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El fruto del tsunami

Fuentes: Gain

Cuando la mayoría de la población mundial se recupera del impacto visual provocado por la catástrofe de los tsunamis en Asia, la mayor parte de las regiones afectadas tienen ante sí un futuro más oscuro si cabe. Porque mientras se siguen haciendo lecturas moralistas y se tiende a buscar soluciones a corto plazo, la mayor […]

Cuando la mayoría de la población mundial se recupera del impacto visual provocado por la catástrofe de los tsunamis en Asia, la mayor parte de las regiones afectadas tienen ante sí un futuro más oscuro si cabe. Porque mientras se siguen haciendo lecturas moralistas y se tiende a buscar soluciones a corto plazo, la mayor parte de las consecuencias que a largo plazo va a ocasionar esta catástrofe están siendo aparcadas.

Este cruel acontecimiento natural ha puesto sobre la mesa una serie de asuntos que normalmente han trascurrido en un segundo plano o han permanecido ocultos ante el gran público occidental. Uno de ellos es el  que rodea al turismo. El hecho de que entre las víctimas mortales se
encuentren occidentales ha dado otra trascendencia, sin duda alguna mayor, al siniestro.

Esas zonas turísticas ahora devastadas eran las postales que se vendían en muchas agencias y que ocultaban una realidad que ahora a salido a la luz pública. En torno a esos importantes complejos se concentran importantes poblaciones que en la mayoría de los casos viven en unas peligrosas condiciones. Por eso, más allá del cinismo occidental de esos turistas que son capaces de tomar el sol en esas condiciones, se impone un análisis más profundo.

En muchas ocasiones se tiende a denunciar el turismo sexual como el punto negro del negocio, pero es evidente que hay otros que no se quieren mencionar. La explotación del medio ambiente recoge en ocasiones una triple explotación, natural, social y ecológica. Así, a los impactos
visuales sobre la naturaleza, o la desaparición física de viviendas para «adecentar los complejos hoteleros», se une también la degradación de los
ecosistemas naturales.

La deforestación, los daños y alteraciones de las zonas costeras para construir esos «paraísos», la degradación de recursos naturales como el
agua… son algunos de los ejemplos más visibles en línea con lo mencionado anteriormente. A ello se le debe sumar algunos aspectos socioeconómicos. En este turismo nos encontramos por regla general que la inversión es extranjera, y por eso el control y los beneficios normalmente  están en esas mismas manos. Si bien es cierto que se genera empleo en torno a estos complejos, también lo es el tipo de trabajo que se ofrece y además en torno a este boom turístico se generan un importante número de desigualdades y alteraciones sociales que no se reflejan en los catálogos, un ejemplo de ello son los más de 50.000 trabajadores de Myanmar, que están en Tailandia sin permiso.

También conviene resaltar aquí las condiciones que soporta el desarrollo global dentro de esas zonas del continente asiático. La inestabilidad del
medio natural se sitúa en el centro de ese escenario. Los movimientos  migratorios hacia las ciudades o en el entrono de las zonas turísticas han
aumentado la inestabilidad del terreno. Así la falta de canalizaciones y  drenajes ha facilitado la sucesión de inundaciones. Por otro lado la
construcción de viviendas en zonas con pendientes también ha traído un aumento en el riesgo de avalanchas y movimientos de tierras. Por lo
general, es la población con menos recursos económicos la que tiende a instalarse en las zonas más peligrosas, como las mencionadas o las mismas orillas de los ríos.

Otros intereses

Tras los llamamientos de algunos estados para llevar adelante toda una campaña de ayuda humanitaria, se esconden otros intereses que poco tienen que ver con el calificativo de humanitario. En el medio de esta catástrofe todavía quedan los que no pierden la oportunidad de sacar tajada, tal y como lo han hecho a lo largo de las últimas décadas en acontecimientos similares, y barnizado todo ello con el paraguas que ofrece esa mal llamada «ayuda humanitaria».

Un ejemplo claro de todo ello es la actitud que han mantenido los gobierno de Sri Lanka e Indonesia, intentando aprovechar la devastación para
incrementar su ofensiva contra los rebeldes tamiles en el primer caso y contra la resistencia separatista de Aceh en el segundo. La intoxicación
mediática en la línea de desprestigiar a la resistencia tamil (acusándola de secuestrar niños para incorporarlos a sus líneas), unido a los obstáculos para que la ayuda y los testigos extranjeros puedan acceder a la zona no hace sino confirmar la desconfianza hacia un gobierno que es capaz de aprovechar estas circunstancias para conseguir créditos políticos o avances militares.

Y otro tanto ocurre en Aceh, una de las zonas más castigadas por el desastre. Mientras que el Movimiento Aceh Libre (GAM) ha ofrecido una
tregua unilateral, el ejército indonesio ha seguido con sus operaciones militares al tiempo que obstaculiza la presencia extranjera en la zona. 

Utilizando la debilidad de la población ante estos acontecimientos, el gobierno central busca una rendición de la guerrilla independentista, y evitar sobre todo que se investigue su actuación en Aceh, marcada por los  abusos sobre los derechos humanos y un elevadísimo índice de corrupción.

Tal vez por ello las organizaciones que envían ayuda a la zona deberían hacerlo directamente hacia las organizaciones locales y no dejar en manos
de esas corruptas autoridades locales la ayuda que el pueblo de Aceh espera recibir.

Pero también hay otros actores interesados en buscar beneficios en esta situación. Y una vez más nos encontramos con las maniobras
estadounidenses. Washington busca por un lado desviar la atención mundial de su fracaso en Irak o Palestina, apareciendo como uno de los mayores donantes «humanitarios» ante esta crisis. Pero por otro lado busca posicionarse nuevamente en esta región asiática, al tiempo que condiciona  la operación de ayuda al control de la misma, desplazando a Naciones Unidas de ese papel.

Otro ejemplo lo encontramos en la actitud del gobierno indio, quien no puede responder a las demandas de su castigada población, pero que no tiene ningún problema para rechazar la ayuda exterior al tiempo que se compromete a donar ayuda a otros países. India pone por encima de los
intereses de su población sus propios intereses geopolíticos. Y esa línea que marca persigue que Estados Unidos se posicione en su favor en otros
conflictos que mantiene con Pakistán, al tiempo que quiere presentarse como una potencia emergente y que presenta su candidatura al control de Asia, en parte como freno de China, lo que sería del agrado norteamericano.

Tras los primeros efectos devastadores de los tsunamis, queda por analizar las consecuencias a largo plazo, esas que probablemente no sean descritas ni analizadas en el bombardeo diario al que nos vemos sometidos estos días. La recuperación de la vida de esas poblaciones no pasa por la rápida recuperación de los complejos turísticos, sin por articular las medidas que les proporciones la posibilidad de disponer libremente de sus vidas y  de su futuro. Y si algo se puede aprender ante esta situación es que aún en los peores momentos siempre hay alguien dispuesto a hablar de moralidad  y ética, de «ayuda humanitaria» para disfrazar y ocultar la realidad de una situación en parte consecuencia de las políticas de los que ahora se lamentan. Se hace más necesario que nunca plantear un cambio en la dirección que lleva el negocio turístico, pues este no es sino un apéndice de un proyecto más amplio que busca regir al mundo según sus intereses. Y como hemos visto estos días, ni las olas de los tsunamis le hacen cambiar de rumbo.