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El pueblo de Sri Lanka busca un mundo en el que las personas puedan encontrar la risa juntas

Fuentes: Instituto Tricontinental de Investigación Social

El 9 de julio de 2022, imágenes sorprendentes recorrieron las redes sociales desde Colombo, la capital de Sri Lanka. Miles de personas entraron en el palacio presidencial y expulsaron al ex presidente Gotabaya Rajapaksa, obligándole a huir a Singapur.

A principios de mayo, el hermano de Gotabaya, Mahinda, también ex presidente, dimitió de su cargo de primer ministro y huyó con su familia a la base naval de Trincomalee. La cruda rabia de la opinión pública hacia la familia Rajapaksa ya no podía contenerse, y los tentáculos de los Rajapaksa, que habían envuelto al Estado durante años, se retiraron.

Ahora, casi un mes después, los sentimientos residuales de las protestas permanecen, pero no han tenido un impacto significativo. El nuevo presidente interino de Sri Lanka, Ranil Wickremesinghe, prorrogó el estado de emergencia y ordenó a las fuerzas de seguridad que desmantelaran el lugar de protesta de Galle Face Green Park (conocido como Gotagogama). El ascenso de Wickremesinghe a la presidencia revela mucho sobre la debilidad del movimiento de protesta en esta nación de 22 millones de habitantes y la fuerza de la clase dirigente. En el Parlamento, el Partido Nacional Unido de Wickremesinghe solo tiene un escaño, el suyo, que perdió en 2020. Sin embargo, ha sido el primer ministro de seis gobiernos de forma intermitente desde 1993 hasta la actualidad, sin completar nunca un mandato completo, pero llevando con éxito las riendas en nombre de la clase dirigente. En esta ocasión, Wickremesinghe llegó al poder a través del Sri Lanka Podujana Peramuna (Frente Popular de Sri Lanka) de los Rajapaksas, que utilizó sus 114 parlamentarios (en un parlamento de 225 personas) para respaldar su instalación en el cargo más alto del país. En otras palabras, aunque la familia Rajapaksa ha renunciado formalmente, su poder —en nombre de los propietarios del país— está intacto.

Sujeewa Kumari (Sri Lanka), Landscape, 2018.
Sujeewa Kumari (Sri Lanka), Landscape [Paisaje], 2018.

Las personas que se reunieron en el Galle Face Green Park y en otras zonas de Sri Lanka protestaron porque la situación económica de la isla se había vuelto intolerable. La situación era tan grave que, en marzo de 2022, el gobierno tuvo que cancelar los exámenes escolares por falta de papel. Los precios se dispararon, y el arroz, uno de los principales alimentos básicos, pasó de 80 a 500 rupias ceilandesas (LKR), debido a las dificultades de producción por la escasez de electricidad, combustible y fertilizantes. La mayor parte del país (excepto las zonas francas) sufrió apagones durante al menos la mitad de cada día.

Desde que Sri Lanka se independizó de Gran Bretaña en 1948, su clase dirigente se ha enfrentado a crisis tras crisis definidas por la dependencia económica de las exportaciones agrícolas, principalmente de caucho, té y, en menor medida, prendas de vestir. Estas crisis —especialmente en 1953 y 1971— provocaron la caída de gobiernos. En 1977, las élites liberalizaron la economía reduciendo los controles de precios y las subvenciones a los alimentos y dejando que los bancos extranjeros y la inversión extranjera directa operaran en gran medida sin regulaciones. Crearon la Comisión Económica del Gran Colombo en 1978 para hacerse cargo de la gestión económica del país al margen del control democrático. Una consecuencia de estos acuerdos neoliberales fue el aumento de la deuda nacional, que ha oscilado pero nunca ha entrado en territorio seguro. Una baja tasa de crecimiento junto con el hábito de emitir bonos soberanos internacionales para pagar los antiguos préstamos ha socavado cualquier posibilidad de estabilización económica. En diciembre de 2020, S&P Global Ratings rebajó la calificación crediticia soberana a largo plazo de Sri Lanka de B-/B a CCC+/C, la calificación más baja antes de la D o «en situación de impago».

Thamotharampillai Sanathanan (Sri Lanka), Jaffna, 1990–95.
Thamotharampillai Sanathanan (Sri Lanka), Jaffna, 1990-95.

La clase dirigente de Sri Lanka ha sido incapaz, o quizás no ha querido, reducir su dependencia de los compradores extranjeros de sus productos de bajo valor, así como de los prestamistas extranjeros que subvencionan su deuda. Además, en las últimas décadas —al menos desde la horrible revuelta de Colombo de 1983— la clase dirigente de Sri Lanka ha ampliado el gasto militar, utilizando estas fuerzas para llevar a cabo una terrible matanza de la minoría tamil. El presupuesto del país para 2022 destina un importante 12,3% al ejército. Si se observa el número de militares en relación con la población, Sri Lanka (1,46%) sigue a Israel, el país con mayor porcentaje del mundo (2%), y hay un soldado por cada seis civiles en las provincias del norte y el este de la isla, donde reside una considerable comunidad tamil. Este tipo de gasto, que supone un enorme lastre para el presupuesto público y la vida social, permite la militarización de la sociedad ceilandesa.

Los autores de la considerable deuda nacional son muchos, pero el grueso de la responsabilidad debe recaer sin duda en la clase dirigente y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Desde 1965, Sri Lanka ha pedido ayuda al FMI en dieciséis ocasiones. En lo más profundo de la crisis actual, en marzo de 2022, el Consejo Ejecutivo del FMI propuso a Sri Lanka subir el impuesto a la renta, vender empresas públicas y recortar los subsidios a la energía. Tres meses más tarde, después de que las convulsiones económicas resultantes crearan una grave crisis política, la visita del personal del FMI a Colombo concluyó con peticiones de más «reformas», principalmente en la misma línea de privatización. La embajadora estadounidense, Julie Chang, se reunió tanto con el presidente Wickremesinghe como con el primer ministro, Dinesh Gunawardena, para ayudar en las «negociaciones con el FMI». No hubo ni siquiera un atisbo de preocupación por el estado de emergencia y la represión política.

Estas reuniones muestran hasta qué punto Sri Lanka ha sido arrastrada a la guerra híbrida impuesta por Estados Unidos contra China, cuyas inversiones se han exagerado para alejar la culpa de la crisis de la deuda del país de los dirigentes de Sri Lanka y del FMI. Los datos oficiales indican que solo el 10% de la deuda externa de Sri Lanka se debe a entidades chinas, mientras que el 47% está en manos de bancos y empresas de inversión occidentales como BlackRock, JP Morgan Chase y Prudential (Estados Unidos), así como Ashmore Group y HSBC (Gran Bretaña) y UBS (Suiza). A pesar de ello, el FMI y USAID, utilizando un lenguaje similar, insisten continuamente en que la renegociación de la deuda de Sri Lanka con China es clave. Sin embargo, las maliciosas acusaciones de que China está llevando a cabo una «diplomacia de la trampa de la deuda» no resisten el escrutinio, como demuestra una investigación publicada en The Atlantic.

Wickremasinghe ocupa la Casa del Presidente con una agenda fracasada. Es un ferviente creyente en el proyecto de Washington, deseoso de firmar un Acuerdo sobre el Estatuto de las Fuerzas con Estados Unidos para construir un ejército, y estaba dispuesto a que Sri Lanka se uniera a la Corporación del Desafío del Milenio (MCC, por su sigla en inglés) de Washington con una subvención de 480 millones de dólares. Sin embargo, una de las razones por las que el partido de Wickremasinghe perdió en las últimas elecciones fue la profunda resistencia del electorado a ambas políticas. Están diseñadas para atraer a Sri Lanka a una alianza antichina que terminaría con la necesaria inversión china. Gran parte de la ciudadanía de Sri Lanka entiende que no debe dejarse arrastrar por la escalada del conflicto entre Estados Unidos y China, del mismo modo que hay que curar las viejas —pero aún abiertas— heridas étnicas de su país.

Jagath Weerasinghe (Sri Lanka), Untitled I, 2016.
Jagath Weerasinghe (Sri Lanka), Sin título I, 2016.

Hace una década, mi amiga Malathi De Alwis (1963-2021), profesora de la Universidad de Colombo, recopiló poesía escrita por mujeres de Sri Lanka. Mientras leía la colección, me impactaron las palabras de Seetha Ranjani en 1987. En memoria de Malathi, y sumándome a las esperanzas de Ranjani, comparto aquí un extracto del poema «El sueño de la paz»:

Tal vez nuestros campos arrasados por el fuego sean todavía valiosos
Tal vez nuestras casas ahora en ruinas puedan ser reconstruidas
Como nuevas o mejores
Tal vez también se pueda importar la paz, como un paquete

Pero, ¿puede algo borrar el dolor causado por la guerra?
Mira entre las ruinas: ladrillo a ladrillo
Manos humanas trabajaron para construir ese hogar
Revuelve los escombros con tus ojos curiosos
El futuro de nuestros hijos se quemó allí

¿Se puede poner un precio al trabajo perdido?
¿Se pueden reanimar las vidas destruidas?
¿Pueden reconstruirse los miembros destrozados?
¿Pueden remodelarse las mentes de los niños nacidos y sin nacer?

Morimos,
y muriendo,
Nacimos de nuevo
Lloramos
y llorando,
Aprendimos a sonreír de nuevo
Y ahora,
ya no buscamos la compañía de amigos
que lloran cuando nosotros lloramos.
En cambio, buscamos un mundo
en el que podamos encontrar la risa juntos.

Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/sri-lanka/