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Un análisis de la Rusia actual

El gusano de la traición

Fuentes: Sovietskaya Rossia

Traducido del ruso para Rebelión por Andrés Urruti y Josafat S.Comín

Rusia se apaga y se desmorona. Perdemos el Caúcaso, se secan nuestros lazos con los países bálticos, Ucrania se lanza a los brazos de la OTAN, y la mayoría de los ucranianos asisten a esto con apatía. El nuevo presidente de Kirguizistán dice que el país se encuentra en la esfera de los intereses geoestratégicos de los EE.UU.

Lukashenko (Presidente de Bielorrusia. N de la T.) se mueve como tigre enjaulado intentando reforzar como sea, el núcleo histórico de Rusia -la Rus Velikaya y Bielaya– ganándose por ello el odio feroz de los intelectuales de Moscú, mientras el gran público escucha con indiferencia el ladrido rabioso de los medios de comunicación contra el presidente bielorruso, líder del único estado aliado que le queda a la Federación Rusa.

Dicen que Rusia se encuentra ante un desafío histórico. Podremos estar de acuerdo, si añadimos que este desafío ya está en marcha, bajo la forma de operación especial para dar muerte a Rusia y convertir su cadáver en un zombi obediente con Occidente.

Brzezinski (consejero de política exterior de varios presidentes estadounidenses, preconiza hoy cómo se debe debilitar y acorralar militarmente a Rusia. N de la T.) escribe que Rusia acabará convertida en un «estado europeo normal de rango medio», en un socio menor de los EUA, cediendo permanentemente sus posiciones. Pero el problema aquí no reside en la victoria de los EE.UU, sino en la voluntad de los propios rusos.

¿Cómo hemos tomado esta decisión, sabiendo que conduce a que Rusia se convierta en un «estado de rango medio»? Rusia no podrá convertirse en eso. Para ello deberá ser aniquilada de raíz, destruida su alma. De su «cuerpo» se va a seguir alimentando, como ya lo viene haciendo, el envejecido Occidente. Nuestro petróleo y gas se bombea a toda maquina hacia Occidente, y ya casi no nos dejan lo necesario para nuestra propia economía y nuestra gente. La mortalidad de nuestro pueblo se acelera, dejando el territorio despejado, donde nuestros gobernantes- fieles socios menores de los EE.UU.- ya planean abiertamente la introducción masiva de mano de obra extranjera.

Para hacer esta elección y no intentar corregirla, era necesario que el pueblo enfermase gravemente.

Aparecerán sin duda montones de eruditos historiadores, que nos presentarán a los culpables de esta enfermedad: comenzando por el príncipe Vladimir, por adoptar la fe cristiana ortodoxa, o Pedro I por abrir una ventana a Europa y terminando por el cruel Stalin o Yeltsin, el borracho. Si, encontrar en la historia culpables a los que endosar todas nuestras desgracias actuales, es algo a lo que siempre podemos recurrir. La diferencia estriba en que tanto Vladimir como Pedro I, como Nicolás II y los bolcheviques, dejaron a nuestros descendientes una tierra y un pueblo, que pudiesen continuar la historia, mientras que hoy en día estamos acabando con lo uno y con lo otro. De continuar así, no quedará nadie que pueda siquiera maldecirnos.

De cualquier fosa se puede salir y a cualquier desafío responder, si esa amenaza provoca un aumento del espíritu combativo en una parte suficiente de la población, que sea capaz luego de arrastrar al resto. Por primera vez en la historia, una amenaza no hace que nos levantemos y nos unamos, sino que nos debilita, nos atonta y nos adormece. Nos dirán entonces que estamos bajo la influencia de avezados embaucadores y corruptos.

Siempre hubo quien intentara seducirnos y corrompernos: y con Vladimir y Con Pedro I, con Stalin y hasta con Brezhnev. Solo que nuestra firmeza fue suficiente para no acabar doblando el espinazo, y metiendo el cuello en su cazuela.

Mientras que ahora da la impresión de que todos nuestros sistemas de defensa han fallado, y nos metemos en esa misma cazuela, y hasta nos peleamos por hacernos con un sitio en la fila.

Sería un mal menor si fuesen solo unos ideales quiméricos, lo que traicionamos, pero resulta que estamos vendiendo por unas migajas, nuestros intereses vitales, e incluso la propia vida de nuestros descendientes. No hablemos ya de los intereses utilitarios de la actual generación de rusos. Les despluman y despellejan, mientras ellos se giran con indolencia, para que resulte más cómodo arrancarles la piel.

¿Debe el enfermo conocer su enfermedad, pensar en ella? ¿No acabará por matarle el saberlo? Tenemos entre nosotros patriotas, que se aprestan a defender al enfermo, para que no se aflija. «…Suficiente desgracia tiene, el pueblo está cansado, derrengado, necesita la baja por enfermedad. Necesita pensar en algo alegre, tiene que recuperar la fe en sus fuerzas.»

Bonitas palabras, cariñosas. Su arrullo serviría para que un hombre cansado se congelase en invierno. Pero en cuanto recuerdas nuestros caminos en invierno, resulta que no han sido palabras tiernas las que nos han salvado, sino que ha sido el comandante o el amigo, e incluso un niño, los que han impedido que nos durmamos durante una tormenta de nieve, y los que nos han empujado hacia delante- con una orden, un grito de aliento, un llanto. Cuando nos han obligado a cumplir nuestro deber, ha sido cuando nosotros mismos nos hemos salvado.

Los filósofos buscan la raíz de nuestra desgracia, la primera de las causas de nuestra misteriosa enfermedad. Unos dicen que hemos olvidado a Dios. Otros en cambio, que nos hemos apartado del camino principal de la civilización. Todos tienen razón. De cada desviación del pueblo, se han ido desprendiendo pequeñas tribus, subculturas, que han idolatrado a sus ídolos y han olvidado el camino. Pero ídolos como esos, los podemos multiplicar y multiplicar, enfangándonos en una discusión escolástica sobre cual es la primera de la primera de las causas. Esto no hará sino conducirnos a un círculo vicioso, pues todas esas causas rebosan unas en otras.

Analicémoslo desde el otro lado, no desde la raíz, sino desde la superficie. La historia nos ha propuesto dos experimentos equivalentes. Para ver si aprendemos. Hace poco más de sesenta años, nuestro pueblo y nuestro estado se vieron ante una amenaza tal, que en teoría parecía dejarnos sin oportunidades de superarla. Por si no bastaba con que nos enfrentásemos a un potencial industrial y productivo que superaba en cuatro veces al soviético, contra nosotros se dirigió toda la fuerza viva de la Europa continental, toda la horda occidental. La virulencia del golpe fue tal, que siempre nos esforzamos en no pensar en ello, para que no nublase nuestra conciencia.

Pocos son hoy los que recuerdan los combates del verano del 42 en los campos de Voronezh, pero pensemos, que en apenas dos semanas cayeron aquí más de 100 mil soldados y oficiales húngaros (entre los que había 20 mil judíos con el uniforme fascista- vale la pena que lo recordemos, para comprender la fuerza del golpe; Hitler reunió a la carne de cañón de toda Europa, para aplastar al pueblo soviético) En apenas diez días, cayeron en Voronezh más miembros de las tropas de élite italianas, que durante toda la 1ª Guerra Mundial (cayó todo el cuerpo de montaña alpino, con sus 55 mil hombres).

En una sola operación, el ejército rojo aniquiló a los ejércitos de tres estados europeos importantes, que habían sido enviados al frente del este (Italia, Rumania, Hungría), siendo que nuestro ejercito todavía no se había recuperado de las enormes perdidas sufridas en el primer año de guerra.

En la actualidad, cuando hace apenas 15 años teníamos la paridad militar con todas las potencias occidentales, hemos caído en tal degradación, que no tenemos ni una sola división apta para el combate. Si, no lo necesitamos, no tenemos enemigos. Pasen, gentes de buena voluntad. El que venga con la espada, no encontrará resistencia.

Pero por otro lado, si que tenemos divisiones preparadas. Imaginémonos lo inimaginable. Los turcos nos declaran la guerra. Si no recurriésemos a la disuasión nuclear, llegarían hasta Moscú sin demasiadas complicaciones.

Hasta no hace mucho, teníamos 7 portaviones, con 40 cazas en cada uno. Hoy día, en toda nuestra flota, quedan apenas 10 pilotos que sepan despegar y aterrizar en cubierta. Si, no necesitamos portaviones. Probablemente se deba a que llevemos diez años, enviando tropas a Chechenia, que cual agujero negro, absorbe nuestros soldados, armas y dinero. Y contra todo esto se enfrentan unos guerrilleros, que no tienen ni industria, ni academias militares, ni Estado mayor.

Nuestro estado y nuestro pueblo están enfermos en su conjunto, en cada una de sus células.

Empecemos por describir los síntomas de esa enfermedad, dejando para los filósofos, la búsqueda de la quinta esencia y la causa primigenia. No sería nada descabellado presuponer que no hubiese en realidad ninguna causa primera, que toda la enfermedad constara de síndromes, que se hubieran desarrollado en el sistema de los síntomas, reforzándose mutuamente, engendrando círculos viciosos.

Estábamos sanos, pero luego comenzó a debilitarse nuestro espíritu. Nadie rompió ninguna aguja de Koshschei (personaje inmortal en los cuentos populares rusos. N de la T.) Aquí retrocedemos un pasito, allí otro. ¡Para nuestro poderoso organismo eso es una minucia!

Vale, le hizo un favor a su vanidad o avaricia, no le reprochó al amigo, el que hubiese cometido una pequeña bajeza, se confabuló con el jefe, y cogió una pizca de lo robado. Y cuando nos quisimos dar cuenta ya teníamos encima la «perestroika» con su aceleración.

En algún momento atravesamos la línea roja, para después borrarla por completo, no fuese que nos envenenase el alma.

Recorramos los principales planos inclinados por los que nos deslizamos cuesta abajo. El primer parásito que ha minado nuestras bases espirituales es el gusano de la traición.

La justificación de la traición y la inclinación a favor de los traidores son casi el mismo y seguro síntoma de la enfermedad espiritual del pueblo. Es, a la vez, signo de desenganche de una conciencia íntegra y negación de la memoria histórica colectiva, de la responsabilidad frente a los descendientes. La traición no es la catástrofe espiritual de la revisión de los valores, que ocurre en los momentos de ruptura histórica, sino la renuncia a los auténticos valores espirituales, claramente imprescindibles para la vida de un pueblo que ha experimentado una pesada guerra. Es la renuncia por causa de la satisfacción de intereses mezquinos, tan opuestos a los intereses vitales del pueblo, que el mismo traidor se ve obligado a buscar justificaciones muy refinadas.

La traición es un síntoma general, porque para que se manifieste en toda su amplitud necesita del previo debilitamiento o la extinción de muchos sistemas de defensa del organismo espiritual del pueblo. Toda una cultura de higiene espiritual tiene que estar arruinada. No hay un terreno fértil para la traición allá donde la gente piensa clara y consecuentemente, donde honradamente se conectan el todo y las partes, se reflexiona sobre la relación entre la causa y el efecto, donde se busca el conocimiento fidedigno, y todo esto se controla permanente y calladamente con la conciencia. El gusano de la traición se multiplica allí donde se ha quebrado el enlace con la cultura de la principal tradición espiritual de su pueblo, donde ha decaído la capacidad de sentir lo sagrado de la existencia, de la que se desarrolla la conciencia. Eso si que es «olvidar a Dios» y no roscas o huevos de Pascua pintados.

Padecemos una epidemia de traición. Muchos se tranquilizan recordando el dicho «el pescado se empieza a pudrir por la cabeza». Si, esos gusanos siempre aparecen donde hay más tentaciones y más ambiciones, en la cúspide de la sociedad. Pero el pueblo no es un pescado. Con las epidemias hay que luchar, ante todo manteniendo la propia higiene y la limpieza en casa. Aquí la responsabilidad de cada uno es grande. Pero no ha habido esa lucha. Y no la hay ahora.

Ante nosotros tenemos el más claro modelo de traición: toda la labor de Gorbachov. El cuenta profusamente, y encantado, como maduró esa traición, de que modo tan astuto engañó a todos y supo liquidar el «monstruo totalitario», ese estado al que juró fidelidad. Desde sus años mozos militó en el PCUS, trepó de cargo en cargo, recibió los beneficios de la nomenclatura. En su trayecto vital, él no padeció ninguna catastrofe espiritual, no le sobrevino ninguna iluminación que le hiciera convertirse de repente en un enemigo secreto del PCUS. Durante 5 años fue secretario del Comité Central del PCUS, y en 1985 asumió encantado el puesto de Secretario General. Ahora dice que su principal error en la época de la «perestroika» fue no haber disuelto el PCUS. Estas son las palabras de un traidor, independientemente de cual sea nuestra actitud hacia el PCUS. ¿Pero acaso Gorbachov era un caso excepcional en la sociedad? No, una multitud de respetables gentes, «luchadores por la verdad», acudieron a celebrar los 20 años de «perestroika» al Fondo de Gorbachov, e incluso, probablemente, compartieron con él mesa y mantel.

Pero, ¿seremos nosotros mucho mejores que estas respetables gentes? Tanto Gorbachov, como después Yeltsin, llegaron al poder entre nuestros aplausos. Sus actos estaban ante nuestros ojos, y era imposible no ver que ellos estaban liquidando nuestro ejército, nuestra economía, nuestra ciencia, el país entero, en suma. Si, fuimos incapaces para la resistencia, pero pudimos mantener una posición moral. Y fue muy evasiva. No hubo una respuesta real, categórica a sus acciones.

Recordemos la privatización. La gente se aflige tardíamente de que resultó ser desventajosa para ellos: la producción cayó, los salarios y pensiones bajaron bruscamente, los alquileres se dispararon. Sí, se cometió una falta. Pero el quid de la cuestión no está en esto. Está en que, aceptando impasibles la privatización, nosotros cometimos traición. Traicionamos a la generación de nuestros padres que construyeron la industria como propiedad común, y traicionamos a nuestros descendientes, cuya propiedad regalamos a Chubais (N del T: político ruso, «mano derecha de Yeltsin y cerebro de la privatización en los años 90) Recibimos los cupones de privatización y nos enfadamos, porque nos engañaron. ¡Y merecidamente¡ ¿Acaso nos pertenecían las fábricas? No, el pueblo no se acaba en nosotros, pero administramos lo que eran en su mayor parte bienes ajenos, sin dejar nada a nuestros descendientes. ¿Cómo no se comprendió eso? Pues muchos advirtieron que no se podía actuar de esa forma, y que incluso la actual generación resultaría engañada. No se quiso escuchar.

Ahora el equipo de Chubais ha elaborado un plan para desmembrar RAO EES (N del T: compañía eléctrica rusa, dirigida actualmente por Anatoli Chubais) y privatizar las centrales eléctricas. Los sistemas de calefacción y las redes eléctricas anticuadas no interesan al capital privado, se las dejan al estado. Pero desgarrar en partes un sistema único es una catástrofe técnica. Teníamos un abastecimiento energético muy seguro a un precio irrisoriamente bajo, porque nuestros padres construyeron una maravilla de la técnica, un sistema energético único en el mundo, extendido por todo un enorme territorio. Ahora los ávidos privatizadores lo van a despedazar, como lobos, y sus cualidades únicas se perderán.

El proyecto de la manada de Chubais, si dejamos aparte su voracidad lobuna para arrancar al país otro grueso pedazo de propiedad, se reduce a realizar la «desestatalización» del sistema energético, privarle de su carácter «comunal», colectivo, quitarle al estado la posibilidad de sostener, desarrollar y modernizar su base técnica. Realmente tienen a Rusia agarrada por la garganta. Tres días sin energía eléctrica, y las grandes ciudades se ahogarán en sus propios excrementos, en ellas empezará una plaga de epidemias. Parece que a la población, incluidos los intelectuales científico-técnicos, todo esto le importa un comino. Y también los especialistas predicen que la destrucción del sistema único repercutirá en cada uno.

Pero este «cada uno» ya no está capacitado para el esfuerzo mental, ha perdido el don de la previsión y no quiere escuchar a nadie. Su posición ahora es tan sencilla como esto: «no me agobiéis». Con esa actitud su espacio vital se reduce, y pronto no habrá para él lugar en la tierra: le quitarán hasta el terreno bajo sus pies. Si esa persona por darse a la bebida o por pereza no es capaz de enfrentarse a la vida, es su problema personal. Pero no ha preservado un lugar en la tierra para su hijo o su nieto – por eso no se le puede perdonar. Ha traicionado a su pueblo, porque el pueblo son su hijo y su nieto. Primero les dejó sin su parte en la industria, luego sin su parte en las parcelas agrarias, y ahora les deja sin su parte en la energía.

Hablemos ahora de los sistemas de calefacción, los cuales, después de la privatización de las centrales eléctricas, serán abandonados a su destino. Como se deduce de su misma denominación distribuyen por las viviendas el calor necesario para la vida. ¿Conoce nuestro ciudadano ruso en que situación va a dejar Chubais la red de calefacción? Pues esto ya es algo básico, sin ella, la muerte. ¿Cómo se administra con esto nuestro famoso manager Chubais? Pues las redes principales de calefacción son gestionadas por RAO EES. He aquí el informe oficial del año 2000: » El porcentaje medio de desgaste de la red de calefacción se estima en el 60-70%. El 15% de los sistemas de calefacción necesitan cambios inaplazables… Para la puesta a punto del sistema de transporte de los conductos de calefacción en un estado seguro, es necesario reparar drásticamente o construir 150 mil Km. de líneas, calculando tuberías dobles».

Así que hay que cambiar o construir en un corto plazo de tiempo 150 mil Km. de líneas . Pero hay 27 mil Km. que ya no es posible reparar y deben ser reemplazadas no simplemente rápido , sino inaplazablemente. De ellas 7 mil Km. son líneas principales. ¿Y cuantas se han reemplazado realmente? He aquí el comunicado: » 4 de febrero de 2003. La dirección de RAO EES examinó el resultado del cumplimiento del programa de reparación de las redes de calefacción en el año 2002. Se han reemplazado 669,4 Km. de tuberías, lo que supone un 16% más que el indicador del año 2001 (576,5 Km.)».

Una disparidad terrible. RAO EES se liquida, Chubais se va , dejando tras de sí la destrucción de las redes de calefacción. Estas están completamente obsoletas, y al primer invierno gélido empezarán a reventar por todo el país. Los expertos predijeron una avalancha de averías ya a finales de los 90 , pero la solidez de de la red de calefacción soviética resultó mayor de lo calculado. Ahora le llega el final. Sobre esto han advertido ingenieros , economistas, publicistas. Atención nula, indiferencia completa. Parece que los ciudadanos ya se han desentendido completamente de su país. Pero eso se llama traición. El país está indefenso y enfermo, no se le puede abandonar ahora. Si eso ocurre sufriremos un terrible castigo, todavía no sabemos cual..

Gógol (N. del T.: escritor ruso del s. XIX) creía que, en Rusia, incluso el último miserable, cuando la situación llega al extremo, se pone manos a la obra y sirve a la Patria. ¿Es posible que incluso esos miserables hayan muerto todos o se hayan dado a la bebida?