Habría que preguntarse qué países, gobiernos, presidentes, figuras políticas, empresas, hombres de negocios e instituciones internacionales no han sido espiados o sancionados por los regímenes de turno de Estados Unidos, conducta que denota la decadencia imperial de Washington y la pérdida acelerada de su influencia mundial. La interrogante para nada es difícil de responder porque […]
Habría que preguntarse qué países, gobiernos, presidentes, figuras políticas, empresas, hombres de negocios e instituciones internacionales no han sido espiados o sancionados por los regímenes de turno de Estados Unidos, conducta que denota la decadencia imperial de Washington y la pérdida acelerada de su influencia mundial.
La interrogante para nada es difícil de responder porque existen innumerables pruebas reveladas públicamente de que son muy pocos los que han sido excluidos de la actuación intrusa de las agencias de inteligencia, y de medidas de presión aplicadas por las administraciones norteamericanas dirigidas a hacer prevalecer su dominio a toda costa, incluida la vía la fuerza.
Ni siquiera sus aliados europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) escapan del espionaje, sin escrúpulo alguno, de los llamados servicios especiales de Estados Unidos, que evidentemente desconfía hasta de sus propios «socios» de constantes planes desestabilizadores y agresiones castrenses contra terceras naciones.
Los blancos cotidianos de los ojos y oídos de Washington no han sido únicamente los denominados países que considera «adversarios» a sus intereses, sino otros muchos más, entre los que figuran casi todos sus «grandes colaboradores», como la poderosa Alemania, Francia y España, por citar solo algunos.
Conocidos personajes pronorteamericanos como la Canciller germana, Angela Merkel, el presidente galo, François Hollande, y hasta el muy obediente jefe del ejecutivo español, Mariano Rajoy, integran la extensa lista de los mirados y escuchados subrepticiamente por su «fiel amigo» de la Casa Blanca, el mandatario Barack Obama.
De otro lado, los gobiernos estadounidenses aplican sanciones económicas, comerciales y financieras, el chantaje, e incluso la amenaza de utilizar la violencia contra cuanta nación, dignatario o entidad decidan rechazar sus designios.
El caso más reciente al respecto, es Ucrania, cuyo mandatario, Víktor Yanukóvich, ha rehusado formar parte de la en crisis y desunida Unión Europea (UE), y sin ser integrante del nombrado Grupo de los 27, Washington anunció castigar a esa otrora república de la desaparecida Unión Soviética por su determinación soberana.
Pero además, el régimen norteamericano a través de sucursales de sus agencias de inteligencia disfrazadas de Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), como es costumbre, subvierte el orden de los ucranianos para materializar su objetivo.
Claro está que el plan de la Casa Blanca, con la eventual adhesión de Ucrania a la UE, es conseguir cercar y debilitar a Rusia, para limitar el liderazgo internacional que ha recuperado Moscú en los últimos tiempos.
Estados Unidos sabe muy bien que ha perdido terreno ante el rápido empuje de potencias como Rusia y China, y otras emergentes, que irremediablemente lo llevarán, más temprano que tarde, al ocaso imperial.
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