El capitalismo neoliberal fascista es un monólogo educacional que ciega y acalla voces aunque se vista de pantallas brillantes, publicidades alienantes y sonidos y ropajes envolventes. Breves reflexiones de autores que nos convocan a pensar qué hacer con las palabras, las imágenes y la convivencia en las escuelas.
Hay tres categorías conceptuales de mis lecturas recientes que considero importantes y que de hecho y teóricamente se pueden articular entre ellos y con otras nociones a modo de repensar lo obvio/invisibilizado/naturalizado en las aulas, rondas de convivencia e instituciones escolares. Como diría Fucks hay que “celebrar la sorpresa” de ponerlos en prácticas.
En primera instancia el concepto de “traumatismo” de Silvia Bleichmar. Cuánto y cómo de la situación socioeconómica atraviesa y emerge en las aulas/rondas y los sujetos; en palabras de Bleichmar “los tiempos que nos tocan vivir y los modos del sufrimiento que nos aquejan”. Hay efectos de las políticas neoliberales que son “devastadores, desubjetivantes”. Bleichmar al referirse al concepto de traumatismo piensa en “relación a los distintos modos con los que la realidad nos produce un impacto que nos desorganiza, dejándonos inermes para operar”. Y ahí se nos resquebraja la identidad de los docentes y de los jóvenes estudiantes. La idea es desde nuestra asimetría pensar con ellos en diálogos colaborativos qué nos suceden en estas situaciones traumáticas y sí a la crisis -en vez de pasividad- podemos convertirlas en materiales de estudio, de un darse cuenta, de pensamiento critico para ponerles palabras a los padeceres colectivos.
Asimismo, vale tomar la orientación de Perla Zelmanovich: “contra el desamparo”, en el sentido de emparentarla con los traumatismos que los amparos debieron ayudar a reducir. Zelmanovich se hace una pregunta clave: “¿Qué posibilidades tiene hoy la escuela de tejer esa trama de significaciones que atempera, que protege, que resguarda, y que posibilita por esa vía el acceso a la cultura, cuando la realidad se presenta con la virulencia que conocemos?”. Vaya interrogante, sí los traumatismos sociales suelen dejarnos cuasi al borde del precipicio y el vacío, cómo hacer desde nuestro oficio/profesión para salir de la “intemperie sin fin” (Juan L. Ortiz): con la poesía, los conocimientos, la palabra acompañada de actitudes, gestos, ficciones, acciones que liguen, y “ejercitando nuestro papel de mediadores con la realidad, porque esa mediación opera como pantalla protectora (Zelmanovich”). Nada fácil, pero hay que “ensayar junto con los jóvenes”, insisto como “pantalla protectora y amparo” y no como pantallas rutilantes de los brillos que confunden consumismo con “futuro” (Bleichmar).
Otra categoría conceptual es la construcción de una ética como cuidado y solidaridad (Bleichmar). Cuidar de la vida de los otros es pensar el sentido de la misma y el futuro a construir. Y frente a tanta crueldad (Ulloa) y pulsiones auto y destructivas que suelen verse en los jóvenes (sin soporte cultural) las escuelas, la educación pública, inclusiva y democrática para sí, es un derecho inalienable a defender desde las mismas aulas e instituciones. Bleichmar es terminante: “¿Es posible reconstruir una ética que tenga en cuenta al otro como ser humano, y que evite los modos de destrucción que se imponen en la actualidad? Vale decir, ¿es posible una ética donde cada ser humano no se sienta alguien que el otro emplea para lucrar, o alguien que el otro emplea para gozar, sino alguien con quien uno trabaja y goza?”. Pareciera que Bleichmar da en un punto de urgencia: el de afirmar que otra realidad y orden social y escolar es posible, que otros lazos humanos son posibles, y dándole una vuelta de gira a la pelota de las incertidumbres se atreve a afirmar: “Me parece que la ruptura de lazos solidarios en la Argentina es algo que está atravesando a todo el mundo, que forma parte de la desubjetivación. Cuando digo ruptura de lazos solidarios, me refiero a que sólo se da lo que sobra. La solidaridad no es solamente dar lo que a uno le sobra: la solidaridad es poder privarse de algo de uno mismo, y aquí no me refiero solamente a dinero u objetos, sino también a tiempo y capacidad de escucha”.
En fin: frente a los traumatismos sociales, al “acostumbramiento al horror” que trae aparejado el modelo neoliberal: amparar, dar la palabra, promover la solidaridad y escuchar antes que prejuzgar…
Y si decimos escuchar es comprensión del otro/a, de sus palabras, lo que dice, lo que silencia, lo que siente, lo que le duele, lo que explícitamente e implícitamente trae desde su marco de referencia. Y entre ese marco de referencia (habitus diría P. Bourdieu), el de los estudiantes, y nosotros hay un entre donde no solo interjuega lo personal/familiar sino lo social/simbólico que a veces nos muestra a nosotros-los docentes-anticipándonos con saberes y conocimientos que distan mucho de las condiciones concretas de vida los pibes y sus círculos/universos culturales. Hay que evitar que las rondas de convivencia sea la imposición de un vivir que se escabulla de la indagación mutua. Y en este tercer elemento conceptual también se articulan los anteriores: indagación mutua es un proceso de conversación “junto-en-esto- (…) que supone hospitalidad o, como sugiere Derridá, hospitalidad incondicional (Harlene Anderson)”. Indagación mutua es amparo, ética, solidaridad, ser un buen anfitrión, curiosidad en ambas direcciones, pelota bien tratada (y no trato vero cruel), respuestas para participar y no guiar el diálogo, asimetría productiva, grupo/espacio sostén, cuerpos mirándose y abriéndose a los otros/as, el amor como posibilidad más allá del desprecio del libre mercado.
Precisamente en estos días un grupo de alumnos (cinco en principio, pero solo tres vinieron a hablar conmigo cuando me acerqué al aula) me plantearon que una adolescente como ellos, de otro segundo año del secundario, los agredía verbalmente y muy pocas veces físicamente, desde julio de este año. Llevó su tiempo, se animaron a contarlo, escuché y respeté sus palabras/pedido…y sobre todo escuché que nunca querían “castigo” para esa joven… ¿será que ellos percibieron y comprendieron que algo ajeno y algo propio genera ese comportamiento en R? Cuando a los gestos “inadecuados” de R se le responde de esta forma, con comprensión y amor, los pibes nos están dando un ejemplo de que paso a paso la pelota puede ser bien tratada en la “cancha de la educación pública”, que nos somos intrínsicamente víboras como apuntan los libremercadistas, y que nuestro oficio debe ensayar con ellos los caminos de la ética solidaria y transformadora. R aún no sabe ni tiene que saber (por ahora) que no todo es ojo por ojo o diente por diente. Hay que enlazar desde la ternura.
Andrés Sarlengo: Periodista, docente, Técnico Superior en Psicología Social.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.