Luego de una nueva conmemoración del Día Internacional de las Trabajadoras y Trabajadores en el mundo este 1 de mayo, en un contexto actual de emergencia sociosanitaria y de crisis civilizatoria, se hace importante repensar el sindicalismo actual, el cual aún mantiene en muchos casos una mirada productivista, centrada en la contradicción capital-trabajo, la cual invisibiliza otras luchas provenientes de movimientos críticos al extractivismo, androcentrismo y colonialismo imperante.
Un sindicalismo clásico, heredero de la revolución industrial y del movimiento obrero europeo, el cual se consolidó en los países occidentales durante el siglo XX, gracias a la reivindicación de derechos sociales y económicos de los trabajadores, sostenida por miradas de izquierda eurocéntricas, antropocéntricas y patriarcales, que si bien problematizaron los procesos de explotación y de acumulación capitalista, no fueron más allá de los límites de un proyecto moderno fundado en la conquista de millones de indígenas, mujeres y de la propia Madre Tierra.
Si bien es cierto que las luchas de organizaciones obreras han sido fundamentales para democratizar el sistema productivo y garantizar así ciertos derechos para las y los trabajadores en todo el mundo, con la aparición del capitalismo financiero, el movimiento sindical ha sufrido una fuerte fragmentación, como resultado de políticas neoliberales, las cuales le han quitado la centralidad al trabajo como fuente de integración social, derivando en mero empleo y abriendo paso a una sociedad de consumo.
Esto sumado a una fuerte burocratización de muchos sindicatos, tanto en el mundo capitalista como en los llamados socialismos reales, en donde han conformado estructuras verticales, jerárquicas y clientelares, en donde la partidocracia y miradas estadocéntricas no han hecho otra cosa que limitar su democracia interna y su autonomía para generar procesos de trasformación, que sean capaces de integrar nuevas demandas, como las provenientes del feminismo, ecologismo y anticolonialismo
Por lo señalado anteriormente, nos parece que el debilitamiento del sindicalismo en el mundo, no solo responde a la aparición de un capitalismo financiero y de nuevas formas de explotación y flexibilidad laboral, hoy en día en pleno proceso de digitalización, a través del llamado teletrabajo, sino a sus propias estructuras patriarcales y coloniales, incapaces de ir más allá de una mirada economicista del mundo.
La fallida experiencia de los nuevos progresismos latinoamericanos, en donde muchos de ellos nacieron de importantes procesos constituyentes para la región (Venezuela, Ecuador y Bolivia), no responde solamente a un marco imperialista, dominado aún por Estados Unidos, sino por caudillismos autoritarios, sostenido muchas veces por un sindicalismo clásico que no es capaz de ver más allá de los anteojos de una izquierda clasista que aún cree estar por sobre la vida, al profundizar el extractivismo patriarcal en los territorios.
De ahí que no deba sorprender que el sindicalismo clásico siga usando términos impuestos por las elites gobernantes, como los son el progreso, el desarrollo, la lucha contra la pobreza, el cuidado del medioambiente, la equidad del género, y en el mejor de los casos solo tematicen nociones estructurales mucho más amplias, como lo son la plurinacionalidad, el buen vivir, la soberanía alimentaria, la justicia ambiental, las cuales provienen de un pluriverso de experiencias democráticas en el mundo, que van mucho más allá del tradicional discurso de clase de izquierda.
Una tematización desde el mundo sindical clásico como de los gobiernos denominados de izquierda o progresistas, los cuales aún no quieren entender que la lucha de las mujeres, campesinos, indígenas, negros, disidencias sexuales, locos, es algo transversal y están conectadas también con los procesos de acumulación capitalista. En consecuencia, la transversalidad de luchas debe primar por sobre el discurso reduccionista de clase tradicional, el cual aún no concibe el cuerpo como territorio, por ser heredero de la lógica industrial.
En síntesis, se hace necesario superar el sindicalismo clásico, aún fuertemente presente en nuestros países, dando paso a un ecosindicalismo en clave territorial, el cual no anteponga unas luchas por sobre otras, ya que solo así podrá generar alternativas reales a través de la convergencia entre distintos sujetos de transformación.
No es casualidad que aún persista un discurso sindical, que sostenga colonialmente la idea del 1 de mayo como Día Internacional de Las Trabajadoras y Los Trabajadores a nivel universal, siendo que si bien responde a un homenaje a los mártires de Chicago de 1886, deja fuera otras experiencias de lucha por fuera del Norte Global.
Andrés Kogan Valderrama. Sociólogo diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable. Magister en Comunicación y Cultura Contemporánea Doctorando en Estudios Sociales de América Latina. Editor de Observatorio Plurinacional de Aguas www.oplas.org