En su actual gira por Asia, el gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, podrá ofrecer a sus anfitriones un nuevo producto de exportación mexicano, competitivo en el mercado de la represión no tanto por su originalidad o porque se produce con mano de obra barata reclutada entre los cuadros policiales y paramilitares de la entidad, […]
En su actual gira por Asia, el gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, podrá ofrecer a sus anfitriones un nuevo producto de exportación mexicano, competitivo en el mercado de la represión no tanto por su originalidad o porque se produce con mano de obra barata reclutada entre los cuadros policiales y paramilitares de la entidad, sino por la magia de su nombre: «el calor de Jalisco». El método de apremios ilegales puede ser aplicado a discreción contra todo tipo de jóvenes, de preferencia chilangos y cegehacheros de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y ha sido experimentado, también, con extranjeros altermundistas, a quienes, como quedó demostrado en las razzias que coronaron la cumbre de Guadalajara, los denuncia su propio aspecto «sucio, vandálico y subversivo».
La nueva tortura, que lleva el sello panista de la «casa Jalisco», consiste en colocar una bolsa de plástico sobre la cabeza del prisionero, que debe ser tomado de los brazos por dos profesionales del interrogatorio para que no ofrezca resistencia, mientras otro «especialista» en la técnica de arrancar confesiones lo golpea de manera fuerte y repetida en el estómago, con un garrote envuelto en esponja, para que no deje huella. Según narró Jorge Octavio Castilla, víctima propiciatoria del terror azul y quien se encuentra preso en Puente Grande, «cuando me doblaba del dolor y quería jalar aire por la boca, sentía que me ahogaba por el plástico en la cara». El propio Castilla denunció que fue sometido a otras variables del rosario de técnicas de «interrogatorio» (el conocido «tercer grado» de la Gestapo), que contienen los viejos manuales de la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono, a saber: toques eléctricos en los genitales, ataques sádicos y simulacros de violación, presión sicológica, golpes, privación del sueño.
Otro método recurrente en estos días en las crujías de Guadalajara, que reproduce la fórmula utilizada por el ejército de ocupación de Estados Unidos en Irak -aplicada en los años 70 en los centros de detención de las dictaduras del Cono Sur-, fue hacer desfilar al prisionero entre una doble fila de guardianes, bajo una lluvia de golpes aplicados con saña, en su tránsito hacia el lugar de aislamiento y castigo, en los sótanos de la Secretaría de Seguridad Pública de la capital tapatía, denominado «celda cero». No faltó la amenaza de impronta nazi: «De aquí los llevamos a la cámara de gas». Según consta en el testimonio de Gustavo Hernández, poeta jalisciense, fue sometido a un simulacro de ejecución: «Un tipo sacó su pistola, cortó cartucho y me la puso frente a la nariz. ‘A ti ya te cargó la chingada’, me dijo». A Mauricio Uribe, prisionero en Puente Grande, «lo desnudaron, lo pusieron en el centro del patio y le echaron agua fría». Como en Auschwitz, al entrar al penal los jóvenes fueron rapados.
El valiente relato de Norma Martínez, estudiante de la Facultad de Psicología de la UNAM, quien estuvo detenida en el Escuadrón de Apoyo de la policía de Guadalajara, revela el patrón represivo de moda, que combina la desnudez de la víctima, la humillación, el ataque sádico y el uso de la fotografía del horror. «Nos hicieron desnudar (…) nos tomaron fotografías individuales y grupales (…) todo el tiempo nos insultaban y ejercían presión sexual sobre nosotras: ‘perras, putas, sucias, cabronas, pendejas’ era lo más recurrente. Amenazaron con matarnos, violarnos y desaparecernos; nos decían que nos iría peor que a los presos de Irak (…) después dijeron que nos soltarían en 10 minutos, pero nos sometieron a tortura sicológica durante seis horas (mientras) nos decían ‘parecen Magdalenas putas y lloronas'».
Fresco el impacto de las instantáneas registradas en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, cabe preguntarse: ¿por qué las fotos? ¿Para qué? ¿Por qué dejar pruebas? ¿Son material didáctico, pedagógico, instrumento de enseñanza para un mejor aprendizaje de potenciales profesionales de la tortura? ¿Un mero registro burocrático, síntoma de una racionalidad administrativa de rutina que crece con la centralización tecnocrática? ¿Qué implica, hoy, en Jalisco, después de los sucesos de Irak, la tortura con un cariz sexual, cuasi pornográfico? ¿Qué motiva ese regodeo en la violencia en quienes aplican la tortura sistemática? ¿Cuál es el mensaje? Está claro que se utilizó la tortura para arrancar confesiones de manera ilegal, totalitaria, no para obtener información.
Pero además, ¿se quiere infundir temor, miedo? ¿Terror entre los jóvenes? ¿En toda la población? ¿Es Guadalajara el laboratorio de un proyecto global en curso, que se combina en la coyuntura con el presunto asesinato del estudiante de la UNAM y la Escuela Nacional de Antropología Pável González, capitalizado con fines de intimidación por grupos de ultraderecha como El Yunque y Apocalipsis; las redadas indiscriminadas y el toque de queda en el municipio panista de Tlalnepantla; la emergencia del liderazgo autoritario, populachero y fascistoide de Jorge G. Castañeda, y los llamados de formadores de opinión a la implantación de la pena de muerte como «imperativo categórico para salvar al Estado» de la «criminalidad» (Oscar Mario Beteta dixit)? ¿Acaso se pretende sustituir la política de partidos por el control y la «seguridad»? ¿ Está México acercándose hacia un estado de excepción?
¿Se sitúa, finalmente, la tortura, como dice Michel de Certeau, «en el campo de un proceso ideológico que sustituye a la polifonía social vivaz (por) una dicotomía totalitaria entre ‘lo pulcro’ (ético, político o social) y el carácter de exclusión de lo ‘sucio’ que marca la diferencia»? ¿ Estamos ante una nueva denominación que organiza el actuar: judío, gitano o subversivo ayer, chilango, cegehachero o zapatista, como sinónimos de «terroristas» hoy, para designar a alguien al suplicio? ¿Será nuevamente la tortura, como en la época de la guerra sucia, la bisagra de lo que es necesario eliminar para que reine el orden? ¿Se trata de excluir ‘lo sucio’ para que ‘lo pulcro’ del sistema pueda continuar funcionando?