Cuando estas líneas lleguen a los kioscos es más que probable que las imágenes de George W. Bush esquivando los zapatos que le lanzaba un periodista iraquí en la rueda de prensa que ayer ofreció en Bagdad hayan dado la vuelta al mundo. El titular que acompañará a esa noticia en muchos medios será similar […]
Cuando estas líneas lleguen a los kioscos es más que probable que las imágenes de George W. Bush esquivando los zapatos que le lanzaba un periodista iraquí en la rueda de prensa que ayer ofreció en Bagdad hayan dado la vuelta al mundo. El titular que acompañará a esa noticia en muchos medios será similar a éste: «El presidente de EEUU es objeto de un intento de agresión». Pero quien repase lo que ha sucedido en Irak en los últimos años no tendrá ninguna duda de que el agresor por antonomasia es Bush, quien en marzo de 2003 no ordenó lanzar zapatos sobre la población iraquí, sino toneladas y toneladas de bombas.
El fin del mandato de Bush, tras ocho años en la Casa Blanca, ha venido marcado por el fracaso militar y político de EEUU en el país árabe, que invadió utilizando no sólo la fuerza, sino también la mentira. Como se comprobó tras el primer baño de sangre, no era el Gobierno de Sadam Hussein el que poseía «armas de destrucción masiva», sino los ejércitos de EEUU y de sus socios occidentales. Sin embargo, ante la pasividad de la comunidad internacional y de la ONU, el pueblo iraquí no ve aún cercano el fin del genocidio porque a las trágicas consecuencias del conflicto bélico se suman las que acompañan al deterioro de los servicios públicos, al hambre y las enfermedades, a la desestructuración de la sociedad civil y a la incapacidad de crear una administración política que logre la confianza de la mayoría de la población.
Creer que la despedida de Bush pondrá fin a la ocupación de Irak supone poner una gran dosis de esperanza en el hombre que llegará a la Casa Blanca dentro de unas semanas, Barack Obama. Y supone también obviar que la decisión de invadir Irak se tomó en esos círculos de poder que siempre rodean al presidente de EEUU, sea éste quien sea, y que son los que realmente manejan una poderosa máquina militar y una enorme estructura económica que no tiene otro fin que imponer sus intereses en todo el planeta. Ellos evalúan el coste de la política exterior de EEUU en dólares, pero el precio real se paga en vidas humanas.