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Japón chilla por 70 secuestros norcoreanos. No lamenta su millón de esclavos coreanos

El sucio secreto del ministro de exteriores Taro Aso

Fuentes:

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

Desde Tokio: La «máxima prioridad» de Japón en las nuevas conversaciones con Corea del Norte que se abren el sábado 4 de febrero en Beijing será el caso de 15 de sus ciudadanos que fueron secuestrados y llevados a Pyongyang entre 1977 y 1983. Pero brillará por su ausencia en la agenda de Tokio otra vergüenza irresoluta: décadas de desplazamiento forzado de coreanos hacia Japón para trabajar – la esclavitud de un millón de coreanos – entre los cuales había 12.000 peones obligados a trabajar en condiciones grotescas en minas de carbón de propiedad de una firma que sigue siendo dirigida por la familia del ministro de exteriores japonés, Taro Aso.
Sospechan que los secuestros de hombres y mujeres japoneses para que enseñen su idioma en escuelas de espías norcoreanas podrían llegar a sumar 70. El escándalo actual, constantemente destacado por los medios japoneses, sigue indignando a la gente y es un escándalo internacional desde todo punto de vista. El anterior, pero incomparablemente peor maltrato de coreanos durantes tres decenios, es apenas mencionado en Japón, y la conexión del ministro de exteriores sigue siendo un tabú. En otros países un semejante episodio sería intolerable en la persona de un funcionario tan importante del gobierno.
Los trabajadores coreanos en las minas fueron sistemáticamente mal remunerados, explotados, subalimentados y confinados en la miseria. Sufrieron de mala salud crónica, de frecuentes fallecimientos por condiciones poco sanitarias o accidentes laborales, estaban bajo una vigilancia permanente de una brutal policía secreta, pero a pesar de todo lograron escapar de la desesperación. Fueron sólo liberados por la derrota de Japón en 1945, y enviados a casa sin compensación alguna. Ni ellos ni sus familias sobrevivientes han recibido desde entonces un solo centavo en reparaciones personales, a pesar de los sendos ruegos de las Coreas.
Aso no puede argüir que una generación lo separa de semejante desgracia familiar, porque comparte la ausencia nacional de Japón de desagravio por las brutalidades y atrocidades cometidas contra los pueblos asiáticos durante su guerra imperial de agresión de 1931-1945. Incluso en sus declaraciones antes de llegar a ser ministro de exteriores en octubre pasado y después, muestra una insensibilidad poco compasiva ante los sentimientos coreanos – y muestra una actitud de impertérrita supremacía racial. (El año pasado en una observación que refleja el fascismo de los años treinta, Aso describió a Japón como «una nación, una civilización, un lenguaje, una cultura, y una raza, como no existe algo comparable sobre la tierra.»)
Dirigió la Aso Cement Company, como se llamaba entonces la antigua Aso Coal Mines en la prefectura Fukuoka de la isla sureña de Kyushu entre 1973 y 1979, en la que entró a la política. Durante esos años nunca encaró su terrible legado corporativo de trabajo esclavo. En la actualidad sigue relacionado con la compañía. En 2001 inició una empresa conjunta con Lefarge, fabricante de cemento francés, pero sigue bajo la dirección de su hermano menor, Yutaka Aso. En diciembre pasado, el embajador francés en Tokio condecoró a Yutaka con la Legión de Honor en una ceremonia en la que participaron como invitados distinguidos el ministro de exteriores Taro Aso y su esposa.
Al parecer fue un tributo adecuado a una familia forjada en las mejores tradiciones de la historia reciente de Japón. La prominencia de Aso data de su tatarabuelo, Toshimichi Okubo, samurai y uno de los cinco nobles más poderosos que dirigieron el derrocamiento en 1868 de la centenaria era del shogunato, que marcó el comienzo de los tiempos modernos. Su bisabuelo, Takakichi, fundó la firma minera Aso en 1872 que llegó a poseer ocho minas en los ricos campos carboníferos Chikuho en Kyushu, que fue la mayor de tres corporaciones familiares que explotaron minas en un área que producía la mitad del carbón japonés.
Como descendiente de aristócratas rurales, Aso, se graduó de la universidad que tradicionalmente educa a la familia imperial, estuvo en Londres, en su universidad, ingresó a lo que entonces era Aso Industries, y ascendió rápidamente a director antes de llegar a encabezar la compañía. Completando la tradición aristocrática, formó parte del equipo japonés de tiro con rifle en la Olimpíada en Montreal de 1976.
Siguiendo a su antepasado samurai, un abuelo fue Shigeru Yoshida, cinco veces primer ministro de Japón entre 1946 y 1954, conservador autocrático que, convenientemente para la familia Aso, realizó en los años cincuenta una purga de «rojos» en los sindicatos de la minería del carbón. La esposa de Taro Aso suma al brillo del poder de la familia como hija de Zenko Suzuki, primer ministro de 1980 a 1982, del Partido Liberal Democrático (conservador). Incluso existe un lazo con la realeza. La hermana de Aso, Nobuko, se casó con el príncipe Tomohito de Mikasa, primo del emperador, que recientemente hizo noticia con su oposición a la proposición – para una familia imperial privada de herederos varones – de que se permitiera que una mujer ocupara el trono del crisantemo. Tomohito sugirió que se continuara la línea varonil mediante concubinas, una tradición imperial que haría retroceder varios siglos a Japón.
A pesar de su excelente linaje, parece que Aso no se ha convertido en un caballero. No sólo ignora la historia de su compañía, sino ha insultado al pueblo coreano que sacrificó tanto en aras de la fortuna de su familia.
Por la fuerza de las armas, Japón anexó toda la península coreana en 1920 y la gobernó como su propiedad colonial durante 35 años, tratando a sus habitantes como ciudadanos inferiores y sirvientes de sus amos imperiales. En 1939, cuando el control japonés se reforzó por la escalada de la guerra, su parlamento aprobó una ley obligando a los coreanos a adoptar nombres japoneses, castigando a aquellos, y a sus hijos, que se negaron a hacerlo. Sin embargo, poco antes de llegar a ser primer ministro, Aso se refirió a esos cambios forzados de nombres como «voluntarios» y sugirió además que al pueblo de la República de Corea le había ido mejor bajo el talón de hierro de Tokio.
Es posible que la actitud de Aso provenga de que su familia dispuso de miles de siervos coreanos durante tantos años. La historia exacta de esa época no ha sido oficialmente registrada – por cierto no en la versión Aso-Lafarge, en la que los años de los treinta a los cincuenta están en blanco. Pero tres historiadores aficionados locales en la prefectura Fukuoka de Kyushu, Eidai Hayashi, Takashi Ohno y Noriaki Fukudome, con la ayuda de un coreano residente en Japón, Kim Guan-yul, han reunido los hechos y cifras relevantes para presentar un cuadro espantoso, gran parte del cual han registrado en sus diversos libros.
Aunque Tokio no aprobó hasta 1939 la Ley Nacional General de Movilización que obligó a todos los súbditos coloniales, incluyendo a los de Taiwán y Manchuria en China, a trabajar dondequiera le conviniera a Japón, los historiadores descubrieron que mucho antes de ese año, estaban embarcando trabajadores coreanos a las minas Aso en Kyushu. Se desconocen las cifras exactas, pero fueron varios miles, especialmente después de una famosa huelga de 400 mineros en una mina Aso en 1932. En los años después de 1939, calculan los historiadores, la cifras en la región Chikuho aumentaron a más de un millón – su cifra es de 1.120.000 – aunque la cifra oficial del gobierno de Tokio es de sólo 724.287. La tarea de los mineros era descender a filones difíciles para extraer carbón embarcado exclusivamente para uso militar.
Se les pagó un tercio menos que a sus homólogos japoneses. Para los coreanos el salario correspondía a unos 50 yenes al mes, pero era menos de 10 yenes después de confiscaciones obligatorias por alimentos, vestimenta, vivienda y ahorros forzosos de los trabajadores solteros. Los jóvenes solteros eran multados para impedir la gran cantidad que escapaba frecuentemente, pero incluso en este caso, los «ahorros» a menudo no les eran devueltos y simplemente faltaban en sus bolsillos. Todos los trabajadores trabajaban bajo tierra durante 15 horas por día, siete días a la semana, sin vacaciones.
Sus «viviendas» eran inmundas chozas abarrotadas, con seis a siete pequeñas habitaciones en cada una, y los solteros vivían y dormían sobre una estera tatami, que medía 1 metro por 2 metros. No había calefacción ni agua potable. Los servicios higiénicos eran agujeros en la tierra. Una cerca de 3 metros de alto circundaba el perímetro. Así que eran prisioneros, vigilados por sus guardianes, la odiada policía secreta «del pensamiento» kempei-tai que aterrorizaba a Japón y a sus colonias durante el período fascista.
Pero la kempei-tai mantenía estadísticas, que fueron obtenidas por los tres historiadores. Establecieron que en marzo de 1944, las minas Aso tuvieron un total de 7.996 trabajadores coreanos de los cuales 56 habían fallecido recientemente, y una asombrosa cantidad de 4.919 que había escapado. En toda la provincia de Fukuoka, el total de fugitivos fue de un 51,3% pero en Aso Mines fue de un 61,5% porque las condiciones eran «aún peores», dijo Fukudome.
La mayoría de los trabajadores sufrió de desnutrición, ya que recibían sólo un puñado de arroz por mes, suplementado por cereales de calidad inferior. No se suministraba carne, a gente que es más consumidora de carne que los japoneses, que hasta hoy prefieren pescado.
¿Y los muertos? En la región Chikuho donde la última mina Aso cerró a fines de los años sesenta, el templo budista Hoko sigue en pie. Allí un sacerdote solitario cuida cientos de tumbas anónimas en las que yacen los restos de coreanos muertos. En otros sitios, cientos de otras sepulturas no tienen identificación, según los historiadores.
Pero se trata de un país confuciano, en el que los restos de los antepasados constituyen un hecho de profunda importancia. En este aspecto intervinieron las relaciones internacionales. En 2004, el parlamento de Seúl votó unánimemente, con una excepción, para formar la Comisión de la Verdad sobre la Movilización Forzada Bajo el Imperialismo Japonés, dirigida por su presidente, el doctor Jeon Ki-ho, y compuesta por otros miembros, incluyendo a dos ministros del gobierno. Comenzó sus investigaciones a comienzos del año pasado y visitó 234 ciudades en 16 provincias coreanas para encontrar sobrevivientes o sus familias, realizó audiencias, y recogió evidencia de numerosos testigos. El doctor Jeon también visitó Japón para investigar y aclarar lo que llama audazmente sus «atrocidades».
En lo que primero pareció un golpe político magistral, los coreanos también informaron que habían compilado una lista de 2.600 compañías japonesas que explotaron mano de obra forzada coreana, y que deberían saber de los restos de los que murieron. Una firma destacada en la lista era Aso Mines, pero la compañía se ha negado a responder al pedido. Un portavoz dice sólo que la compañía no puede investigar el paradero de los restos, agregando, en lo que puede haber sido una verdad accidental, que «aunque pudiésemos», los registros no están disponibles. «Hubo docenas de compañías mineras en Kyushu en la época y todas utilizaron mano de obra forzada,» dijo el portavoz Akira Fujimoto.
La comisión, que también investiga el escándalo de las «mujeres de confort», el insultante eufemismo que describe a miles de mujeres asiáticas forzadas a la esclavitud sexual para servir a los guerreros imperiales del ejército de Japón, todavía no ha publicado el informe prometido. Hasta ahora los medios japoneses han ignorado casi por completo sus actividades.
Un argumento importante de los que buscan reparaciones de un Japón vergonzosamente renuente, es que aunque ha presentado numerosas «disculpas» de sinceridad diversa, ninguna equivale a una expiación adecuada. Y la expiación incluye la compensación financiera de la que, se calcula, Japón ha pagado el equivalente de un 1% de lo que ha desembolsado Alemania.
Un ejemplo de una disculpa insustancial provino del propio Taro Aso en diciembre del año pasado, en el 40 aniversario de la normalización de las relaciones diplomáticas entre Japón y Corea del Sur. Dijo: «Japón toma a pecho los sentimientos del pueblo surcoreano en relación con el pasado y tratará sinceramente los diversos temas que originan del pasado desde un punto de vista humanitario. Creemos que en el proceso de realizar esfuerzos semejantes, la comprensión mutua y una relación de confianza para la construcción de una relación orientada hacia el futuro de Japón y Corea del Sur se verá reforzada.»
Nótese que no menciona la palabra «disculpa», de importancia crucial, y por cierto no hay mención de expiación o de algo sobre el tema vital de las reparaciones. En este caso, el argumento que Japón utiliza constantemente es que el tratado de normalización firmado en 1965 acordó lo que había que pagar – míseros 800 millones de dólares – pero esto fue sobre todo para subvenciones y préstamos a bajo interés. Nada fue destinado a pagos personales por heridas o daños sufridos. Tal vez sea más importante que en 1965 se desconocía todavía mucha información sobre la dimensión de las atrocidades japonesas. Dos ejemplos: Ni sus ataques de guerra biológica en China por su tristemente célebre Unidad 731, ni el vasto ejército de «mujeres de confort» eran de conocimiento público en aquel entonces.
Mientras tanto, al mundo le queda el ministro de exteriores de Japón y sus «sinceros tratos» respecto a los crímenes de guerra irresolutos de su nación. Por sus antecedentes puede haber pocas esperanzas de que ayude a disipar la vergüenza. Apoya resueltamente las visitas al santuario bélico Yasukuni en Tokio que han causado serios problemas para sus relaciones exteriores con China y las Coreas, en particular desde que el primer ministro Junichiro Koizumi rindió su quinta visita en octubre pasado. Sólo hace poco, Aso empeoró las cosas al instar al emperador a que lo visitara, un acto que el palacio imperial ha evitado sensatamente desde los años setenta.
Lo que muestra el contrasentido de las afirmaciones de Aso y Koizumi es que sólo rendían homenaje a los muertos en la guerra, como un presidente de USA que dirige una plegaria en el cementerio nacional de Arlington. Sin embargo, el santuario Yasukuni es shinto, así que las almas de sus 14 criminales de guerra de clase A conservados allí son consideradas como «kami» lo que significa dioses. Uno de ellos es el primer ministro durante la guerra general Hideki Tojo, que aprobó la Unidad 731 entre otros crímenes, y otro el general a cargo de la Violación de Nanking, en la que en 1937 los soldados japoneses masacraron horrorosamente a más de 300.000 chinos, sobre todo civiles, en un frenesí que duró siete semanas.
En las conversaciones de «normalización» con Japón en Beijing, la República Democrática Popular de Corea podría presentar el tema de los trabajadores forzados, mientras los japoneses destacan los secuestros. Sólo dos días antes del inicio de las conversaciones, sus medios identificaron a un secuestrador norcoreano buscado para ser extraditado. La guerra de propaganda continuó.
Pero para algo que se parezca a lo que es normal en nuestro mundo moderno – en una nación como Alemania por ejemplo – seguramente habrá algunos requerimientos mínimos. ¿No sería el más mínimo que haya un ministro de exteriores con las manos limpias de viles asociaciones con una atrocidad de la guerra, especialmente si es tan peligrosamente similar a otro tipo de secuestro, pero en escala masiva?
Christopher Reed es un periodista que vive en Japón. Para contactos: [email protected].
http://www.counterpunch.org/reed02022006.html

Traducido del inglés al castellano por Germán Leyens, miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística ([email protected]). Esta traducción es copyleft.