La mayoría de los países de América Latina están convulsionados por agudos procesos de luchas populares. Pasando por Haití, Republica Dominicana, México, Brasil, Argentina, y con mayor fuerza en Bolivia y Ecuador. Las masas están en rebeliones permanentes y expresan la contradicción antagónica con las clases en el poder. El panorama es impresionante y tiene […]
La mayoría de los países de América Latina están convulsionados por agudos procesos de luchas populares. Pasando por Haití, Republica Dominicana, México, Brasil, Argentina, y con mayor fuerza en Bolivia y Ecuador. Las masas están en rebeliones permanentes y expresan la contradicción antagónica con las clases en el poder. El panorama es impresionante y tiene similitud con un volcán en plena erupción. Esta parte del continente americano vive una etapa histórica de vigorosas luchas, que aunque sin rumbo ni dirección política, refleja con exactitud lo que decía Lenin que los de «abajo ya no quieren seguir viviendo como antes» (1). Más de 180 años de miseria y explotación han creado un inmenso abismo social entre ricos y pobres, cuya expresión política es una creciente agudización de la lucha de clases. Cada uno de estos procesos sociales tiene sus propias particularidades, pero en conjunto constituyen un fenómeno de carácter histórico y social que abarca toda la región.
El marco social en la que se desarrollan estas luchas está configurado por un cuadro de agudización extrema de la miseria. El hambre y la pobreza crecen sin cesar, y si en los inicios de la década del 80 había 120 millones de pobres, esta cifra aumentó a más de 230 millones en los últimos 20 años, y de ellos más de 100 millones son indigentes es decir personas en el último eslabón del drama de la pobreza absoluta. Pero el crecimiento del hambre y la miseria ha ido paralelo a la acumulación de riquezas. Según cifras de la CEPAL para el 2004 América Latina «logro el mejor desempeño económico en una década», pero al mismo tiempo transfirió al exterior 77 mil 826 millones de dólares como pago de intereses y remisión de utilidades a las matrices de empresas foráneas que operan en la región» (2). Como parte de este mismo problema, los asalariados han perdido sus más elementales derechos sociales y sus salarios son equivalentes a lo que recibía 30 años atrás. Ya no existe la jornada de 8 horas de trabajo que el proletariado conquistó con tanto esfuerzo hace más de 100 años. Ahora se trabaja entre 12, 14 y 16 horas por día con la misma brutalidad que en los inicios del capitalismo. La estabilidad laboral, la negociación colectiva y hasta el derecho a la sindicalización han desaparecido. En países como Perú, Brasil, Bolivia, Ecuador, México, Haití, Paraguay y Colombia sobreviven viejas relaciones de producción de la época colonial. En el campo millones de campesinos son brutalmente explotados en aplicación de un sistema semifeudal y de servidumbre. En las grandes ciudades millones de mujeres y hombres jóvenes son obligados a trabajar sin salario y sin límite de jornada laboral. El esclavismo, encubierto por un supuesto «Estado Moderno y Democrático» sigue vigente y su existencia es favorecida por el atraso económico y productivo, y principalmente por la aguda crisis agraria. Recientes cifras oficiales del gobierno «antiimperialista» de Brasil revelan que en este país hay por lo menos 40 mil personas que trabajan bajo un régimen laboral esclavista. En Perú, cerca de un millón de personas de origen rural (mayormente mujeres jóvenes) trabajan en Lima en una situación de servidumbre, cuyo salario, si es que lo reciben (muchas trabajan solamente por la comida y vivienda), no pasa de 10 dólares al mes.
1. Nueva estrategia de dominación.
La naturaleza histórica de los problemas en Latinoamérica encierra nuevos problemas que hay que tomar en cuenta rigurosamente si de verdad se quiere enfrentar seriamente la actual situación de oprobio social. Una característica particular de la actual situación política en América Latina se refiere a la forma en que vienen actuando los grupos de poder locales y los Estados Unidos para controlar el Estado y mantener su dominación. En las décadas del 60, 70 y 80 la estrategia de dominación americana en la región se sostenía fundamentalmente en la presencia militar en la dirección del Estado. El establecimiento de las dictaduras militares tenía como eje la «seguridad nacional» y la lucha anticomunista. Bajo el pretexto de detener la «amenaza soviética» se reprimía violentamente cualquier protesta popular y se establecían regimenes corporativos y criminales sostenidos por los Estados Unidos. Las fuerzas armadas constituían el poder supremo en el Estado y en la sociedad. Los militares cumplían funciones de jueces, administradores, políticos, ideólogos, estadistas, y hasta de «revolucionarios». Donald Baucom, teniente coronel de las Fuerza Aérea de los Estados Unidos, hablando en 1987 de América Latina señalaba que el «arte y la ciencia del uso del potencial político, económico y psicológico de una nación se realizaba en conjunto con sus fuerzas armadas» (3).
La década del 90 trae consigo nuevos elementos políticos de carácter internacional que favorecen el cambio de estrategia de los Estados Unidos para América Latina. El factor fundamental para este hecho lo constituyó el hundimiento de la Unión Soviética (URRS) cuyo sistema, contrario al socialismo y a los intereses de las masas soviéticas, se viene abajo a causa de sus propias contradicciones sociales internas irreconciliables. A partir de este hecho, los Estados Unidos quedan como la única superpotencia mundial y militarmente los más poderosos sin discusión. «Ningún otro adversario potencial de los EE.UU. tiene el poderío militar para bloquear a largo plazo el acceso de EE.UU. a recursos vitales como el petróleo y minerales estratégicos», dijeron en 1992 las clases políticas de los Estados Unidos. (4) A nivel latinoamericano, los grupos y partidos políticos vinculados ideológicamente a la URSS se hunden sin remedio en profundas crisis internas y cambian el antiguo discurso seudo revolucionario y antiimperialista por el de la conciliación y la colaboración mercenaria con burgueses y terratenientes. Como parte de este mismo fenómeno (otro factor a favor del imperialismo yanqui), los grupos armados dirigidos por organizaciones eclécticas y pluriclasistas se deciden por la capitulación y el reacomodo en el Estado reaccionario y proimperialista que ellos combatían. Se fabricaron los «acuerdos de paz», los mismos que sirvieron de taparrabo para encubrir la esencia traidora de las cúpulas guerrilleras en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, y mismo en Colombia (M-19) y en el Ecuador. Es sobre la base de estos elementos que se estructura la nueva estrategia para someter a los países latinoamericanos. Esta se presenta bajo la cobertura de regimenes civiles y democráticos, y se pretende que los procesos electorales y el sistema parlamentario democratizan la sociedad. Se cambia el uniforme militar por la vestimenta elegante y lustrosa. El parlamentarismo cobra fuerza en la «izquierda», y se privilegia la «vía electoral» como expresión de participación popular y de democracia directa.
La nueva estrategia de dominación imperialista se sustenta, ya no en la presencia directa de los militares, sino más bien en una amalgama de gobiernos fantoches constituidos por los partidos de la derecha y la izquierda oficial que con la desaparición del social imperialismo soviético pasan a integrar el contingente de la burguesía y los terratenientes. Se inicia así el reino de los gobiernos civiles integrados por individuos mediocres y lumpenizados que aspiran al poder no para servir a la colectividad, sino para saquear, robar y cometer los peores delitos comunes. En esta nueva formula de control del Estado y la sociedad, las fuerzas armadas no pierden su rol de guardia pretoriana del Estado, pero tácticamente se ven relegados a un segundo plano en el marco político. Los militares ya no ejecutan brutales golpes militares para controlar el Estado, sino que se ocultan detrás de los gobiernos civiles desde donde se mantienen vigilantes frente a cualquier peligro que corra el Estado. Por ejemplo, en Perú el desarrollo de la lucha armada desde 1980 puso en jaque al Estado y ello conllevó a que los militares sin recurrir al golpe militar gobernaran brutalmente este país desde 1990 hasta el año 2000. El resultado más dramático de esa amalgama de gobierno de civiles y militares mafiosos fue la aplicación de una política de secuestros, desapariciones, torturas, grupos paramilitares y crímenes masivos de ciudadanos peruanos cuyo resumen ha sido más de 70 mil personas asesinadas.
Ahora se trata de la «aperturar la democracia» y «fortalecer el Estado de derecho». Para este fin se organizan procesos electorales cuyo sustento político es la manipulación y el engaño. En su aplicación se transgrede la conciencia social, las leyes y los derechos más elementales de la población. Elementos vitales de esta nueva estrategia de opresión lo constituyen los grupos y partidos de la izquierda legal, que en complicidad con burgueses y terratenientes han hecho del camino electoral un instrumento para contener las luchas populares y retrazar la marcha hacia la liberación. Característica principal de esta izquierda es su colaboracionismo con el poder de turno y la defensa del viejo Estado. Ningún hecho político a favor de los grupos de poder y el imperialismo se realiza sin la complicidad de esta izquierda que actúa en el parlamento, en los municipios, en los organismos asistencialistas, en los sindicatos y en miles de organizaciones no gubernamentales (ONG). Esta izquierda se infiltra en el seno de las masas, bajo el propósito de desactivar las explosiones sociales, engañar a las masas y llevarlas detrás de tal o cual candidato electoral de la burguesía.
Hay muchos ejemplos recientes que muestran la dimensión reaccionaria de la alianza de los grupos de poder y la izquierda en la aplicación de esta estrategia de dominación. En marzo del 2005 Tavarés Vásquez juramentó como presidente de Uruguay rodeado de una fama de «antiimperialistas» y «antineoliberal». Los Tupamaros (Movimiento de Liberación Nacional) que en los años 70 realizaron espectaculares acciones armadas en contra de la dictadura militar de este país, aparecen como socios del nuevo régimen burgués en este país. Este grupo político, que ha renunciado al socialismo y a la revolución, tiene ministros, parlamentarios y altos funcionarios en el nuevo gobierno. En Argentina Néstor Kirchner, burgués y miembro del partido peronista alcazó el palacio presidencial sostenido por toda la izquierda de este país, incluido guevaristas, maoístas, marxistas y hasta las sufridas madres de la Plaza Mayo que se contentaron con los poemas humanistas de su presidente. Y mientras Kirchner sigue haciendo genuflexiones antiimperialistas, la pobreza sigue en crecimiento y paralelo a ello los grupos de poder y las grandes transnacionales continúan acumulando grandes ganancias. En Brasil, la mayoría de los pobres fueron arrastrados electoralmente por el «proletario» Lula quien para ganar las elecciones ofreció el programa «hambre cero», que en los hechos ha resultado una cortina de humo para seguir ampliando las cifras de los hambrientos en este país que a la fecha suman cerca de 50 millones de personas. Ecuador, Bolivia y Perú, son otros de los ejemplos donde lo que se llama izquierda sirve exclusivamente a los grupos de poder y el imperialismo.
2. Las causas anacrónicas de la crisis.
La miseria de las masas se relaciona, no a un problema transitorio y eventual de crisis de producción, sino a causas profundas y anacrónicas que afectan las bases mismas del sistema y del Estado. Esta crisis es de carácter global (económico, político, social, ético, moral) y se relaciona, entre otras cosas, al proceso histórico de formación y desarrollo de las republicas latinoamericanas, que desde sus orígenes nacen como apéndices y semicolonias de las grandes potencias imperialistas. Sus clases políticas (burguesía y terratenientes), no tiene ningún poder de decisión ni en la economía ni en la política interna. Son simples testaferros de las grandes potencias imperialistas. José Carlos Mariátegui, ya en 1928 hablando del Perú y por analogía de toda América latina, señalaba que en cien años de republica no había aparecido una «verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista. La antigua clase feudal, camuflada o disfrazada de burguesía republicana, ha conservado sus posiciones» (5). Expresión de la bancarrota histórica de estas clases parasitarias disfrazada de burguesía, es el atraso económico y la supervivencia de viejos sistemas de explotación en el campo y la ciudad. Las directivas provienen directamente de las transnacionales y los Estados imperiales. Las instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la CIA americana, y otras, son las que deciden el destino del país. Las compras internacionales, las exportaciones, el tipo de deuda externa son planificadas en Washington o en las grandes capitales europeas y son estas las que deciden los salarios y el hambre de los trabajadores. La producción de bienes materiales, no esta supeditada a las necesidades de los pueblos, sino a los requerimientos y ganancias de las transnacionales y los mercados internacionales.
Las ganancias de estos grupos de poder locales, no provienen del desarrollo económico y de la producción, sino de la corrupción, la coima, los negocios sucios (droga, contrabando de armas, etc.) y sobre todo de la sobre explotación de los trabajadores. La crisis del Estado y la sociedad no tiene ninguna salida en reformas o en una supuesta «reestructuración del Estado» que con viveza reclaman cada cierto tiempo los partidos burgueses y aquellos que se llaman de izquierda. La grave crisis económica, base material del decadente sistema político, no permite cambios que conlleve aliviar el hambre y la pobreza de la mayoría de la población. La dependencia absoluta de estos países respecto a las metrópolis, no les deja ningún espacio propicio para salir de sus crisis y hacer reformas. Dicha anacrónica dependencia deviene mucho más grave en los momentos actuales, cuando en los países ricos, cunas del liberalismo, se acentúa cada vez más la crisis económica cuya expresión política es el fin de las reformas burguesas y el inicio del repunte de los partidos de extrema derecha (fascistas y neofascistas). En diferentes Estados europeos los grupos de extrema derecha están en el poder o lo comparten (Italia, Dinamarca, Austria, etc.) los mismos que violan el Estado de derecho que en el pasado fue el estandarte del liberalismo.
Pero no son solamente factores internos los que influyen en la naturaleza decadente del burgués latinoamericano. Desde su formación como clase dominante se ha movido en la extrema mediocridad y en el delito permanente. Ha visto el poder del Estado como un botín de la misma manera que un delincuente común ve aproximarse a su victima. Esta clase opresora está al margen del más elemental atisbo de nacionalismo burgués o pequeño burgués. Su existencia depende exclusivamente de su servilismo frente a los imperios. Se equivocan quienes piensan que la burguesía de estos países puede asumir la conducción de un proceso de carácter nacional y antiimperialista. Por intereses de clase y por razones históricas políticas los grupos de poder no serán capaces de dirigir una lucha de enfrentamiento con los Estados Unidos y otras potencias imperialistas. Los pobres no pueden esperar absolutamente nada de estas clases parasitarias. Si en algunas etapas excepcionales, los estados dirigidos por estos grupos pueden hacer algunas concesiones con los pobres, eso no puede ocurrir ahora cuando el sistema capitalista mundial atraviesa una aguda crisis, y parte de esta crisis es trasladada a los países pobres. Las diferentes guerras de agresión imperialista en el mundo, como por ejemplo Irak y Afganistán, o la lucha antiterrorista internacional que lideran los Estados Unidos, tienen altos costos cuyas facturas son pagadas con el saqueo de los países pobres. Resulta una aberración política pensar que gobiernos como el de Néstor Kirchner en Argentina o el de Tavarés Vasquez en Uruguay expresan el sentimiento reivindicador nacional de estos pueblos. De la misma manera resulta una tomadura de pelo creer que Lula o Evo Morales representan una alternativa popular en Brasil y Bolivia.
3. Los falsos caminos y el rol de la izquierda mercenarizada.
El Estado en Latinoamérica tiene carácter de clase, y constituye un instrumento político de los grupos de opresión, cuya base económica es la explotación de los trabajadores. Este Estado, por su esencia y por su origen histórico, se ve incapaz de resolver su crisis endémica a través de reformas o modificaciones en su estructura de poder. Al contrario, así lo prueba los hechos históricos, todas las reformas en los estados han servido exclusivamente para reforzar el sistema opresor y amplia hasta el limite de lo insoportable el hambre y la miseria de los trabajadores. Entonces, resulta una estafa o un error de interpretación señalar que el bienestar del pueblo se puede lograr mediante «reformas jurídicas», «reformas constitucionales», o «reformas en el sistema económico-productivo». En la actual situación hacer uso de este discurso pro reformas y exigir elecciones o nueva constitución para resolver los graves problemas del pueblo, no tiene otro objetivo político que inclinarse por la explotación, la miseria y perpetuar el reino de la injusticia.
Parte de las reformas que se plantean al Estado, son las reivindicaciones supuestamente «nacionalistas» propiciadas electoralmente por grupos de izquierda y por la misma burguesía pro imperialista. Por mencionar un ejemplo, en 1986 el reaccionario y proimperialista Alan García Pérez (líder del APRA) presidente del Perú en ese tiempo pretendió estatizar la banca peruana no para resolver el hambre de los pobres, sino más bien para favorecer a un sector de la gran burguesía peruana (sector burocrático). Las poses radicales, muchas veces respaldadas por los trabajadores, en torno a estatizar tal o cual recurso y riqueza, resulta una estafa en tanto estas medidas no afecten en lo mas mínimo el carácter de clase del Estado y los intereses de los grupos de poder locales y extranjeros. Hace poco se ha visto como en Bolivia las masas han salido a las calles para luchar por el control estatal de los hidrocarburos sin tomar en cuenta que los hidrocarburos en manos de un Estado terrateniente-burocrático no será útil para aliviar el hambre en este país sino para seguir enriqueciendo a las clases políticas que detentan el poder del Estado. Cualquier medida estatizadora que surja de estos estados y de sus gobiernos, servirán fundamentalmente para acentuar mas el atraso y la miseria. No hay ninguna prueba que muestre que la estatización de tal o cual recuso, ha servido para mejor el nivel de vida de los trabajadores. Sin embargo, hay cientos y miles de ejemplos históricos que muestran que las llamadas «nacionalizaciones antiimperialistas» propiciadas por regimenes burgueses (civiles o militares) sirvieron solamente a consolidar el sistema de opresión y la dominación imperialista.
Por ejemplo el gobierno militar peruano de 1968-1975 liderado por el general Juan Velasco Alvarado, se declaró «revolucionario y antiimperialista», y sustentó su economía en el sector de empresas en manos del Estado. Hasta la prensa y los sindicatos fueron estatizados. El gobierno de Juan Velasco Alvarado se rodeo de una aureola de radical antiimperialista. Hubo incluso intonsos que situaron a Velasco como jefe de un proceso revolucionario socialista. ¿Cuál fue la realidad?. Aquí un breve apunte para comprender este hecho. En 1967, un año antes del golpe militar «revolucionario» de Velasco, la salida al extranjero de capitales por ganancias de las transnacionales, principalmente americanas fue de 712 millones de dólares. En 1968, primer año de gobierno «revolucionario» las transnacionales exportaron a sus metrópolis la suma de 749 millones de dólares suma que resulto mas alta que el régimen burgués anterior. Durante todo el proceso que duró el régimen velasquista (1968-1975) la remisión de ganancias de las transnacionales sacadas al extranjero fueron mas altas que durante todos los anteriores gobiernos declarados abiertamente proimperialistas. En 1970, en pleno auge del «antiimperialismo velasquista», las transnacionales aumentaron sus ganancias a 744 millones de dólares. Esta suma fue de 859 millones de dólares en 1973, y creció en 1974 a 900 millones de dólares, subiendo a más de mil millones de dólares el año 1975. Hay que anotar que estas exportaciones de ganancias se efectuaron mientras los trabajadores y el pueblo en general acentuaron su miseria y pobreza. Pero el «antiimperialismo» velasquista no quedo desmentido solamente por las inmensas ganancias de las transnacionales, sino también por el pago de la deuda externa.
Mientras Velasco y sus acólitos lanzaban gritos y grandes discursos contra el imperialismo, la deuda externa (proveniente del imperialismo) crecía y crecía también las millonarias pagos por este concepto. Como explica Hugo Cabieses y Carlos Otero (6) la deuda externa paso de 797.4 millones de dólares en 1968 (15.4% del PBI) a 3,169.3 millones de dólares en 1975 (22.2% del PBI). Lo más interesante de la información que entregan estos especialistas, es que la inversión directa norteamericana e ingreso de capitales por endeudamiento público externo en la época velasquista fue de 1,638.1 millones de dólares. Los mismos economistas señalan que en 1968 se pago 140.4 millones de dólares por concepto de amortización e intereses de la deuda, este pago subió en 1975 a 492.2 millones de dólares. Señalan también que en el periodo 1968-1975 el flujo neto de capitales por endeudamiento externo fue de 1,908.2 millones de dólares, y que en el mismo periodo salieron del país (por concepto de amortizaciones e intereses de la deuda) la suma de 2,473.8 millones de dólares.
4. Quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos.
La experiencia de estos últimos años han contribuido a constatar que los enemigos principales de los pobres, no son solamente las clases políticas que detentan el poder del Estado y las potencias imperialistas, sino también los grupos y partidos de la llamada izquierda oficial. Ninguna acción reaccionaria y contra el pueblo proveniente del Estado ha sido ejecutada sin la complicidad de aquellos que se hacen llamar «izquierda» y que actúa como muro de contención de las luchas populares. Ejemplos concretos de este hecho lo entregan los procesos políticos en casi todos los países de América Latina. La izquierda argentina, incluso la mas «revolucionaria» aquella que se llama marxista-leninista y maoísta, guevaristas y pro cubanos incluidos, han sido la responsable de sofocar la rebelión popular y convertir a las masas en carneros llevados a la cola de un gobierno reaccionario y proimperialista. Mientras el hambre y la miseria siguen creciendo en Argentina, la izquierda sigue maniobrando para detener las luchas populares contra el «antiimperialista» Nestor Kichnert. En Perú, desde 1980 la izquierda oficial, sin excepción alguna, se constituyó en una fuerza auxiliar de las criminales fuerzas armadas y del Estado. Los peores y más sanguinarios crímenes cometidos por las fuerzas represivas del Estado para detener y llevar a la derrota la lucha armada dirigida por el Partido Comunista del Perú (PCP) se realizó con el apoyo y participación de la izquierda oficial. Los peores personajes de la historia política peruana, tales como Alan García Pérez, Alberto Fujimori, y Alejandro Toledo, llegaron al poder con el apoyo y los votos de esa lacra llamada izquierda.
En Ecuador, enero del 2000. Mientras los «grandes revolucionarios» y «antiimperialistas» de este país hacían una siesta política estallaba una rebelión popular espontánea. El pueblo estaba en las calles y al unísono gritaba «!Que se vayan todos!». Se organizó el Parlamento del Pueblo. Se derrumbo el gobierno de Mahuad (ante en 1997, otra revuelta espontánea popular se trajo abajo el presidente Bucaram). Ahí aparecieron el Movimiento Popular Democrático (MPD), el Partido Socialista, el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik Nuevo País, la CONAIE, el Partido Comunista del Ecuador, etc., y al galope se montaron en la ola de la lucha social. El rumbo de la insurrección dejó de ser espontánea y su rumbo cambio en 360 grados. Se buscó al coronel Lucio Gutiérrez y se le hizo presidente. La izquierda y las organizaciones populares lo declararon héroe de la lucha antiimperialista y revolucionario. Gracias al «revolucionario» Gutiérrez la «izquierda» y los lideres de las organizaciones populares se convirtieron en parlamentarios y ministros. Gutiérrez, fue aclamado como el hijo predilecto de los ecuatorianos, ofreció hacer una verdadera revolución a favor de los pobres. Dijo que en Ecuador había terminado el reinado de los grupos de poder y del imperialismo. Pasaron 5 años, y el pueblo no vio los cambios ni en sueños. Y los parlamentarios izquierdistas y populares, si algo habían ganado, esto se veía en sus costosas vestimentas (terno y corbata) y en sus grandes vientres a punto de reventar. Pero Gutiérrez, el bien amado, agudizó aun más la pobreza y la desocupación, apoyo el Plan Colombia americano, permitió la instalación de bases militares yanquis en Ecuador, liquido los últimos vestigio de la seguridad social, favoreció a las transnacionales petroleras, y se declaró un ferviente admirador de la política de George Bush y de los grandes burgueses y terratenientes de este país.
En octubre del 2003 las masas pobres de Bolivia se sublevaron y derrocaron al presidente Gonzalo Sánchez de Losada miembro del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), partido de los grupos de poder de este país. En este acto de protesta murieron no menos de 86 personas a consecuencia de la represión policial. Carlos Mesa, vicepresidente del gobernante derrocado y miembro también del derechista MNR, asumió la presidencia de Bolivia y conformó un «gobierno de unidad nacional», sostenido por lo más pintado de la «izquierda» boliviana. El Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, y el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe Huanta, se convirtieron en socios del «antiimperialista» Mesa. Ambas organizaciones lograron escaños en el Parlamento, ministerios, vice-ministerios, prefecturas, municipios, etc. No poco analistas «izquierdistas» vaticinaron que Bolivia, junto con Argentina, Brasil y Venezuela, integraba un formidable eje de lucha antiimperialista en el continente. Sin embargo, el régimen de Mesa no fue diferente a los anteriores gobiernos de Bolivia, y como los hechos lo han demostrado, el hambre y la miseria siguió en aumento y el saqueo por parte de las transnacionales se sobredimensionó. El 16 de mayo de este año (2005) nuevamente Bolivia fue remecida por una rebelión popular y como ya es costumbre apareció Evo Morales y Felipe Quispe, no para orientar a las masas hacia la revolución, sino para llevarlas directo al despeñadero de la reacción. Bajo el objetivo de apagar el fuego de la lucha social se montaron en la ola popular para desde ahí pedir Asamblea Constituyente, elecciones generales y nacionalización de los Hidrocarburos. Tres semanas después (el 9 de junio), cuando la bomba social había sido desinflada, Mesa abandonó el gobierno y fue reemplazado por Eduardo Rodríguez Veltzé, presidente de la corrupta Corte Suprema de Justicia de este país. Mientras la rebelión popular se disgregaba en las plegarias de sus dirigentes «populares», el flamante mandatario boliviano, anunciaba como gran triunfo popular nuevas elecciones generales. Proceso electoral apadrinado por la llamada izquierda boliviana y sobre todo por Evo Morales desde ya candidato electoral «antiimperialista» y «popular».
Tomando las recientes experiencias en Latinoamérica no hay que buscar la calidad revolucionaria en el origen social o racial de sus dirigentes, y menos aún en el discurso electoral. Un revolucionario y un verdadero dirigente popular lo muestran en los hechos concretos, y fundamentalmente en la defensa de los intereses y reivindicaciones de los pobres. ¿Qué posición adopta frente a la estafa electoral, frente a las fuerzas armadas, y sobre todo frente al Estado y a los grupos de poder?. Que Evo Morales tenga características raciales y andinas, no lo convierten en parte del campo popular. No es eso lo que determina su conciencia de clase y su filiación de lucha a favor de los oprimidos. Al contrario, este individuo trafica con su cargo de dirigente campesino y su fisonomía andina para infiltrar a las pobres de Bolivia y desde su interior servir a los grupos de poder y al imperialismo. Lo mismo ocurrió en Perú cuando Alejandro Toledo fue candidato electoral. Hizo de su mestizaje y su origen pobre el eje de su campaña electoral. Una vez en el poder ha resultado peor y más corrupto que los anteriores regimenes peruanos. El mismo ejemplo se puede ver en Brasil con el «proletario» Lula en el gobierno. La mutación del pobre a aliado de los ricos no es un fenómeno nuevo en las sociedades divididas en clases sociales. Desde la época más lejana de la historia de la humanidad, los ricos y poderosos siempre han corrompido y degenerado a los individuos como Evo Morales en Bolivia o Alejandro Toledo en Perú.
Si lo racial y el origen social no es lo que determina la conciencia de clase, tampoco el discurso determina la esencia política de un partido u organización que se llama de izquierda. Desde el punto de vista de una concepción materialista de la historia de la lucha social, la izquierda representa el cambio, la revolución y la lucha por el socialismo. Si se toma como punto de referencia la trayectoria mercenaria de la izquierda latinoamericana no hay como justificar que se le siga denominando izquierda. Estos son fuerzas contrarrevolucionarias, que por su actuación política constituyen parte de las organizaciones de la burguesía y el imperialismo. Por esta razón, de ninguna manera se puede dejar de lado que cualquier proceso revolucionario o liberador en América Latina, tiene que luchar no solamente contra el imperialismo y los grupos de poder, sino también contra aquellos que trafican con el membrete de izquierda. La revolución no avanzará mientras no se luche con decisión y firmeza contra estos grupos políticos y mientras no se les expulse definitivamente del seno de las masas y los trabajadores.
Bruselas, 24 de agosto 2005.
Notas y bibliografía.
1. Lenin, Condiciones objetivas y subjetivas de la revolución, 1914.
2. Información publicada por Ricardo González Amador, 2005.
3. Perspectiva histórica para el concepto de Estrategia, Donald Baucom teniente coronel de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, publicado en la revista Militar de los EE.UU. numero 6 de junio 1987.
4. The Heritage Foundation, «Un inventario de la política exterior Norteamérica, 1996. Esta organización esta integrada por republicanos y demócratas americanos, es decir los dos partidos de la gran burguesía de los Estados Unidos.
5. José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de Interpretación de la realidad peruana, 1928.
6. Fuente. Economía peruana: ensayo de interpretación. Autores: Hugo Cabieses y Carlos Otero, publicado por Desco (Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo) Lima 1977.