Sin duda, la tardía gira de George W. Bush por América Latina y la llamada contragira de Hugo Chávez, van a dejar muchos aspectos para ir analizando en los próximos meses, en los próximos años. La verdad que si lo tomáramos como un pugilato, las cosas le venían saliendo mal a Bush desde bastante antes […]
Ciertamente que es demasiado temprano para hablar de un realineamiento político en la región, pero sin duda la visita «del caballero imperial» Bush (Chávez dixit) creó a los gobernantes latinoamericanos más problemas que la de su homólogo venezolano. Si una imagen vale mil palabras, la imagen de Chávez recorrió las páginas de diarios y revistas, ondas hertzianas y pantallas y al menos compartió de igual a igual con el dueño del mundo.
Pero a veces llaman la atención los festejos de triunfo de sectores de izquierda, porque, sin dudas, detrás de la visita de Bush a Latinoamérica hay una estrategia con múltiples propósitos y con la intención de lavarle la cara al imperio. Antes de salir hacia América Latina, Bush citó en su discurso a Bolívar y Washington, y quiso apoderarse de las banderas tan caras a los movimientos populares.
En su editorial, el diario The New York Times dio irónicamente las gracias al presidente venezolano por haber «forzado a Washington a tener una política más progresista» para América Latina, prometiendo más ayuda social para América Latina en educación, vivienda y salud, aunque sin dar demasiados detalles, algo que criticó la oposición demócrata que lo acusa, por el contrario, de recortar los fondos destinados a la región.
«Parece Colón: está descubriendo la pobreza. La culpa fundamental es del imperio, los modelos económicos, los golpes de Estado. Y ahora viene a hablarnos de democracia, ¿con qué moral?», dijo Chávez en el estadio de Ferro, en Buenos Aires, rodeado de más de 30 mil personas.
No es nuevo este accionar estadounidense: apropiarse de las banderas, de los símbolos, utilizar el mismo vocabulario pero con otro significado (una forma de manipular, de prostituir el lenguaje). Es una necesidad de Washington la de aggiornar su lenguaje, sobre todo cuando le están preparando la alfombra para que comience una administración demócrata. Todos los reportes indican que ha recrudecido la acción de la CIA hacia y en la región y, ¡oh coincidencia! los medios de comunicación comerciales redoblaron sus campañas para tratar de desunir a los latinoamericanos.
Muy probablemente, esta estrategia, similar a la que se trató de implantar cuando el gobierno de John F. Kennedy -con su Alianza para el Progreso-, esta vez llegó tarde.
Tras su abrazo con Bush, Luiz Inácio Lula da Silva, presidente brasileño, recordó que Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de su país: «Queremos mantener (esta relación histórica), queremos mejorarla, eso sin que abdiquemos de nuestro compromiso mayor, que es todo el proceso de fortalecimiento del Mercosur, la constitución de la Comunidad Sudamericana de Naciones y el proceso de integración que estamos haciendo». Amén.
Desde Washington tomaron ambas giras como una competencia para ganar influencia en la región: mala apuesta. Tom Shannon, jefe de la diplomacia gringa para América Latina, se empeñó en comparar la «agenda positiva» de su país con la política de Venezuela.
Lo cierto es que Chávez capturó más titulares en la prensa americana, que las logradas por Bush con sus tan débilmente sustentadas promesas de invertir más dinero para combatir la pobreza en América Latina, esa pobreza que Washington tanto ayudó a potenciar. Según una encuesta de Zogby Internacional, el 86 por ciento de los miembros de las elites intelectuales y económicas latinoamericanas tienen una mala imagen de Estados Unidos. ¡Y ni les cuento la imagen que tienen las masas!
Más allá del 20% de credibilidad en su propio país, el Departamento de Estado le dio una «ayudita» al difundir burocráticamente el informe anual sobre el respeto de los derechos humanos en el mundo. Este informe es visto -lo reconoce el Miami Herald- como un acto de arrogancia de parte del país que torturó a prisioneros en Abu Ghraib y Guantánamo, invadió y masacró a afganos e iraquíes. La ola de protestas comenzó entre los buenos amigos de Washington como México y siguió con Brasil, que no reconoció la «legitimidad» del documento.
Quizá la alianza entre Estados Unidos y Brasil para la producción de etanol es lo que dio pie a la opción de Chávez a emplearse a fondo en un acto que sin duda disgustó al gobierno estadounidense y quizá, también, a algunos socios del Mercosur. Brasil es el primer productor mundial de etanol, y con Estados Unidos controla 72 por ciento de la producción mundial. Raúl Zibechi recuerda que mientras el etanol estadunidense, producido con maíz, tiene baja productividad y dispara el precio del alimento, la producción de caña de azúcar es cinco veces más eficiente y coloca al sudamericano a la vanguardia mundial en la producción del energético.
Un acuerdo de largo plazo con Brasil permitiría a Estados Unidos tres objetivos centrales: diversificar la matriz petrolera, reduciendo su dependencia de las importaciones de Venezuela y de Medio Oriente; debilitar a Venezuela y a sus aliados, y frenar la integración regional motorizada por los hidrocarburos que había cobrado vuelo en 2006. Este plan reaviva los mismos objetivos que tuvo que aplazar Bush en noviembre de 2005, cuando fracasó el ALCA en la Cumbre de Mar del Plata.
Para no perder el tren, el presidente colombiano Alvaro Uribe ofreció a Bush, convertir a Colombia -tercer productor de etanol en América, después de Brasil y Estados Unidos- en una fuente de biocombustibles. «Tenemos más de seis millones de hectáreas de sabanas en la Orinoquia que podemos conquistar para biocombustibles sin destruir un sólo árbol» señaló. ¿Será que se puede hacer etanol del bagazo de la coca?
Chávez ya había criticado frontalmente el etanol como alternativa al petróleo. «Lo que Estados Unidos pretende es imposible. Para sostener con etanol su estilo de vida habría que sembrar con maíz cinco a seis veces la superficie del planeta Tierra», dijo, tras señalar que la expansión de los cultivos tendrá impacto sobre los alimentos (que serán más caros), sobre los suelos (que se degradarán más por el uso de agroquímicos), a la vez que fortalecerá «la tendencia al monocultivo para alimentar las plantas de etanol». Para Fidel Castro, «la idea de usar alimentos para producir combustibles es trágica, es dramática», ya que «nadie tiene seguridad de adónde van a llegar los precios de los alimentos cuando la soya se esté convirtiendo en combustible».
Estos argumentos coinciden con las críticas de los movimientos sociales, que sostienen que quieren sustituir la producción de alimentos para darle sustento al american way of life: «el actual modelo de producción de bioenergía se sustenta en los mismos elementos que siempre causaron la opresión de nuestros pueblos: apropiación del territorio, de los bienes naturales, de la fuerza de trabajo».
El manifiesto señala que el acuerdo del etanol «es una fase de la estrategia geopolítica de Estados Unidos para debilitar la influencia de países como Venezuela y Bolivia en la región». En suma, se trata de boicotear la integración regional y obras tan importantes como el Gasoducto del Sur.
Joao Pedro Stedile, el dirigente de los Sem Terra, señaló que los movimientos campesinos critican, en primer lugar, el que se pongan genéricamente en relación energía y vida (bio), porque es manipular un concepto que no existe y debiera reemplazarse por el de agrocombustible. Dijo que admiten que el agrocombustible resulta más adecuado para el medio ambiente que el petróleo, lo que no altera la esencia del reto al que se ve enfrentada la humanidad: el modelo actual de desperdicio energético y de transporte individual debe ser substituido por un modelo fundado en el transporte colectivo (tren, transporte suburbano, etc.).
El problema no es ni Bush ni Estados Unidos. Ellos hacen su juego, como siempre lo hicieron. Con el proyecto del etanol emerge una nueva-vieja alianza: la de las elites globales, que se expresa en algunos gobiernos de la región.
Entre los principales promotores de la Comisión Interamericana de Etanol, lanzada en diciembre, figuran dos personajes claves: Jeb Bush, ex gobernador de Florida, a quien muchos acusan del fraude electoral que facilitó el acceso de su hermano a la presidencia en 2000, y el brasileño Roberto Rodrigues, presidente del Consejo Superior de Agronegocios de San Pablo y ex ministro de Agricultura en los primeros cuatro años del gobierno de Lula, el hombre del agrobusiness en el gobierno brasileño, que está dispuesto a deforestar la Amazonia y a expulsar a millones de campesinos de sus tierras para acelerar la acumulación de capital.
Richard Nixon, cuando visitó América Lapobre, se llevó un enorme escupitajo en la cara. Bush prefirió fortísimas medidas de seguridad y el aislamiento para evitar esta clase de manifestaciones populares.
Mientras, Chávez dio la vuelta a media Latinoamérica y el Caribe, estrechó lazos, firmó acuerdos, socializó abrazos y aprovechó la competición que marcaba la agenda hecha en Washington para dejar en claro que hace falta muchísimo más que una gira de un presidente que ya se está yendo para desunir lo que tanto nos está costando construir.