Traducción para www.sinpermiso.info por Leonor Març
En vísperas de Nairobi, Giuliano Battiston entrevistó para Il Manifesto al economista Samir Amin, presidente del Foro Mundial de las Alternativas. Entre los asuntos abordados, el de la inconsistencia del proyecto europeo. De las primeras reuniones de que surgió el Foro social, la que acabó llamándose «anti-Davos», pequeña pero marcadamente simbólica: participaron los representantes de las grandes fuerzas sociales víctimas de las políticas capitalistas.
¿Un capitalismo con rostro humano? «Pura ilusión». ¿Altermundialismo moderado? «Una ingenuidad». ¿Europa? «Aún no existe». Alejado de la circunspecta retórica del politically correct, incansable promotor de alternativas políticas y económicas al dogma neoliberal dominante, el economista egipcio Samir Amin ha hecho del lenguaje franco, del rigor analítico y de la pasión militante los instrumentos de su inveterada batalla por anteponer el hombre y sus necesidades al beneficio. Convencido partidario de la necesidad de acompañar las reivindicaciones de justicia social y la crítica de las desigualdades intrínsecas a la globalización capitalista de una radicalización de la lucha política capaz de unificar las multiformes energías de los movimientos altermundialistas, Samir Amin es un autor extremadamente prolífico. Sus textos son leídos y discutidos por cuantos pretenden transformar la heterogeneidad de «movimientos» en un actor político colectivo, no menos que por quienes temen las derivas politizadas de los mismos.
De acuerdo con una cierta vulgata liberal y conservadora, no sólo el mercado sería el único instrumento de regulación de la sociedad, sino que la misma promoción y universalización de los derechos dependería de los procesos de globalización económica. ¿Cómo habría que articular la relación entre globalización, en su forma actual, y derechos fundamentales?
El discurso de la ideología dominante, que establece una absoluta igualdad entre democracia y mercado, fundándose en la cual sostiene que no hay democracia sin mercado -y que el mercado mismo crea las condiciones para que se afiance la democracia-, es un discurso vulgar, puramente propagandístico, que no tiene nada que ver con la realidad histórica ni con su análisis científico. En cambio, hay una contradicción absolutamente fundamental en esa retórica dominante que, reduciendo la democracia a su dimensión meramente política, y tal dimensión sólo a la democracia representativa, la disocia de la cuestión social, que se supone regulable por el funcionamiento del mercado, o por mejor decir, de un mercado imaginario. La teoría del capitalismo imaginario de los economistas convencionales, para quienes el mercado generalizado tendería al equilibrio, supone que la sociedad está sencillamente compuesta por el conjunto de los individuos que la componen, sin tomar en cuenta las formas de la organización social, la pertenencia a la familia, a la clase social, a la nacionalidad: olvidando, pues, lo que para Marx era una verdad natural -recogida luego especialmente por Karl Polanyi-, y es a saber: que los valores económicos están «incrustados» en la realidad social.
Si entre mercado global y derechos fundamentales existe una contradicción fundamental, ¿con qué instrumentos podría construirse una vía que permitiera superar la contradicción?
No tengo recetas, pero sugiero discutir con la perspectiva de lanzar estrategias de lucha común en torno de algunos puntos fundamentales, el primero de los cuales pivota sobre la idea de que no puede haber auténtica democracia sin progreso social. Es un objetivo que va en la dirección exactamente opuesta al discurso dominante, el cual, según se ha visto, disocia ambos términos, y que anda lejos del pensamiento de los bienpensantes, social-liberales y socialdemócratas, quienes suponen que los efectos negativos del capitalismo pueden mitigarse mediante una reglamentación social parcial. Quizá habría que preterir el término «democracia» y hablar más bien de «democratización», entendida como un proceso sin fin; y recordar que la necesidad de asociar la democracia al progreso social es un objetivo que cumple a todos los países del mundo. También en los países llamados democráticos la democracia está en crisis: precisamente porque, disociada de la cuestión social, queda reducida a democracia representativa, y la solución de los problemas económicos y sociales se transfiere al mercado. Es una vía muy peligrosa: en Italia, como en otras partes, habéis votado libremente (o casi, visto que el sufragio viene muy condicionado por los medios de comunicación), y sin embargo, muchos se preguntan: para qué votar, si el parlamento afirma que algunas decisiones las imponen el mercado y la globalización. Así, la democracia se deslegitima, y se corre el riesgo de derivar a formas de neofascismo soft.
De acuerdo con su análisis, el capitalismo y la globalización han existido siempre, pero después de la II Guerra Mundial habríamos entrado en una nueva fase en la cual entra la estrategia de EEUU de extender la doctrina Monroe al planeta entero. ¿Cuáles son, a su parecer, las características de esta nueva fase de la globalización, y cuáles los objetivos prioritarios de la estrategia estadounidense?
En la base de esta nueva fase hay una transformación de la naturaleza del imperialismo (hablo de imperialismo, y no de «imperio» como Toni Negri): si hasta finales de La II Guerra Mundial el imperialismo se conjugaba en plural y las potencias imperialistas estaban en permanente conflicto entre sí, luego hemos asistido a una transformación estructural que ha dado a luz al imperialismo colectivo que yo llamo de la «tríada»: simplificando un poco, EEUU, Europa y Japón, es decir, el conjunto de los segmentos dominantes del capital que tienen intereses comunes en la gestión del sistema mundial. Este sistema, que representa una forma de nuevo imperialismo frente al 85% de la población mundial, «requiere» la guerra. Este es precisamente el punto en que se pone de manifiesto el proyecto del establishment americano, que refleja la orientación de la mayoría de la clase dirigente estadounidense, dispuesta a controlar militarmente el planeta. Los EEUU han optado por desencadenar el primer ataque sobre Oriente Medio por una serie de motivos, dos en particular: por el petróleo y, a través del control militar de las principales regiones petroleras del planeta, para ejercer un liderazgo incontestado, a fin de constituirse en una amenaza permanente para todos los potenciales concurrentes económicos y políticos. Pero también porque disponen en la región de lo que yo defino como su portaviones fijo, el Estado de Israel, a través del cual se aseguran un instrumento de presión continuada, funcional a la ocupación de Palestina y, como se ha visto, también a la agresión al Líbano.
Usted ha sostenido que el militarismo agresivo de los EEUU no es tanto un sinónimo de fuerza, como, más bien, un medio para equilibrar su vulnerabilidad económica. ¿Podría explicarnos mejor qué quiere decir?
De acuerdo con la teoría dominante, de la que desgraciadamente es también víctima gran parte de la opinión pública europea, la supremacía militar de los EEUU representaría la punta del iceberg de una superioridad en última término basada en la eficacia económica y en la hegemonía cultural. Pero la realidad es que los EEUU se hallan en una posición de extrema vulnerabilidad, que se manifiesta en el enorme déficit contraido en el comercio exterior, y de esa fragilidad deriva la la opción estratégica de la clase dirigente de los EEUU que desemboca en el uso de la violencia militar. Existen documentos del Pentágono que demuestran que los EEUU han considerado posible una guerra atómica en que las víctimas podrían llegar a 600 millones: como ha escrito Daniel Ellsberg, cercad de 100 holocaustos.
Frente al protagonismo de los EEUU, Europa parece aún incapaz de articular un proyecto político realmente alternativo. ¿Cómo debería moverse?
Por ahora, y a despecho de tantos europeos que lo auguran, no creo que Europa esté en condiciones de llegar a ser un elemento alternativo a la hegemonía de los EEUU. Tendría que salir de la OTAN, romper la alianza militar con los EEUU y emanciparse del liberalismo. Sin embargo, en la hora presente, las fuerzas políticas y sociales europeas parecen interesadas en cualquier cosa menos en un proyecto de ese tipo, al punto que -como hiciera en su día le viejo PS italiano- han reforzado más bien el atlantismo y el alineamiento con la OTAN y el liberal-socialismo. No hay hoy otra Europa a la vista. Y en este sentido, Europa no existe: el proyecto europeo es simplemente la cara europea del proyecto norteamericano.
Sin embargo, los márgenes para construir «otra Europa» existen, y usted mismo ha hablado del conflicto de culturas políticas que opone Europa a los EEUU.
Las culturas políticas de Europa se han formado en el curso de los últimos siglos en torno de la polarización entre derecha e izquierda: quien estaba a favor de la Ilustración, de la Revolución francesa, del movimiento obrero, de la Revolución rusa, a la izquierda; quien estaba en contra, a la derecha. La historia de Europa esla historia de culturas políticas del «no-consenso», que extienden el conflicto más allá de la versión reductiva de lalucha de clases. La cultura de los EEUU tiene en cambio otra historia, y se ha formado como una cyltura del consenso: consenso sobre el genocidio de los indios, sobre el esclavismo, sobre el racismo. Y sobre el capitalismo, que no se ha puesto en cuestión en EEUU, y si hay lucha de clases, no hay politización de esa lucha. De hecho, las sucesivas migraciones, gracias a las cuales se ha constituido el pueblo americano, han substituido la formación de una consciencia política por una consciencia comunitarista. Asistimos hoy a un intento de «americanizar» Europa y de substituir la cultura del conflicto por la cultura del consenso: se pretende que no haya ya derecha e izquierda, que no haya ya ciudadanos, sino consumidores más o menos ricos.
El Foro social mundial, de acuerdo con una reconstrucción superficial que ha logrado cierto eco, habría nacido a la estela de la manifestaciones altermundialistas de Seattle. Sin embargo, la historia del Foro tiene una derivación mucho menos «occidental» de lo que se cree. ¿Puede contárnosla?
El Foro social mundial es una creación tan poco occidental que el primer encuentro fue en Brasil; luego -no por casualidad- los encuentros siguientes fueron en Bombay, Bamako, Caracas y Karachi, y el Foro que empieza mañana ha elegido como sede Nairobi. Conviene no olvidar, por lo demás, que en Seattle la Organización Mundial del Comercio fue paralizada no por los manifestantes norteamericanos, sino por el voto de la mayoría de los países en vías de desarrollo. Uno de los primeros encuentros que dieron vida al FSM fue el llamado «anti-Davos en Davos», la manifestación -pequeña, pero de gran valor simbólico- organizada en 1999 por el Foro Mundial de las Alternativas, gracias a la cual los representantes de las víctimas de las políticas del capitalismo liberal pudieron discutir la agenda oficial de Davos. Éramos pocos, pero representábamos grandes fuerzas sociales: sindicatos hindúes, coreanos, brasileños, organizaciones de mujeres y campesinos, asociaciones del África occidental, defensores de los derechos sociales, movimientos brasileños. De allí nació la idea de fijar un nuevo encuentro a una escala más grande.
* Samir Amin, presidente del Foro Social que se ha inaugurado esta semana en Nairobi, es un prestigioso economista de origen egipcio.