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Un informe advierte sobre la obsoleta estrategia norteamericana y recomienda repensar la guerra con Al Qaeda

«El arma fundamental es la no arma»

Fuentes: Open Democracy/Revista Debate

La relación de estancamiento entre la estrategia militar dirigida por Estados Unidos en su conflicto global y la violenta oposición que ofrecen Al Qaeda y grupos afines es un tema recurrente. Una vez más, esto se evidencia en una serie de incidentes a comienzos de 2011 que refuerzan la necesidad de refrescar la forma de […]


La relación de estancamiento entre la estrategia militar dirigida por Estados Unidos en su conflicto global y la violenta oposición que ofrecen Al Qaeda y grupos afines es un tema recurrente. Una vez más, esto se evidencia en una serie de incidentes a comienzos de 2011 que refuerzan la necesidad de refrescar la forma de pensar sobre esta guerra sin fin.

Los terroristas que mataron a veintiún fieles y provocaron decenas de heridos en una iglesia copta de Alejandría, en las primeras horas del 1º de enero de 2011, pueden no estar directamente relacionados con la organización Al Qaeda. Sin embargo, hay evidencia de que ellos, al igual que individuos y pequeños grupos responsables de ataques similares en otros lugares, justifican sus acciones invocando el relato perdurable -fuertemente vinculado a Al Qaeda- de que el Islam está bajo el asedio de Occidente.

Ése es el punto de referencia más potente y el conductor de la ayuda actual para acciones como el asalto en Egipto son las guerras encabezadas por Estados Unidos en Afganistán y Pakistán. Las repercusiones de estas guerras (como sucedió con la de Irak) se hacen sentir en todo el mundo musulmán, y las decisiones tomadas en Washington para llevarlas a cabo también forman parte de los cálculos de otras regiones Asia.

Es cada vez más evidente que las fuerzas armadas estadounidenses tienen la intención de intensificar las guerras en el llamado «AfPak» (ndr: Afganistán y Pakistán). Es menos obvio si el objetivo central es negociar una retirada desde una posición de fuerza o demostrar la capacidad del ejército de derrotar rotundamente a los talibanes. Pero el efecto es el mismo: una campaña más violenta en la que las redadas nocturnas y los ataques desde aviones no tripulados van en aumento.

En Pakistán, el asesinato del gobernador de Punjab, Salmaan Taseer, el martes 4, por parte de uno de sus propios guardias de seguridad, puso de relieve las profundas tensiones en ese país. En el norte de Mali y otras zonas del Sahel, las autoridades luchan por contener la influencia de Al Qaeda. Somalia y Yemen están atravesados por una profunda inseguridad, y las agencias de inteligencia en los Estados occidentales están en marcha para responder ante las amenazas de ataque.

Estos incidentes y tendencias sugieren -como los análisis sobre el décimo aniversario del 11 de setiembre- que el foco en las soluciones militares al conflicto global está agotado y que la necesidad de encontrar formas diferentes de avanzar es urgente.

El aporte más significativo al respecto es un estudio conjunto realizado por la profesora de la LSE (London School of Economics and Political Science) y consultora del sitio openDemocracy en temas de seguridad humana, Mary Kaldor, y el coronel de la armada norteamericana Shannon D. Beebe, titulado «El arma fundamental es la no arma: seguridad humana y nuevas reglas de la guerra y la paz» (Public Affairs, 2010).

Los autores citan una declaración de Condoleezza Rice, por entonces asesora de George W. Bush en materia de seguridad nacional, un año antes del 11 de setiembre, en la que Rice enfatizaba sobre la necesidad de que las fuerzas armadas se concentraran en ganar las guerras de la manera tradicional, en lugar de dedicarse a la construcción de la paz. La idea de que este último no es un «servicio militar apropiado para los soldados» se resume en una frase memorable de Rice: «No necesitamos tener a la división 82 de aerotransporte escoltando a los niños al jardín de infantes».

Shannon D. Beebe y Mary Kaldor usan múltiples experiencias retratadas a partir de las dos décadas de posguerra para argumentar que esta clase de actitud neorrealista hacia la seguridad es obsoleta y debe ser reemplazada por un abordaje más centrado en lo humano. En la construcción de un caso fuerte de prevención del conflicto, ellos sostienen que las estructuras y la mentalidad militar deben cambiar radicalmente. Esto implicará estar preparados para participar plenamente en la seguridad humana -y, sí, esto bien podría significar «escoltar a los niños al jardín de infantes»-.

Un ejemplo gráfico de este enfoque se relaciona con la última aeronave, el F-22 Raptor. El costo de desarrollar este avión de combate, el más avanzado del mundo y del que se fabricaron sólo 183 modelos, es cercano a los 70 mil millones de dólares. Por el contrario, los gastos de mantenimiento de la paz mundial ascienden a apenas el 0,55 por ciento del presupuesto de Defensa de Estados Unidos. Sin embargo, casi todo el énfasis en las miradas actuales hacia la seguridad internacional -especialmente, en la OTAN en general, y en Estados Unidos, en particular-, está puesto en el poder militar.

Lo que despierta especial interés en el análisis que realizan Beebe y Kaldor es que se mueve más allá de la familiar división entre el «poder blando» (orientado a lo civil) y el «poder duro» (con foco en lo militar). En su lugar, ellos afirman que los conflictos de hoy raramente responden al tradicional modelo de «Estado sobre Estado», y tienden a ser variables y complejos. Así, el militar debe transformarse a sí mismo para enfrentarse con esta realidad, mediante el desarrollo de una mentalidad menos concentrada en «ganarle» a un oponente y más orientada hacia la seguridad humana. A su vez, esto requiere ajustes necesarios en los acuerdos civiles de construcción de paz y la integración de estos elementos a los diferentes enfoques.

UN TEXTO PARA LA HISTORIA

Una reacción posible es ver este análisis como una receta para la intervención militar occidental, para asegurar los objetivos de la política hegemónica. Los autores reconocen el riesgo, pero insisten en que el paradigma dominante de la seguridad permanece tan estancado en la era de la Guerra Fría que es esencial promover una reevaluación radical de las posturas actuales.

Shannon D. Beebe y Mary Kaldor concluyen: «La estrategia matemática de la Guerra Fría de contar aviones y tanques y así determinar los presupuestos militares debe ser cambiada por un cálculo discreto basado sobre las condiciones que sustentan la inestabilidad, en el cual no es una bomba inteligente ni un atacante quien ofrecerá las soluciones y no hay lugar a la disputa de los roles tradicionales. No hay mejor arma de guerra en términos del siglo XXI que derrotar las amenazas híbridas del futuro. El arma fundamental para el siglo XXI no es, de hecho, un arma en el sentido militar clásico. Una perspectiva casi inequívoca para este siglo todavía joven es que una fusión peligrosa entre las divisiones socioeconómicas y las limitaciones del medio ambiente desencadenará fragilidad, inestabilidad y conflictos. Para entender lo que está ocurriendo y proveer soluciones, hay una necesidad urgente de profundizar este tipo de análisis en el cual el arma fundamental es la»no arma». Si la profecía es, de hecho, «sugerir lo posible», este libro es un ejemplo muy necesario.

Paul Rogers es analista internacional

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/01/14/3523.php