La edición más reciente del informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) , Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2022 advierte de una recuperación lenta e incierta debido a la persistencia de los efectos de la pandemia en los mercados de trabajo del mundo, con un desempleo mundial de 207 millones de personas.
El ritmo de recuperación de la actividad económica depende en gran medida del grado de contención del virus, por lo que la recuperación sigue patrones diferentes según las zonas geográficas y los sectores. Sin embargo, cada nuevo brote trae consigo retrocesos.
Las perspectivas del mercado de trabajo mundial se han deteriorado desde las últimas proyecciones de la OIT; y es probable que en los próximos años siga siendo difícil para gran parte del mundo volver al rendimiento previo a la pandemia. Sobre la base de las últimas previsiones de crecimiento económico.
La OIT calcula que el total de horas trabajadas a escala mundial en 2022 se mantendrá casi un dos por ciento por debajo de su nivel prepandémico, una vez ajustado al crecimiento de la población, lo que corresponde a un déficit equivalente a 52 millones de puestos de trabajo a tiempo completo (tomando como referencia una semana laboral de 48 horas).
Se prevé que el desempleo mundial se sitúe en 207 millones en 2022, es decir, que supere su nivel de 2019 en unos 21 millones. Esta perspectiva representa un deterioro sustancial con respecto a las proyecciones realizadas en la edición anterior del informe, publicada en junio de 2021, cuando se preveía que el déficit de horas de trabajo en relación con el cuarto trimestre de 2019 se iba a reducir a menos del uno por ciento en 2022, es decir en torno a los 26 millones.
Para 2022 está previsto que la tasa de empleo se sitúe en el 55,9 por ciento, es decir, 1,4 puntos porcentuales por debajo del nivel de 2019. Además – señala el Informe – muchas de las personas que abandonaron la fuerza de trabajo no han vuelto a formar parte de ella, por lo que el nivel de desempleo no refleja del todo las repercusiones de la crisis sobre el pleno empleo, y se estima que la tasa de desempleo mundial se mantendrá por encima del nivel alcanzado en 2019 al menos hasta 2023.
Deficiencias y desigualdades estructurales
El Informe señala que la extensa economía informal de muchos países en desarrollo está socavando la eficacia de algunos instrumentos de actuación, ya que las empresas informales han tenido menos posibilidades de acceder a las líneas de crédito formales o al apoyo gubernamental relacionado con la Covid-19. Por lo tanto, las medidas de ayuda han tenido menos probabilidades de llegar a las personas necesitadas, y han aumentado las desigualdades en el seno de los países.
Las empresas más pequeñas han experimentado un mayor descenso del empleo y de las horas de trabajo que las más grandes. Las economías en desarrollo, que dependen de la exportación de bienes o productos básicos cuya elaboración requiere mucha mano de obra, han tenido más dificultades para adaptarse a la volatilidad de la demanda resultante de los cambios en el crecimiento económico relacionados con la pandemia.
Hoy, las economías que dependen del turismo se resienten mucho frente a cada cierre de fronteras y por ende la pérdida de ingresos.
Por otra parte en los países en desarrollo, la falta de sistemas de protección social integrales que puedan proporcionar prestaciones adecuadas para estabilizar los ingresos ha agravado las dificultades financieras de los hogares que ya eran vulnerables desde el punto de vista económico, con efectos en cascada sobre la salud y la nutrición.
La pandemia ha llevado a millones de niños a la pobreza, y las recientes estimaciones sugieren que, durante el 2020, 30 millones de adultos más cayeron en la pobreza extrema (es decir, vivieron con menos de 1,90 dólares al día en términos de paridad de poder adquisitivo) y no tenían un trabajo remunerado. Además, el número de trabajadores en situación de pobreza extrema –trabajadores que no ganan lo suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias por encima del umbral de pobreza– aumentó en ocho millones.
Simultáneamente, la recuperación asimétrica de la economía mundial ha empezado a provocar efectos en cadena a largo plazo, en términos de incertidumbre e inestabilidad persistentes, que podrían desbaratar la recuperación.
Los cambios en la demanda del mercado y el aumento de los servicios en línea, el incremento vertiginoso de los costos comerciales y los cambios provocados por la pandemia en la oferta de mano de obra han creado cuellos de botella en la industria manufacturera, lo que impide que se restablezcan las condiciones del mercado de trabajo anteriores a la pandemia.
Las alteraciones marcadas y prolongadas de la cadena de suministro están generando incertidumbre en el entorno empresarial y podrían llevar a una reconfiguración de la geografía de la producción con notables consecuencias para el empleo. El aumento de los precios de los productos básicos y los bienes esenciales, cuando los mercados de trabajo aún tienen mucho camino que recorrer hasta recuperarse, reduce significativamente la renta disponible y, por tanto, incrementa el costo de la crisis.
De cara al futuro, los responsables de formular políticas macroeconómicas se enfrentan a decisiones difíciles con importantes repercusiones internacionales. Si hubiera indicios de expectativas de aumento de la inflación, es de esperar que se multipliquen los llamamientos para que la política monetaria y fiscal se endurezca a un ritmo más rápido.
Por lo tanto cabe esperar que la recuperación de la demanda de mano de obra hasta los niveles anteriores a la crisis lleve tiempo, mucho tiempo, lo que frenará el aumento del empleo y de las horas de trabajo. El lento y desigual restablecimiento de las horas de trabajo en 2021 hizo que los ingresos del trabajo se mantuvieran bajos.
Y como la mayoría de los trabajadores del mundo no tenían suficientes mecanismos de sustitución de los ingresos, si es que tenían alguno, los hogares se vieron obligados a gastar sus ahorros. El efecto ha sido especialmente pronunciado en los países en desarrollo, donde la proporción de población vulnerable desde el punto de vista económico es mayor y la magnitud de las medidas de estímulo ha sido menor.
La consiguiente pérdida de ingresos ha contraído aún más la demanda agregada, lo que ha creado un círculo vicioso que resalta la necesidad de políticas concertadas para acelerar la recuperación del mercado de trabajo, abordar las desigualdades y volver a situar a la economía mundial en la senda del crecimiento sostenible… ¿en el capitalismo?.
El Informe destaca que la recuperación del mercado laboral es más rápida en los países de ingresos altos (suman alrededor del 20 por ciento de la población activa mundial), donde se ha producido aproximadamente la mitad de la disminución del desempleo mundial entre 2020 y 2022
Por el contrario, desde el inicio de la pandemia, los países de ingresos medianos bajos son los más castigados y los que más lentamente se están recuperando. La recuperación varía en cada país. Se calcula que las repercusiones desproporcionadas de la pandemia sobre el empleo femenino se reducirán en todo el mundo en los próximos años, pero se prevé que siga existiendo una brecha considerable.
La disparidad es más acusada en los países de ingresos medianos altos, donde se prevé que la tasa de empleo de las mujeres en 2022 sea 1,8 puntos porcentuales inferior a la de 2019, frente a una diferencia de solo 1,6 puntos porcentuales en el caso de los hombres, a pesar de que, para empezar, las mujeres tienen ya una tasa de empleo de 16 puntos porcentuales por debajo de la de los hombres.
El cierre de escuelas, universidades y centros de formación profesional durante periodos prolongados ha minado los resultados del aprendizaje, lo que generará consecuencias en cadena a largo plazo en el empleo y la continuidad de la educación, así como en la formación de los jóvenes, en especial de aquellos que hayan tenido un acceso limitado o nulo a las oportunidades de aprendizaje en línea.
Además, el empleo asalariado informal sigue estando por debajo del nivel alcanzado antes de la crisis en un ocho por ciento. El trabajo por cuenta propia y el trabajo familiar auxiliar, que a menudo se caracterizan por condiciones de trabajo precarias, presentaban una tendencia incluso a la baja antes de la crisis.
La pandemia comenzó a provocar cambios económicos estructurales que podrían llegar a afianzarse, lo que acarrearía consecuencias permanentes para los mercados de trabajo. La confluencia de varias tendencias macroeconómicas genera incertidumbre en torno a si la reducción de las horas de trabajo, el empleo y la tasa de actividad es temporal o si, por el contrario, la pandemia propicia más salidas estructurales del mercado laboral o transformaciones que permiten ahorrar mano de obra, lo que requieren cauces de actuación distintos.
La excusa perfecta, entre el accidente y la fatalidad
Un aspecto propio de nuestro tiempo y su cultura de consumo es que los hechos y los conceptos están perdiendo su principio y su fin. Ocultando su causa y finalidad. Fenómenos que se nos echan encima como terrorismo, incendios, inundaciones, volcanes, tsunamis y pandemias, todo tiene la extraña apariencia de pertenecer al accidente o la fatalidad.
Pero la fatalidad es altiva y no nos responde. La crisis parece gigantesca pero sin más causas que el cambio climático o la fatalidad de una pandemia. Sin dudas que la pandemia está exacerbando diversas formas de injusticias, desde la intensificación de las desigualdades de género hasta la ampliación de la brecha digital.
Los cambios en la composición de las relaciones de trabajo –como la dependencia del empleo informal por cuenta propia para ganarse la vida, el aumento del trabajo a distancia y las diversas tendencias en materia de trabajo temporal– podrían deteriorar la calidad de las condiciones de trabajo.
A cada informe tenemos la convicción de que la economía contemporánea parece haberse convertido en un espectáculo autónomo, ausente y liberado de la razón. Un espectáculo de capitales, mercancías o seres vivos, fusiones y billones de dólares concentrados en pocas manos, un espectáculo del mundo que opera hoy emancipado de cualquier regla externa, sin racionalidad alguna. La economía neoliberal desnuda de trabas sociales, morales o políticas celebra el bacanal de su consagración, la fatalidad de su poder.
La interrogante queda planteada. Recordaremos que en la Conferencia Internacional del Trabajo celebrada en junio de 2021, los 187 Estados Miembros de la OIT debatieron las respuestas políticas mundiales, regionales y nacionales frente a la crisis.
Al término del debate, se adoptó el Llamamiento mundial a la acción para una recuperación centrada en las personas de la crisis causada por la COVID-19 que sea inclusiva, sostenible y resiliente, y se destacó la necesidad de una recuperación plenamente inclusiva basada en la aplicación acelerada de la Declaración del Centenario de la OIT para el Futuro del Trabajo.
Ello comporta reconstruir la economía de forma que se aborden las desigualdades sistémicas y estructurales y otros problemas sociales y económicos a largo plazo, como el cambio climático, que son anteriores a la pandemia. Los requisitos previos para lograr esa resiliencia son las medidas multilaterales y la solidaridad mundial, incluido el acceso a las vacunas, la reestructuración de la deuda y la facilitación de una transición ecológica.
Si no se afrontan estos importantes retos políticos, se perderá otra oportunidad de encauzar el mundo hacia una trayectoria más equitativa y sostenible. Este es el drama de las eternas promesas, donde las olas ya son tsunamis de injusticias y miserias.
*Periodista uruguayo acreditado en la ONU- Ginebra . Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)