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En Iraq se suceden los tiroteos, las explosiones y los secuestros. Los americanos deben sentirse satisfechos

El ataque americano sobre el complejo nuclear iraní ocurrirá dentro de un año y dentro de dos se producirá un gran atentado en alguno de los centros atómicos de Rusia

Fuentes: Forum.msk.ru

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín

Recientemente he tenido ocasión de visitar Iraq y los países de la región del Golfo Pérsico. El viaje me ha dejado sensaciones que poco tienen que ver con lo que escriben o nos muestran los grandes medios internacionales o rusos.

En Iraq, uno solo se puede sentir relativamente seguro en la «zona verde» de Bagdad, la zona centro de la ciudad donde se encuentran los edificios gubernamentales y las embajadas extranjeras. Pero incluso este sector sufre con regularidad ataques de mortero.

El resto del territorio es «zona roja». Allí no hay día en que no suenen los disparos, las bombas o se cometan secuestros. Sin embargo no sería acertado explicar lo que tiene lugar como una guerra de guerrillas de la población local contra los ocupantes extranjeros. Sería más exacto hablar de que en Iraq hay una guerra de «todos contra todos», donde los americanos son una más de las partes en conflicto.

Las tres grandes comunidades–shiitas, sunitas y kurdos– están enfrentadas entre si.

Por si fuera poco, dentro de cada una de ellas se dan grandes contradicciones. Los kurdos conforman la fuerza más proamericana de Iraq. Están representados por dos fracciones: el Partido Democrático del kurdistán (PDK) dominado por el clan de los Barzani y la Unión patriótica del kurdistán (UPK), liderada por Talabani, actual presidente iraquí.

La autonomía kurda, liderada por el líder del PDK, está separada en dos: el norte y el oeste están controlados por el PDK y el sur y el este por la UPK. Las mayores reservas de petróleo del Kurdistán se encuentran en la zona de influencia de la UPK. La situación se complica además con el status que debe tener la ciudad de Kirkuk, a la que los kurdos quieren ver como su capital. Hay que tener en cuenta además el factor turco, que por motivos obvios ve con recelo el objetivo final coincidente de las dos fuerzas kurdas: un Kurdistán convertido en estado independiente. Por último en el norte del territorio vive una minoría de origen turco (turkmena), que acusa a los kurdos de discriminarles.

Más complicada aún es la situación en el lado shiita. Su líder es el ayatolá Ali al-Sistani, cuyos partidarios encabezan el gobierno en Bagdad. Su objetivo pasa por crear en Iraq un estado, en la que los shiitas-que componen el 60% de la población total-jueguen un papel determinante. La nueva Constitución que acaba de ser aprobada en un más que cuestionable referéndum, se considera un muy significativo paso adelante en este sentido.

Sin embargo, en lo tocante a la formación de las instituciones del estado, y en concreto de los institutos armados, las cosas no van tan bien. Los shiitas echan a faltar la escasez de cuadros preparados en este apartado. Formalmente el ejército shiita iraquí que se supone componen unos 80 mil hombres, no pasa en realidad de los 40 mil. El resto existe solo en los papeles, aunque sus sueldos vayan a parar a los bolsillos de los funcionarios gubernamentales y militares.

La relación oficial de los partidarios de al-Sistani hacia los americanos, se podría calificar de moderadamente crítica. Pero lo cierto es, que en los años venideros ni los shiitas ni los kurdos podrán prescindir de ellos. Por eso no cabe esperar por parte del gobierno iraquí la exigencia de la salida de las tropas de ocupación.

Las relaciones de los shiitas iraquíes con sus hermanos de fe iraníes son muy especiales. En época de Saddam Husein muchos líderes shiitas buscaron refugio, huyendo de la represión, en el vecino Irán. Con la caída de Saddam, muchos volvieron y al principio concertaban con Teherán cada paso a seguir. Ahora, los seguidores de al-Sistani se comportan con mayor grado de independencia respecto de sus vecinos, y cada vez más recuerdan el hecho de que es precisamente en Iraq, donde se conservan los principales lugares sagrados para los shiitas.

Sin duda los principales enemigos para los shiitas son los sunitas, que tuvieron el poder bajo Saddam. En la práctica, en el nuevo Iraq, con el apoyo americano, se forman el ejército, la policía y los servicios secretos para combatir a los sunitas. Unos servicios secretos, que son todavía más crueles que la tristemente célebre Muhabarat de Husein. No hay ninguna duda de que es precisamente contra los sunitas, a pesar de la retórica antiamericana, contra los que se refuerza la organización armada shií de Muktada as-Sader.

Pero dentro de los shiitas también hay divergencias. En el sur y el este de Iraq, alrededor de Basora está en pleno auge el separatismo local. Se oyen voces de la necesidad de la separación de-facto de esta rica en petróleo región para la creación allí de un «segundo Kuwait».

Con ese telón de fondo habría entender la lucha abierta que se está produciendo por ganarse a los separatistas de esta parte del país, entre Inglaterra e Irán.

Finalmente, la comunidad sunita, fragmentada en decenas de tribus y clanes. Bajo Saddam eran precisamente ellos los que formaban la élite del país, especialmente de los institutos de fuerza. Ahora ven como han sido apartados del poder, sin perspectivas de revertir la situación, se sienten humillados. Consideran enemigos no solo a los americanos, también–en la misma medida-a los shiitas y kurdos.

En su momento se aprovecharon de estos sentimientos las fuerzas exteriores–Francia, Alemania, Irán, Siria, Arabia Saudita-quienes a finales del 2003, principios del 2004 constituyeron una coalición secreta dirigida contra la administración republicana de los EE.UU. y personalmente contra Bush. El objetivo era entorpecer a Bush salir reelegido para un segundo mandato. El medio, hacer del «triangulo sunita» un «segundo Vietnam.»

Fue entonces cuando comenzaron a llegar a Iraq los muyaidines de todo el mundo islámico, encabezados por Al-Zarqawi, cuyas acciones de sabotaje sirvieron de catalizador para que se propagaran en forma de una guerra de guerrillas generalizada, con constantes ataques contra las tropas americanas. Sin embargo no consiguieron impedir la reelección de Bush. El segundo Vietnam no resultó.

Ahora la mayor parte de los atentados y sabotajes sunitas van dirigidos no tanto contra los americanos, como contra los shiitas, y al menos la mitad de los extranjeros que se encontraban antes en el triángulo suní, han abandonado territorio iraquí. Se han trasladado al norte de Afganistán, a la región de Kunduz. Por cierto que esto se está produciendo de acuerdo con un pacto secreto de los servicios de inteligencia de los EE.UU, Reino Unido y Arabia Saudita.

En lo concerniente a la sociedad estadounidense, se podría decir que se está produciendo un acomodamiento a la guerra iraquí. Algo parecido a lo que ocurre aquí en relación con el conflicto del Caúcaso Norte.

No cabe esperar que se produzca en las calles de las ciudades norteamericanas un movimiento antibélico masivo, similar al que se dio en los años 60. El número de soldados americanos en Iraq es tres veces y medio inferior al que había en Vietnam, y las perdidas son 25 veces menores. Además todos los americanos que se encuenran en Iraq son soldados profesionales, que han hecho una elección voluntaria. Ya no hay un reclutamiento forzoso como en los años de la guerra en Vietnam, donde componían el grueso de las tropas.

Finalmente, más del 10% de los efectivos que forman el ejército americano, no son estadounidenses, sino ciudadanos enrolados en otros países, con la promesa de recibir la ciudadanía americana: mejicanos, salvadoreños, colombianos, chilenos, filipinos. Según me dijeron en Bagdad los militares norteamericanos, el porcentaje de extranjeros se planea que alcance el 20-25%.

De un modo u otro, da la impresión de que la incidencia de la situación en Iraq, en la percepción de la misma en la sociedad, gobierno y ejercito, ha descendido.

Lo que está claro es que los EE.UU no tiene la más mínima intención de abandonar el país en los próximos años. Más bien al contrario se planean nuevas intrigas políticas y nuevas aventuras militares.

De nosotros se ocuparán conforme se acerque el 2008

Igual que ocurre en Rusia, los EE.UU tienen su «problema 2008», la cuestión de la sucesión en el poder en el 2008. El partido Demócrata ve en la senadora por el estado de Nueva York, Hillary Clinton (la mujer del Bill, amigo de Yeltsin) a su candidata. Los demás aspirantes demócratas John kerry, John Edwards y el general Wesly Clark, cuentan con menos apoyos en el partido, y podrían conformarse con ser candidatos a vicepresidente.

La situación el bando Republicano es más compleja. Allí encontramos al menos a tres potenciales candidatos: Condolezza Rice, el ex alcalde neoyorquino Rudolf Giuliani y el senador John McKein, famoso por sus iniciativas antirrusas. Los dos primeros parecen contar con mejores posibilidades.

De acuerdo con las encuestas y los estudios sociológicos, a día de hoy, Giuliani contaría con más puntos para llegar a la presidencia que Hillary Clinton. La victoria del republicano en el estado de Nueva York le garantizaría la victoria global. Por su parte las posibilidades de Rice ante Clinton serían mínimas. Pese a todo, los contrarios de la llamada «banda de Cheney», de la compañía «Holliburton» y del ministro de defensa Donald Rundsfeld en el establishment republicano, tras los que está George Bush padre y su antiguo asesor en seguridad nacional, el general Skaucroft, apuestan precisamente por ella.

Su siguiente objetivo sería obligar a Cheney a abandonar el cargo de vicepresidente y nombrar en su lugar a Rice, con lo que aumentarían sus posibilidades de cara a las elecciones. Esto explicaría el intríngulis real del actual escándalo que sacude la administración de Washington, en relación con el depuesto responsable del despacho de la vicepresidencia Lewis Libby y del consejero del presidente Carl Rove.

No menos interesante es la actual intriga americana, relacionada con Irán, Siria y Líbano, con Venezuela y el valle de Fergana (Uzbekistán).

Todo apunta a que en el verano del 2006, los EE.UU se decidirán a asestar un ataque encaminado a acabar con el complejo nuclear iraní, amén de otros objetivos de interés estratégico en el país. Para ello recurrirán al ataque aéreo y a los grupos de sabotaje de los cuerpos de élite.

Por paradójico que pueda parecer, este desarrollo de los acontecimientos sería algo en lo que estarían interesados tanto Washington como el presidente de Irán Majmud Ahmadi-Nedzhad, que se apoya en el ejército y el clero más conservador. Ahmadi-Nedzhad tiene una fuerte oposición entre los oligarcas, que apoyaron en las elecciones pasadas a su oponente Ali-Aqbar Jashemi-Rafsanzhani, y los liberales pro-occidentales.

La agresión americana servirá para unir a la sociedad iraní en torno a su presidente, lo que permitirá a este limpiar el bando opositor, arremetiendo contra las fuerzas liberal-oligarcas. Por otra parte, Ahmadi-Nedzhad, ya ha prometido que en caso de ataque americano, detendrá la exportación de crudo de su país, uno de los líderes de la OPEP.

Es interesante comprobar, como hace las mismas advertencias otro de los pesos pesados dentro de la OPEP-el presidente venezolano Hugo Chávez. Es sabido que los EE.UU ha tratado en más de una ocasión de eliminarlo; impulsaron el golpe de estado, financiaron a la oposición para convocar el referéndum de confianza. Nada de eso ha dado resultado, y parece que desde el otoño pasado han dejado tranquilo a Chávez, de momento. Pero no hace mucho, el presidente venezolano advirtió de la preparación de un nuevo golpe, en el que estarían implicados los servicios secretos e inclusive fuerzas especiales y medios técnicos del ejército estadounidense.

Es complicado demostrar que esto sea así. Pero la presión americana sobre Chávez en los últimos dos, tres meses, si es cierto que ha aumentado. Así, que todo es posible. El cese de la exportación de petróleo de Irán y Venezuela conjuntamente, haría subir los precios del barril hasta unos niveles entorno a los 120-150$.

Los más que probables intentos de desestabilización contra Siria y el Líbano, cuyos servicios secretos están acusados del asesinato del ex primer ministro libanés Hariri, reforzarían la inestabilidad y el riesgo en la región de Oriente Próximo, lo que acabaría de asestar un golpe definitivo a la economía mundial. Sin embargo a los EE.UU les afectaría en mucha menor medida que a sus competidores, los países de la Unión Europea, Japón y en especial a la India y China.

Para los dos últimos la subida de precio del crudo, significaría el final de su espectacular crecimiento económico.

Podríamos probar a establecer paralelismos entre la situación actual y la que se dio a mediados de los 80, cuando estalló el escándalo «Irán-contras.»

Entonces con la excusa del pago por la ayuda en la liberación de los rehenes americanos en el Líbano, los EE.UU vendieron al régimen del imán Homeini el armamento que necesitaba para la guerra contra Iraq, a quien apoyaban activamente los aliados americanos en el mundo árabe. Todo esto a pesar de las mutuas descalificaciones y maldiciones que se cruzaban entre si Washington y Teherán. Además los medios conseguidos de la venta de armas a espaldas del Congreso, iban a para al financiamiento de las tropas paramilitares anticomunistas en América Latina, en primer lugar a Nicaragua.

Hoy siguen siendo los mismos jugadores: la «banda de Cheney», en Washington, el clero y el ejército en Irán, los clanes pro-sirios y anti-sirios en el Líbano, la oposición latinoamericana. Sólo que esta vez no nicaragüense, sino venezolana.

Por lo visto, conscientes de esto, los países de la «vieja Europa»adoptan una postura totalmente distinta hacia los EE.UU en relación con Irán, Siria y el Líbano, en comparación con la mantenida en relación con Iraq. Iraq demostró que la oposición de Francia y Alemania no es capaz de frenar los planes estadounidenses. Por eso en esta ocasión los europeos han decidido no poner trabas al proceso, sino participar en él, contando con poder influir en algo desde dentro.

La salida de escena de Gerhard Schröder y la llegada al poder de Angela Merkel, es una confirmación evidente. El escándalo «Irán-contras» formaba parte de un juego mayor que llevaban entonces los EE.UU junto a Arabia Saudita contra la URSS. Los sauditas acordaron con los EE.UU. rebajar de golpe los precios sobre el petróleo, lo que afectó seriamente a la economía soviética. Al mismo tiempo, los EE.UU y Arabia Saudita hicieron todo lo posible para obligar a la Unión Soviética a intervenir en Afganistán. En resumidas cuentas ya es sabido que la yihad en Afganistán y la caída de los precios del petróleo, hicieron de catalizador de la Perestroika de Gorbachov, que desembocaría en la caída de la URSS.

Es importante recordar, que en los años 80 por la parte saudita el principal protagonista fue el entonces jefe de los servicios de inteligencia, el príncipe Turqi Al-Feisal, que ha sido nombrado recientemente embajador saudí en los EE.UU. y que hace unos días, su protegido el príncipe Mecrin bin Abdel-Asis ha sido elegido por el rey Abdalá para encabezar el puesto que ha dejado vacante Turqi.

Ha sustituido en el cargo al príncipe Nabbaf, con cuyo nombre se asocia el apoyo a la resistencia sunita en Iraq, con el fin de crear un segundo Vietnam a Bush, que le hubiese impedido salir reelegido.

Todo apunta a que el actual juego geopolítico conjunto entre Washington y Er-Riad, está íntimamente relacionado con los precios del petróleo y la yihad. Solo que hoy el juego se lleva en primer lugar contra China. Además esta vez los precios del petróleo no tienen intención de bajar, sino todo lo contrario. Y el centro de la yihad no será Afganistán, para el que se planeó Pakistán como base de la resistencia islámica en la retaguardia, sino el valle de Fergana de Kirguizistán y Uzbekistán. Es precisamente allí donde quieren que acaben implicándose las tropas chinas para frenar la desestabilización de la región. Si esto no se consiguiese, intentarían exportar la yihad desde el valle de Fergana al Turkestán oriental chino.

¿Qué papel le toca a Rusia en todo esto? No cabe esperar que bajo el actual gobierno y el actual curso económico liberal, el aumento continuado sobre los precios del petróleo supusiese un efecto positivo notable. Las superganancias seguirían quedándose en las cuentas extranjeras, en el fondo de estabilización, en las reservas de divisa oro del Banco Central, o para el pago adelantado de la deuda externa. Mientras los precios del combustible en el mercado interno, aumentarían al mismo ritmo que los mundiales, teniendo en cuenta nuestro factor de corrupción.

Al mismo tiempo, no interesa desestabilizar de momento al régimen de Putin, como tampoco interesan las «revoluciones de colores» en Azerbaiyán, Kazajstán y Bielorrusia.

De Rusia se acordarán a medida que se acerque el 2008. Precisamente entonces, cuando en el orden del día aparezca la cuestión de la sucesión de Putin, cabe esperar un levantamiento armado en el Caúcaso Norte, un Nalchnik generalizado, y un atentado gigantesco en proporciones y catastrófico en sus consecuencias en alguno de los centros atómicos (centrales nucleares, bases de misiles nucleares). El objetivo consistiría en desestabilizar la situación y crear la excusa para la intromisión externa en el problema sucesorio, así como para avanzar con paso firme en el ansiado objetivo final de los americanos: conseguir imponer el control internacional sobre el complejo nuclear ruso.

Vladimir Filin. Politólogo nacido en Kiev en 1959. Se formó en una academia técnica militar. Domina 9 idiomas.

Se especializa en el análisis de los movimientos revolucionaros y de liberación en los países en desarrollo.