Los ciudadanos no eligen a los miembros de la Comisión Europea. «Los miembros del Consejo de Ministros y su encarnación al máximo nivel, el Consejo Europeo, sólo se eligen indirectamente y las leyes son elaboradas en secreto en el transcurso de sesiones a las que no se permite la entrada a la prensa ni al […]
Los ciudadanos no eligen a los miembros de la Comisión Europea. «Los miembros del Consejo de Ministros y su encarnación al máximo nivel, el Consejo Europeo, sólo se eligen indirectamente y las leyes son elaboradas en secreto en el transcurso de sesiones a las que no se permite la entrada a la prensa ni al público», afirma el periodista especializado en información de la UE, Leigh Philips, quien ha publicado crónicas en The Guardian, Nature, The Daily Telegraph o Red Pepper, y ha sido corresponsal en Bruselas del diario EUobserver. La única institución electa -el Parlamento Europeo- «no puede proponer ni aprobar leyes, sólo enmendar lo que la Comisión y el Consejo le remitan para su conformidad». Tras rechazar Irlanda los Tratados de Niza y Lisboa, se les convocó a votar de nuevo. Después que los ciudadanos franceses y holandeses dijeran «no» a la Constitución Europea, se impulsó el Tratado de Lisboa (el mismo texto constitucional con otro nombre). Los estados miembros de la UE, no sólo de la eurozona, están sometidos al Pacto de Estabilidad y Crecimiento (1998), de carácter neoliberal y que impone sin concesiones la «disciplina fiscal».
Leigh Philips da un paso más en el análisis, que le conduce a lo que denomina «estructuras internacionales de gobernanza postdemocráticas», que hoy, afirma, «proliferan como la mala hierba». Se trata en otros términos de un «intergubernamentalismo» sin elecciones. Se refiere al FMI, el Consejo de Seguridad de la ONU, el G-7, la OMC, el TTIP, la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, e incluso a la Comisión Ballenera Internacional. Con la crisis financiera de 2007, proliferaron los «G»: G-7, G-8 y G-20 y una miríada de clubes y comités («intergubernamentales» no elegidos). Son agencias y organizaciones de la gobernanza global que regulan todos los ámbitos de la vida, desde las armas nucleares hasta la pesca del mero. Muchos ejemplos de esta tendencia global pueden extraerse de la Unión Europea, donde los tratados y contratos entre estados se sitúan por encima de la democracia. Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas alemán, afirmó después del triunfo electoral de Syriza (enero de 2015): «Las elecciones no cambian nada». «No cabe elección democrática en contra de los tratados europeos», abundó el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
La tesis del periodista figura en el artículo titulado «El orden global postdemocrático», que junto a otros 10 textos y una entrevista al exministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, integran el informe «Estado del poder. Democracia, soberanía y resistencia»-2016. Publicado por el Transnational Institute y FUHEM-Ecosocial, la primera edición vio la luz en 2012 con el fin de convertirse en una «enciclopedia» del poder para activistas. La presentación, que tuvo lugar en las mismas fechas que el Foro Económico Mundial de Davos, resultó un éxito, hasta el punto que el informe y las infografías se hicieron virales. En 2014 y 2015 se realizó una convocatoria abierta para que jóvenes investigadores-activistas pudieran publicar sus ensayos. De algún modo, el informe «Estado del poder» trata de responder anualmente a la pregunta de la presidenta del Transnational Institute, Susan George: «¿Dónde está hoy el Palacio de Invierno?» Hilary Wainwrightn, también del Transnational Institute, destaca que la comprensión de «la tiranía empresarial y financiera es el punto de partida para desarrollar un contrapoder».
La socióloga y profesora adjunta en la American University de París, Elaine Courn escribe sobre «La economía como ideología: desafiando el poder político de los expertos». La investigadora adopta como punto de partida el lenguaje utilizado por los técnicos, especializado y casi esotérico, como en un titular del diario The Wall Street Journal (19 de noviembre de 2015): «¿Estará el BCE a la altura de las esperanzas Bing Bang de los mercados?» «El banco central -añadía el diario- se propone actuar en diciembre, pero ¿podrían los mercados acabar decepcionados?» La editora del libro «More Will Sing Their Way to Freedom: Indigenous Resistance and Resurgence» (2015) señala que en los círculos de economía aplicada no resulta extraño el uso de analogías. En el libro «Éxitos del Fondo Monetario Internacional: Historias no contadas de cooperación en el trabajo», coordinado por dos exaltos responsables del FMI, Eduard Brau y Ian McDonald, se emplea la metáfora de «los médicos del FMI». Tras afirmar que el «paciente» (Corea del Sur después de la crisis de 1997 en Asia) tiene algo que ver con la cura, el texto concluye que en general «las prescripciones médicas fueron las apropiadas».
A ello se agrega la cuestión de género: en 2014 The Wall Street Journal informaba de que el 68% de los doctores en economía estadounidenses son hombres. Elaine Courn cita otros ejemplos. La American Economic Review emplazó en 2011 a seis economistas -todos ellos hombres blancos- a señalar los 20 artículos más influyentes de la revista científica en el último siglo. De los 30 autores citados, sólo en un caso era mujer (Anne O. Krueger, economista que desempeñó cargos relevantes en el FMI y el Banco Mundial). Actualmente son varones 23 de los 25 directores ejecutivos del FMI, y 21 de un total de 25 en el Banco Mundial. Además, los más altos responsables de las instituciones financieras globales se titularon en unas pocas universidades de élite estadounidenses y europeas. Cinco de los once directores ejecutivos del FMI, en escuelas elitistas francesas como la École Nationale de l’Administration (ENA) y la École des Hautes Études Commerciales (HEC) de París. La estadística se completa con los presidentes del Banco Mundial formados en Harvard (cinco de los últimos ocho). A los economistas considerados «heterodoxos» les puede ocurrir igual que a Joseph Stiglitz, destituido en el cargo de economista jefe del Banco Mundial en 1999 por sus críticas a las políticas de liberalización y desregulación.
En el artículo «Cambiar el corazón y el alma. Cómo las élites contuvieron el movimiento por la justicia global», el doctorando en Sociología por la Universidad de California, Berkeley, y activista del colectivo Solidaridad de Trabajadores Filipinos, Herbert Docena, analiza el poder y su influencia en las luchas ecologistas. ¿Por qué razón el movimiento por una transformación radical del sistema se limita a espacios marginales, a medida que se agrava la crisis ambiental? Ésta es la pregunta que el autor trata de responder. El punto de inicio en el análisis es la década de 1970, cuando según el historiador ambientalista John McCormick, se produjo «una revolución en las actitudes ambientales». Las luchas contra la contaminación, la energía nuclear o los pesticidas atravesaron un «renovado bloque anticapitalista». Las reacciones se dividieron entre quienes rechazaron directamente las reivindicaciones (y los «problemas ambientales») por considerarlos una amenaza contra sus empresas, y los que adoptaron posiciones «reformistas». Estos se desmarcaban de la élite reaccionaria, eran «caballerosos abogados» y «cosmopolitas cultos» como Laurence y David Rockefeller, de la generación más joven de la dinastía; Robert O. Anderson, titular del emporio petrolero Atlántic Richfield o Robert McNamara, exdirector general de Ford Motor Company, exsecretario de Defensa de Estados Unidos y expresidente del Banco Mundial. En Europa, líderes como Giovanni Agnelli, presidente de FIAT o Aurelio Peccei, de Olivetti y del Club de Roma.
La Fundación Ford financió centros académicos, departamentos de investigación y redes como el Instituto Aspen, el Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo (IIED), el Instituto Brookings, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) y varios «grupos de estudio» de la Comisión Trilateral. Herbert Docena también destaca el ejemplo de la Fundación Wolkswagen, que apoyó económicamente el estudio «Los límites del crecimiento» del Club de Roma. McNamara convirtió el Banco Mundial en el centro más importante del mundo para investigar el nexo entre medio ambiente y desarrollo. El primer director ejecutivo de esta institución financiera, Maurice Strong, situó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) como un referente en la investigación del cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Apellidos de alcurnia como Ford, Rockefeller y Anderson están detrás del apoyo económico a la constitución del Fondo para la Defensa del Medio Ambiente (EDF), el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NDRC) y otros grupos «moderados». Ford, incluso, «financió organizaciones más críticas con las grandes empresas y más propensas a la justicia social», matiza Herbert Docena. EDF y otros colectivos impulsaron la formación de la Red de Acción Climática (CAN), el mayor conglomerado de ONG dedicado a presionar a los gobiernos para que actuaran frente al cambio climático.
El informe «Estado del poder» dedica asimismo un apartado a la precariedad, concepto acuñado en la década de los 90 en la sociología europea y que popularizó el economista Guy Standing en el libro «El precariado: una nueva clase social». En el artículo «Precariedad, poder y democracia», el investigador Tom George destaca que en la prensa derechista británica se ha presentado como una clase «condenada» y «no respetable», tal y como resume el siguiente titular de una encuesta: «Élite o precariado: ¿En qué clase te encuadras tú? ¿No tienes clara tu posición en la nueva jerarquía social?» «El Precariado es lo contrario de la Clase Media Técnica», define Tom George. En la «Great British Class Survey», una encuesta de población sobre estructuras sociales en el Reino Unido, el precariado figuraba como la última entre siete posibles clases sociales.
Tal vez los inicios se remonten a la industria estadounidense de trabajo temporal, que «vendió» la idea de que todas las personas empleadas podían resultar sustituidas por operarios eventuales. El modelo encarna en 1971 en la creación de la chica «Never-Never», de la ETT estadounidense Kelly Services, INC. «Nunca toma vacaciones, nunca pide aumento de sueldo. Si no hay trabajo, no te cuesta nada (cuando el trabajo escasea, la despides). Nunca se resfría, ni tiene hernia de disco, ni dolor de muelas (¡al menos en horario de trabajo!)». El autor cita como ejemplo de desregulación el contrato de cero horas, «una ventaja para individuos flexibles». Se dirige a personas contratadas pero que sólo trabajan cuando el empresario las necesita. En septiembre de 2015 la Oficina Nacional de Estadística informó que 744.000 personas estaban contratadas en el Reino Unido mediante esta fórmula (el incremento en un año fue del 19%). Frente a esta realidad se han articulado nuevas formas de protesta. Desde el año 2005 el EuroMayDay congrega al Precariado como movimiento, en marchas que, sostiene Tom George, «han revolucionado las tradiciones del Primero de Mayo mediante la acción directa».
El informe publicado por Transnational Institute y FUHEM-Ecosocial termina con un artículo sobre «alternativas» políticas en India («El poder en la India: caminos radicales»), de Ashish Kothari, miembro del grupo ambientalista Kalpavriksh y de la red Vikalp Sangam; El coautor es Pallav Das, quien ha realizado como cineasta filmes sobre la violencia contra las mujeres y la amenaza del VIH-SIDA para los niños de la calle. Una de las experiencias citadas en el texto se desarrolla en la aldea de Mendha-Lekha (distrito de Gadchiroli, estado de Maharashtra), con una población de aproximadamente 500 indígenas (adivasisi gond). Hace tres décadas que toman las decisiones por consenso, sin que jefes o partidos políticos puedan sustituir a la asamblea. «Hay una campaña tribal de autogobierno en algunas zonas de la India, aunque pocas aldeas lo hayan conseguido de manera completa», informan los autores del artículo. Para la aldea de Mendha-Lekha y decenas de pueblos, la lucha contra una presa en la década de los 80 mostró la importancia de la movilización popular. La acción directa se ha traducido en la conservación de 1.800 hectáreas de bosque del entorno, y recientemente también de los derechos de uso, gestión y protección de acuerdo con la Ley de Derechos Forestales de 2006.
Según Ashish Kothari y Pallav Dash, «no sólo la comunidad cubre sus necesidades básicas mediante, por ejemplo, el cultivo sostenible y la venta de bambú, sino que también ha revertido siglos de gobernanza forestal colonial y postcolonial». En 2013 todos los dueños de tierras de la aldea las aportaron para el «bien común», lo que en la práctica acabó con la propiedad privada al hacer uso de la Ley Gramdan, de 1964. ¿Cómo toma las decisiones la asamblea popular de Mendha-Lekha? Se apoyan en la información que suministran los Abhyas Gats («círculos de estudio»), y «los aldeanos combinan sus conocimientos y sabiduría con los de entidades de la sociedad civil, académicos y funcionarios sensibles a su cosmovisión». Sucede en India, donde el 10% más opulento concentra el 75% de la riqueza del país y el 1% superior de este estrato privilegiado acumula el 50% de la riqueza privada total (cerca de 1,75 billones de dólares). Actualmente, cerca del 33% de las personas más pobres del mundo viven en India. El informe «Estado del Poder»-2016 se completa con artículos de Walden Bello («La tiranía de las finanzas globales»), Harris Gleckman («La ofensiva corporativa hacia una forma de gobierno global»), Flavio Luiz Schieck Valente («Nutrición y alimentación: cómo el gobierno de y para la gente se convirtió en el gobierno de y para las multinacionales»), John Postill («Los internautas de la libertad y el futuro de la justicia global») y Bernardo Gutiérrez («La ciudad de código abierto como horizonte de la democracia radical transnacional»).
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