Recomiendo:
0

Ecuador: La fábula de estabilidad macroeconómica

Fuentes: Quincenario Tintají / Quito

La dolarización se impuso en Ecuador en un momento de desesperación, trasgrediendo el marco constitucional y apoyándose en una suerte de «terrorismo económico». Se la justificó como vacuna para enfrentar una inexistente hiperinflación y para resolver (casi) todos los problemas en la economía. Se dijo que no había alternativas, algo absolutamente falso. Incluso si hubiese […]

La dolarización se impuso en Ecuador en un momento de desesperación, trasgrediendo el marco constitucional y apoyándose en una suerte de «terrorismo económico». Se la justificó como vacuna para enfrentar una inexistente hiperinflación y para resolver (casi) todos los problemas en la economía. Se dijo que no había alternativas, algo absolutamente falso. Incluso si hubiese existido tal hiperinflación, las experiencias de los vecinos muestran que se puede acabar con ella sin dolarización, a un ritmo más veloz y menos costoso.


Y ahora, pasados más de cuatro años de su imposición, los resultados de la decisión irresponsable de acabar con la moneda nacional están a la vista. No se cumplen los ofrecimientos iniciales de reducir inmediatamente la inflación y las tasas de interés, e incluso de provocar inmediatamente la reactivación de la economía. Nada de eso ha sucedido. Por el contrario, se han agudizado los problemas de competitividad y las mismas fracturas sociales.


La inflación de 6,1 por ciento en diciembre del 2003 representa un valor tres veces superior a la inflación en los Estados Unidos. El nivel de precios de la economía ecuatoriana al finalizar dicho año, que ahora «gozaría» de un índice inflacionario de un solo dígito, fue de los más altos de la región; además, su inflación fue superior a la de economías vecinas sin dolarización: Perú, Colombia, Chile y la misma Argentina para citar apenas cuatro casos. En términos de estabilización este largo e inconcluso proceso, que implicó una acumulación de más 150 puntos de inflación frente a 11 puntos acumulados en Estados Unidos, demuestra el fracaso de la dolarización. La evolución de los precios de los bienes transables se reducen -vía importaciones-, mientras que los de los bienes no transables se mantienen elevados: combinación que demuele aún más la competitividad del aparato productivo.


La calma conseguida por la ausencia de la devaluación tampoco se refleja en una caída sustantiva de las tasas de interés en dólares, que superan para la mayoría del aparato productivo el 18 por ciento, más del 40 por ciento para los empresarios pequeños, aún el 80 por ciento en compras que se realizan en establecimientos comerciales y sobre el 100 por ciento en dólares a nivel de los prestamistas informales… La tasa de interés activa es superior a las tasas también en dólares en varios de los vecinos -Colombia, Perú, Bolivia, Costa Rica-, que no han dolarizado sus economías; mientras que, los banqueros, principales promotores de la propaganda estabilizadora, tienen más de mil millones de dólares depositados fuera del país y en el interior no dejan de obtener enormes utilidades. Si bien aumentaron los depósitos en la banca en los últimos años, el grueso de los créditos otorgados va al comercio y a las importaciones, quedando menos del 25 por ciento para la industria y la agricultura. Y se dan el lujo que en el año 2003 las captaciones superen a los depósitos, algo verdaderamente sui géneris, y pese a todo ello, aumentan las utilidades.


La reactivación económica también es una quimera: el año pasado la economía no petrolera apenas creció en 1,4 por ciento, la cifra más baja de la última década sin contar el año 1999 de la gran crisis, y esto a pesar de tantos factores externos favorables que apuntalan la dolarización: altos precios del petróleo, cuantiosas remesas de los emigrantes, devaluación del dólar, crecimiento de la economía de los Estados Unidos, bajas tasas de interés en el mercado financiero internacional, narcodólares…


Incluso el anunciado incremento del PIB de 5 por ciento (meta revisada hacia la baja, luego de que se ofreció un aumento de 6 por ciento a inicios del año) apenas será percibida por la sociedad en su conjunto. La tajada mayor de dicho crecimiento irá a las petroleras privadas, que son las que obtienen la mayor parte de la renta petrolera. Por eso, al finalizar el año, cuando la gente no registre dicho incremento, debe tener claridad que no todo incremento de la producción petrolera favorece al país… pueden las transnacionales incrementar la producción de crudo, pero eso no necesariamente favorece al Ecuador (Puede crecer el Producto Interno Bruto -PBI-, pero no crecerá en la misma proporción el Producto Nacional Bruto -PNB-, aquel que calcula el ingreso de los nacionales).


Pese a haber gozado de tantas ventajas externas, Ecuador registra un déficit comercial consecutivo en los últimos tres años, situación que desde 1979 sólo había ocurrido en 1987 por la ruptura del oleoducto y en 1998 por la caída de los precios del crudo. El déficit comercial no petrolero en el 2003 bordeó los 2100 millones de dólares, equivalente a 8por ciento del PIB; esto, además, refleja una aceleración del proceso de desindustrialización.


En este contexto, el presidente-coronel Lucio Gutiérrez, quien sin entender (casi) nada afirma que la economía ecuatoriana atraviesa una situación boyante, trata de esconder su incapacidad arguyendo que la dolarización fracasaría si él se cae. Y, desde diversos sectores, se afirma que a la estabilidad macroeconómica alcanzada hay que protegerla, por ser lo único positivo del actual gobierno. En este escenario se inscribe el reciente recambio registrado en el Ministerio de Economía, que asegura la continuidad del manejo «ortodoxo, conservador y prudente», impuesto desde el inicio por el presidente-coronel.


Dicha estabilidad, como se demostró en párrafos precedentes, no pasa de ser una fábula.


Por otro lado, para entender las razones para las actuales tendencias recesivas en la economía, hay que aceptar que es insostenible para la sociedad y para el aparato productivo un esfuerzo fiscal orientado a atender prioritariamente las demandas de los acreedores internacionales y nacionales de la deuda pública, en su mayoría externa. La ponderada austeridad fiscal del gobierno neoliberal del presidente-coronel sólo beneficia a los acreedores de la deuda pública (entre los que están los bancos privados ecuatorianos), quienes -con la complicidad del FMI- exigen este año un superávit fiscal primario de 5,5 por ciento del PIB, equivalente a 1.500 millones de dólares; ahorro compulsivo que impide generar unos 200 mil puestos de trabajo, mientras el desempleo supera el 12por ciento y el subempleo sigue en auge. Esta debacle en términos de empleo, salarios y calidad de los puestos de trabajo sería peor aún si no existiera la válvula de la emigración…


Tan miserables resultados en el manejo macroeconómico, lejos de ser motivo de aplauso para el ministro saliente, deberían ser razón suficiente para cambiar de política económica, encaminándola hacia un desarrollo del mercado interno, de la industria y del sector agropecuario, que han sido liquidados en estos años de farra consumista para alimentar las arcas de los importadores rentistas. Para ello será fundamental superar la fábula de la estabilidad macroeconómica, que sirve de pretexto para profundizar el ajuste neoliberal. Y, simultáneamente, hay que recuperar la posibilidad de un manejo de la política monetaria, que sería uno de los pilares para construir un esquema económico autónomo.


Es más, conciente de que la actual coyuntura internacional es irrepetible (y que puede estar próximo su fin con un incremento de las tasas de interés en los Estados Unidos y una caída del precio del petróleo, fenómenos que tendrán un doble efecto demoledor sobre el servicio de la deuda externa y sobre la balanza comercial), a la sociedad le urge preparar y procesar una salida ordenada de la trampa cambiaria, sin creer que con eso se van a resolver todos los problemas. En efecto, se presenta una oportunidad única para desdolarizar, para redirigir la política económica y para llevar a cabo reformas estructurales que permitan un desarrollo autodependiente, que fomente nuestras potencialidades en vez de favorecer a los acreedores de la deuda externa (que incluye a varios com»patriotas», entre los que se destacan los propios bancos ecuatorianos), a las empresas transnacionales y a los grupos de poder rentistas. Hay que estar preparados para cambiar de política económica. Tenemos poco tiempo si queremos sacar ventaja de la actual coyuntura internacional. Para aprovecharlo se necesita coraje y concertación. No desperdiciemos esta oportunidad.