Centroamérica, como unidad, no existe. Aparentemente no existe ni para los centroamericanos, para las y los habitantes de este olvidado y encantador centro del mundo. Un ejemplo: los diarios guatemaltecos apenas dieron cobertura a las elecciones salvadoreñas y, cuando lo hicieron, fue de manera fragmentaria (centrada en los resultados de la capital), escasamente analítica y […]
Centroamérica, como unidad, no existe. Aparentemente no existe ni para los centroamericanos, para las y los habitantes de este olvidado y encantador centro del mundo. Un ejemplo: los diarios guatemaltecos apenas dieron cobertura a las elecciones salvadoreñas y, cuando lo hicieron, fue de manera fragmentaria (centrada en los resultados de la capital), escasamente analítica y a través de agencias internacionales, como en las peores pesadillas de desequilibrio de flujos informativos referidas por Sean McBride [1] .
Así que para saber qué sucede en El Salvador hay que desplazarse literalmente hasta allá, puertas adentro: símbolo de países y sociedades divididas, sectorizadas, casi amuralladas, enfrentadas por rivalidades antiguas (durante la época de la Colonia) o artificiales (preeminencia de unas economías sobre otras, el carácter aparentemente más emprendedor y alegre de estos frente a la supuesta apatía de aquellos, etc.)
La integración política es débil en la región (véase el mal funcionamiento y escasos logros del Parlamento Centroamericano, Parlacen). La articulación de las organizaciones sociales y populares avanza al ritmo de los procesos de alianzas en cada uno de los países, es decir, a paso de tortuga. Ni siquiera el deporte atraviesa fronteras. Une, sí, la poesía (encuentros de Panamá y Granada) y no es desdeñable el impacto social y la capacidad de transformación estructural que siempre han tenido y tendrán en el futuro los poetas.
Solamente existe integración de riquezas: «Las empresas transnacionales y los grupos de poder económico regionales (…) han aumentado todavía más su influencia económica, social y política al interior de los países, a la vez que la han extendido hacia el resto de la región. Dado que este proceso ha coincidido con un debilitamiento general de otros actores sociales y políticos que en un sistema democrático sirven de contrapeso al poder empresarial (como en el caso del Estado, las clases medias y los sectores laborales y sindicales) y con el ascenso al poder de gobiernos empresariales y proempresariales, en la última década ha tenido lugar en la región un cambio en la correlación de fuerzas políticas a favor de los grupos de poder económico y de las empresas transnacionales. En nuestra opinión, este desbalance del poder regional representa un serio riesgo para la democracia de la región, ya que está contribuyendo a la configuración de sociedades más desiguales en el plano económico y más polarizadas en el ámbito social y político» afirma el economista Alexander Segovia en «Integración real y grupos de poder económico en América Central: implicaciones para el desarrollo y la democracia de la región».
En el río revuelto de nuestras divisiones, ganan, entonces, unos pocos y nos desidentificamos más. ¿Qué somos: una región, un territorio quebrado, un sin fin de repúblicas, una ilusión, un laboratorio de dictaduras, una maquila, el estado más pobre de Estados Unidos de Norteamérica, el sur de México, una colonia, un espejismo? ¿Qué compartimos, más allá de un estrecho y dizque privilegiado espacio natural, más allá de revoluciones truncadas, inmensos poetas surgidos de la nada y el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos?
Por cierto, ya no les expliqué qué sucedió en las elecciones salvadoreñas. ¿Me esperan un tiempecito? Voy a la frontera, me informo, regreso y les cuento.
Comentario
Pintiparado
Pintiparado. Así me sentí al escuchar la conferencia del Doctor Juan Guillermo Figueroa, «Salud y sexualidad de los varones: dilemas y contradicciones» en el Centro Cultural de España, el pasado dos de marzo.
El Doctor Figueroa, habló de «descuidos intencionales y negligencia suicida» alrededor de la poca atención de los hombres a nuestra salud; refirió la escasa «legitimidad del auto cuidado»; aludió al desarrollo de nuestra personalidad a partir de la «competencia con otros hombres»; señaló el ejercicio «competitivo» y poco «placentero» de nuestra sexualidad, producto de la separación «eroticidad-afectividad» y la genitalización de las relaciones; constató el abuso del «silencio» y la glorificación del «dolor».
En fin, y para no aburrirles, Juan Guillermo Figueroa afirmó que el modelo dominante de masculinidad acaba siendo un «factor de riesgo para la salud».
Como les decía, me sentí pintiparado: es decir, totalmente parecido y absolutamente semejante a lo que el doctor explicaba. Sólo acerté a exclamar en voz baja: ¿quién le ha hablado de mi persona a este señor? ¿Cómo sabe tanto de mí?
[1] El informe «Un solo mundo. Voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo» elaborado en 1980 por una comisión de la Organización de Naciones Unidas coordinada por Sean McBride denunció la unidireccionalidad de la comunicación, la concentración vertical y horizontal, la transnacionalización y la alienación informativa.