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En respuesta al artículo “El lobby armenio entorpece la Justicia”, de Antonio Cuesta

Durmiendo con el enemigo

Fuentes: Rebelión

Muchas veces me informo por Rebelion.org o por Prensa Latina, para contrarrestar la tergiversación y ocultamiento de los medios de comunicación hegemónicos. Por ese motivo, y porque casi siempre encuentro información y opinión valiosa, me sorprendió sobremanera leer en Rebelión.org el artículo «El lobby armenio entorpece la Justicia«, escrito por Antonio Cuesta, corresponsal en Turquía […]

Muchas veces me informo por Rebelion.org o por Prensa Latina, para contrarrestar la tergiversación y ocultamiento de los medios de comunicación hegemónicos. Por ese motivo, y porque casi siempre encuentro información y opinión valiosa, me sorprendió sobremanera leer en Rebelión.org el artículo «El lobby armenio entorpece la Justicia«, escrito por Antonio Cuesta, corresponsal en Turquía de Prensa Latina. Me sorprendió por lo falaz del mismo, los argumentos infundados y contradictorios y por reflejar una posición claramente reaccionaria y totalmente alejada de la línea editorial de estos dos medios que respeto y admiro. Me imaginé durmiendo con el enemigo.

Por otro lado, agradezco a Rebelión.org, que ya publicó artículos míos en otras oportunidades, la posibilidad de ensayar una respuesta a Cuesta, por lo menos en los puntos más importantes de su artículo que se refiere principalmente al fallo del juez federal Norberto Oyarbide que condena a Turquía por el delito de genocidio contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923. Ahí va.

En el punto número dos de su artículo, Cuesta dice: «Desconozco cuál es el valor probatorio en un juicio de «testigos» que relatan historias que les han contado».

Ya empieza mal un periodista que opina de algo que reconoce desconocer. Luego pone entre comillas a los testigos, como descalificándolos o menospreciándolos, cuando en cualquier proceso, pero muchísimo más en uno en el que se revisa un genocidio o delitos de lesa humanidad, los testimonios son fundamentales. Argentina en los últimos años ha venido juzgando y encarcelando a los militares que perpetraron un genocidio para implementar el neoliberalismo en mi país, y en esos procesos han sido fundamentales los testigos. Y dice que esos testigos relatan historias que les han contado. Más allá de usar en doble sentido y maliciosamente la palabra historias, aquí Cuesta ya entra directamente en la tergiversación, porque a muchos de los testigos escuchados por el juez Oyarbide, quienes les contaron las historias son las víctimas directas del genocidio.

Luego dice Cuesta: «Me pregunto porqué de entre todos los testimonios recogidos no cita ningún documento o informe de la época, o alguno de los rigurosos trabajos que han realizado investigadores o historiadores. Al parecer Oyarbide «envió exhortos a una decena de países para que brinden información sobre lo ocurrido con los armenios, entre ellos a Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica y el Vaticano», pero ¿no a Turquía? «. Otra vez el pecado más grave de un periodista, hablar sin investigar, sin conocer, porque Oyarbide analizó cientos de documentos, no sólo testimonios. Y por supuesto que requirió la colaboración de Turquía, y por supuesto que Turquía ni siquiera tuvo la delicadeza de responder los exhortos.

Y sigue Cuesta: «Diera la impresión que los documentos de la época fueran material secreto, protegido o inaccesible, pero lo cierto es que el académico Taner Akçam no tuvo mayor problema para consultar los archivos del Patriarcado Armenio de Jerusalén, de los ministerios de Asuntos Exteriores de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Turquía y el Archivo Central de Postdam, entre otros, para confeccionar su libro From Empire to Republic. Turkish nationalism and the armenian genocide».

Tuve la suerte de conocer a Taner Akçam en noviembre del año pasado, una persona encantadora y un turco valiente que se atreve a poner en riesgo su integridad física defendiendo la versión de que se trató de un verdadero genocidio y que Turquía es responsable en cuanto heredera jurídica del Imperio Otomano. Por eso, le recomiendo a Cuesta que lea también el libro de Taner Akçam A Shameful act, the armenian genocide and the question of turkish responsability, Holt Paperback 2006, o si lo prefiere en castellano Un acto vergonzoso, el Genocidio Armenio y la cuestión de la responsabilidad turca, Colihue Ediciones 2010.

En otro párrafo del punto tres, Cuesta asegura: «… se entiende que el nacionalismo armenio insista en que hubo 1,5 millón de muertos y que sea tildado de ‘negacionista’ quien discuta la cifra aunque presente datos más fiables que los argüidos por los propagandistas armenios, pero siguiendo la misma lógica ¿no podría decirse que en realidad sólo hubo un millón y medio de deportados?». ¿Cuáles son los «datos más fiables»? ¿Los tiene Cuesta? Si los tiene, que los muestre, ya que somos periodistas y no barras bravas de fútbol que decimos cualquier cosa sólo por insultar al otro. Ya en la siguiente frase, entra en una faz canallesca al sugerir que los deportados no fueron víctimas fatales de un plan genocida. Se parece mucho a la extrema derecha argentina que dice que los desaparecidos están paseando por Europa. Además, se contradice a sí mismo, ya que en otro artículo publicado en Rebelion.org el 16 de abril de 2010, Cuesta decía: «… fue llevado a cabo un vasto plan de deportaciones forzosas hacia el desierto de Siria, contra los ciudadanos otomanos pertenecientes a las minorías cristianas en su mayor parte armenios apostólicos, pero también siriacos, greco-ortodoxos, católicos y protestantes. Como resultado de las durísimas condiciones en que fueron realizadas esas marchas y también de las matanzas cometidas contra los deportados cientos de miles de personas murieron, la mitad de ellas mujeres y niños».

El punto cinco del artículo de Cuesta es imperdible: «El Estado otomano no sólo reconoció y condenó las matanzas, sino que encarceló y comenzó a juzgar a los responsables, recién acabada la guerra en 1918. Más aún, el gobierno paralelo, nacionalista, de Mustafá Kemal -posteriormente ‘Ataturk’- también lo hizo e igualmente apoyó el que los genocidas fueran procesados. En numerosas ocasiones ambos gobiernos reconocieron las cifras de muertos, que obraban en poder de los acusados: unos 800 mil». Aquí Cuesta asume una de las estrategias de los negacionistas, llevar un genocidio a una cuestión contable. En Argentina, los poquísimos dinosaurios que todavía defienden el terrorismo de Estado de la última dictadura militar dicen que los desaparecidos no son 30 mil, sino «a lo sumo 10 mil».

Por otra parte, Cuesta reconoce: «Fueron las potencias aliadas, vencedoras de la contienda, las que pusieron fin a los juicios, echaron tierra sobre cualquier intento de juzgar a los responsables y los recluyeron en la isla de Malta para posteriormente dejarlos escapar. El guión era condenar ‘a los turcos’ por los crímenes cometidos e invadir y desmembrar su territorio como castigo, y así hasta hoy». Esto es fácilmente subsanable, para no culpar a todos los turcos, es preciso reconocer que hubo un genocidio, investigar y aunque más no sea condenar declamatoriamente a los culpables, que fueron sin dudas los funcionarios del Gobierno de los Jóvenes Turcos.

Y sigue Cuesta: «Por desgracia para las víctimas (aunque de haber salido bien hoy habría aún más víctimas de uno y otros bandos) la lucha por la independencia dio al traste con las ambiciones expansionistas (estas sí) de las potencias aliadas y con cualquier tipo de reparación para los armenios «. Eso de «habría aún más víctimas de uno y otro bando» es claramente lo que en Argentina se llama Teoría de los dos demonios, aquella que disfraza un genocidio de guerra, donde hubo dos bandos y se cometieron excesos de ambas partes. Tanto en el genocidio de las dictaduras latinoamericanas dictadas por la Doctrina de la Seguridad Nacional de los Estados Unidos, cuanto en el Genocidio Armenio, no hubo ni una guerra ni dos bandos, hubo un Estado terrorista volcado contra sus propios ciudadanos.

Para no seguir transcribiendo partes del texto de Cuesta, y para no alargar demasiado el mío, sólo remarco algo que Cuesta parece desconocer por completo, que Turquía es el heredero jurídico del Imperio Otomano, como Rusia lo es de la ex Unión Soviética, y la Alemania actual del Tercer Reich.

Y hablando de Alemania, otro dato importante sobre todo para los que luchamos contra el imperialismo no desde ayer sino desde siempre: tanto el Genocidio Armenio (en el que podemos incluir a griegos y siriacos) como el Holocausto contra judíos, gitanos, comunistas, polacos y homosexuales fueron perpetrados por dos potencias imperiales aliadas entre sí: el Imperio Otomano y el Imperio Alemán. Pensar que no hay razones políticas y económicas detrás de un genocidio es tener un pensamiento mágico, creer que todo es obra de uno o varios locos, monstruos inhumanos. En realidad, la cuestión es bastante más compleja, y siempre está el capitalismo y el imperialismo por detrás, y la prueba más clara es la actuación histórica de los Estados Unidos, hasta hoy. Y el negacionista es cómplice del genocida, porque el negacionismo es parte constitutiva del genocidio. No sólo que te matan a tu familia, te violan a tus mujeres, te roban a tus niños, exterminan a tu pueblo, sino que además, luego vienen y te dicen que nada de eso ocurrió. Y encima lo publican tan sueltos de cuerpo en forma de artículo periodístico.

Aclaro que no soy armenio por ninguna vía familiar, ni tampoco tengo familiares ni amigos directos víctimas de la dictadura genocida de la Argentina. Pero estoy convencido que los hombres y mujeres de buena voluntad (y sobre todo los revolucionarios de izquierda) tienen que trabajar por entender y hacer entender que los delitos de lesa humanidad son contra toda la humanidad y nos tocan a todos.

Mariano Saravia, periodista argentino, especializado en derechos humanos y genocidios. Autor del libro El grito armenio, crónica de un genocidio y de la lucha por su reconocimiento, traducido al inglés, francés y portugués.  www.marianosaravia.com.ar

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.