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EZLN: un viraje fundamental

Fuentes: La Jornada

El viraje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), resultante de la sexta Declaración de la Selva Lacandona, debe ser saludado con entusiasmo porque es importantísimo para las clases subalternas de este país y para el propio zapatismo. Ahora, con el aval que le otorga una votación masiva de las comunidades indígenas y la redacción […]

El viraje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), resultante de la sexta Declaración de la Selva Lacandona, debe ser saludado con entusiasmo porque es importantísimo para las clases subalternas de este país y para el propio zapatismo. Ahora, con el aval que le otorga una votación masiva de las comunidades indígenas y la redacción por los propios comandantes de la primera parte de la sexta declaración (después reaparecen los chistes superficiales y el estilo de Marcos), el zapatismo chiapaneco hace un balance positivo de su lucha pasada, se deslinda en parte del aparatismo militar el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aunque destaca que éste fue útil en su momento para el progreso y el avance de las comunidades, pero decide pasar a la construcción de un frente político y social indígena, obrero, campesino, estudiantil y popular que luche no sólo por las reivindicaciones indígenas en Chiapas sino también por cambiar la Constitución y por una alternativa para las clases subalternas del país.

No se gana nada con llorar por la leche derramada y con decir que esta resolución, si se hubiese tomado en años pasados, habría enriquecido a los movimientos sociales, dado referentes al movimiento juvenil y a los campesinos, debilitado la influencia nociva de los aparatos partidarios sobre ellos y la captación de dirigentes, y habría influido positivamente en la reorientación de la parte sana y de base del PRD contra su aparato burocrático, y el país entonces sería diferente y el EZLN estaría menos aislado y desgastado.

Lo que ahora cuenta es cómo encarar el frente propuesto, que no puede tener sólo ese título (como el Frente Zapatista, en el cual si no se está ciento por ciento de acuerdo no hay lugar para nadie, y que se limita a citar incansable y acríticamente a Marcos), sino que debe ser realmente abierto, plural, pluricultural, y debe construirse en torno a un programa común, de clase y nacional. Porque los indígenas chiapanecos se definen frente a las clases dominantes no como multitud ni étnicamente, sino como explotados, oprimidos, campesinos, y buscan un frente de trabajadores sobre la base de una política a la vez social, nacional y antimperialista. Y porque un frente se hace con quienes están de acuerdo en lo fundamental con esa línea, aunque en otros aspectos difieran en 10, 20, 25 o hasta 45 por ciento de las posiciones y métodos mayoritarios, ya que «frente» significa aliar matices diferentes, y «democracia» quiere decir garantizar las opiniones de la minoría de la organización.

La sexta declaración, contra todo lo que declamaron tantos, demuestra que los zapatistas no sólo construyen poder en las cabezas de sus bases y gérmenes de poder estatal en las juntas de buen gobierno y en sus experiencias autonómicas pluricomunitarias y pluriétnicas, sino que también disputan el poder, en el campo político, en la escala nacional (aunque no se orienten a la toma violenta del poder estatal). Ella demuestra también que no hay una muralla china entre la política (el cambio cotidiano de las relaciones de fuerza mediante la lucha de clases y cultural) y la política institucional, y que, si bien ésta corrompe, es posible manejar materias infectas si se utilizan guantes y precauciones y se sabe cómo hacerlo, subordinando lo institucional a los cambios reales en la relación de fuerzas y en la conciencia y organización de los oprimidos.

Un frente social, de hecho, es un «partido» en el sentido no burocrático de la palabra, es decir, una corriente de opinión organizada, con una dialéctica interna. Por eso debe excluir el sectarismo, el fundamentalismo, el verticalismo y el caudillismo para poder llegar a quienes, llevados por su experiencia negativa, rechazan los aparatos partidarios, que son corruptos y fuentes de corrupción.

Por eso el EZLN debería mencionar y recordar sus limitaciones y errores anteriores, y mostrar entonces a todos sus aliados y ex aliados, muchas veces ninguneados o maltratados, que sí ha dado un viraje. Pero, sobre todo, debería pasar de la retórica y las invectivas, que llenaban las cartas de Marcos y sin duda no eran discutidas por las bases indígenas, a los análisis y a la discusión abierta con todos los que son zapatistas desde antes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) o desde la aparición misma de éste pero, no son fideístas y se permiten un «sí, pero…», que para el fiel suena a blasfemia.

No se puede hacer un frente con el propio reflejo en el espejo ni con clones: el frente se hace con sujetos, con gente que piensa. Bienvenidas sean entonces las diferencias de opinión táctica entre quienes tienen los mismos objetivos políticos estratégicos, porque dentro de una franja común debe haber espacio para una «geometría variable» de opiniones. Por último, sería peligroso que una legalización del zapatismo implicase el desarme o la aparición pública de todos los cuadros y estructuras, para que no pase lo que sucedió con el M19 colombiano, cuyos dirigentes legales fueron asesinados. Como en el MST brasileño, algunos dirigentes deberían ser públicos y otros no, y las estructuras deberían ser preservadas. Porque esta es otra batalla, pero la guerra es la de siempre.

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