Los movimientos sociales tienen que renovar sus estrategias para enfrentarse al aumento de los peligros y de las fuerzas reaccionarias y volver a resignificar un proyecto alternativo de emancipación. Es necesaria la confluencia de los movimientos para responder a la globalización capitalista en su fase neoliberal y al panorama del futuro. El movimiento antiglobalización en […]
Los movimientos sociales tienen que renovar sus estrategias para enfrentarse al aumento de los peligros y de las fuerzas reaccionarias y volver a resignificar un proyecto alternativo de emancipación. Es necesaria la confluencia de los movimientos para responder a la globalización capitalista en su fase neoliberal y al panorama del futuro. El movimiento antiglobalización en sus diferentes formas y en su prolongación en los nuevos movimientos que buscan sus propias vías desde 2011, tiene que renovarse construyendo una estrategia común a partir de la diversidad y de la confluencia de las estrategias de los movimientos.
El antirracismo, factor fundamental de la emancipación*
En muchas sociedades y en muchas partes del mundo, pero no en todas, las ideas de la derecha conservadoras y reaccionarias crecen. Quieren imponer un relato del mundo transmitido mediante la aplastante acción de todos los medios de comunicación como el único relato del mundo posible. Este ascenso de la derecha y de la extrema derecha es el resultado de una ofensiva sistemática desarrollada en varias direcciones. Destacaremos seis ofensivas complementarias.
La primera es una ofensiva ideológica mantenida con constancia desde hace cuarenta años que preparó el giro neoliberal. Esta batalla por la hegemonía cultural arremete contra tres referencias y desarrolla tres discursos: contra los derechos y especialmente, contra la igualdad, las desigualdades se justifican porque son naturales; contra la solidaridad, se imponen el racismo y la xenofobia; contra la inseguridad, la ideología securitaria se considera como la única respuesta posible. La segunda ofensiva es militar, policial y judicial; tomó la forma de la desestabilización de los territorios rebeldes, de la multiplicación de las guerras, de la instrumentalización del terrorismo. Se prolongó en la violencia policial, la criminalización de los movimientos sociales y ciudadanos y los movimientos de solidaridad. La tercera ofensiva afectó al trabajo con el cuestionamiento de la seguridad del empleo y la precarización generalizada, a la subordinación de la ciencia y la tecnología, especialmente digital, de la biotecnología a la lógica financiera. La cuarta ofensiva se produjo contra el estado social mediante la financiarización, la mercantilización y la privatización; se tradujo en la corrupción generalizada de la clase política. La quinta ofensiva, después de la caída del Muro de Berlín en 1989, fue un intento de descalificación de los proyectos progresistas, socialistas o comunistas. La sexta ofensiva es geopolítica, intenta volver a abordar la descolonización e impedir su profundización y su extensión, arremete directamente contra el derecho internacional subordinándolo al derecho de los negocios y a la supremacía de las antiguas potencias coloniales.
La ofensiva de la oligarquía dominante anotó sus tantos pero no eliminó las resistencias. Las opiniones que defienden la emancipación siguen siendo fuertes e incluso hay nuevas tendencias contrarias. Los movimientos que se iniciaron en 2011 en Túnez siguen vivos y se renuevan, como se puedo ver en Argelia o Sudán entre otros. Los eslóganes son claros: el rechazo a la miseria social y a las desigualdades, el respeto a las libertades, la dignidad, rechazo a las diferentes formas de dominación, la relación entre la urgencia ecológica y la urgencia social. De un movimiento a otro, hay una coincidencia en la denuncia de la corrupción, en la reivindicación de democracia real, en las obligaciones ecológicas, en el acaparamiento de tierras, y el control de las materias primas.
En varios de estos movimientos, la izquierda clásica se rompió y, algunas veces, corrientes de derechas llegan a captar el rechazo al orden dominante. Es lo que ocurre cuando la izquierda transmite las ideas de la derecha sobre la precariedad, las desigualdades, la identidad, la seguridad, la discriminación, el racismo. Hay que insistir sobre el nuevo desafío, el rechazo a la corrupción, el rechazo a la fusión de las clases políticas y las clases financieras que anula la autonomía de lo político y provoca la desconfianza de los pueblos en las instancias políticas.
A partir de 2013, la arrogancia neoliberal se viene arriba y confirma las tendencias que emergieron a finales de los años de 1970. Se ratifican las políticas dominantes de austeridad y ajuste estructural. En todas las regiones se imponen la desestabilización, las guerras, la represión violenta, la instrumentalización del terrorismo. Son cada vez más activas las corrientes ideológicas reaccionarias y los populismos de extrema derecha. El racismo y los nacionalismos extremistas alimentan manifestaciones contra personas extranjeras y migrantes. Adoptan formas específicas como el neoconservadurismo libertariano en Estados Unidos, la extrema derecha y las diferentes formas del nacional-socialismo en Europa, el extremismo yihadista armado, las dictaduras y las monarquías petroleras, el hinduismo extremo etc. El aumento de las ideologías racistas, securitarias, xenófobas caracteriza las contrarrevoluciones. Se concreta en ataques contra migrantes, basados en el racismo y la xenofobia. El neoliberalismo endurece su dominio y refuerza su carácter securitario apoyado en la represión y los golpes de Estado. Los movimientos sociales y ciudadanos están a la defensiva, pero no hay nada decidido a medio plazo.
Tenemos que volver a la situación actual para evaluar las consecuencias en un periodo de contrarrevoluciones conservadoras: la contrarrevolución neoliberal, la de las antiguas y las nuevas dictaduras, la del conservadurismo evangélico, la del conservadurismo islamista, la del conservadurismo hinduísta. Esto nos recuerda que los periodos revolucionarios son generalmente breves y, a menudo, seguidos de contrarrevoluciones violentas y mucho más largas. Pero las contrarrevoluciones no anulan las revoluciones y lo que es nuevo sigue progresando y emerge, a veces mucho tiempo después, bajo nuevas formas. El endurecimiento de las contradicciones y de las tensiones sociales explica el surgimiento de formas extremas de enfrentamiento. Pero también hay otra razón para esta situación, es la angustia debida a la aparición de un mundo nuevo. Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Orban en Hungría, Salvini en Italia, Modi en India y Duterte en Filipinas…, son sus gesticulantes caras.
La evolución autoritaria y violenta del neoliberalismo no es ni fortuita ni temporal. Al perder su alianza con las clases medias y algunas capas populares que había funcionado en tiempos del New Deal, después de la crisis de 2008, el neoliberalismo da la espalda a una opción democrática, incluso relativa; se embarca en una versión autoritaria, mezclando la austeridad con el autoritarismo y desarrolla una agresiva violencia de Estado.
En cuanto a la urgencia y a los peligros del ascenso totalitario que ocupan el espacio filosófico y político, la alianza entre humanistas y alternativas radicales es fundamental. Necesita una renovación y una reinvención del humanismo en el sentido de una filosofía que orientada a la plenitud de la persona humana y al respeto de su dignidad. Recuerda la importancia y la fecundidad que ilustraron entre otros, el humanismo cristiano y la teología de la liberación, la resistencia al estalinismo en el pensamiento marxista, la crítica al universalismo occidental, las propuestas para un humanismo evolutivo y ecológico. Se hace necesario reflexionar en qué la antiglobalización es un tipo de humanismo.
La victoria de las tendencias totalitarias se confirmó a nivel de las ideas y de las ideologías. La extrema derecha comenzó desde finales de los años de 1970 su ofensiva contra la igualdad. En Francia, en relación con círculos de Estados Unidos, el Club de l’ Horloge, desenvolvió con la ayuda de científicos e intelectuales, una ofensiva para asegurar que la igualdad no es natural y que las desigualdades sí lo son. Esta ofensiva tuvo como objetivo las libertades, defendiendo únicamente la libertad de las empresas, y combatió el derecho internacional en su referencia a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para la extrema derecha, la opción de la guerra contra las personas migrantes forma parte de la guerra contra la igualdad, la libertad y los derechos fundamentales.
Esta ofensiva ataca el internacionalismo poniendo por delante la globalización capitalista neoliberal apoyada en el ascenso de los nacionalismos identitarios. Frente a esta ofensiva, la globalización y el reconocimiento de las identidades múltiples propuestas por Edouard Glissant, permitirían superar el enfrentamiento entre nacionalismo y globalización. La multipolaridad permitiría superar las contradicciones siempre vivas entre el Norte y el Sur. La antiglobalización destaca también la complementariedad de los enfoques locales, nacionales y mundiales. No existe contradicción insuperable entre estos planteamientos. Lo local implica la conexión entre el territorio y las instituciones democráticas próximas, la redefinición de un municipalismo de emancipación. El nivel nacional implica la redefinición de lo político, de la representación y de la delegación en la democracia, el refuerzo de la acción pública y el control democrático del poder del estado. Las grandes regiones son los espacios de las políticas medioambientales, geoculturales y de la multipolaridad. El nivel mundial es el de la urgencia ecológica, de las instituciones internacionales, del derecho internacional que se debe imponer sobre el derecho de las empresas y de la libertad de circulación y de radicación de las personas migrantes…
El racismo y la xenofobia, bien alimentadas, están entre las principales armas de dominación. La fase actual de la globalización capitalista, el neoliberalismo, ha hecho acrecentar las desigualdades. Las desigualdades se apoyan en la discriminación y la refuerzan. El racismo provoca la aceptación de las discriminaciones; también hay que aceptar la precariedad, la pobreza y la explotación. El desafío es doble para la clase dominante. De entrada, se trata de limitar las resistencias al capitalismo, de dividir a las clases populares y de alcanzar a la clase media; se trata también de eliminar las alternativas cuestionando el valor de la igualdad.
Nos encontramos ahí con la explicaciones de Gramsci sobre la importancia de la hegemonía cultural que permite a un sistema de dominación imponerse y ser aceptado por las capas sociales dominadas. En esta batalla cultural, es fundamental la definición de un proyecto que incluya una alternativa de emancipación. Es un ejercicio de democracia que participa en su renovación. Una etapa indispensable para descubrir e inventar nuevos caminos. Nuestra respuesta es que el antirracismo es un valor positivo fundamental. Para que pueda jugar su papel, hay que aceptar que el racismo y las discriminaciones dejaron huella en nuestras sociedades y siguen haciéndolo. Las encuentramos bajo diversas formas a través de diferentes variables del racismo, anti-árabe, anti-magrebí, islamófobo, antisemita; en el sexismo, en la colonización y desalienación de los conquistadores; en la memoria viva de la esclavitud y de la trata de personas negras; en la colonialidad que marca la naturaleza del Estado; en la racialización de las políticas, en el tratamiento de personas migrantes y gitanas como chivos expiatorios… No se trata de restos del pasado que tienen poca importancia. Tampoco se trata de contradicciones secundarias que desaparecerán con la liberación económica y social. Se trata de contrafuertes y arbotantes que sujetan el sistema dominante y que lo reproducen.
El proyecto de emancipación debe ser alternativo; la emancipación integra y refuerza las diferentes liberaciones. La orientación estratégica es la del acceso para todas las personas a todos los derechos fundamentales que necesita la co-construcción de un nuevo universalismo. Otras liberaciones se preparan para ocupar el escenario de la emancipación. En nuestras sociedades avanzan cambios profundos, fundamentales. La revolución de los derechos de las mujeres que progresa a pesar de terribles resistencias. La revolución de los pueblos enfrentados a la segunda fase de la descolonialización, la del paso de la independencia de los Estados a la liberación de los pueblos. La revolución ecológica que funciona como una revolución filosófica que necesita redefinir la emancipación. La revolución digital y de la biotecnología que transforman el lenguaje, la escritura y la definición de lo humano. La revolución demográfica y especialmente las migraciones que transforman la población del planeta.
Hay varios cambios en proceso, revoluciones inacabadas e inciertas. Nada permite asegurar que no serán aplastados, desviados, recuperados. Pero tampoco nada permite asegurar lo contrario. Cambian el mundo, son portadores de esperanza y ya configuran el futuro y el presente. Por el momento, provocan rechazo y gran violencia.
El reto está en comprometerse a una transición hacia más emancipación. Por eso se trata de articular cuatro formas de compromiso: las luchas y las movilizaciones; la elaboración y la reflexión teórica; la lucha contra la hegemonía cultural mediante la confrontación de ideas y el debate público intelectual, científico y artístico; la creación de alternativas concretas a la lógica dominante.
Para caracterizar la transición comprometida, se puede adelantar la propuesta de una transición social, ecológica, democrática y geopolítica. Una transición social para una mayor justicia social y contra las desigualdades nacionales y mundiales. Una transición ecológica para una mayor justicia medioambiental cambiando el sistema y no el clima. Una transición democrática que rechace la confiscación del poder por parte de minorías e inventando nuevas formas de política. Una transición geopolítica que rechace todas las formas de dominación. La propuesta de transición recuerda la acción a largo plazo; no elimina las indispensables aceleraciones que llevan a las revoluciones.
La batalla de las ideas, con sus dimensión cultural, es el mayor desafío. Es la que se encuentra en la batalla por la hegemonía cultural. Va a afectar a los cambios en los movimientos e interpelar a su evolución. La discusión sobre la articulación de las contradicciones y de las prioridades, en función de las situaciones, de las contradicciones fundamentales no justifica la subordinación de unos movimientos a otros y no cuestiona la diversidad de los movimientos sociales y ciudadanos. La discusión sobre la interseccionalidad no se limita a las relaciones de clase, género y origen. La relación de los movimientos con los poderes y con la política también es interpelada. En los fórum sociales, el debate se centró sobre la ONGeización de las movimientos y la diferenciación entre los movimientos de movilización y los movimientos de presión en relación a los poderes estatales o a las empresas. Este debate afecta particularmente a las nuevas formas generacionales de compromiso y los cambios en la relación entre lo individual y colectivo. Cambios culturales considerables que están en marcha y van a transformar los movimientos sociales y ciudadanos.
Por el momento, el método propuesto es partir de la estrategia de los movimientos sociales y ciudadanos. Proponer a todos los movimientos y sus redes internacionales definir su estrategia en relación a los cambios y a las rupturas que caracterizan la situación actual y poner de manifiesto la dimensión internacional de estas estrategias. La nueva fase de la antiglobalización podrá ser definida y construida a partir de esa redefinición de las estrategias de los movimientos sociales y ciudadanos y sus redes internacionales.
Traducción viento sur
* Este texto retoma y completa el prólogo del libro Urgence antiraciste, pour une démocratie inclusive aparecido en marzo 2017 en Editions du Croquant, con los textos de Nils Anderson, Adda Bekkouche, Farid Bennaï, Saïd Bouamama, Martine Boudet (coord.), Claude Calame, Monique Crinon, Christian Delarue, Bernard Dréano, Mireille Fanon Mendès France, Patrick Farbiaz, Augustin Grosdoy, Gilles Manceron, Gus Massiah, Paul Mensah, Evelyne Perrin, Alice Picard, Louis-George Tin, Aminata Traoré.