Traducido para Rebelión por Josafat S.Comín
El pasado domingo se celebraron en Azerbaiyán las elecciones parlamentarias. No fue poco el revuelo que se montó en torno a ellas. La oposición acusaba al gobierno de tener la intención de falsear los resultados, mientras el gobierno acusaba a la oposición de planear un golpe de estado (sufragado con dinero del exterior).
Según parece, hasta cierto punto, ambas partes tenían algo de razón.
Lo que no ofrece lugar a dudas es que en Azerbaiyán, la democracia tiene un carácter absolutamente «dirigido». Como resultado de la cita electoral, el partido gobernante «Nuevo Azerbaiyán» ocupará 64 escaños de los 125 que componen el parlamento. 40 asientos ocuparán los candidatos independientes, en su mayor parte cercanos a las posiciones oficiales. La oposición en su conjunto, ha obtenido 15 escaños.
De esta forma la dirección del país se asegura una composición de la cámara muy cómoda para sus intereses, lo que confirmaría la «conducción» del proceso electoral.
Lo que tampoco ofrece dudas, es el hecho de que se habían invertido ingentes cantidades procedentes del exterior, con la finalidad de apartar del poder a Ilham Aliev y su gente.
El punto álgido de confrontación, que tenía todos los visos de haber sido planeado hasta el más ínfimo detalle, debería haberse producido dos semanas antes del día de las elecciones.
El centro de los acontecimientos debería haber sido el regreso triunfal a Bakú del antiguo presidente del parlamento, Rasul Guliev, que había vivido varios años exiliado en los EE.UU.
Estaba previsto que en el avión que lo llevase a Bakú, viajasen de acompañantes numerosos diputados del Europarlamento. En el momento del aterrizaje en el aeropuerto se había previsto una multitudinaria recepción, con más de 50 mil personas, así como con la presencia del embajador estadounidense y los representantes diplomáticos de varios países occidentales.
Si los acontecimientos hubiesen seguido el guión establecido, probablemente no se hubiesen llegado a celebrar las elecciones. La muchedumbre hubiese llevado a Guliev, primero al parlamento y luego al palacio presidencial. Básicamente, se preveía una repetición de la variante georgiana de la «Revolución de las Rosas».
Sin embargo, los gobernantes azerbaiyanos enseñaron los dientes, dando a entender, que no permitiría una concentración de manifestantes, ni de diplomáticos y diputados extranjeros en el aeropuerto. El avión de Guliev tuvo que aterrizar en Crimea, desde donde regresó a Occidente, sin pena ni gloria.
Tras esto, Aliev aprovechó para efectuar una limpieza interna, inculpando a varios de sus hasta entonces colaboradores de participar en los planes para derrocarlo mediante golpe de estado.
Nadie puede decir a ciencia cierta que realmente existiese esa supuesta conspiración. Pero el que entre los arrestados hubiese gente sobre las que recaían más que fundadas sospechas de corrupción, no ha hecho sino jugar a favor del presidente.
De todas formas, nadie parecía estas demasiado interesado en conocer los ánimos entre el pueblo, en medio de esta pelea preelectoral. Tanto el poder, como la oposición, estaban mucho más preocupados en conocer que cartas jugarían en Washington, Bruselas y en Moscú (en menor medida).
Este es el perfecto ejemplo de la estupenda «democracia» de modelo occidental que han levantado en el territorio de las antiguas repúblicas soviéticas.
Menudo paso atrás para la democracia, inclusive en comparación con los tiempos difíciles del gobierno del PCUS…
Entonces, y a pesar de todos los defectos de la democracia soviética, la preocupación por el bienestar de la población era la prioridad.
Ahora todo se supedita al control de los flujos de petróleo y de dinero.
Occidente, después de rascarse la nuca, ha decidido que más valía no agudizar la situación. No se han oído las consabidas acusaciones en violaciones de la legalidad, ni de los derechos humanos. Es más, los observadores occidentales acreditados no han denunciado que se hayan cometido abusos ni alteraciones graves en los resultados.
Los EE.UU y sus aliados han optado probablemente por no desestabilizar Azerbaiyán, viendo que no podían garantizar el curso que tomarían los acontecimientos. No hubiera sido en absoluto descartable presuponer, que en caso del fracaso en la estrategia occidental, los que hubiesen salido ganando hubiesen sido Rusia e Irán. Además la crisis podría haber afectado al proyecto de oleoducto Bakú-Jeikhan, en el que se han invertido miles de millones de dólares y que tiene gran relevancia estratégica para los intereses estadounidenses en la zona. Además el presidente Aliev, en cuanto tiene la oportunidad demuestra una más que favorable disposición hacia el amigo americano. Así que han decidido aplazar su derrocamiento. A la espera de mejores tiempos.
Cabe señalar sin embargo, que la política de alejamiento que mantiene Bakú respecto de Rusia y la OTAN, no acaba de agradar a Occidente. Azerbaiyán no solo representa un importante punto de apoyo en la lucha contra la influencia rusa en el Caúcaso. Es además un lugar con inmejorables condiciones para convertirse en punta de lanza en la planeada agresión contra Irán.
¡Como no se van a preocupar del avance de la «democracia» en Azerbaiyán…!
Después de las recientes elecciones, las batallas alrededor de este país se calmarán temporalmente. Pero que nadie dude, que los perseverantes «topos» de los servicios secretos estadounidenses y europeos, seguirán cavando sus madrigueras, rodeando Azerbaiyán, contando con que en un hermoso (para ellos) día, este país repetirá el destino de Georgia, convertida en una marioneta de América.
Sería ingenuo esperar que la región siguiese en calma.