«A veces no es cuestión de tener ideas nuevas, sino de dejar de tener ideas antiguas». Edwin H. Land Quienes construyen sus análisis con enfoques eminentemente geopolíticos, hasta antes de que apareciera Trump, la tenían relativamente fácil. Podían sentirse seguros en un mundo «ordenado» en bloques. El gobierno de los EE.UU. lideraba la coalición de […]
Edwin H. Land
Quienes construyen sus análisis con enfoques eminentemente geopolíticos, hasta antes de que apareciera Trump, la tenían relativamente fácil. Podían sentirse seguros en un mundo «ordenado» en bloques. El gobierno de los EE.UU. lideraba la coalición de la OTAN, estaba a la cabeza del bloque «occidental» (USA, Europa-Japón, Israel y Australia), que se enfrentaba al bloque en construcción de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), liderado por Putin y Xi Jinping, y todo lo demás giraba en torno de esos dos ejes. La «primavera árabe», según esa explicación, había sido un complot occidental para reemplazar a viejos enemigos como Mubarack y Gadafi, que a pesar de ser nuevos aliados debían ser derrocados para impedir que las rebeliones populares que se incubaban por efecto de sus gobiernos represivos, pudieran devenir en procesos democráticos que desestabilizaran la región.
Hasta allí la teoría -más o menos- explicaba esa realidad. La teoría de la existencia de un imperio global, sustentado en los intereses de una burguesía financiera transnacional, sin patria y sin lealtades nacionalistas, no tenía ninguna cabida, así hubiera sucedido un hecho que contradecía el análisis geopolítico predominante, como fue la intervención «humanitaria» de la OTAN en Libia, que aunque no contó con la aprobación formal de Rusia y China, no fue cuestionada ni vetada en ningún momento por esas potencias. Una fisura surgió entonces en la teoría geopolítica en boga, pero sus ideólogos voltearon a mirar para otro lado.
Sin embargo, para esos teóricos el gran problema siempre ha sido el complejo mundo islámico. El movimiento «supra-nacional» que lidera la Hermandad Musulmana y los múltiples grupos y tendencias islámicas que se incuban dentro y fuera de esa corriente político-cultural panárabe, no puede ser entendido ni por aquellos que desde afuera se han alineado con las potencias occidentales desde su colonización moderna (cuyo objetivo siempre ha sido monopolizar el petróleo y el gas que existe en toda la región), ni por aquellos que se encuadraron con los intereses geopolíticos de la URSS, en medio de las guerras mundiales pero, sobre todo, después de 1945.
En sus análisis imaginarios -tanto los imperialistas occidentales como los «socialistas» orientales- tenían que cuadrar (y casi siempre ocultar, camuflar, adobar) sus propuestas ideológicas de «democracia y libertad», por un lado, y de «autonomía y solidaridad», por el otro, con realidades de gobiernos autócratas, reaccionarios, conservadores, patriarcales, racistas y tribales, y con movimientos de resistencia que no podían ser enmarcados, entendidos o asimilados por visiones y lecturas construidas por fuera de la historia y la realidad árabe, otomana, persa, meda, palestina, marroquí, tunecina, egipcia, siria, etc., y por las divisiones étnico-tribal-culturales de suníes y chiíes, y de las múltiples y complejas variantes que fueron surgiendo a lo largo de siglos de confrontación de intereses de élites y cúpulas de poder que construyeron alianzas y tradiciones centenarias.
Hasta hace poco tiempo, la mayoría de analistas explicaban las diferencias, los conflictos y los diversos alineamientos políticos tanto dentro de cada «nación» (muchas de ellas creadas artificialmente en diversas reparticiones que realizó el imperio inglés y francés, y después el estadounidense y la misma Unión Soviética) como a nivel regional e internacional, y las contradicciones -muchas de ellas agudas y violentas- entre los diversos pueblos musulmanes, como simples confrontaciones entre suníes y chiíes, entre conservadores y reformadores, entre laicos y religiosos, etc., pero esas explicaciones nunca cuadraban del todo. Tanto los políticos de los imperios occidentales como de los países «socialistas» se hacían ilusiones con las fracciones laicas que aparecían entre algunos partidos políticos «nacionalistas» pero, éstos no dejaban de ser fenómenos pasajeros que no iban más allá de la «nata» de las elites.
Lo que hoy sucede -que muchos quieren adjudicárselo a Trump- es mucho más inexplicable para quienes ven el mundo árabe-persa-egipcio-etc. y musulmán con ojos «occidentales» u «orientales» (estadounidenses, europeos, rusos, chinos, que cada vez se unifican con base en la mirada homogeneizante del capital financiero y mafioso internacional). Que hoy se estén formando nuevos alineamientos dentro de los pueblos árabes, que Qatar (de mayoría suni y wahabita como Arabia Saudí) sea empujada hacia una alianza con Irán y Turquía; que otros países árabes liderados por la monarquía Saud se alíen para -supuestamente- atacar y derrotar al terrorismo islámico (Daesh, al-Qaeda, etc.) y a la hermandad musulmana; y que EE.UU. y el Reino Unido (e Israel) no coincidan en esos nuevos alineamientos; no puede ser explicado con la antigua y obsoleta teoría de la geopolítica imperial.
Se requiere un nuevo enfoque que comprenda que el gran capital financiero ya actúa por encima de lealtades geopolíticas y que explique el «desorden» actual. Una nueva repartición del mundo está en pleno desarrollo y es urgente entender su devenir. Lo que sucede en Venezuela y América Latina no está muy lejos de lo que ocurre en el Cercano y Medio Oriente y el Norte de África. ¿Los «nuevos nacionalismos imperiales» (Trump, Brexit, etc.) ya no necesitan que existan Estados nacionales en el mundo periférico y dependiente? ¿Una nueva globalización está en desarrollo? ¿La crisis económica global que se ha incubado en las últimas décadas exige una «nueva política de despojo» que arrase con la configuración tradicional de amplias regiones como pareciera estar sucediendo en Oriente Medio? ¿La gran burguesía financiera global despedazará -a voluntad y mediante un «acuerdo en las sombras»- a las naciones que posean inmensas riquezas en petróleo y gas (u otras como biodiversidad, sitios turísticos, etc.) para despojarlas con mayor facilidad de sus recursos naturales?
Si así fuera, los fundamentos teóricos de la geopolítica tendrían que ser revisados. Lo evidente e innegables es que todo está revuelto y hay que repensar y releer.
@ferdorado
Blog del autor: https://aranandoelcieloyarando
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