China no se salva de la falta de urbanidad ya legendaria en los altos funcionarios de Washington.
Podemos entender que el presidente Bolsonaro irrespetara y atacara al presidente de la República de Corea, Moon Jae-in, al confundirlo con el presidente de la RPD de Corea, Kim Jong-un, y que se burlara del primero llamándole una y otra vez, “el gordito”, sin que el protocolo del presidente de Brasil le llamara la atención por el imperdonable desliz. Podemos entender que el expresidente Trump -quien jamás leyó un libro de etiqueta- bautizara a este último como el “hombre cohete”.
Nos pareció excesivo y deshonroso que el presidente Biden malgastara sus primeras palabras como presidente de EE. UU. en llamar “asesino” al presidente Vladimir Putin de Rusia
Pero se nos antoja sencillamente más lamentable y bochornosa la metida de pata de la vicepresidenta de EE. UU., Kamala Harris, quien recientemente se limpió las manos ante las cámaras luego de habérselas estrechado al presidente de la República de Corea, Moon Jae- in.
Cualquiera diría que esas faltas de modales son ataques deliberados contra las dos Coreas y contra Rusia, por ser países euroasiáticos con los que EE. UU. se confronta en todos los planos, tomando en cuenta que Corea del Sur tiene hoy muy buenas relaciones con China y que Pekín intenta que ambas Coreas limen sus asperezas. Pero ¿y China?
China no se salva de la falta de urbanidad ya legendaria en los altos funcionarios de Washington. En Anchorage, Alaska, el Secretario de Estado, Anthony Blinken inició sus intervenciones violando las reglas previamente acordadas y dejando a un lado todo protocolo con la retahíla sopeteada y refutada de siempre sobre supuestas violaciones de derechos humanos en China.
Con la arrogancia de las potencias coloniales que humillaron a China durante un siglo, Antony Blinken olvidó todo tacto diplomático y fue al grano: “Vamos a discutir nuestras profundas preocupaciones con las acciones de China, incluso en Xinjiang, Hong Kong, Taiwán”. En vez de adoptar un tono respetuoso y receptivo, Blinken inauguró la nueva era con China con una invitación a un encuentro boxístico, que la contraparte pudo manejar con su tradicional cortesía y paciencia.
Recientemente, el encargado de negocios de la Embajada de EE.UU. en República Dominicana, Robert W. Thomas, declaró al diario Listín: “China no es una democracia, no respeta los derechos humanos, no sigue el estado derecho” y ya saben ustedes lo que sigue. Tal declaración es un total irrespeto a China y una intervención en los asuntos internos de República Dominicana.
La respuesta de la embajada de China no se hizo esperar. El agregado de Prensa de la embajada, Xu Tiefei, lo hizo con fina ironía: “Tal como señaló el Sr. Wang Yi, consejero de Estado y ministro de Relaciones Exteriores de China, la democracia no es como Coca-Cola, cuyo jarabe original se produce en los EE. UU. y sabe a lo mismo en todo el mundo.”
Conforme a la Declaración de la embajada china, en torno a afirmaciones ofensivas del Almirante Craig Faller, del Comando Sur: “La democracia por sí misma no tiene un modelo fijo. Estados Unidos tiene una democracia al estilo estadounidense y China tiene la suya a su propio estilo. La democracia socialista con peculiaridades chinas es una democracia popular y de consultas, cuyo núcleo consiste en que el pueblo es el dueño del país.”
En El Salvador, el embajador de EE. UU. confesó desde el principio (2018) que el principal objetivo de su misión era interferir y cortar las relaciones establecidas recientemente entre China y El Salvador, en brutal violación de la Convención sobre Relaciones Diplomáticas de Viena (1961).
En cuanto a El Salvador, el gobierno del presidente Bukele aprobó un préstamo de China por US$62 millones para “un estadio, una biblioteca, una planta potabilizadora y otros proyectos en la zona costera de El Salvador”, pero el monto, según el mandatario, “ahora será mucho mayor: US$ 500 millones en inversión pública no reembolsable y sin condiciones”. EE. UU. montó en furia.
A la independencia de Bukele, EE. UU. lo amenazó: “Toda la ayuda de la USAID para el gobierno le será entregada a las oenegés de oposición.” O sea que, a la independencia de El Salvador, EE. UU. responde con una mayor intervención: Palo y Zanahoria. EE. UU. castiga a El Salvador porque quiere ser independiente, como igualmente castiga y castigará a todos los países de la región que quieran buscar su propio camino, sea Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia, entre otros.
Financiar a la oposición de El Salvador es un hecho punible nacional como internacionalmente. En lo primero, niega la autodeterminación de su pueblo; en lo segundo, es una intervención en los asuntos internos de El Salvador.
La situación actual de Panamá a raíz de la invasión es lamentable, dolorosa y trágica, no solamente porque EE. UU. nos ocasionó impunemente la más grande masacre desde 1903 (4,000-6,000 muertos y decenas de miles de heridos), sino porque desfiguró los Tratados Torrijos-Carter de 1977, cuya abrogación perseguía para distorsionar o eliminar algunas de las conquistas panameñas en dichos acuerdos, con el completo desconocimiento de nuestro pueblo.
Además, la invasión destruyó las bases sobre las cuales se sustenta el mismo Estado y permitió la libre entrada y salida para 16 agencias federales de EE. UU., lo cual nos obliga a seguir luchando para recuperar la independencia nacional conculcada por Washington con la complicidad de traidores de toda laya. Los tratados post invasión restauraron la estructura semicolonial o neocolonial de Panamá existente antes de 1977.
Panamá abrió relaciones plenas con la República Popular China el 13 de junio de 2017 y, desde entonces, EE. UU. nos ha impuesto diversos tratados y acuerdos que entregan el monopolio a empresas privadas de EE. UU. sobre infraestructura (puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, almacenamiento), materias primas, energía (electricidad) y otras obligaciones, en directa violación de nuestra Carta Magna y de la Declaración Presidencial entre el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, y el presidente de China, Xi Jinping, de noviembre de 2018, que nos incorpora a la Franja y la Ruta como puerta de entrada de China a la región latinoamericana y el Caribe. Pero las relaciones con China han sido hoy ralentizadas.
En cuanto a México, se produjo una primera cancelación de un proyecto de China para construir un tren rápido a Querétaro durante el anterior gobierno de Enrique Peña Nieto. Ahora que se replanteó un segundo proyecto bajo el presidente Andrés Manuel López Obrador, la empresa china interesada hizo algunas observaciones a la licitación que no han sido aún atendidas.
Como si fuera poco, el presidente AMLO ha invitado al presidente Vladimir Putin de Rusia (al «asesino»), uno de los estadistas más relevantes del mundo junto al presidente de China, Xi Jinping, a participar en el próximo aniversario de la independencia de México en septiembre.
Teniendo en cuenta que México, conjuntamente con EE. UU. y Canadá conforman el llamado Comando Norte, y que las Fuerzas Armadas mexicanas -las cuales para nada favorecen a China- estarán al frente de la representación azteca en una próxima reunión de dicho Comando, solo nos cabe exclamar: ¡Pobre México! ¡Tan lejos de Dios y tan cerca de EE. UU.!
Julio Yao. Analista Internacional, presidente Honorario y Presidente Encargado del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP)