No hay objetivos inalcanzables para los talibán paquistaníes -hermanos de sus vecinos afganos- . Dos kamikazes se hicieron explotar ayer en el mayor complejo armamentístico del país, dejando un saldo de 70 muertos. La era abierta tras la dimisión del golpista Pervez Musharraf parece seguir su misma senda: guerra asimétrica entre Gobierno e islamistas y una crisis política que amenaza con convertir a la potencia nuclear musulmana en un Estado fallido.
Un doble atentado kamikaze reivindicado por los talibán paquistaníes contra la principal fábrica de armamento del país dejó ayer un saldo provisional de 70 personas muertas.
El atentado, que tuvo lugar no lejos de Islamabad, la capital de la potencia nuclear musulmana, es el más mortífero en lo que va de año y el último de una serie de ataques protagonizados por la oposición armada islamista que han dejado un saldo de más de 1.000 muertos estos meses.
El Maulvi Omar, portavoz del Movimiento Talibán de Pakistán, reivindicó el doble atentado y amenazó con lanzar a sus kamikazes contra las grandes ciudades
del país, incluida Islamabad, si el Ejército no detiene su actual ofensiva en las zonas tribales fronterizas con Afganistán, habitadas igualmente por la etnia pastún y bastiones del rigorismo islamista talibán.
El nuevo Gobierno paquistaní, salido de las urnas de febrero y abiertamente hostil al ya ex presidente golpista Pervez Musharraf, ordenó esta ofensiva en un intento de saciar las ansias bélicas de EEUU.
Este operativo militar, que se desarrolla en el distrito de Bajaur -una de las zonas tribales en las que Washington asegura que la red Al Qaeda habría conseguido reconstituir sus fuerzas tras su huida de Afganistán-, se ha saldado de momento con la muerte de medio millar de personas, la mayoría civiles.
Altos responsables de las Fuerzas de Seguridad paquistaníes ya habían advertido de que las represalias por parte de los talibán eran «inevitables».
Los atentados de ayer fueron cometidos, casi simultáneamente, en las dos entradas a un vasto complejo de fábricas de armamento del país, Pakistan Ordnance Factories, en la localidad de Wah, a una treintena de kilómetros al noroeste de Islamabad, justo en el momento en el que se realizaba el relevo en el turno de los operarios.
«Dos hombres que llegaron a pie han hecho explotar las bombas que llevaban encima delante de la fábrica en pleno cambio de turno», señaló Nasir Durrani, jefe de Policía de Taxila, localidad vecina a Wah y uno de los mayores destinos turísticos de Pakistán por sus antiguos vestigios hindúes.
Al menos 70 personas murieron y 63 resultaron heridas, la mayor parte operarios del complejo fabril de armamento, que depende directamente del Ministerio de Defensa y tiene en plantilla a 30.000 personas.
Tras el adiós de Musharraf
Se trata del segundo atentado desde la dimisión, forzada por la amenaza de destitución, de Musharraf, aliado clave de EEUU en su «guerra mundial al terror». Ese mismo día, un kamikaze explotaba junto a un hospital en las zonas tribales fronterizas dejando un saldo de 30 víctimas mortales, la mayoría chiítas.
Este ataque está relacionado con el conflicto entre la mayoría sunita y la minoría chiíta que vive asimismo en esta zona, considerada «apóstata» por sectores islamistas rigoristas.
Muchos son los conflictos cruzados en un escenario, el paquistaní, especialmente inestable en los últimos años.
Una inestabilidad que contribuyó a acentuar la llegada al poder, tras una asonada militar, del general Musharraf, quien durante su gestión no ha dudado en atizar la ira de la oposición islamista utilizando para ello una feroz represión.
Los talibán paquistaníes, e incluso Al Qaeda, decretaron la yihad (guerra santa) contra Musharraf y su Ejército después de que éste ordenara el asalto a sangre y fuego de la Mezquita Roja de Islamabad en julio de 2007. La acción, como respuesta al encierro de un millar de islamistas, acabó en un baño de sangre con tres centenares de muertos, «mártires» que el mismo Osama Bin Laden y los dirigentes islamistas paquistaníes juraron vengar.
Y es que fue el propio Musharraf quien inició durante sus dos mandatos las operaciones de castigo contra las áreas tribales fronterizas, dentro de sus compromisos con la Administración Bush. Estas operaciones que se han saldado con miles de civiles muertos y decenas de miles de desplazados.
A cambio de su alineamiento en la «guerra al terror», Musharraf fue apuntalado en el poder, y agasajado con miles de millones de dólares para su Ejército, por parte de EEUU.
La crisis
Apoyado por la Administración estadounidense, y admirador de Kemal Atatürk, Musharraf no pudo ocultar sus ansias de perpetuarse en el poder y convertirse en el «padre» de Pakistán, potencia nuclear desde 1998.
No obstante, sus excesos en política interior -no confundir con los bombardeos contra la población pastún, saludados por Washington- y sobre todo la creciente inestabilidad en la vecina Afganistán lo convirtieron en una opción políticamente acabada para Washington, que movió los hilos para provocar una transición en el seno del poder en Pakistán.
Una transición que corre el riesgo de írsele de las manos una vez desatadas las fuerzas (opositoras) para tal fin.
Tras las elecciones de febrero, el PPP de Benazir Bhutto y la Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz (PML-N) de Nawaz Sharif -ex primer ministro derrocado por Musharraf en 1999- firmaron un acuerdo de principios para formar gobierno.
El PML-N forzó la amenaza de destitución de su gran enemigo pese a la posición renuente del PPP, liderado por el viudo de Bhutto, Asif Ali Zardari, conocido como «mister 10%» por los escándalos de corrupción que le salpicaron durante el mandato de su esposa -muerta en atentado en diciembre de 2007- y temeroso de que semejante medida pueda algún día volverse contra él. Ello explica además su negativa a rehabilitar a los jueces del Supremo destituidos en su día por Musharraf, que podrían revocar el acuerdo de amnistía otorgado por este último a sus rivales del PPP como parte de un acuerdo de transición auspiciado por Washington.
Eso no impidió al PPP presentar a Ali Zardari como candidato a ocupar la vacantes presidencial dejada por Musharraf.
No obstante, y tras haber forzado la dimisión de Musharraf, Sharif se ve cada vez más fuerte y aspira a aglutinar en su partido a dirigentes de la facción de la Liga Musulmana de Pakistán (PML-Q) que sirvió al ex presidente para dar una legitimidad partidista a su poder.
Ambas formaciones tienen hasta hoy de plazo para alcanzar un acuerdo que mitigue la creciente inestabilidad en el volátil escenario paquistaní.
El presidente de EEUU, George W. Bush, instó al primer ministro paquistaní, Syed Yousuf Raza Gilani, y al resto de dirigentes del país que reafirmen su «compromiso contra el terrorismo». Gilani ha rendido estos días visita oficial a Washington
El Parlamento paquistaní exigió ayer por unanimidad que EEUU devuelva «inmediatamente» a Aafia Siddiqui, neurocientífico capturado el pasado mes de julio en Afganistán y al que Washington ha procesado por relación con Al Qaeda.
El de ayer es el quinto atentado perpetrado a lo largo de este mes de agosto y reivindicado por el movimiento talibán paquistaní en represalia por la operación militar contra las zonas tribales fronterizas del oeste del país.
Ocho soldados de las fuerzas aliadas que ocupan Afganistán, entre ellos tres canadienses y tres polacos, han muerto en las últimas 24 horas en Afganistán.
El anuncio tiene lugar tres días después de la muerte de diez soldados franceses en una emboscada a las puertas de la capital, Kabul.
Tres soldados canadienses murieron el miércoles en un ataque atribuido a los talibán afganos en la provincia sureña de Kandahar. El mismo día, tres soldados polacos morían en otro ataque en la provincia de Gazhni, centro-este del país.
Otros dos soldados cuyas nacionalidades no han trascendido murieron en sendos ataques en el oeste y en el este de Afganistán.
Con estas suman ya 40 bajas mortales de las fuerzas aliadas en lo que va de agosto. 184 soldados extranjeros han muerto en atentados de la resistencia en lo que va de año.
En este contexto, el alto mando de los marines estadounidenses no oculta su preocupación ante la previsible retirada en noviembre de 2.200 efectivos enviados como refuerzo al sur de Afganistán.
Estos mandos insisten en que los países aliados deberían aportar refuerzos, aunque reconocen que ni siquiera su presencia es suficiente para garantizar su seguridad.
Una seguridad cada vez más comprometida y que tampoco alcanza a las milicias locales colaboracionistas, que han perdido 650 hombres en los últimos meses. Los expertos aseguran que los talibán han aprendido de las experiencias de brigadistas árabes llegados de Irak y que se han marcado como objetivo intensificar el cerco a la capital.
La OTAN asegura que los talibán afganos no pueden ganar. Lo que no puede confirmar es que sus soldados puedan ganar en este escenario.