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La activista e investigadora Amaia Pérez Orozco critica el modelo vigente de individuo autosuficiente y de éxito

«El enemigo no sólo está en la troika, sino también en nuestro modo de relacionarnos»

Fuentes: Rebelión

«Lo personal es político», ha defendido históricamente el movimiento feminista. El pensamiento dominante ha asociado la esfera privada a la libertad, sin reparar en que este ámbito se halla hondamente atravesado por las estructuras políticas, económicas y sociales hegemónicas. Por tanto, ¿son realmente libres estas decisiones individuales que se adoptan en el ámbito privado? Por […]

«Lo personal es político», ha defendido históricamente el movimiento feminista. El pensamiento dominante ha asociado la esfera privada a la libertad, sin reparar en que este ámbito se halla hondamente atravesado por las estructuras políticas, económicas y sociales hegemónicas. Por tanto, ¿son realmente libres estas decisiones individuales que se adoptan en el ámbito privado? Por otro lado, en el campo de la economía los especialistas hacen mención, casi exclusivamente, al trabajo productivo que se desarrolla fuera de los hogares. Sin embargo el ámbito doméstico, invisibilizado como elemento central de la Economía y como factor Trabajo, es uno de los espacios en los que se presenta con mayor virulencia el conflicto entre dos procesos: el de acumulación de capital y el de sostenibilidad de la vida. Politizar este conflicto es sacarlo a la luz, hacer ver que el capitalismo está construido sobre un ataque permanente a la vida, que se sostiene gracias a los sectores «invisibilizados».

La economista e investigadora ecofeminista, Amaia Pérez Orozco (Burgos, 1977), pone nombre a estos trabajos sobre los que se tienen muy pocos conceptos y estadísticas, y que ni siquiera se dejan denominar fácilmente: ¿Trabajos «reproductivos», «no remunerados», «invisibilizados», o tal vez «cuidados»? Es el caso de las amas de casa, una labor sin remuneración ni derechos sociales y sin siquiera reconocimiento como trabajo en sí. Otro ejemplo es el del trabajo no pagado que históricamente han realizado las mujeres obreras. Tenían que rendir al máximo en la fábrica y ser las mejores madres en el hogar, de manera que resultaban invisibilizadas las demás dimensiones de su vida. Actualmente, encajan en el modelo las empleadas del hogar migrantes, singularmente las que trabajan como «internas» y «sin papeles», y que se entregan para cuidar de las vidas ajenas. «Se trata de sectores invisibilizados en términos políticos», concluye Amaia Pérez Orozco.

Para revertir esta situación, se organizan colectivos como «Territorio doméstico», punto de encuentro entre mujeres feministas y sobre todo empleadas del hogar, muchas de ellas migrantes. Despliegan su actividad en Madrid, a partir de la consigna «Sin nosotras no se mueve el mundo». «Cuando arrojas luz sobre estas realidades invisibilizadas -apunta la activista e investigadora-, estás señalando la mierda de mundo que estamos construyendo». En Madrid opera asimismo el grupo «Turín», nombre debido a que se reunieron por primera vez en esta capital italiana. Lo componen diferentes asociaciones que abordan la cuestión laboral desde perspectivas distintas, como el feminismo o la migración. Puede incluirse la Plataforma de afectados por las Hipotecas (PAH), que trata de convertir problemas individuales como un préstamo, una deuda o un desahucio en una cuestión colectiva. En la Corrala Utopía de Sevilla se llegó a tratar de manera colectiva, además de la falta de vivienda, asuntos como el reparto injusto de tareas o la violencia machista.

Se trata de una perspectiva que va ganando espacio dentro de los movimientos sociales, pero «hay que reforzarla muchísimo», apunta la economista. Sin embargo, «es un punto de vista que propone cosas incómodas». «El enemigo no sólo está afuera, no es únicamente la  troika y la Comisión Europea, sino también nuestra forma de convivencia y de entendernos en el mundo, de construir las relaciones, lo que constituye un problema político». Y que implica una pérdida de privilegios, pues si se plantea un reparto democrático de todas las tareas, gran parte de la población tendría que desarrollar numerosos trabajos no remunerados que actualmente no realizan. «Sobre todo hombres y mujeres de clase media y media alta, que no están haciendo su parte». Se puede intentar cuantificar los trabajos «reproductivos» e invisibilizados, aunque con muchas dificultades, porque en términos monetarios, ¿qué valor se le otorga al tiempo de trabajo que se realiza fuera del mercado? Sin embargo, es posible efectuar un cálculo adoptando el tiempo como variable.

Amaia Pérez Orozco señala las conclusiones de las investigaciones realizadas en diferentes países. El tiempo de trabajo que se invierte fuera del mercado es mayor que el empleado dentro del ámbito mercantil, lo que permite además una aseveración demoledora: actualmente se necesita para sostener el mundo más tiempo de trabajo no pagado que remunerado. Y no sólo en el continente africano, donde se dedican muchas horas diarias a recoger leña y acarrear agua; el mismo proceso tiene lugar en Europa. Una segunda conclusión es que las mujeres laboran más que los hombres, si se contabiliza tanto el trabajo pagado como el «reproductivo» e invisibilizado. Además, la mayor parte del trabajo realizado por los hombres está remunerado, al contrario de lo que sucede con el trabajo de la población femenina. El estudio de M. A. Durán «La contabilidad del tiempo», publicado en 2009, pone cifras a estas tendencias. Calcula el número de puestos de trabajo en el mercado (y en situación regulada) al que equivale el trabajo no pagado, es decir, cuántos empleos habría que crear para sustituir el trabajo de cuidados que se despliega en los hogares.

El cuidado de menores equivaldría, según el citado informe, a 8,77 millones de empleos a tiempo completo, de los que 1,53 millones corresponden al cuidado realizado por hombres y una cifra muy superior, 7,14 millones de empleos, al desarrollado por mujeres. El cuidado de personas adultas equivale a 2,59 millones de puestos de trabajo en el mercado, de los que 0,5 millones corresponden al cuidado realizado por hombres y 2,07 millones al desempeñado por las mujeres. Para sustituir el tiempo que las mujeres dedican sólo a cocinar, agrega el estudio, tendrían que crearse 5,7 millones de empleo, una cifra superior al número de mujeres que estaban empleadas a tiempo completo cuando se elaboró el estudio.

Con las tendencias y las cifras en la mano, Amaia Pérez Orozco se pregunta: «¿Qué ocurriría si en lugar de pedir una reducción de la jornada laboral para tener más tiempo que dedicar a esos otros trabajos, socialmente necesarios, lo planteamos al revés? Vamos a repartir los trabajos socialmente necesarios (que se hallan fuera del mercado) y vemos cuánto tiempo nos queda para dedicarle al mercado laboral». «Quedaría muy poco», responde la investigadora y activista. «Ello nos daría una fuerza enorme». Empezar por una disminución de la jornada laboral conduce a «discutir desde su ámbito», si la propuesta es o no posible, si resulta o no compatible con tasas aceptables de productividad y aspectos similares.

¿Podría aligerar la presión sobre los trabajos «invisibilizados» reivindicaciones como la renta básica? Pérez Orozco no considera la renta básica universal como una de las prioridades. «Si es un mecanismo más, entre otros muchos, de acuerdo, la idea de que todo el mundo tenga acceso a unos mínimos vitales resulta muy potente, pero lo más problemático es que la renta básica afianza finalmente el vínculo individual entre los ingresos que percibe una persona y su calidad de vida; piensa el acceso a las condiciones esenciales de la existencia en términos muy individuales». Podrían señalarse otros mecanismos, de carácter colectivo, que van más allá de la renta básica universal, como la promoción de la vivienda pública (también la Okupación) o los servicios de interés general. «Hemos de avanzar en un proceso de desmercantilización de la vida, en el que se necesite menos dinero para vivir y en la resolución colectiva de las necesidades».

Amaia Pérez Orozco es economista de formación, adscrita a las corrientes ecofeministas. Estudió en la Universidad Carlos III en Getafe, en cuyas aulas se divulgaba una visión de la Economía que ni siquiera se podría considerar ortodoxa, matiza, «era absolutamente abstracta». Ni siquiera discutieron sobre la esencia y los intereses de la Unión Europea, se dedicaban únicamente a la resolución de fórmulas matemáticas y a trazar curvas de oferta y demanda. No fue hasta el cuarto curso de carrera cuando a los alumnos de Ciencias Económicas se les habló de Marx o de otras interpretaciones posibles de la Economía. «Estaba deprimidísima», confiesa, «en el tercer curso estuve a punto de abandonar la licenciatura». Pero durante el último año, en una asignatura de libre opción -«Perspectivas Económicas Críticas»- descubrió la Economía Ecológica y Feminista. «Se me abrió como la luz». Después terminó una tesis doctoral sobre «Perspectivas Feministas en torno a la Economía», recuerda durante las Jornadas por un Plan B para Europa celebradas en Madrid, donde ha participado en una sesión plenaria sobre «El trabajo en el centro del conflicto: precarización, discriminación y criminalización. Alternativas posibles».

Las ideas de esta joven economista que se sale del marco hegemónico invitan a reflexionar sobre la vieja militancia de izquierdas, el encuadramiento y las prácticas tradicionales en partidos, sindicatos y movimientos sociales. «Hay que reconstruir el lazo social», afirma. «Hacer política no sólo implica tener unos objetivos estupendos y preclaros, sino que el proceso es importante, también las relaciones humanas y sociales que vamos construyendo». Porque si no se edifican relaciones sociales realmente democráticas, simétricas y que respeten la diversidad, «¿De qué resultado político, final, hablamos?» En el 15-M la investigadora observó un intento de reconstruir otro tipo de relaciones humanas, distintas en lo cotidiano. «Había una preocupación por el cuidado de la gente». Durante el verano los activistas se pasaban el agua en colectivo o siempre había en la plaza una silla para las personas con dolor de espalda. La apuesta por la política institucional ha llevado, por el contrario, a unas relaciones humanas y políticas «muy agresivas». Más que un sentimiento de comunidad, se percibe una creciente pulsión de competencia.

En el año 2014 Amaia Pérez Orozco publicó el libro «Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida» en la editorial Traficantes de Sueños. El texto puede descargarse libremente en Internet. También realizó una aportación a la obra colectiva coordinada por Cristina Carrasco «Con voz propia. La economía feminista como apuesta teórica y política» (La oveja roja). Pronuncia charlas y conferencias que simultanea con el activismo en el «Eje de precariedad y economía feminista», colectivo impulsado después de una jornada de lucha feminista, hace dos años, organizada por ejes. De ahí la denominación, que hoy se mantiene. En el Centro Cultural Matadero de Madrid han organizado recientemente un taller sobre empleo del hogar.

La conversación se acerca al final, y la entrevistada aquilata cada vez más sus reflexiones. Comparte unas ideas que representan la otra cara de «cómo nos quiere el sistema», es decir, sujetos que se crean a sí mismos autosuficientes, empresarios también de sí mismos, individuos de éxito en los mercados, que no necesiten a nada ni a nadie y que suscriban su plan privado de pensiones (cada uno percibe lo suyo, que es lo que se merece). Pero este modelo de individualismo autosuficiente esconde una alargada sombra: «Si todos actuáramos de la misma manera, buscando nuestro propio hueco, el mundo se nos hundiría en dos patadas, porque la vida es en común». Se ha podido apreciar durante la última crisis global: «Cuando las cosas vienen mal dadas, te apoyas en el resto de las personas y necesitas volver a los hogares o a plataformas como la PAH». Además, para que algunos brillen en su proyecto de éxito individual, otros han de sostenerles desde fuera: se hicieron cargo de su crianza o cuando padecen una enfermedad. A cierta parte «privilegiada» de la población se le impone el ideal de autosuficiencia, mientras otra parte, subordinada (mujeres y clases sirvientes), han de dar la vida, inmolarse, por ese sujeto de éxito. El esquema se repite en la relación del campo (que proporciona alimentos y recibe desechos) con la ciudad: el desarrollo, la industria, el progreso y lo moderno. El éxito.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.