El líder maoísta nepalí, Prachanda, dimitió ayer de su cargo de primer ministro después de que el presidente del país, el centrista Ram Baran Yadav, invalidara su decisión de descabezar al Ejército del país, que se niega a incorporar en su seno a los miles de guerrilleros desmovilizados tras el acuerdo de paz. Prachanda llamó […]
El líder maoísta nepalí, Prachanda, dimitió ayer de su cargo de primer ministro después de que el presidente del país, el centrista Ram Baran Yadav, invalidara su decisión de descabezar al Ejército del país, que se niega a incorporar en su seno a los miles de guerrilleros desmovilizados tras el acuerdo de paz. Prachanda llamó a sus seguidores a salir a las calles para denunciar los intentos de la vieja clase política y militar de impedir la democratización real del país.
El primer ministro de Nepal, Pushpa Kamal Dahal, anunció ayer su dimisión tras denunciar la decisión «inconstitucional» del presidente de mantener en sus funciones al jefe del Ejército, destituido la víspera por el Gobierno tras ser acusado de insubordinación.
Se trata de la primera crisis política importante desde la llegada al poder hace menos de un año de la guerrilla maoísta tras un proceso de paz (2006-2008) que puso fin a diez años de guerra civil aboliendo la monarquía e instaurando la república.
«Hoy (por ayer) dimito de mis funciones de primer miistro para proteger la democracia y la paz», declaró en un mensaje televisado a la nación el máximo dirigente de la guerrilla maoísta, conocido por su alias Prachandra, que lideraba desde agosto de 2008 un gobierno de coalición.
Prachandra, también conocido con el sobrenombre de El Temible, calificó la decisión presidencial como «un claro ataque contra esta joven democracia y contra el proceso de paz».
El Gobierno, liderado por los maoístas, y el presidente, Ram Baran Yadav, llevaban varias semanas de enfrentamiento en torno al jefe del Ejército, general Rookmangud Katawal.
Baran Yadav, un centrista miembro de un partido de oposición, ordenó ayer al general mantenerse en su puesto. «En mi calidad de jefe del Estado y de comandante en jefe del Ejército de Nepal, os ordeno que continuéis sirviendo en vuestro puesto», instó el presidente en una carta al militar.
El presidente invalidaba así la decisión del Ejecutivo de Prachandra, que reprochaba al militar incumplir el acuerdo de paz de noviembre de 2006 por el que el Ejército nepalí debe integrar en su seno a los guerrilleros maoístas desmovilizados.
Escasas horas después de esta destitución, el Partido Comunista de Nepal-Marxista Leninista Unificado (de tendencia socialdemócrata) anunciaba su retirada del gobierno de coalición tras acusar a los maoístas de haber tomado una decisión «unilateral». El Partido del Congreso (oposición de centro-derecha) coincidió a la hora de denunciar una medida «autocrática».
Viejas tensiones
Esta polémica, cristalizada en torno a la polémica jurídica sobre quién puede destituir al jefe del Ejército, tiene realmente orígenes mucho más profundos e ilustra la tensión entre la antigua guerrilla y el Ejército, que se enfrentaron desde 1996 y durante un decenio en una guerra civil que dejó un saldo de 13.000 personas muertas.
Pero va más allá y revela las fuertes resistencias de los sectores ligados al antiguo régimen monárquico a la aplicación del proceso de paz.
Este último, firmado el 21 de noviembre de 2006, permitió la desmovilización de 19.000 guerrilleros, acuartelados desde entonces bajo control de la ONU. El acuerdo estipulaba la inserción de estos guerrilleros en el Ejército nepalí de la nueva república.
Los analistas coinciden en que el mantenimiento de la paz en este país, anclado en el Himalaya entre India y China, depende de la incorporación de los otrora guerrilleros -la mayor parte de ellos jóvenes desocupados- en el Ejército regular, que cuenta con 90.000 efectivos.
Frente a ello, los generales nepalíes, formados en el que fue durante dos siglos el Ejército del trono nepalí, siguen torpedeando el proceso de reconciliación. Aducen que los ex guerrilleros maoístas podrían «politizar» a sus tropas.
Nepal abolió el 28 de mayo de 2008 la monarquía hinduísta, que disfrutó del poder absoluto durante 240 años, y proclamó la república tras desalojar de su palacio al rey Gyanendra Shah un mes después del incontestable triunfo maoísta en las elecciones a la Asamblea Constituyente del país.
El Partido Comunista de Nepal (Maoísta) defiende la instauración de un sistema democrático, por lo tanto republicano.
No obstante, tuvo que hacer frente desde el inicio del proceso de paz a fuertes resistencias internas lideradas por los sectores identificados con la monarquía y hechas suyas por buena parte del arco parlamentario, desde el histórico Partido del Congreso hasta los autocalificados como «leninistas».
Los maoístas consiguieron superar estos bloqueos haciendo concesiones y, sobre todo, manteniendo la presión en las calles de la mano de multitudinarias manifestaciones.
No obstante, y desde que accedieron a liderar la formación del Gobierno, los maoístas han visto torpedeada su labor gubernamental con constantes bloqueos parlamentarios y con una oleada de huelgas promovidas por los sectores más retrógrados.
Prachandra instió a sus seguidores a salir a la calle para apuntalar el proceso de paz.
Nepal no encuentra la salida al laberinto Editorial de Gara
El primer ministro de Nepal, el maoísta Pushpa Kamal Dahal, más conocido como Prachanda, presentó ayer su dimisión en el último capítulo de una crisis de gobierno que coloca el proceso de paz en el país asiático ante un nuevo riesgo de colapso. Apenas un año después de la proclamación de la república, que terminaba con dos siglos de monarquía absoluta, el proceso de democratización del país circula por una estrecha vía, lastrado seriamente por pesadas servidumbres del pasado que hasta el momento impiden el despegue definitivo del nuevo modelo político.
La sucesión de hechos que ha desembocado en la dimisión del histórico líder guerrillero nepalí surge del enquistado enfrentamiento entre el joven Gobierno nacido de las urnas y la cúpula militar heredada de la monarquía, por el futuro de los guerrilleros maoístas. Los acuerdos de paz de 2006, que cerraron una década de cruenta guerra civil, contemplaban, entre otros extremos, la integración de 19.000 combatientes maoístas, ya desarmados, en el Ejército regular. La reiterada negativa de la jerarquía militar a aceptar una integración avalada incluso por la ONU ha desembocado finalmente en el cese fulminante del general Rookmangud Katawal por parte del primer ministro, Kamal Dahal, una decisión que a su vez ha sido revocada por el presidente del Gobierno, Ran Baran Yadav. Este hecho, considerado inconstitucional por el Partido Maoísta, ha motivado la dimisión del líder del Gobierno, quien denuncia así la creación de un contrapoder al margen de la Constitución, que otorga al presidente poderes que no le corresponden, dado que éste tan sólo dispone de funciones testimoniales y está obligado a acatar las decisiones del Gobierno.
Como se puede comprobar, el páis asiático deambula por un intrincado laberinto político cuya salida no acaba de encontrar la recién nacida democracia. Un pasado reciente marcado a fuego por la violencia y una transición convulsa e incierta amenazan un futuro para el que sólo cabe un camino: blindar los acuerdos que dieron origen a la paz, para que ésta no desaparezca.