Antes de nada quisiera recordar, una vez más, que yo sólo hablo en mi nombre. Tras las manifestaciones del 15 de mayo de 2011 reivindicando una democracia real ya , surgió en el Estado español el movimiento 15-M, sin duda el movimiento popular más destacable de las últimas décadas en nuestro país. Por supuesto, el […]
Antes de nada quisiera recordar, una vez más, que yo sólo hablo en mi nombre.
Tras las manifestaciones del 15 de mayo de 2011 reivindicando una democracia real ya , surgió en el Estado español el movimiento 15-M, sin duda el movimiento popular más destacable de las últimas décadas en nuestro país. Por supuesto, el movimiento de indignación generalizada no hubiese nacido sin una dura crisis , ni sin antecedentes. Toda revolución sólo se produce si se da una combinación de factores objetivos (si el sistema entra en crisis) y subjetivos (si existe suficiente concienciación y organización). Porque cuando miles de personas salen a las calles para decir que el sistema está fallando, que se necesita una democracia real, sin dudas, estamos ante los inicios de un proceso revolucionario, al menos potencialmente revolucionario.
Una revolución no surge repentinamente, no es un hecho puntual, sino que es un largo proceso que necesita cierto tiempo para florecer y madurar. Ni siquiera cuando un nuevo sujeto político revolucionario alcanza el poder político la revolución culmina. Al contrario, cuando se da esa circunstancia es cuando realmente empieza, mejor dicho, puede empezar, la transformación radical de la sociedad, especialmente del sistema económico. La revolución rusa no empezó ni terminó en octubre de 1917, sino que se fue labrando poco a poco durante décadas. En 1905 las masas rusas estallaron y empezaron un movimiento que, tras sus altibajos, culminó en 1917 con la toma del poder político por parte del partido bolchevique. Pero la revolución rusa hunde sus raíces más atrás en el tiempo. La indignación no surge de la noche a la mañana, se va acumulando en el tiempo hasta que estalla. A partir de 1917 es cuando se pudo «técnicamente» iniciar un proceso de transformación radical de la sociedad rusa, el cual, al cabo del tiempo fracasó. Pero no pretendo aquí analizar lo que aconteció en la URSS (a quien le interese mi análisis de tal experiencia puede echar un vistazo al libro ¿Reforma o Revolución? Democracia, o al artículo Democracia vs. Oligocracia, donde lo sintetizo en pocas líneas). Simplemente pretendo recordar que una revolución no es tan sólo un conjunto de hitos puntuales inconexos, sino que es un proceso complejo y largo.
Que se inicie un proceso revolucionario no significa que se haya logrado ya la revolución, los cambios radicales buscados. Que no se busquen cambios radicales inicialmente tampoco significa que no pueda aspirarse a cambios más radicales a medida que pasa el tiempo. Una revolución puede triunfar o fracasar, puede radicalizarse o moderarse, puede avanzar o detenerse, incluso revertirse. El triunfo nunca está garantizado a largo plazo, la historia humana nunca, o casi nunca, es irreversible. Quiere esto decir que tan erróneo me parece decir que el movimiento 15-M no es nada revolucionario, que no es al menos potencialmente revolucionario, como decir que ya ha logrado la revolución, que es imparable. Hasta ahora no hemos logrado nada concreto de cierto calado, pero por lo menos, al fin, se está empezando a hablar de cambios sistémicos, es decir, revolucionarios. Al menos ahora, tras muchas décadas de apatía y derrotismo, se nos han abierto, todavía tímidamente, pero se nos han abierto, las puertas hacia un mundo mejor.
Desde ciertas facciones de la izquierda más dogmática, desde el primer momento, ciertos «revolucionarios» de salón, acomodados en sus despachos, se limitaron a decir que la #SpanishRevolution no era una revolución, apelando a cierto purismo, que nunca encontrarán en ninguna revolución (como ya dijo acertadamente en su día Lenin, sus errores no invalidan sus aciertos). En vez de luchar para que la conciencia aumente, se expanda por la sociedad, ellos se limitaron a repetir su discurso enlatado «ultrarrevolucionario», se limitaron a observar «prudentemente» desde la distancia para no meter la pata, se limitaron a criticar destructivamente, contradiciendo, por cierto, a los revolucionarios de otras épocas en nombre de los cuales ellos decían actuar. Ellos nos dicen que quienes montaron el cotarro del 15-M no son fiables, que son realmente contrarrevolucionarios, lo cual nunca podemos descartar tajantemente. Pero tampoco podemos descartar que quienes acusan a otros de contrarrevolucionarios en verdad lo sean ellos, que ellos se limiten a crear confusionismo o a intentar evitar el uso de estrategias más eficaces que se adapten a los tiempos presentes. Quienes se limitan a decir que el movimiento 15-M no es revolucionario, sin trabajar para que lo sea, si es que para ellos no lo es, quienes se limitan a criticar sin aportar propuestas realistas, acordes con los actuales tiempos que vivimos, quienes se limitan a decir que dicho movimiento no merece la pena porque no parte de las posiciones que ellos creen que deberían darse ya (dando la espalda a la realidad contemporánea), o porque las cosas no se hacen según sus esquemas rígidos preconcebidos, le hacen un flaco favor a la revolución. La estrategia revolucionaria debe adaptarse al espacio y al tiempo.
No puede pretenderse que, repentinamente, la mayoría de ciudadanos se desprendan de sus prejuicios, incrustados en sus mentes durante décadas. El sistema capitalista nos come el coco incesantemente desde que nacemos. Si a esto añadimos los fracasos de las distintas izquierdas, reformistas y revolucionarias, entonces es totalmente utópico esperar que la gente, de repente, acepte un discurso hecho hace un siglo. Nos guste o no, ciertas palabras suenan malsonantes para una gran parte de ciudadanos ahora en el siglo XXI. En la época de Lenin el marxismo era una ideología emergente con cierto prestigio. A hora a mucha gente le parece trasnochada y le repele. Ésta es la cruda realidad. Cualquier izquierdista «ultrarrevolucionario» que hable del marxismo o del anarquismo como algo impoluto, libre de cualquier pecado, predicará en el desierto. Quienes reivindican una revolución «pura» deberían preguntarse por qué casi siempre predican en el desierto. Ellos esperan que las masas se acerquen a ellos, que se adapten a ellos. La burguesía está encantada con tales «revolucionarios». Así siempre seguirán en la marginalidad. Quienes insisten en usar los mismos métodos de hace un siglo deberían explicarnos por qué la URSS colapsó, deberían explicarnos por qué creen que dicho colapso no tiene nada que ver con los métodos empleados entonces para hacer la revolución. Quienes pensamos que existen muchas ideas correctas en dichas ideologías no podemos esperar que los ciudadanos nos escuchen si no hablamos con cierta habilidad, si tampoco reconocemos que dichas ideologías tienen, además de grandes aciertos, graves errores, pues nada es perfecto. Sólo es posible superar nuestros errores identificándolos y reconociéndolos.
Si pretendemos que las masas reivindiquen ahora, desde el principio, ya mismo, el socialismo, el comunismo o el anarquismo, entonces, probablemente (vamos a ser prudentes), no veremos nunca nacer una revolución popular en el siglo XXI (al menos en los países de Europa y Norteamérica). Como mínimo, las posibilidades de la revolución disminuyen drásticamente. Sin embargo, si trabajamos humilde, paciente e insistentemente para desmontar las falacias del capitalismo, para contribuir a que la gente que inicialmente sólo reivindica ciertas reformas puntuales del capitalismo poco a poco empiece a comprender que el problema es el propio capitalismo, el cual nos condena a la explotación, usando un lenguaje apropiado, que no espante a la mayor parte de nuestros conciudadanos, entonces realmente tendremos ciertas posibilidades de iniciar una dinámica revolucionaria. Esto ha ocurrido en la mayor parte de revoluciones. Al principio mucha gente se rebela contra el sistema establecido, aunque sólo sea en parte, para ir poco a poco concienciándose más y más hasta percatarse de que es necesario y posible transformar el sistema de manera radical. Yo creo que esto le ha ocurrido a muchos indignados a lo largo de este año que cumple el movimiento 15-M. El anticapitalismo, la conciencia de clase, han ido creciendo entre los indignados. Pero también creo que de manera insuficiente aún. Una parte del pueblo ha empezado a despertar, pero todavía queda mucho trabajo de concienciación y organización por hacer. No hemos hecho más que empezar. ¡Pero, por fin, hemos comenzado! La chispa, por fin, ha prendido. Pero se trata ahora de avivarla y expandirla. La chispa puede apagarse. El sistema no cederá sin una presión constante y masiva. La presión popular, desde abajo, debe aumentar mucho más.
Evidentemente, en todo movimiento popular más o menos espontáneo, existen distintas tendencias, incluso contrapuestas en algunos aspectos. Evidentemente, en todo proceso potencialmente revolucionario, existen quintas columnas que procurarán crear confusionismo, dividir, matar al incipiente proceso revolucionario desde sus mismas entrañas. Y a sea intentando que el movimiento se haga inofensivo para el sistema actual, por ejemplo, reivindicando sólo ciertas reformas puntuales e insuficientes. Y a sea reivindicando una revolución radical e inmediata que no pase por ciertas etapas intermedias imprescindibles, reivindicando un salto brusco imposible, adoptando un discurso «megarrevolucionario». Es decir, ya sea pidiendo poco, ya sea pidiendo mucho demasiado pronto, para al final no obtener casi nada. Nunca podemos saber de antemano las verdaderas intenciones de muchos de los participantes en dichos procesos revolucionarios. El tiempo es quien hablará. Pero a pesar de las dudas que podamos tener, debemos procurar no caer en el error de descalificar como «contrarrevolucionario» a quien plantea ideas con las que no estamos de acuerdo. Sabemos que falsos profetas haberlos haylos (el sistema, como es lógico, se defiende de mil maneras), podemos descalificarlos globalmente, prevenirnos frente a ellos, como yo hago en el presente artículo, pero la manera de combatirlos personalmente, cuando nos topamos con uno de ellos, con uno sospechoso de serlo, no es mediante el uso de sus mismos métodos. Aparte de que podemos confundirlos con quienes ejercen una crítica sincera, bienintencionada. Yo soy consciente de que me he enfrentado dialécticamente muchas veces con manipuladores, con quintas columnas, pero siempre me guardo muy mucho de descalificarlos, simplemente me limito a argumentar con ellos y a intentar ponerlos en evidencia ante los demás razonando, mostrando sus incoherencias. Al menos así lo intento. Yo también cometo errores. Aunque el peor error es no hacer nada por miedo a equivocarse.
Debemos escuchar, rebatir, contra-argumentar, pero sin caer en la descalificación. La revolución no puede avanzar reprimiendo ideológicamente a sus enemigos. Todo lo contrario. La única manera de que la verdad se abra camino es enfrentándola cara a cara, de igual a igual, a la mentira. Los falsos profetas pueden ser puestos en evidencia contrastando sus ideas con las de sus oponentes, sus palabras con sus propios hechos. La crítica es necesaria para superar errores, pero debe ser acompañada de propuestas concretas acordes con la realidad actual. Como toda experiencia humana, la #SpanishRevoltuion tiene sus luces y sus sombras. El movimiento 15-M tuvo sus aciertos pero también cometió errores, los seguirá cometiendo. Dichos errores sólo podrán ser superados con la más absoluta libertad de expresión, con el máximo respeto a las discrepancias. La democracia sólo podremos alcanzarla practicándola en el camino. El fin está contenido en los medios.
A un año vista podemos hacer ya cierto balance de lo que se dio en llamar la #SpanishRevolution. A mi parecer, algunos de los hechos más significativos que acontecieron desde el pasado 15-M son los siguientes:
1. Por primera vez en décadas miles y miles de ciudadanos se manifestaron de manera sistemática en las calles de muchos países reivindicando otro sistema, por lo menos denunciando al actual sistema. La indignación se hizo global alcanzando incluso al corazón del Imperio capitalista. Si bien las protestas fluctúan y aún no han alcanzado la escala y continuidad suficientes.
2. El sistema capitalista reaccionó frente al movimiento surgido por sorpresa al margen de las organizaciones tradicionales, primero intentando subsumirlo, para a continuación obviarlo, reprimirlo y criminalizarlo cuando no lo pudo controlar. No por casualidad se produjeron actos violentos provocados principalmente por las fuerzas del «orden». No por casualidad el actual gobierno pretende reprimirlo de manera más contundente y menos disimulada. La reacción del sistema demuestra fehacientemente que el movimiento de indignación ciudadana es, al menos, potencialmente, peligroso para él. A medida que se haga más peligroso, el sistema se defenderá de manera más violenta. Por si acaso, el sistema desea cortar de raíz este movimiento. Por algo será. A diferencia de algunos «revolucionarios ortodoxos» que discuten eternamente sobre la verdadera naturaleza del movimiento de indignación ciudadana, las élites capitalistas son muy conscientes del peligro potencial que entraña para ellas.
3. Por ahora el movimiento 15-M no ha logrado nada concreto , en cuanto a cambios políticos y económicos. Seguimos con el mismo sistema que despertó nuestra indignación. Lógicamente , como era de esperar, pues había que ser muy optimista para pensar que en tan poco tiempo se lograrían cambios de cierto calado. Tan «sólo» se lograron ciertas victorias puntuales y más bien simbólicas (aunque moralmente importantes). Tan «sólo» se logró (a gran escala) que se empiece a hablar de manera más generalizada sobre ciertas cuestiones hasta ahora vedadas por el sistema (dación en pago, ley electoral, democracia, república-monarquía…). El éxito más importante logrado es que cada vez más ciudadanos se desprenden de la apatía y del derrotismo, las conciencias han empezado a agitarse, aunque aún insuficiente mente. Sin embargo, todavía la mayor parte de ciudadanos no participan activamente en la rebelión ciudadana. No basta con que la mayoría simpatice con nuestra causa, la mayoría debe participar en ella.
4. En las pasadas elecciones generales muchos ciudadanos siguieron apoyando con sus votos a los principales partidos del actual sistema. Si bien el partido de la supuesta izquierda sufrió una importante derrota, la cual era bastante previsible. El bipartidismo se vio tocado, pero sobre todo por el descalabro del PSOE. Ciertos partidos minoritarios aumentaron notablemente sus votos, aumentó el voto (o no voto) denuncia, pero la mayoría absoluta (parlamentaria, que no de votos) la logró el Partido Popular, el cual, sin embargo, sufrió poco después ciertas derrotas relativas en las elecciones autonómicas de Asturias y Andalucía. En cualquier caso, lo problemático es que muchos trabajadores, demasiados, siguen votando a sus verdugos. Demasiados ciudadanos siguen realimentando a esta falsa democracia en las urnas.
5. Tuvo lugar recientemente una huelga general con un seguimiento importante aunque desigual. Si bien esto no se ha traducido, por ahora, en nada concreto. La agresiva reforma laboral no sólo no ha sido retirada, sino que el gobierno sigue su hoja de ruta de brutales recortes para los de abajo, como si nada hubiese ocurrido.
6. Poco a poco empezamos a ver cierta convergencia entre distintos movimientos populares, entre distintas luchas parciales. En las manifestaciones sindicales o republicanas el movimiento 15-M tuvo cierta presencia. Cada vez se ven más banderas tricolores en las cada vez más frecuentes y concurridas manifestaciones de protesta contra el neoliberalismo. Sin embargo, todavía no se ha logrado la imprescindible unidad global. No es nada fácil lograrla, hay que seguir trabajando para lograrla. La lucha por la democracia, por una salida digna a la actual crisis, atañe al 99% de la población.
7. La crisis, lejos de amainar, arrecia. Las medidas tomadas por los gobiernos no sólo no la combaten, sino todo lo contrario. La crisis la están usando las élites capitalistas para deshacer el raquítico Estado del bienestar, para liquidar muchas conquistas sociales. La lucha de clases se agudiza. Las clases altas atacan, y las bajas, por fin, empiezan a reaccionar.
8. Nuestra actual Constitución es cada vez más cuestionada. Recientemente ha surgido una iniciativa en pos de un proceso constituyente popular, la idea de la regeneración democrática cobra cada vez más fuerza. Si bien dicha iniciativa no ha trascendido a la opinión pública por ahora, sigue siendo minoritaria, como era de esperar. Por supuesto, el sistema no va a promocionar iniciativas que lo cuestionen. Todo lo contrario.
9. El régimen monárquico español, heredero del franquismo, está cada vez más en entredicho, tanto dentro del país como en el extranjero . La sospechosa impunidad franquista, la cual atenta contra el derecho internacional, ya no puede pasar desapercibida. Los errores cometidos por los componentes de la Casa Real son tan groseros que incluso desde las propias filas monárquicas empieza a plantearse la solución de la abdicación del actual Rey para salvar el régimen. Los largos tentáculos de la corrupción generalizada alcanzan cada vez más a la monarquía.
10. Algunos partidos de la izquierda institucional, por fin, empiezan a reivindicar abiertamente, sin complejos, un referéndum para que el pueblo elija entre Monarquía y República, cosa que no ha podido hacer hasta el momento.
No hay que olvidar que el pueblo español sólo pudo elegir entre monarquía parlamentaria o nada en su día, en unas condiciones muy especiales, en medio de una «transición» dirigida desde una dictadura, donde las fuerzas herederas del viejo régimen tenían la sartén por el mango. En ningún momento desde el fin del franquismo se dio ninguna opción a la República, a la legalidad truncada en el golpe de Estado de 1936. La República es, como mínimo, igual de legítima que la Monarquía (para los republicanos, entre ellos yo, más legítima). El pueblo tiene derecho a elegir el tipo de régimen que desea, conociendo en igualdad de condiciones las distintas opciones posibles. Y esto, repito, no ha ocurrido todavía. No creo que sea casualidad que, por fin, ciertos partidos de la izquierda se hayan empezado a poner las pilas, probablemente el movimiento 15-M les incitó a ello. Se abre una seria posibilidad para la izquierda para regenerarse, para resurgir con fuerza. La izquierda puede regenerarse luchando por la regeneración democrática.
Yo creo que es evidente que se avecinan cambios, por lo menos existe una alta probabilidad de que se produzcan. La cuestión es si serán en un sentido u otro, hacia la democracia verdadera o hacia una dictadura todavía más burda, menos disimulada. La cuestión es también la profundidad que pueden alcanzar dichos cambios, su autenticidad. Yo pienso que quienes desde hace cierto tiempo no nos conformamos con el actual sistema debemos trabajar para que los cambios sean para mejor y suficientes, pero siendo siempre realistas. Yo pienso que es necesaria y posible una revolución democrática mundial. Obviamente no surgirá en todos los países simultáneamente, pero obviamente tampoco será suficiente que surja y prospere en unos pocos países. Hasta que no se produzcan cambios profundos en la mayor parte de países, especialmente del mal llamado Primer Mundo, no será posible superar el capitalismo. Obviamente tampoco será posible hacerlo en dos días, ni sin la toma del poder político por parte de algún partido (o coalición de partidos) decidido a transformar el sistema radicalmente. Cuando en muchos países de la metrópolis capitalista accedan al poder político partidos que propugnen la superación del capitalismo es cuando realmente se empezará a superar el capitalismo, pero siempre existirá el riesgo de volver para atrás, las élites capitalistas no se quedarán de brazos cruzados (nunca lo han hecho, nunca lo hacen).
La revolución será mundial o no será, pero deberá empezar en los países más necesitados de cambios, sin esperar a que surja en el resto de países. Ser conscientes de la necesidad de la internacionalización de la revolución no significa esperar pasivamente que ocurra en algún otro lugar, hay que actuar localmente con perspectivas globales. Hay que trabajar en primer lugar para que surja en nuestro país con la vista puesta en el resto de países, con el objetivo de coordinarse a nivel internacional también. Podemos aprender de otras experiencias, y también podemos enseñar. Cada país tiene sus características propias, pero también existen problemas comunes. Por consiguiente, si bien cada revolución nacional es única, también es posible reaprovechar, al menos en parte, experiencias ajenas. El efecto contagio no puede despreciarse. Podemos tomar ejemplo de otros y a su vez ser ejemplo de otros. Podemos basarnos en las experiencias de otros países, mejorándolas. Nuestros errores pueden servir, a su vez, a otros países para hacerlo mejor que nosotros. Los procesos revolucionarios son procesos de aprendizaje en los cuales la humanidad debe ir aprendiendo de las experiencias anteriores para superar los errores, para cambiar las estrategias. El futuro no puede construirse de espaldas al presente y al pasado.
La superación de la actual barbarie capitalista llevará mucho tiempo, ¡pero en algún momento y en algún lugar habrá que empezar este largo camino! Yo creo que ese camino ya ha comenzado. Pero también creo que ese camino no es irreversible, que nunca hay que detenerse, que habrá que superar los inevitables errores, que habrá que renovarse para no morir, que el movimiento 15-M debe dar un salto cualitativo imprescindible, que todavía hay que pasar de la indignación a la revolución, que la revolución potencial nacida al calor del mayo español de 2011 (pero que ya llevaba cierto tiempo en la sombra, bullendo entre bastidores) está actualmente en un momento crítico, que puede desvanecerse o que puede sufrir un gran impulso. Tal vez el movimiento 15-M no lleve a ningún puerto, tal vez sea sólo la antesala de la verdadera revolución, un ensayo general, un amago, o tal vez no. Pero, por si acaso, habrá que hacer todo lo posible para que deje de ser potencialmente revolucionario y sea realmente revolucionario.
El deber de todo revolucionario, es decir, de toda persona que aspire a un mundo mejor, es aprovechar las ocasiones históricas que se presentan para trabajar activamente por la revolución. Es muy difícil que salte la chispa, es muy arriesgado no aprovechar que ya haya saltado en espera de una revolución «pura» que nunca llegará, pues las revoluciones nunca son «puras». Vivimos actualmente un momento histórico favorable a la revolución, la combinación de factores objetivos y subjetivos es cada vez más favorable a la r evolución. La actual crisis generalizada del capitalismo es el caldo de cultivo de cambios sociales radicales. De nosotros, de los ciudadanos de a pie, depende que dichos cambios sean para mejor, y no para peor. Dependiendo de quien lleve la iniciativa, las élites o el pueblo, la sociedad se encaminará, respectivamente, hacia la barbarie (como ya lo está haciendo) o hacia la civilización. Creo que quienes realmente deseamos superar el actual sistema debemos hablar de manera concreta sobre cómo revitalizar el 15-M, cómo hacer para que siga para adelante con mucha más fuerza el movimiento de indignación ciudadana , para que siga moviéndose y en la dirección adecuada. En mis diversos escritos (todos ellos disponibles gratuitamente en mi blog) yo ya he planteado mis opiniones, por supuesto cuestionables. ¿Tú qué piensas lector, cómo crees que el movimiento 15-M puede sufrir ese imprescindible salto? Y si no crees que dicho movimiento pueda derivar en cambios sistémicos profundos, ¿cómo crees tú que hay que hacer la revolución, aquí y ahora?
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