Farnaz Moayyerián tiene 24 años, es iraní, marxista y lesbiana. Desde hace unos meses se encuentra pendiente de la resolución de su solicitud de asilo político en Alemania. Activista de organizaciones clandestinas de mujeres en Irán, y personaje reconocido dentro del movimiento estudiantil y del Movimiento Verde, fue encarcelada en dos ocasiones por participar en […]
Farnaz Moayyerián tiene 24 años, es iraní, marxista y lesbiana. Desde hace unos meses se encuentra pendiente de la resolución de su solicitud de asilo político en Alemania. Activista de organizaciones clandestinas de mujeres en Irán, y personaje reconocido dentro del movimiento estudiantil y del Movimiento Verde, fue encarcelada en dos ocasiones por participar en manifestaciones en contra del régimen de su país, la primera en 2006 y la segunda en 2009. Después de la captura de varios compañeros suyos periodistas que trabajaban en el periódico Sharg, y sabiendo que un tercer arresto la conduciría inevitablemente a la horca, Farnaz huyó de su país. En el momento de recibir nuestra llamada, se encuentra en una ciudad del norte de Alemania en una situación personal extrema sobre la que nos pide discreción.
– RAHA AZAD: ¿Por qué tuviste que salir de tu país y pedir asilo político en Alemania?
– FARNAZ MOAYYERIÁN: Después de mi segunda detención el 26 de mayo de 2010 he pasado una larga temporada de miedo. Todos mis amigos, y todos los jóvenes activistas de mi círculo más cercano, estaban siendo detenidos después de las manifestaciones del día de Ashurá (diciembre de 2009).
– R.A.: O sea que te encarcelaron dos veces. ¿Podrías contarnos tu historia desde el principio?
– F. M. La primera vez fue en el año 2006, en una manifestación de mujeres, en la Plaza de Haftetir, en Teherán. Ahí me detuvieron. Estuve 6 días en la Prisión de Evin. Nos interrogaban, era algo bastante formal. No sentías demasiada presión en los interrogatorios. Quizá se debía simplemente a que yo era una chica muy joven, tenía 19 años y acababa de entrar en la universidad. Tampoco podían obtener mucha información de mí, porque estaba muy verde. Pero en el año 2009 me cogieron el sábado después del discurso de Khamenei durante el rezo del viernes, en el que condenó a las manifestantes contra el fraude electoral como conspiradores de Estados Unidos e Israel. En ese momento yo ya había estado en muchas manifestaciones bajo el paraguas del Movimiento Verde, ya había participado activamente en la campaña electoral. En esta segunda ocasión estuve detenida 18 días. En estos 18 días terribles, los 4 primeros los pasé sin saber dónde estaba. El comportamiento de los interrogadores era muy diferente esta vez. Continuamente te pegaban y te humillaban sexualmente. Los apelativos con los que se dirigían a ti eran horribles. Te hacían ver que no tenías ningún tipo de escapatoria. Después de firmar una serie de documentos que no pude leer, de pronto un día me soltaron. Durante 5 o 6 meses yo estuve en un estado de shock que me paralizaba. Luego decidí empezar a trabajar y encontré un puesto en el periódico Sharg. Después de un tiempo de estar trabajando allí, empecé a escuchar, entre mis propios compañeros, comentarios sobre mi condición de comunista, mujer de izquierdas y, sobre todo, lesbiana. Para los directivos del periódico, mi orientación sexual y mi ideología eran algo muy extraño, me acusaban de desviación y tendencia política peligrosa. Es increíble que los gerentes y los propios redactores de un periódico reformista, que se decía crítico con la política del gobierno, se comporten así con una chica homosexual. Decían que era algo que ponía en riesgo al propio periódico. Yo tuve que dejar el trabajo, y casualmente unos días después, el 7 de diciembre de 2010, las oficinas del periódico fueron asaltadas por unos agentes del Ministerio de Inteligencia, resultando que muchos de mis antiguos compañeros fueron encarcelados y el periódico clausurado. Al enterarme de que mis antiguos compañeros de trabajo estarían siendo interrogados, me di cuenta de que, si me cogían a mí también, esa vez mi destino era irremediablemente la horca, porque, por un lado habrían recibido informaciones acerca de que yo era homosexual, y por otro lado, también sabrían que yo era de izquierdas. Por eso escapé de Irán y solicité asilo político en Alemania.
– Cuando dices que eres de izquierdas, ¿te refieres a tus convicciones políticas, o a que pertenecías a alguna agrupación clandestina?
– Sí, yo era por aquel entonces estudiante en la Universidad Alameh Tabatabaí, y allí teníamos agrupaciones clandestinas de estudiantes con afinidades ideológicas y organizábamos eventos. De todas formas, por aquel entonces yo pensaba que mis ideas marxistas no eran tan peligrosas para el régimen, porque yo era partidaria de la «Nueva Izquierda» [agrupación marxista iraní de carácter moderado] . Yo creía en la praxis política, no estaba dispuesta a tomar las armas ni a poner bombas.
– ¿Qué pasó cuando saliste de Irán?
– Dos días después de llegar a Berlín, fui a presentar mi solicitud de asilo político. Al principio me mandaron a un centro de acogida en el norte de Alemania. Yo creo que todo el mundo conoce ya las condiciones denigrantes de habitabilidad de este tipo de centros. El comportamiento de los funcionarios es muy vejatorio. Esta situación fue muy difícil de sobrellevar para mí, que llegaba con la única intención de salvar mi vida, y no buscaba ningún paraíso ni ningún «eldorado». Después de un mes y medio en este albergue, me enviaron a uno permanente. Todavía no he recibido ninguna respuesta acerca de mi solicitud. Tengo derecho a una cama en una habitación compartida y 157 euros al mes. Con este dinero tienes que costearte tu vida, incluida la alimentación. Por supuesto, no tienes permiso de trabajo. Solamente puedes moverte en un radio de treinta kilómetros alrededor del centro de acogida. Si lo incumples, se considera un delito y, si la policía te coge, ingresarás en prisión o serás deportado.
– Volviendo a la situación política de Irán, ¿crees que la gente que ha salido a manifestarse masivamente en las últimas semanas en tu país, está pidiendo una reforma en la República Islámica, o su completa abolición?
– Antes que nada, tenemos que volver los ojos hacia lo que ocurrió en 2009 y aceptar que el llamado Movimiento Verde, cuando se creó en un principio, no era un movimiento homogéneo. En él están tomando parte gente de ideología muy diferente. Desde religiosos muy tradicionales y conservadores, hasta personas ateas como yo y también los llamados liberales. Muchos de ellos, desde el primer día, reclamaban la desaparición de la República Islámica de Irán. Incluso ir a votar a Mir Hossein Mousavi era, de alguna forma, decir no a la República Islámica de Irán, porque lo veían como la única alternativa. En mi opinión, Mousavi no era ni un salvador ni un líder, únicamente era un instrumento para que la gente pudiera salir a la calle y acabar reclamando lo que realmente es pertinente. Puedo decir que la gente que salía a la calle, cada día que pasaba, iba radicalizando sus discursos: empezaron con manifestaciones silenciosas, luego cantaban el eslogan de «¿Dónde está mi voto?» y finalmente llegaron a gritar «¡Muerte a Khamenei!» el 20 de junio y el 9 de julio de 2009. La gente empezó a mostrar sus verdaderas cartas. La legitimidad de la República Islámica estaba en cuestión. El ayatollah Khamenei ya no tenía el aura de «velayat e faghih» (líder supremo). Quienes salían a la calle querían la abolición total de la República Islámica.
– ¿Tienes alguna esperanza, pues, en un cambio político a corto plazo?
– Yo creo que, entre bastidores, están ocurriendo ahora mismo cosas cruciales. En primer lugar, las manipulaciones políticas efectuadas desde fuera de Irán. El hecho de que el alzamiento popular en Libia acabe con una invasión por parte de la OTAN, para destruir las mismas armas que las potencias coloniales le vendieron a Gadafi, desgraciadamente demuestra que las negociaciones de los gobernantes occidentales con los gobernantes de los países del Norte de África y Oriente Medio, están intentando minar las revoluciones populares. Lo queramos o no, los dictadores de Oriente Medio están cambiando de piel, pero la pregunta es, ¿se regirá esto por el principio de Newton, por el que unos dictadores sustituirán a otros dictadores? Los países occidentales pretenden claramente que sea esto lo que ocurra. En el caso concreto de Irán, creo que está sucediendo algo sumamente peligroso. Están intentando concentrar las miradas sobre la figura de Khamenei y cerrar los ojos hacia Ahmadineyad, no hacia Ahmadineyad como persona, sino como organización política recién nacida, que está preparando el campo para dirigir la transición política desde una teocracia hacia un fascismo religioso-militar tutelado por el Ejército. El Ejército, no con el sentido de ‘fuerza militar’, sino como ‘un ente globalizante’ que controle de forma absoluta las fuerzas armadas y la economía, y con una posición privilegiada a la hora de negociar con los agentes que ostentan el poder a nivel mundial, incluidos los de Estados Unidos. En mi opinión este tipo de gobierno es una opción muy ventajosa para Estados Unidos. Para mí, el riesgo de un golpe de estado militar en Irán que otorgue el poder absoluto a un fascismo religioso liderado por Ahmadineyad es altísimo. Es muy sospechoso que Ahmadineyad no se haya manifestado todavía al respecto de la radicalización de la protesta en las calles en contra de la figura de Khamenei. Ahmadineyad ahora dirige un gobierno que ya no necesita un referente religioso-espiritual. La referencia política de Irán está pasando, gracias a la influencia de Ghom [la ciudad sagrada de los clérigos] y de los empresarios del bazar, a manos de una camarilla militar. Un ejemplo muy claro de esto se puede observar en la actitud de los miembros del gabinete actual de Ahmadineyad. Al señor Mohammad Ali Ramin [actual viceministro de Cultura y Prensa y consejero político del presidente], por ejemplo, le expulsaron de la universidad de Karlsruhe en Alemania por mantener estrechas relaciones con grupos neonazis alemanes. Eso hay que investigarlo, hay que estar muy atentos y reflexionar sobre cómo es posible que un personaje con ese bagaje pueda acabar ocupando un puesto de relevancia en el gobierno de Ahmadineyad. O, para poner otro ejemplo, los recientes discursos ultranacionalistas del secretario de estado Rahim Mashaí, recuperando los mitos de Ciro el Grande, en un país donde, hasta hace bien poco, la sola mención pública de un rey «pagano» como Ciro, era un delito que se castigaba con la pena capital. En mi opinión una sociedad tiene todas las papeletas para acabar en manos de un gobierno fascista cuando se suman factores como la debilidad económica y el aislamiento internacional, que hoy día se están exarcerbando en mi país. En los años 30, Alemania derivó hacia el fascismo cuando Europa la dejó sola y cuando la inflación se volvió incontrolable. Fue entonces cuando los discursos victimistas sobre la salvación de la raza aria penetraron con fuerza en la sociedad . Si nos fijamos bien, las propuestas que salen del actual ejecutivo iraní sobre el «diálogo en torno al Islam iraní», o sobre ese tema de Ciro el Grande, son muy sintomáticas. Hasta hace muy poco nadie se podía atrever en Irán a plantear el debate sobre la identidad iraní frente al islamismo de origen árabe. ¿Por qué tiene que arrancar en un país como Irán ahora un fenómeno de ese tipo? Hay que estar muy atentos para saber interpretar esas alarmas.
– Desde tu experiencia personal, ¿cómo ves la situación en las cárceles iraníes?
– Yo sólo puedo decir que la situación en nuestras cárceles se está pareciendo cada vez más a la de las cárceles de los años 80. No hay ninguna garantía procesal para que estos chicos que están siendo encerrados diariamente en Irán, puedan llegar a salir vivos en algún momento. Debemos investigar urgentemente en el asunto del genocidio perpetrado en las cárceles iraníes en los años 80, para que no pueda repetirse en estos días, cosa que por desgracia yo veo muy probable.
– En algunos foros dentro de la izquierda europea y latinoamericana se considera que la revuelta de Libia, y las recientes manifestaciones en Siria e Irán, corresponden a un complot de las potencias occidentales, con Estados Unidos e Israel a la cabeza. ¿Qué opinión te merece ese juicio?
– Eso para mí es una broma de mal gusto. Los dirigentes latinoamericanos a los que tú te refieres ya ni siquiera son de izquierdas. Figuras como Hugo Chávez y sus amigotes lo máximo que pueden mostrar ya de izquierdas es una indumentaria roja. En mi opinión, ellos no pueden ser considerados de izquierdas. No lo van a ser nunca más. Sus opiniones ya no tienen ninguna reputación en el mundo hoy, que ya no es un mundo bipolar y de Guerra Fría, como para que se quiera pensar que la mano de Estados Unidos está detrás de todos y cada uno de los acontecimientos que suceden. De hecho, a mí me parece que en algunas ocasiones puede ser necesario defender la intervención militar en un país extranjero. No digo que sea partidaria de las intervenciones en sí, ni que no sea consciente de los intereses económicos y políticos que se esconden detrás de ellas, pero cuando no hay otra alternativa y un dictador está bombardeando a su propio pueblo, ¿qué más solución puede haber? Yo creo que la izquierda mundial debe tomar ahora una postura igual de crítica con los socialistas iluminados de Latinoamérica que con los neoliberales occidentales. Ambos han demostrado ser pescadores en río revuelto.
– ¿Encuentras alguna relación entre las revoluciones populares de Túnez, Egipto, etc., y las manifestaciones que se han producido en Irán los días 14 de febrero, 25 de febrero, 1 de marzo, 8 de marzo y 21 de marzo de 2011? ¿Por qué allí la revolución se desencadenó de forma tan rápida, y en cambio en Irán va más despacio?
– Yo creo que el patrón de Irán es sólo parecido al de Libia. No tenemos que apartar la mirada de la realidad. Por ejemplo, yo no veo mucho parentesco entre Egipto e Irán. En Egipto los partidos políticos de alguna manera existían y tenían presencia en la sociedad. Se podían intuir diferentes ideologías en los periódicos, así que la gente ocupó las calles portando un bagaje informativo muy superior al que tiene la mayoría de la gente en Irán ahora. Eso fue lo que permitió que los manifestantes se plantasen en las calles y no se moviesen de allí hasta que cayó el dictador Mubarak. Además, la maquinaria del ejército egipcio es diferente a la del iraní. Los soldados egipcios tenían cierta autonomía con respecto a sus superiores, algo que en Irán todavía no sucede. Se podría decir que por lo menos la gente que salió a la calle en Egipto sabía con quién tenía que enfrentarse, lo que no ha ocurrido en Irán durante la última oleada de movilizaciones. Porque en Irán tenemos una enorme cantidad de grupos encargados de ejercer la represión sobre la población: desde un basiyí que se infiltra con una navaja entre la multitud, hasta los más altos cargos del Sepah Pasdaran (Guardianes de la Revolución) y del Niruye Ententezamí (Fuerzas Armadas). En realidad, lo que se considera propiamente el Ejército en Irán, en comparación con todos estos grupos paramilitares, no tiene mucho poder. Por otra parte, en Egipto hace muchos años que existía algo que aparentaba ser un sistema político multipartidista. Pero desde hace treinta años en Irán nadie tiene la experiencia de hacer un trabajo político organizado, ni siquiera se puede crear una asociación política clandestina. La gente se ha olvidado de lo que es el trabajo en equipo con fines políticos, y todas sus iniciativas vienen traumatizadas por la terrible experiencia de la represión política que ocurrió en Irán en los años 80. Todavía no se ha podido reclamar justicia por las matanzas de activistas políticos en los años posteriores a la Revolución. Esto no es ninguna broma: querer elaborar un nuevo discurso político borrando toda una década negra de represión y muerte es muy difícil. Resulta muy terrible que una cantidad enorme de gente fuera asesinada por motivos ideológicos en las cárceles de un país, y todavía nadie haya podido dar una respuesta clara y convincente sobre lo que pasó. El ambiente está tan enrarecido que ni siquiera se puede hablar de hacer justicia todavía después de 30 años. La historia de Irán tiene un episodio de genocidio que todavía no ha sido resuelto.
– Con la impresionante experiencia que acumulas a tus 24 años, ¿te sientes capaz de formular alguna alternativa política para tu país?
– Yo lo que tengo es mucho miedo. Y de alguna forma, siento que, ahora que ya he salido de Irán, no estoy en la posición de ofrecer ninguna alternativa. Por muy traumática que haya sido la experiencia de una persona, por más información que maneje, yo creo que, desde el momento en que pisa el territorio de un país ajeno, por el mero hecho de ya no estar en el ambiente político y geográfico que le es propio, pierde su capacidad para hacer un análisis certero. Lo más que puedo hacer desde aquí es llamar a la reflexión desde el ámbito teórico a quienes de alguna manera pueden influir en el devenir político en mi país.
– ¿Te gustaría añadir algo más?
– Sí. Yo quiero hacer un llamamiento explícito a los defensores del comunismo tradicional en Irán, que son los herederos del leninismo e incluso del estalinismo, y que están cerrando los ojos a ciertas realidades. Todavía pretenden analizar los acontecimientos con los patrones de la Guerra Fría. Desde el momento en que surgió el Movimiento Verde, lo demonizaron por considerarlo una corriente de naturaleza burguesa. Yo quiero preguntarles en qué piensan cuando están viendo que la gente sale a la calle en su país, cuando observan cómo la teoría política se convierte en política con mayúsculas en la calle, donde siempre se ha escenificado el máximo grado de la lucha de clases. ¿Cómo pueden, entonces, seguir defendiendo la idea de que este acto es un gesto burgués? ¿Tenemos que quedarnos en casa o decir que vamos a votar a Ahmadineyad porque tiene políticos «izquierdistas», porque ayuda a la gente pobre? ¿Porque vaya de vez en cuando a entregar patatas a la gente miserable? Estos ideólogos que se dicen a sí mismos de izquierdas se están convirtiendo indefectiblemente en seguidores del fascismo de Ahmadineyad y la prueba es que defienden con sus discursos a un tirano. Eso es exactamente lo que está pasando en América Latina: la izquierda se ha convertido en una «organización asistencial para los pobres», y así todo gesto político revolucionario se convierte en una «conspiración de Occidente». Con este análisis maniqueo se subestima la naturalidad de los gestos políticos surgidos de las entrañas de los pueblos, y se rechaza la política real que se escenifica en las calles de países como el mío. Ese es el precio que hay que pagar, según ellos, a cambio de apoyar a una minoría dentro de la propia población necesitada a la que falsamente sus gobernantes dicen asistir y ayudar. Pero las patatas no resuelven el auténtico problema de pueblos como el de Irán, que es la injusticia social.