Parece difícil que la paz retorne a las calles de Bangkok: luego de la sangrienta represión del sábado 10 y domingo 11, el gobierno de Tailandia salió a perseguir a los líderes de una masiva protesta democrática. El enorme campamento policial de Marukhathayawan, vecino de Hua Hin, una localidad turística al sur de la capital, […]
Parece difícil que la paz retorne a las calles de Bangkok: luego de la sangrienta represión del sábado 10 y domingo 11, el gobierno de Tailandia salió a perseguir a los líderes de una masiva protesta democrática.
El enorme campamento policial de Marukhathayawan, vecino de Hua Hin, una localidad turística al sur de la capital, es uno de los seis sitios preparados para alojar a los dirigentes del Frente Unido por la Democracia y contra la Dictadura, cuyos seguidores enfundados en camisetas rojas han sumado cientos de miles desde mediados de marzo.
El Frente Unido reclama la disolución del parlamento y la celebración de elecciones generales. Tailandia es una monarquía constitucional, pero desde el golpe de Estado militar de 2006, las Fuerzas Armadas institucionalizaron una tutela permanente.
«Se designaron seis lugares diferentes para alojar a los detenidos, según el decreto de estado de emergencia», dijo Panitan Wattanayagorn, portavoz del gobierno del primer ministro Abhisit Vejjajiva. Entre otras instalaciones, se los recluirá en dos «bases de control fronterizo, en Hua Hin y en Lopburi», agregó.
Esas bases policiales y militares «no son prisiones», dijo Panitan. Las autoridades «seguirán la misma política de detenciones que aplican en las turbulentas provincias del sur del reino, donde la insurgencia ha causado casi 4.000 muertes en los últimos seis años», sostuvo.
Una fuerza militar de 400 efectivos de Lopburi, sede de las tropas especiales del ejército, encabezará las redadas de los dirigentes de los camisas rojas, aplicando todo el poder que les otorga el estado de emergencia. La policía, facultada para actuar sin orden judicial, ya empezó las batidas en las casas de algunos líderes.
«El gobierno de Abhisit está haciendo una apuesta. Hay conflictos legales y de seguridad que deberá afrontar», dijo a IPS un diplomático occidental. «Pero con esta temperatura política, las pasiones se van a encender más y provocará una respuesta agresiva», advirtió.
Ese es el resultado que la administración de Abhisit ya consiguió cuando envió tropas a disolver una protesta del Frente Unido el sábado 10 en un sector histórico de Bangkok, usando munición letal.
Se inició entonces una furiosa batalla que hasta este miércoles ha dejado 18 civiles y cinco soldados muertos y más de 850 heridos, la mayoría no uniformados.
El lunes, Abhisit habló de actos «terroristas». Hay evidencias de que hombres armados, usando máscaras y camisas negras, dispararon al ejército desde atrás de las filas de manifestantes rojos pertrechados apenas con cañas de bambú y palos de madera.
«El fin más inmediato es separar a los terroristas de la gente inocente», dijo el primer ministro, un patricio educado en la británica Universidad de Oxford en un mensaje televisado y transmitido en todo este país del sudeste asiático.
«El gobierno suplica la cooperación de la gente inocente para aislar al movimiento, y a las autoridades que procedan con las medidas apropiadas para resolver el problema», agregó.
«Acusar a ‘terroristas’ del baño de sangre no elimina el hecho de que lo ocurrido fue un enorme error de inteligencia», dijo un diplomático asiático en una entrevista. «Por lo que dicen los militares y el gobierno, no esperaban una respuesta de ese tipo. ¿De dónde obtienen la información y cuán creíbles son sus datos?», se preguntó.
De hecho, las propias autoridades habían acusado de inclinaciones violentas al Frente Unido, al «acusar a los camisas rojas de casi 30 misteriosas explosiones en Bangkok en las últimas semanas», añadió el diplomático.
«Hasta ahora ningún camisa roja fue detenido por esas bombas. Pero si había un vínculo, entonces el ejército debió prever los problemas del 10 de abril», señaló.
La presencia de provocadores, o la «tercera mano» como se los llama en Tailandia, agrega otro problema al gobierno de Abhisit: individuos dentro del ejército que aprovechan una represión de las autoridades para provocar el caos.
Varios testigos confirmaron que los enmascarados negros que dispararon contra los militares actuaban con gran eficiencia y un alto grado de entrenamiento.
«Los intentos del gobierno de no responsabilizarse de las muertes, diciendo que sus tropas no usaron proyectiles letales, no son más que propaganda», dijo el académico alemán Michael Nelson, que se ha dedicado a escribir sobre este país.
Este discurso está destinado a justificar «la permanencia de este gobierno, al contrario de lo que ha ocurrido desde los años 70: los gobiernos siempre renunciaban luego de una represión violenta de manifestantes», explicó Nelson a IPS. «Es una táctica de sobrevivencia difícil. Esta administración ya tiene 23 cadáveres encima».
La presión crece de parte de los camisas rojas, que parecen contar con apoyo de sectores de todas las clases sociales, pero en especial de los pobres de las ciudades y de las zonas rurales empobrecidas del cinturón arrocero del noreste.
Radioemisoras comunitarias de esas áreas difunden agrias denuncias de simpatizantes del Frente Unido, conmocionados por los muertos y heridos.
«No podemos permitir que permanezca Abhisit en el gobierno», dijo a IPS un arrocero de la nororiental provincial de Udon Thani. «Seremos más los que iremos a Bangkok si sigue en el poder».
El Frente Unido, cuyo patronazgo político ejerce el fugitivo magnate y ex primer ministro Thaksin Shinawatra (2001-2006), se convirtió en imán del descontento antigubernamental.
Desde mediados de marzo, su reclamo de nuevas elecciones ha reunido hasta 150.000 manifestantes en ciertos actos.
El reclamo de nuevas elecciones obedece al cuestionable mecanismo que permitió la formación del gobierno de Abhisit: un acuerdo fraguado con los militares en lugar del mandato popular.
«Es evidente que la supervivencia del gobierno depende del respaldo que le presten los militares», dijo Nelson.