Ya queda menos para que Beijing inicie las Olimpiadas, y según se va acercando la fecha, las presiones, las críticas e incluso los llamamientos al boicot se suceden en algunos ámbitos. El último acontecimiento de esa índole lo ha protagonizado el famoso director de cine Steven Spielberg, anunciando su renuncia a participar en el comité […]
Ya queda menos para que Beijing inicie las Olimpiadas, y según se va acercando la fecha, las presiones, las críticas e incluso los llamamientos al boicot se suceden en algunos ámbitos. El último acontecimiento de esa índole lo ha protagonizado el famoso director de cine Steven Spielberg, anunciando su renuncia a participar en el comité asesor de los Juegos Olímpicos de verano en China. La excusa planteada por el cineasta norteamericano ha sido la supuesta indeferencia del gigante asiático ante los acontecimientos de Darfur.
Algunos jóvenes chinos mostraban recientemente su disgusto ante esta medida, y señalaban que el propio Spielberg habría filmado alguna de sus películas en «Egipto o Sri Lanka», sin importarle mucho la situación de derechos humanos en esos dos estados.
Si la presencia de Spielberg era un reclamo propagandístico para los intereses chinos, enfocado sobre todo a transmitir una imagen abierta al mundo, lo cierto es que la ausencia del mismo no entorpecerá la presentación artística del evento. Sobre todo, si tenemos en cuenta que uno de los co-directores de la ceremonia de apertura de los Juegos es el cineasta chino Zhang Yimou, quien además de sus numerosas películas dirige desde hace años el espectáculo «Sanjie Liu» (La tercera hermana Liu), toda una obra musical sobre el agua y bajo el marco de las montañas de Yangshuo, donde actúan más de quinientas personas. Una vez visto esta obra, no es de extrañar que la apertura olímpica esté abocada a sorprender a los ojos de casi todo el mundo.
China lleva tiempo caminando hacia la recuperación de su lugar en el centro de las relaciones internacionales, ubicándose como una superpotencia y amenazando en un futuro quizás no lejano, la supremacía de Estados Unidos. Por eso, no es extraño que el gobierno de Beijing intente aprovechar las Olimpiadas para mostrar al mundo sus progresos en esa línea, de ahí también que esos dirigentes vean en los Juegos Olímpicos «una muestra simbólica de ese crecimiento global del país».
Beijing se ha comprometido de cara a esa fecha tan importante ha mejorar la situación de su población, ha hecho hincapié en desarrollar su potencialidad tecnológica y sobre todo se muestra dispuesto a mejorar el medioambiente. No obstante junto a ello, no podemos olvidar que todavía en China se dan importantes carencias que desde el gobierno se intentan corregir. La contaminación ambiental y la corrupción son dos batallas en las que China se muestra inflexible, sin embargo, los derechos de algunos pueblos que demandan su derecho de autodeterminación no son tenidos en cuenta, y los desequilibrios entre la población y entre las zonas urbanas y el campo siguen estando presentes.
Los llamamientos al boicot en base a diferentes acusaciones contra el gobierno chino están basados en buena parte en la hipocresía de quienes las lanzan e incluso en la aplicación del «doble rasero». Además, muchas de esas voces son las que proclaman en otras situaciones la necesidad de «no politizar el deporte», como si esto fuera posible. El boicot olímpico iniciado por Estados Unidos en las Olimpiadas de Moscú, que posteriormente tuvo su replica por parte de la Unión Soviética, es la base para estas peticiones actuales.
La mayoría de acusaciones que se lanzan contra China, algunas de ellas reales, las podemos aplicar también a muchos países occidentales, lo que nos impediría celebrar las Olimpiadas en cualquier lugar del mundo. Lo cierto es que aquellos que defienden también el llamado «espíritu olímpico» olvidan la cruda realidad, según la cual este tipo de acontecimientos macrodeportivos, lejos de incentivar la armonía y la paz entre los pueblos, lo que en verdad alienta es un negocio gigantesco. Y este año olímpico no iba a ser menos. La elección de Beijing como sede olímpica debe enlazarse con esa realidad económica. Desde las grandes compañías se busca aprovechar en beneficio propio «la plataforma global» que ofrece este tipo de acontecimientos.
La participación de esos patrocinadores busca un doble propósito. Por un lado relacionar el nombre de sus empresas con el llamado «espíritu olímpico», cargado de connotaciones positivas, y por toro lado, aumentar su presencia en el inmenso mercado chino. Hoy en día en China el porcentaje de multimillonarios no es muy elevado en relación a su propia población, pero cuantitativamente en comparación con el resto del mundo su número es muy grande; y si a ello se le añade la costumbre consumista china, «el negocia salta a la vista».
Según algunos datos ya publicados, se calcula que más de mil millones de chinos seguirán las Olimpiadas, a los que habría que añadir los cerca de medios millón de visitantes y una audiencia mundial de cuatro mil millones de teleespectadores. Toda una cifra que desde hace tiempo barajan las empresas occidentales, alas que no les gusta mezclar «negocios con política o derechos humanos», casualmente, la misma acusación que en algunos medios se lanza contra la política china en otras partes del mundo, como África por ejemplo.
El abanico de reproches contra el gobierno chino alcanza en ocasiones cotas de absurdo enormes. Así, recientemente un medio señalaba a Beijing como culpable de destruir la riqueza forestal de Nueva Guinea, al solicitar explotar la madera para las construcciones de cara a las Olimpiadas. Esos mismos medios han obviado históricamente la quema de esas mismas superficies desde hace años, y siempre con intereses financieros detrás de ello. Otra acusación lanzada va ligada a la transformación de Beijing, que habría provocado el desplazamiento de parte de la población local, así como la desaparición de zonas antiguas de la capital china, los conocidos hutong. Estos barrios tradicionales han sufrido el avance inmobiliario y la especulación, pero para algunos de sus habitantes las condiciones de vida en los mismos hacía tiempo que habían degenerado por la falta de acceso a infraestructuras de agua y a su hacinamiento. Además, situaciones de este tipo se han venido sucediendo en las últimas olimpiadas, y el caso de Barcelona en 1992 no es más que una muestra de ello.
La ciudadanía china espera con ilusión la celebración de su año olímpico, no en vano es un pueblo con amplias tradiciones ligadas en ocasiones a la superstición, y espera el ocho del ocho del dos mil ocho la buena suerte y la prosperidad les llegue a sus hogares, ya que en el idioma chino, ocho y fortuna, riman. Los juegos «Olímpicos del Pueblo», como ha sido declarada por el gobierno chino la cita de este verano en Beijing supondrán una importante transformación de la capital y de la sociedad, pero al mismo tiempo será el escaparate ideal para que China muestre al mundo sus avances y sus capacidades, más allá de dimisiones mediáticas y de llamamientos interesados al boicot.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)