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Globalización e intelectuales

Fuentes: Rebelión

La política de Bush y el pensamiento de la izquierda. Algunos apuntes El gobierno de Bush y sus acciones, con la aparición a flor de piel de ciertas «llagas» de la sociedad norteamericana, han logrado en los últimos tiempos asombrar hasta a los más decididos críticos del capitalismo realmente existente en general y de la […]


La política de Bush y el pensamiento de la izquierda. Algunos apuntes

El gobierno de Bush y sus acciones, con la aparición a flor de piel de ciertas «llagas» de la sociedad norteamericana, han logrado en los últimos tiempos asombrar hasta a los más decididos críticos del capitalismo realmente existente en general y de la gestión Bush en particular. En los últimos dos años, el poder norteamericano ha quedado al descubierto al mentir descaradamente sobre los motivos para invadir Irak; torturando en nombre de la democracia y la libertad, en Guantánamo y Abu Ghraib, y finalmente por el desamparo a sus propios ciudadanos, dejando al descubierto el «lado oscuro» de la economía de mercado en la sociedad más rica de la tierra, en los sucesos ligados al huracán Katrine. Los problemas exceden a Bush, comprometen al estado y a todo el sistema de poder, sea «público» o «privado». El país que se pretende representante por excelencia de la modernidad y la civilización, del espíritu liberal y de la democracia, se convierte en territorio de barbarie, expresada a la luz del día.

Los EEUU de hoy aparecen atravesados por una serie de fragilidades, de contradicciones que no sólo no caminan a su resolución sino que marchan a su agravamiento. El descomunal presupuesto militar de EE.UU. es financiado sobre todo gracias a la compra china y japonesa de deuda del gobierno, mientras no dejan de reducirse los impuestos para los sectores de mayores ingresos. La inversión en infraestructura y en políticas sociales disminuye, al mismo tiempo que aumenta el gasto federal y estadual en la construcción de cárceles.

El país que salió al frente del capitalismo mundial de una crisis que parecía terminal entre los últimos 60 y los primeros 70, luce hoy en medio de una crisis política y un declive de credibilidad de proporciones casi inéditas. Esa situación marca tanto posibilidades como amenazas para el resto de la humanidad. El imperio debilitado se vuelve más agresivo, y adopta posiciones cada vez más reaccionarias. Y un crucial interrogante es el de cómo enfrentar, desde el pensamiento y la acción, este nuevo estado de cosas.

Los intelectuales críticos, junto con las corrientes de izquierda en el conjunto mundial, sufrieron la caída de todo un paradigma de transformación social, predominante hasta los años 70. Creyeron tocar la victoria con las manos, y sobrevino la derrota, en muchos casos tan completa como sangrienta. El fantasma del conservadorismo comenzó a recorrer el mundo, justo cuando se esperaba el definitivo triunfo de la revolución y el socialismo. Al intelectual comprometido y revolucionario, lo reemplazó el intelectual des-comprometido, distante, escéptico, irónico, post marxista y hasta post militante, dispuesto a convivir con el poderío del gran capital y a revisar sus críticas al capitalismo y al régimen político parlamentario, a apostar al cambio gradual como tapadera de la conservación de lo existente, a preocuparse más por hacer propuestas de superficial originalidad que por transformar la sociedad en la que vive.1 El hombre de pensamiento debía readaptarse al paradigma del éxito privado, individual, en reemplazo de la inscripción del propio destino en el cambio de la suerte de los oprimidos y explotados. Estar pronto a ser asesor de los poderosos en lugar de acompañar a los oprimidos. «Hay que unirse a los que ganan» declaró Jorge Castañeda, aspirante a reformador intelectual de la izquierda latinoamericana, luego de aceptar el ministerio de RR.EE del entonces flamante gobierno de derecha de su país, México.

La idea de construir una sociedad pacífica, democrática, plural, exenta de racismos y discriminaciones; al mismo tiempo que capitalista, ha sido siempre ilusoria, pero se deshoja con toda evidencia a partir de septiembre de 2001. Las medidas de vigilancia extrema, la frecuente orden de «tirar a matar», la represión y la tortura desembozada contra rebeldes reales o presuntos, ha vuelto a ser, no solo moneda corriente, sino cada vez más algo visible, utilizado para aterrorizar, para inscribirlo en una lucha de bien contra mal planteada de la forma más irracional y maniquea posible.2

Con el gobierno de Bush y su activa promoción de una militarización global al servicio de las grandes corporaciones, se evidencia nuevamente que la causa del anticapitalismo se confunde con la de la supervivencia misma de la humanidad, o al menos con la no resignación a que ésta se hunda en la barbarie, que el ciudadano desaparezca frente al consumidor, y la democracia en el fango de una «seguridad» cada vez más lindante con el terrorismo de estado.

Después de septiembre de 2001, EE.UU aprovechó los atentados para lanzar una nueva política exterior, en la que un intencionadamente difuso «terrorismo internacional» ocupa el lugar de un enemigo cuyos alcances y límites podían manejarse casi a voluntad, para justificar una guerra expandida sobre el tiempo y el espacio, sin conclusión a la vista.3 Esta línea de acción fue acompañada por un desplazamiento a posiciones más conservadoras en todos los campos, incluyendo la política doméstica norteamericana. Parte de los conductores del gobierno norteamericano comenzaron incluso a hacer gala de su fe religiosa inspirada en variantes fundamentalistas del protestantismo. Mas allá de sus componentes de irracionalidad, el planteo de la «justicia infinita» parecía otorgar claras ventajas para los sectores de poder de EE.UU. Erigía, por primera vez desde la desintegración de la URSS, un enemigo claro a escala mundial. Cabían allí tanto los regímenes islámicos más hostiles a EE.UU, como el tradicional fantasma de Cuba y el emergente de Venezuela. Y también sujetos no estatales, desde la Al-Qaeda culpabilizada por los atentados de las Torres, hasta los zapatistas mexicanos y las FARC colombianas, pasando por movimientos no armados pero a los que se decida acusar de «complicidad» o incluso de etérea «simpatía» hacia el terrorismo. La declaración de la guerra «antiterrorista» como una suerte de estado permanente para los EEUU, que guiaría su relación con el resto del mundo, tenía como propósito de máxima, trazar una equivalencia entre la resistencia popular a las políticas del gran capital y la acción terrorista.

La señal de peligro que encendió el vuelco guerrerista y abiertamente imperial de la potencia con más elevado desarrollo capitalista y mayor poderío militar de la tierra operó, entre sus múltiples consecuencias, a modo de fuerte sacudida en el mundo del pensamiento. El ámbito intelectual de los 80 y los 90, colocado bajo el signo de los «fines» (de la historia, de las ideologías, de la política de masas), donde ya nada se definía por la positiva sino por ser «post» de la modernidad, del marxismo o lo que fuera, se ve sometido a un cuestionamiento creciente. No sólo en el debate intelectual sino en la lucha callejera e incluso mass mediática, no pudo sino registrarse la vuelta, impulsada desde la cúspide del poder mundial, a una visión del mundo confrontativa, basada en un pensamiento «fuerte», no por cierto por la complejidad de los planteos, pero sí por el dogmatismo, intolerancia y predisposición a la violencia en la defensa de las nuevas convicciones. Queda hoy claro que la historia no ha terminado, en primer lugar para un poder económico, político-militar y cultural que parece pretender un re-diseño del mundo a su gusto y placer.

El impacto desalentador del establecimiento de la «unipolaridad» en los 90 se ha disipado, pero no hay que olvidar que seguimos viviendo en un mundo que, en sus grandes líneas, es el emergente de la contraofensiva capitalista que tuvo en la disolución de la URSS uno de sus éxitos culminantes La búsqueda de la emancipación humana sigue en vigencia, en el pensamiento y en la acción, en el movimiento social real y en el análisis de la sociedad y la elaboración teórica en su torno, pero en un avance a tientas, sin acuerdos básicos sobre el camino a seguir, sobre el camino para dar un nuevo impulso al pensamiento crítico, a escal mundial.

En estas circunstancias, no sirve tildar a Bush de «fascista». Puede ser una consigna propagandística, o a lo sumo el señalamiento de una tendencia probable de desarrollo futuro. Nunca un aserto con basamento teórico aplicable al presente. EE.UU sigue viviendo bajo un sistema parlamentario, con pluripartidismo, sindicatos y otras organizaciones sociales con márgenes de independencia, y una producción cultural que sufre múltiples formas de censura pero nada parecido a un control totalitario.4 Eso hace al sistema estadounidense más insidioso en un sentido, en cuánto tiene mayores facilidades para presentarse como guardián mundial de la democracia y la libertad política (además de la de mercado, por supuesto), si bien su legitimidad en ese campo se ve erosionada, sobre todo por sus acciones externas. Como señala Miguel Urbano Rodríguez: «Desde la Guerra del Golfo, en una escalada atemorizante, la política de la irracionalidad, el antihumanismo, la opresión de los pueblos y de la sobreexplotación de los trabajadores, la destrucción del ambiente y las culturas, nos es presentada diariamente, en un bombardeo mediático, como mensajera del bien, escaparate de la democracia, síntesis de las conquistas superiores de la civilización y baluarte de su defensa.»5 Mas allá del creciente cuestionamiento a esos planteos, los medios masivos siguen reproduciendo esta versión que de algún modo «invierte» la realidad, convirtiendo al victimario en «benefactor».

Acción y pensamiento crítico en la era del capitalismo rampante

El cuestionamiento a la «globalización» capitalista expresada en privatizaciones, destrucción ambiental, mayor pobreza, desempleo y desigualdad en general, tuvo una presencia con resonancia mundial desde el alzamiento zapatista, la primera gran sorpresa para los que esperaban que la política de izquierda no tuviera otro significado, en el mundo unipolar, que un leve corrimiento «humanitario» de los postulados puros y duros del neoliberalismo.6 Además de su impacto político y comunicacional más directo, el zapatismo fue un primer núcleo de generación de pensamiento crítico renovado, que se vinculó unos años después a los movimientos de protesta que la gran prensa intentaría descalificar como «globalifóbicos» y se darían a sí mismos el nombre de «altermundistas». En ese campo se incluyeron tendencias muy variadas, desde la izquierda más radical a tibios críticos de los extremos más duros del neoliberalismo. Hubo intelectuales de prestigio, como Alain Touraine, que concurrían a los foros organizados en torno al zapatismo al mismo tiempo que seguían aconsejando el avance de las reformas neoliberales.7 Pero quedó señalado con fuerza que el fin de la URSS no era equivalente al ocaso de la izquierda radical, y que la reflexión y la imaginación en dirección a un mundo no capitalista seguían desarrollándose.

Las «modas» intelectuales expandidas en los 90′ jugaron en sentido contrario, en dirección a desalentar cualquier perspectiva radical. Pero eso sí, siempre en nombre de la diversidad y la tolerancia, en un modo de despliegue intelectual en el que el «núcleo duro» se define más por omisión que por afirmación. El disciplinamiento a la «economía de mercado» y la consideración de la democracia representativa como régimen político a perfeccionar, nunca a cuestionar en bloque, no requiere necesariamente de la celebración de esos aspectos de la realidad, apenas de la desviación de la crítica hacia factores menos centrales o relevantes del sistema social imperante. Queda lo que se ha llamado la «atracción del posibilismo», la búsqueda de producir cambios no confrontativos, que suele terminar en parálisis y derrota.8

Es que el pensamiento dominante en los 90 y aun hoy, no se expresa en un «pensamiento único», si tomamos el término en sentido estricto, lineal. Se muestra como un pensamiento múltiple, diverso, «flexible», que desarticula las posibilidades de cuestionamiento global, pero permite ampliamente la disidencia parcial, la crítica sectorizada, e incluso el pesimismo y el escepticismo general, si éste no deriva en proyectos de cambio radical. Todo un lenguaje tiende a desaparecer: «lucha de clases», «imperialismo», «clase dominante», etc. La realidad tangible pierde status frente a lo discursivo, la aspiración a la generalidad frente a un mosaico de particularidades que difícilmente vuelven a articularse. La posición abiertamente uniformadora, con rasgos de macartismo, queda hecha a un lado, y se toleran las evoluciones más diversas y las formaciones ideológicas más heterogéneas mientras acepten la «economía de mercado» y la «democracia representativa». Podrán plantear reformas, perfeccionamientos, advertir sobre tendencias ominosas dentro de ambas, pero no impugnarlas en bloque, no ir contra las relaciones sociales y políticas fundamentales. Se ofrece y se propagandiza la diversidad, se la vuelve un valor positivo, incluso en el plano comercial (ya hay empresas que tienen «gerencias de diversidad» encargadas de captar nuevos públicos entre minorías étnicas y religiosas), se hace gala de «multiculturalismo».9 Todo sobre el fondo de un consenso implícito que silencia o al menos condena a la marginalidad a quien osa no compartirlo.

El giro belicista, autoritario, posterior al 11 de septiembre y acentuado mas aun a partir de la invasión a Irak estrecha indudablemente los márgenes para cualquier ejercicio de escapismo intelectual, de soslayamiento de las relaciones sociales fundamentales, y de solazarse en la idea de un supuesto mundo donde subsistirían grandes problemas, pero el sendero central va hacia el progreso social y la prosperidad generalizada.

América Latina, por su cercanía de EE.UU, por la influencia asfixiante del estado, el capital y la cultura de masas norteamericana sobre sus sociedades, ha sido terreno privilegiado para la crítica radical de las posiciones norteamericanas. El ya mencionado alzamiento zapatista marcó un «aquí estamos» que confrontó al mundo entero con el inopinado espectáculo de una guerrilla rural, indígena, periférica en sentido triple o cuádruple (por latinoamericana, por fronteriza, por selvática, por india). El albor de siglo XXI estuvo marcado por nuevas «irrupciones» desde abajo que pusieron patas para arriba los análisis de las corrientes hegemónicas de las ciencias sociales de América Latina y el mundo. La progresiva radicalización del presidente de Venezuela Hugo Chávez, al compás de una movilización popular creciente, y las rebeliones populares que derribaron gobiernos electos pero traidores a sus promesas iniciales y serviles frente al capital en Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina, marcaron que las democracias de la concentración capitalista y la apatía popular estaban puestas bajo fuertes signos de interrogación.

Las consecuencias del 11 S encontraron entonces a una Latinoamérica diferente a la de unos pocos años antes, con el neoliberalismo rampante ya en retroceso y el conflicto social y político nuevamente a flor de piel. La amenaza y luego la consumación de la invasión a Irak desataron fuertes protestas en el continente. Esta parte de América apareció una vez más como un ámbito en que las aspiraciones políticas del gran capital encuentran resistencias importantes, capaces de hacer fracasar algunos de sus objetivos prioritarios.

Cabe señalar, en el campo específico de los intelectuales, la aparición de iniciativas como el Encuentro en Defensa de la Humanidad, convocatoria de intelectuales y artistas que partió de América Latina con rápida tendencia a expandirse a Estados Unidos y al mundo. En diciembre de 2004, ese nucleamiento que abarca académicos, artistas y comunicadores, incluyó en un documento la siguiente declaración «Condenamos el terrorismo, pero estamos contra la utilización de la llamada guerra contra el terrorismo y de la apropiación fraudulenta de valores y conceptos como democracia, libertad y derechos humanos. Rechazamos que se llame terrorismo a la resistencia de los pueblos».

En ese Encuentro y otras iniciativas del mismo sentido, reaparece la idea del sistema social injusto como productor de una amenaza real a la supervivencia de la vida humana como tal, desmitificando al difuso «terrorismo». Y también la necesidad de pensar la política norteamericana no como producto del presidente y un estrecho núcleo de asesores, sino como derivación de la sustancia cada vez más destructiva del capitalismo. El tema que hasta la disolución de la URSS se identificaba con el peligro de una guerra nuclear, aparece ahora de la mano de la amenaza bélica, del deterioro ambiental, de la destrucción ecológica que constituye la entronización del consumismo, mas allá de sus efectos alienantes y de colonización mental.

El debilitamiento del neoliberalismo, y sus límites

Los EEUU representan mucho más que lo que entraña el hecho de ser la primera potencia mundial. Son la sociedad que marcó más profundamente el siglo XX, tanto en el terreno económico como en el político y el cultural, la del modo de organización social y de vida cotidiana con características más expansivas. Constituyen el ícono no sólo del capitalismo, sino también del liberalismo democrático, que mantienen como sistema político desde la Guerra de Independencia. El deterioro creciente de la coherencia intelectual y credibilidad de sus políticas, tanto en los actos como en el discurso, de la sociedad rectora del capitalismo mundial y de su envoltura institucional preferida, no es un problema norteamericano, sino de la sociedad capitalista a nivel mundial.

Estar contra Bush a través de un discurso condenatorio de la invasión de 2003, es hoy bastante sencillo. Lo problemático es encarar una crítica sistemática de lo que representa su gobierno, en cuánto a un nuevo «salto de calidad» de la agresividad del capitalismo más concentrado.

El «empantanamiento» iraquí, con la resistencia a la ocupación en creciente desarrollo, marca un impasse, un momento ya muy diferente de aquél en el que el gobierno norteamericano lanzó la operación «justicia infinita» y emprendió la «retaliación» en Afganistán con un éxito militar fulminante, al menos en apariencia. La situación trae ecos de Vietnam, mientras que ciertos síntomas de «endeblez» tanto de la economía norteamericana en general, como de sus finanzas estatales en particular, agiganta la idea de que el Imperio no es, ni mucho menos, invulnerable.

Con todo, no cabe pensar que la situación se ha modificado radicalmente. Después de producir grandes reformas y de manifestarse sus consecuencias deletéreas, ciertos postulados del capitalismo actual se han convertido en sentido común, se encuentran en el «ambiente» sin necesidad de prédicas ni afirmaciones doctrinarias. Las manifestaciones más abiertamente conservadoras e incluso reaccionarias dejan de proclamarse a voz en cuello para integrarse al «paisaje». Podría decirse que del neoliberalismo «explícito» se ha pasado al neoliberalismo «implícito». Muchos pensadores, y no pocos activistas sociales y políticos, denostan públicamente al neoliberalismo, al mismo tiempo que se niegan sigilosamente a discutir sus corolarios. Insisten en la tentación de rehuir la confrontación con el poder del gran capital, de replegarse a lo local y a la «micropolítica» abandonando lo «macro» a quiénes ya detentan el poder, de construir un «pensamiento débil» que abandone la ilusión de alcanzar transformaciones sociales de importancia.

Se insiste en la búsqueda de hipotéticos «terceros caminos» que supuestamente permitan «domar el tigre» de la concentración capitalista a escala mundial, limándole las uñas. Pero ese talante está puesto seriamente en crisis a partir del viraje abiertamente agresor e imperialista de la política estadounidense, en estrecha alianza con un amplio sector de las grandes corporaciones, interesadas en el «rediseño» del mundo para hacerlo más a la medida de su búsqueda de negocios rentables, incluyendo la guerra y la reconstrucción o rehabilitación de lo demolido por ésta en un lugar destacado.

Los términos que se utilizan para la crítica, y el lugar donde se colocan los énfasis, no son indiferentes. El continuo repiquetear sobre la «exclusión» sin hablar de explotación y alienación, contiene el mensaje implícito de que estas últimas son aceptables, a cambio de tener oportunidad de acceso al trabajo (o a la asistencia compensatoria, en último caso) y por tanto al mercado de consumo

A modo de conclusión

Los grandes poderes de alcance mundial poseen una inmensa red de producción y difusión de ideas que le responde por canales directos o indirectos. Permite y hasta celebra la diversidad de orientaciones, el espíritu de crítica, hasta un talante opositor; siempre que éstos no apunten contra los supuestos fundamentales de su política. Se condena la desocupación y la pobreza, por ejemplo, pero se «rescata» como sanas medidas modernizadoras a las políticas de desregulación, privatización y «flexibilización» laboral que las hicieron posibles.

La práctica del «libre mercado» no necesita proclamarse a voz en cuello para funcionar. El pensamiento que deja de lado la centralidad de las relaciones de producción, abandona la crítica a la concentración capitalista, presenta las injusticias y desigualdades como «consecuencias no deseadas» y no como resultado inexorable de cierto modo de ver el mundo, forma parte de una apología implícita del supuesto capitalismo de libre competencia, que en realidad funciona como concentrador, tendiente a la monopolización y a la exclusión.

Pero los defensores del orden actual se enfrentan hoy a un problema de difícil solución: el espejo en el que mirarse, la sociedad vencedora de la «guerra fría», ha dejado nuevamente de ser creíble como modelo de democracia y libertad, e incluso hasta en su carácter de sociedad próspera. Los índices de pobreza, el encarcelamiento masivo de jóvenes negros, la mala calidad de las políticas sociales, la asunción explícita por el estado de estrategias tributarias y de gasto público que no hacen más que reproducir el sentido concentrador y excluyente del curso «espontáneo» del capitalismo norteamericano, restan eficacia a la apología del mercado libre y la representación política.

Frente a ello, la idea del intelectual militante, articulado con las luchas sociales y los movimientos que la sustentan, fundido con los mismos, «orgánico» en el sentido gramsciano, tiene un mundo por ganar en la lucha contra el capitalismo del siglo XXI. El establishment compele al aislamiento académico, o en su defecto a una articulación que mire siempre hacia arriba, hacia el poder, en que el intelectual termina siendo un «técnico» al servicio de la legitimación, un «funcionario de la ideología» orientado por las grandes empresas o el estado. Como ya enseñaba Gramsci, no hay intelectuales «puros», asumirse como tal sólo revela ignorancia o mala intención El sometimiento del pensamiento a estandares «productivos» cuya observancia hubiera excluido a Karl Marx o Max Weber de cualquier sistema de investigación, la construcción de criterios de «imparcialidad» que llevan a desconfiar del estudioso cercano a partidos de izquierda o movimientos de protesta, pero consideran inobjetable el padrinazgo o la financiación por grandes empresas u ONGs ligadas a las mismas, son enemigos a ser combatidos, mecanismos de adaptación que el sistema produce para otorgar al pensamiento una libertad condicionada a la irrelevancia, a la carencia de compromiso con la acción transformadora.

En nuestro continente, la atracción de los movimientos de protesta social, desde los zapatistas a los piqueteros, de los Sin Tierra brasileños al movimiento indígena boliviano o ecuatoriano, junto con el asombroso proceso de radicalización en Venezuela, viene contribuyendo a generar crecientes atisbos de un nuevo modo de pensamiento cuestionador, crecientemente capaz de desdeñar cualquier refugio en ortodoxias sin por eso abandonar la idea rectora de que el mundo actual no puede ser «mejorado» sino transformado de raíz. Bulle una producción intelectual que articula la universidad y la militancia, la escritura y la acción, que estudia fenómenos novedosos y radicales al mismo tiempo que se compromete activamente con ellos. El impulso antiimperialista, en clave no nacionalista sino de un internacionalismo nuevo, sin «estados guías» ni uniformidades doctrinaristas, juega un papel importante en la constitución de una nueva praxis transformadora, con un asiento popular multifacético que re-crea constantemente las formas de organizarse, los modos de acción, el lenguaje en que expresan sus ideas y los vehículos para propalarlas.

El repudio puntual al viraje autoritario y ultraconservador que Bush simboliza, puede inscribirse en una perspectiva que no debe teñirse de «antinorteamericanismo» sino que necesita procesarse como crítica radical y rigurosa al poder del gran capital mundializado, como vindicación de los oprimidos y explotados que, impulsados desde arriba a la fragmentación y el aislamiento, pueden generar una respuesta a su vez global, totalizadora, que no se conforme con menos que el final de la explotación y la violencia.

Notas

1 Un autor llama la atención acertadamente sobre las implicaciones epistemológicas de los posicionamientos éticos y políticos, como modo de defensa de la actitud militante en la investigación y elaboración intelectual: «Las posiciones éticas y políticas son constitutivas del piso epistemológico y de las perspectivas teóricas de nuestras investigaciones; y así también de las preguntas y de los métodos. De este modo lo son también de los resultados de las investigaciones, y ello tanto respecto de su contenido, como de su forma: publicaciones. Las preguntas de investigación no son las mismas, ni tampoco los métodos, si lo que se pretende es «escribir» estudios, sino «objetivos» al menos «distanciados», que si se pretende producir algún tipo de saber útil a los intereses de algún actor social.» «Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder». Daniel Mato (www.globalcult.org.ve)

2 «…los estados de todo el mundo están aprovechando la situación para aumentar la vigilancia de los grupos disidentes, intensificar el control de los extranjeros, restringir lo que se ha ganado a través de las luchas por los derechos humanos, aumentar la censura, incrementar los gastos en policía, ejército y seguridad privada.» John Holloway y Eloísa Peláez , «La guerra de todos los estados contra todos los pueblos en AA.VV La guerra infinita. Hegemonía y terror mundial, Clacso, 2002, p. 164.

3 Afirmaba Emir Sader, aun antes de la invasión a Irak: «Los Estados Unidos se colocaron un tipo de objetivo- erradicar lo que consideran las raíces del terrorismo, incluidos gobiernos que les protejan o apoyen- que permite una continuidad indefinida de su militarización de los conflictos, mucho mas allá de la caída del gobierno de Afganistán o eventualmente de la captura de Bin Laden.» Emir Sader «Hegemonía y contrahegemonía en tiempos de guerra y recesión» en AA.VV La guerra infinita. Hegemonía y terror global. Clacso

4 Quizás el intento más sólido de fundar el carácter fascista de la actual experiencia norteamericana es el de Domenico Losurdo, por ejemplo en «Guerra preventiva, americanismo, antiamericanismo.» en Metaphilosophy, Vol. 35, Nº 3, April 2004. Pero el autor se refiere a aspectos de la ideología, y a las prácticas externas, adoptando una definición de «fascismo» que no resulta del todo convincente.

5 Miguel Urbano Rodríguez. «Lo obvio difícil: hacer transparente la amenaza a la humanidad.» en Esta Semana (www.cip.cu), 28/06/02

6 La receta de un neoliberalismo «atemperado» por ciertas medidas humanitarias, fue hecha circular en los años 90, particularmente por el Banco Mundial, con eco en sectores de izquierda. Cf. Massimo Modonesi. «Degeneración y regeneración de la izquierda mexicana. Reflexiones sobre la coyuntura.» Ponencia presentada en Mesa Redonda «Os desafíos da esquerda na América Latina. Mímeo. Río de Janeiro, 2005. p. 6.

7 Al igual que otros propulsores intelectuales de una especie de atenuación del neoliberalismo en clave socialdemócrata, Touraine elogia en los zapatistas y en otros movimientos indígenas, el abandono de posiciones de «ruptura» y desarrollado políticas «activamente democráticas», lo que señala como un cambio respecto a las posiciones anteriores al hundimiento de los sistemas soviético y cubano (sic). cf. Alain Touraine «¿Nuevos movimientos sociales?» en ¿Cómo salir del neoliberalismo? Paidós. Mexico 2000. pp. 53 a 80.

8 Afirma Atilio Boron: «Ante la imposibilidad objetiva y subjetiva de la revolución, rasgo que caracteriza al momento actual no sólo de Brasil sino a escala mundial, una mal entendida cordura podría tentar a gobiernos reformistas a adoptar una política contemporizadora. El único problema con esa estrategia es que la historia demuestra que hay un tránsito imparable desde el posibilismo al inmovilismo y, luego, a una catastrófica derrota.» A. Boron. «Brasil 2003. Los inicios de un nuevo ciclo histórico». en Rebelión. Enero de 2003 (www.rebelion.org)

9 «Algunas corrientes de filosofía política denominadas «multiculturalistas» se limitan a reivindicar un Estado multicultural, donde convivan culturas distintas, sin que ello provoque un cambio estructural de la sociedad. De esta manera, la filosofía liberal ahoga y bloquea la proyección emancipatoria de la diversidad.» J. L. Rebellato. «La globalización y su impacto cultural.» en www.franciscanos.net/teologos.