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El Rey de la pradera canadiense

Fuentes: Rebelión

En esta crisis, quizás crisis civilizatoria de occidente y del mundo, los artífices de la propaganda se han encargado de tapar a través de la falsimedia universal las degradaciones que viven sociedades, pueblos, individuos. Para ello crean diferentes y frecuentes estudios y estadísticas sobre lugares -según hábitat, nivel de democracia, libertad de prensa, acumulación de […]


En esta crisis, quizás crisis civilizatoria de occidente y del mundo, los artífices de la propaganda se han encargado de tapar a través de la falsimedia universal las degradaciones que viven sociedades, pueblos, individuos. Para ello crean diferentes y frecuentes estudios y estadísticas sobre lugares -según hábitat, nivel de democracia, libertad de prensa, acumulación de riqueza, corrupción, salubridad, placer, que establecen fantasías universales entre los elegidos y los otros -que son generalmente los habitantes de los países periféricos, son fantasías que definen paraísos ficticios. Entre estos «estudios» los más frecuentes nos hablan de las ciudades y países mejores para vivir según su nivel de seguridad, costo de vida, entretenimiento, limpieza, medio ambiente, nivel de felicidad y perspectivas de futuro. Sabemos de antemano quiénes seguramente ocuparan los últimos lugares y quienes los primeros en este «ranking mundial.» Por supuesto Rusia, Venezuela, Corea del Norte, Irán, junto con algún otro lugar pobre de la tierra, estarán entre los últimos; y entre los elegidos encontraremos mayoritariamente ciudades y países del llamado «Primer Mundo.»

Canadá figura frecuentemente entre los países ejemplares, y otros, los «aspirantes a desarrollados» le admiran y tratan de imitar, de la misma forma que una niña admira a una estrella de cine imaginando que cuando crezca ha de ser como ella. Es una construcción ficticia muy bien pensada e implementada diariamente a través de la propaganda, pero el mundo es imagen, la información es poder, y todos los seres humanos parece que adoramos las fantasías. La crónica insistente de esta construcción magistral propagandística define términos como «democracia» de forma muy particular, se trata no tanto del nivel de participación significativa de los miembros de la sociedad canadiense sino más bien de ordenadas elecciones y transiciones de poder, resultado de bien planeados espectáculos. Porque, si analizamos la democracia canadiense de cerca nos encontramos con una situación bien diferente y una que le quita brillo a su supuesto éxito social.

La historia de los europeos blancos en Canadá no es de larga duración, tiene menos de dos siglos, tampoco se puede hablar en Canadá de un proceso de independencia, como en otros lugares del continente americano, por lo que en Canadá escasean los héroes. Aunque Canadá haya participado en las dos guerras mundiales y hayan perdido sus vidas más de 100 mil soldados canadienses de los casi dos millones que participaron en estas dos conflagraciones, ninguno de ellos es recordado individualmente sino en el general y anónimo. Por lo que, a través del tiempo, las élites canadienses y sus medios de información y administración, han impuesto héroes de su propia creación, héroes políticos entre los que figura uno, quizás de los más aclamados de la historia del país, Ralph Phillip Klein.

Ralph Klein considerado héroe estadista y folclórico, como se lo conoció popularmente, al que preferían nombrarlo en los periódicos que lo admiraban como el «King Ralph», o el rey es un personaje de la pradera canadiense quizás más famoso. Político y Premier de la historia de los gobiernos de las provincias dentro de la federación canadiense, Klein nació y vivió toda su vida en la ciudad de Calgary aquí en Alberta. Criado modestamente, pues sus padres sufrieron necesidades y pobreza como la gran mayoría de los canadienses durante la gran depresión de los años 30, a Klein se le empezó a conocer cuando era reportero de una estación local de televisión y locutor de radio. En sus principios favorecía instancias populistas, como cuando apoyó a un grupo de chilenos que protestaban contra la dictadura en Chile. Pero cuando fue Premier de la provincia de Alberta se transformó en gran admirador del dictador chileno Augusto Pinochet, según él por su proyecto económico, algo que Klein hizo público. Fue debido a su popularidad que en el año 1980 fue elegido alcalde de la ciudad de Calgary, reelegido dos veces hasta 1989, y entonces se presenta de candidato a miembro del parlamento provincial de Alberta por el partido conservador que tiene el poder provincial durante los últimos 44 años. Es elegido y ocupa también el cargo de Ministro del Medio Ambiente y pronto, en 1993, es proclamado líder de su partido conservador provincial y se convierte en Premier o jefe del gobierno de la provincia de Alberta. Es a partir de este momento que comienza el «reinado» de Ralph y su fama, que se extendió por 14 años, reelegido tres veces como Premier por mayoría hasta el año 2006.

Cuando Klein logra el gobierno, la provincia de Alberta sufría consecuencias de la depresión de los años 80 debido a la caída del precio del petróleo, la economía de Alberta todavía hoy depende de este recurso. Se había acumulado un déficit y deuda Pública de 23 mil millones de dólares, y la misión de Klein fue definida por el mismo como el pago de la deuda provincial y para ello tenía todo un plan que fue llamado la «Revolución Klein.» Como primera medida Klein redujo el gasto público en más de un 20 por ciento, y con esto el salario de la mayoría de los empleados públicos se cortó en un 5 por ciento, se le prometía al trabajador que aceptaba voluntariamente el recorte de su salario la conservación de su puesto de trabajo, un engaño pues igual fueron despedidos miles de trabajadores públicos y esta medida fue usada extensamente para tratar a los empleados públicos de ineficientes, holgazanes y sobre pagados. La tarea de Klein no terminó allí, sus recortes se lanzaron afectaron a la salud pública, se cerraron secciones enteras de hospitales, camas y equipos, y hubo despidos masivos de enfermeras, técnicos y otro personal médico; los cortes de Klein afectaron también al servicio social, reducido a un mínimo, se impuso la ley mordaza que impedía que los trabajadores sociales pudieran orientar a los usuarios sobre los beneficios todavía a su alcanza y se recortó en $200 dólares al mes los beneficios por entradas a quienes recibieran beneficios sociales, la mayor parte mujeres y niños. Se redujo el gasto en la educación, el arte y la protección al medio ambiente, se desmantelaron la mayor parte del monitoreo de las muchas plantas químicas de la provincia y el gobierno se burló del tratado de Kyoto directamente en la prensa.

Con respecto a la salud pública, el proyecto de Klein fue crear un sistema privado paralelo al público; Klein no podía eliminar la salud pública por estar incluida en la constitución canadiense, su proyecto igual violaba el Acta de Salud que no permite la provisión de salud con fines lucrativos. Klein fue apoyado directamente por una organización medio fantasma la Coalición Ciudadana (Citizen Coalition) cuyo director ejecutivo era entonces quien hoy es el Primer Ministro de Canadá, Stephen Harper, quien desde esta organización promovía la privatización de la salud pública canadiense. Fue un asalto a la salud pública y un problema para el «Rey Ralph» que continuaba insistiendo y culpando a las leyes federales por limitarlo usando un lenguaje agresivo. Eventualmente aparecieron algunos, muy pocos, servicios privados adicionales que temporalmente ocupaban el lugar del servicio universal público, y que no fueron considerados en violación de la ley simplemente porque el gobierno provincial había recortado tantos los servicios intencionalmente, que tuvieron que ser permitidos; con el tiempo, y para bien de todos, el proyecto de privatización perdió aire y se archivó.

Klein casi destruye los fondos de pensión de los trabajadores provinciales, vendió todos los bienes de valor de la provincia a precio de ganga, incluyendo las compañías de telecomunicaciones y de energía, y privatizó la distribución y la venta de bebidas alcohólicas que en Alberta, como en el resto de Canadá, pertenecen al estado a nivel provincial, empobreciendo al erario público de esta importante fuente de entradas. Además, privatizó el servicio de registración y licencias de conducir, los servicios de los parques provinciales, fomentó los casinos de juego y de máquinas tragamonedas hasta en las comunidades más pequeñas -el mismo Klein tenia adicción al juego. Algunos pueblos fueron capaces de organizarse y de realizar referéndums en oposición a estas máquinas y a las consecuencias catastróficas sociales que causan, culpables en gran medida de la adicción al juego, pero igual fueron ignorados por el gobierno provincial que las impuso en todas partes y de todas maneras.

Klein prácticamente destruyo las reservas forestales de la provincia, permitió la explotación de bosques en cualquier lugar, por ejemplo, a una empresa multinacional japonesa que construyó una gran planta de celulosa y papel le regaló 140 millones de dólares y el derecho a la explotación de 60 mil kilómetros cuadrados (el tamaño de un país) de bosques estatales. La lista de empresarios privados que recibieron concesiones, créditos sin intereses y regalías, en todas las áreas productivas y de servicios, es larga. Klein enriqueció a muchos de estos «emprendedores empresarios.»

Todas estas privatizaciones y cortes se hicieron bajo la supuesta meta de pagar la deuda provincial; Klein presento entonces un balance engañoso donde según él su gobierno había logrado esta meta el año 2005 y el balance del presupuesto era positivo en parte por las royalties del petróleo y el gas que habían aumentado. Klein, el populista, en vez de inyectar estos fondos públicos a la salud y la educación, donde urgentemente se necesitaban, hizo cómplice a cada habitante de la provincia al enviarles un bono de $400 que el llamo «bono prosperidad» o «billete de Ralph» y que tuvo un costo de mil cuatrocientos millones de dólares. Este billete de Ralph fue enviado por correo a cada residente de la provincia de Alberta, excepto a los presos en las cárceles, un golpe propagandístico importante, único en la historia de Canadá, y que recibiera alta cobertura de los medios canadienses y estadounidenses, y una tibia critica de parte de algunos académicos.

Así el «Rey Ralph» fue líder de un gobierno que aplicó medidas comunes a nuestros tiempos, medidas que vienen practicando desde conservadores hasta socialistas conversos, y se convirtió en héroe en esta sociedad. Klein se hacía notar no tanto por su lenguaje coloquial sino más bien por su lenguaje agresivo, grosero incluso, y su actitud de desprecio por los menos afortunados de la sociedad. Por ejemplo, «Una noche de invierno en diciembre del año 2001 en una actitud insólita, Mr. Klein en estado de ebriedad visitó al salir de un bar, y junto con su chofer, un refugio de hombres pobres y sin hogar de Edmonton (capital de la provincia de Alberta) donde sorprendió bruscamente a los presentes insultándolos, llamándolos vagos, atorrantes, que no querían trabajar, y arrojándoles antes de irse, un puñado de monedas mientras desde afuera les gritaba improperios.» Este episodio no se hubiera hecho público si no fuera porque un residente llamó a un periódico local para informar del asalto que Klein había perpetrado y la tentación de la noticia fue muy grande. El escándalo no pudo ser detenido y unos días después Klein tuvo que aparecer disculpándose en la televisión, reconoció llorando su acción, al ser un agnóstico no pudo culpar al demonio, como han hecho algunos predicadores evangélicos en similares circunstancias, y tuvo que reconocer tener un problema de alcohol, pero nunca reconoció que era un alcohólico ni que tenía que tratarse sino simplemente prometió que se iba a moderar y se aseguró que nunca saliera de nuevo en la prensa en un episodio similar.

Los ejemplos de la indiferencia y grosería de Klein son muchos, por ejemplo a un periodista de un diario que le preguntó respetuosamente un asunto que lo molestaba le prohibió asistir a sus conferencias de prensa por lo que el periodista perdió su trabajo. Klein insultó a mujeres políticas y a los pocos opositores que tenía en el parlamento provincial, insultos que continuamente violaban la ética por lo que tenía que disculparse pero al hacerlo volvía a mofar de la persona. En una reunión en Ottawa con otros premieres y en momento que se trataba del beneficio de salud federal, Klein abandonó la reunión en forma despectiva y se fue a jugar al casino. La popularidad de Klein fue amplia y no solo entre los ricos, a quienes el adoraba y se sentía seguro defendiendo sus intereses, sino también entre muchos sectores de las clases medias y trabajadoras, muchos trabajadores lo admiraban y decían: «Ralph tiene las bolas bien puestas.» Se puso de moda en la provincia acarrear un par de bolas metálicas colgando detrás de las camionetas, símbolo de Alberta, una provincia «con bolas.» El orgullo del oeste de salir adelante a como dé lugar entremezclado para favorecer una sociedad poco solidaria, falta de conciencia y con muy poca participación política relevante se inclinó al fascismo de Klein.

Todo tiene su tiempo y Klein no fue excepción, el año 2006 en una revisión del liderazgo del partido conservador provincial, solo el 55 por ciento de los delegados apoyaron a Ralph Klein como líder, un porcentaje muy bajo para este tipo de revisiones de confianza, fue el aviso de que el tiemplo de Klein había terminado. Klein renuncia como Premier provincial y renuncia a la política, esperando seguramente el pago de los poderosos por su fiel cumplimiento a la tarea indigna que cumplió, la recompensa llegó y Klein fue consejero de una empresa jurídica aunque nunca fue abogado, y luego tuvo otras posiciones en directorios de corporaciones, además dio conferencias y fue asesor de empresas e instituciones. Ralph, rey, recibió numerosos honores durante y después de su reinado, incluso, y a pesar de su ignorancia y de comprobársele que había copiado un reporte, Klein recibió Doctor Honoris Causa en Leyes de la Universidad de Calgary, Golden Jubilee Medal de la Reina Isabel II del Reino Unido, medalla Oficial de la Legion de Honor de Francia, Order of Canada y varios lugares y edificaciones llevan su nombre. Puede que pronto hasta se materializa la estatua al Rey Ralph.

Ralph Klein disfruto de fama y reconocimientos pero enfermó de demencia progresiva y una enfermedad pulmonar (EOPC) que le causaron la muerte el 29 de marzo del 2013 a los 70 años de edad. Todos los periódicos, estaciones de televisión y radio, autoridades políticas, representantes de empresas de todo tipo y hasta académicos, expresaron su admiración por la «grandeza política ejemplar, austera, humana y visionaria» de Ralph Klein, así de claro, cuestionarlo en Alberta es casi un pecado. Y sin embargo, quien fue realmente el Rey Ralph Klein. ¿Adicto?, ¿antisocial?, ¿fascista?, ¿demagogo?, ¿servil a los intereses de los ricos? Quizás algunos de estos o todos estos epítetos le caben a Klein. En Canadá, como en otros países, han existido políticos contradictorios, ladrones, adictos, autoritarios a nivel de senadores, diputados federales y provinciales, y alcaldes; ninguno de ellos ha sido condenado por la justicia. Como resolución hace pocos días atrás el Parkland Institute de la Universidad de Alberta emitió un artículo-informe en voz de su director Ricardo Acuña, en el que se afirma que todos los cortes y penurias a los más pobres que el gobierno del Rey Ralph impuso fueron completamente innecesarios desde el aspecto económico y financiero.

Por ello no creo que la sociedad canadiense sea un modelo para otras, simplemente atendiendo a la existencia de Ralph Klein que violó los límites éticos y de funcionamiento en el ejercicio político. Canadá no ha sido nunca un paraíso en la política, pero desde fines de los años 40 y con la emergencia del Estado de Bienestar, proyecto más distributivo y de respeto a los derechos de la mayoría -con la excusión de los aborígenes, el representante político tiene que mantener un mínimo decoro para funcionar en su cargo, existía una mínima critica desde los medios de comunicación a su conducta como persona y hasta las clases dominantes canadienses eran más cautelosas en su lenguaje y acciones. Si pensamos que se trata de un proceso progresivo de la civilización, hoy vivimos una decadencia civilizatoria. Pero puede que las plutocracias, aristocracias y oligarquías y los ricos en general crean que ya han vuelto a su rol histórico y permitan o faciliten a sus representantes y administradores actuar libremente para oprimir, explotar y destruir todo derecho económico y social existente, asegurándose el fin de todo lo ganado por los pueblos en el siglo 19 y 20.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.