad de la historia de sus regímenes y sociedades y los desvincula de problemas regionales como la ocupación de territorios árabes por parte de Israel. La arrogancia de esta apuesta sin duda desencadenará lógicas centrífugas difíciles de contener.