El mayor problema que vivimos este siglo (y que arrastramos «como una ominosa sombra») es el de las migraciones. Si no hallamos una solución global y humanitaria (lo que incluye cambios drásticos en la política y el sistema económico internacional), no solo veremos el auge de la extrema derecha en el mundo sino también un debilitamiento de los pilares básicos de la democracia e incluso su mutación en una sociedad orweliana.
En Sudáfrica, país que tiene una población de 55 millones de habitantes, viven aproximadamente 4,2 millones de inmigrantes, la mayoría negros procedentes de Nigeria, Somalia y el Congo; de ese colectivo, 1,8 millones son mujeres, según datos facilitados por la ONU en 2017.
La gente que arriesgó su vida para entrar en el país más próspero de África sufre frecuentemente ataques xenófobos que están dejando un lamentable reguero de sangre (a los asesinatos hay que añadir la destrucción de residencias marginales de los inmigrantes) en la nación que refundó Nelson Mandela (1918-2013).
«Las personas que emigran a Sudáfrica normalmente son pobres y carecen de formación cualificada al igual que muchos, muchos sudafricanos negros», declaró a la BBC la ministra sudafricana de Relaciones Exteriores Nadeli Pandor (1).
Nadeli Pandor reconoció que el problema la desborda y que el Gobierno está haciendo todo lo posible por frenar las oleadas de violencia que padecen los inmigrantes, lo que se debe principalmente a las terribles desigualdades sociales y a los altos niveles de pobreza que persisten en Sudáfrica.
Según un estudio del Centro Africano de Migración y Sociedad (ACMS, siglas en inglés), «los ataques xenófobos encontraron sus mayores picos en 2008 y 2013, con 110 y 80 asesinatos aproximadamente en cada uno de esos dos años».
El presidente sudafricano Ciryl Ramaphosa (de 67 años) confesó recientemente a una cadena de televisión local que «se sentía avergonzado, muy avergonzado», porque todo lo que está pasando en Sudáfrica -subrayó- va en contra de los valores por los que luchamos durante tanto tiempo para acabar con el racismo y el apartheid.
Para explicar este fenómeno (pues lo que está ocurriendo en Sudáfrica rompe con el esquema del tradicional racismo de «la supremacía blanca sobre los negros u otras razas») es necesario poner énfasis en las siguientes realidades que son «auténticas bombas» de descomposición social:
EL PARO: El desempleo en Sudáfrica afectó durante la última década al 40% de la población.
LA POBREZA: La mitad de los habitantes del país (unos 23 millones de personas) viven por debajo del umbral de la pobreza, según estadísticas oficiales.
LA DESIGUALDAD SOCIAL: El 10% de la población acumula el 90 por ciento de la riqueza del país. El 55% de los millonarios de Sudáfrica son blancos. El restante 45% por ciento de ricos son mestizos y negros.
«Muchos empleadores contratan a inmigrantes sin papeles por un salario más bajo que el que les correspondería pagar a los locales», señala Hussein Salomon en un estudio publicado por «Human Security Project» que fue ratificado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Por su parte el Comité español de ACNUR ha señalado que «aunque Sudáfrica es el país más desarrollado de África, las desigualdades sociales heredadas del apartheid siguen siendo un lastre importante, ya que millones de personas se han visto atrapadas en la pobreza».
España y Europa
En España la derecha y, especialmente, la extrema derecha, reconocen el problema de los inmigrantes y, como todos sabemos, proponen soluciones drásticas para acabar con el flujo de personas que huyen de las guerras, la hambruna, etc. La izquierda está dividida entre los que se niegan a analizar el fenómeno con la urgencia y seriedad que requiere, lo que conlleva políticas de integración social eficaces. Y los que reconocen que «el problema es de suma gravedad y que en el futuro podría tomar dimensiones descomunales», entre otras razones, por el cambio climático. En este último grupo se encuentran personalidades como Julio Anguita (Fuengirola 1941), el Gran Califa Rojo, quien en unas declaraciones hechas (el 28/07/2019) a «Cordópolis» dijo:
«La inmigración es un problema, no quiero que se utilicen esas palabras para decir que estoy en contra de los inmigrantes (…) ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los dejamos que vivan en campos de concentración en Turquía (algo que no gusta a nuestra conciencia)? No estoy de acuerdo en cómo estamos tratando el problema de la inmigración, tanto a nivel político como «en la calle» (…) Estamos olvidando cómo trataban a aquellos españoles que iban con su maletilla a Francia o a Alemania».
Tanto Julio Anguita como Philippe Martinez (Suresnes, Francia, 1961), secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), el sindicato más importante de Francia, coinciden en que es un problema político y que estamos lejos de tomar las medidas que se requieren para minimizar esa tragedia que precisa, entre otras cosas, políticas integradoras bien planificadas y un gran esfuerzo educativo y humanitario.
«El problema no es la inmigración ni el trabajo ilegal (el lo llama dumping) sino la falta de derechos» que tienen esas personas, dijo Philippe en una entrevista concedida a «Cuarto Poder», que hace pocos días se volvió a publicar en Rebelión.
Philippe resaltó -en línea con Julio Anguita- que estamos escondiendo la cabeza debajo del ala, y recordó: «Mi apellido es Martínez. Cuando mis antepasados vinieron a Francia oyeron (acerca de los inmigrantes) las mismas cosas que escuchamos nosotros ahora«.
Escribo estas líneas después de ver en la ciudad donde resido a dos jóvenes españoles dando una patada por detrás a un inmigrante negro que paseaba por la calle. Quizás acababa de atravesar ese charco de sangre que antes, con la cabeza alta, llamábamos Mar Mediterráneo. Las cuerdas de los violines están rotas para que la orquesta toque el Himno a la Alegría de Beethoven, «ese que iba a ser ´el alma´ de Europa.»
Conclusión: Las migraciones de África y Asia a Europa, entre los Estados africanos, de América Latina a EEUU, etc. Los desplazamientos de poblaciones a causa de las guerras o la hambruna (o simplemente que buscan una vida mejor), fenómenos que se agrandan día a día, requieren soluciones urgentes e inaplazables, ya que afectan a la seguridad y estabilidad del planeta, así como a la convivencia en un mundo multicultural donde es absurdo e inhumano levantar muros y fronteras. Si dejamos que se multipliquen los dictadores de extrema derecha («tiranos» que suelen coincidir en negar el cambio climático) seguiremos viendo la aparición de tipos como Donald Trump en EEUU, «El Mesías» Bolsonaro en Brasil o Santiago Abascal en España. Europa no puede seguir «poniendo parches a la tragedia» y dando cheques a Turquía (p. ej.) para que alimente a 3,6 millones de refugiados sirios, a los que teme «como si fueran leprosos». Insisto, sin cambios drásticos en el sistema económico internacional y reformas educativas y políticas que tengan en cuenta «los DD.HH» de la totalidad de los habitantes del planeta, estamos abocados a un fascismo planetario, a no ser que la inteligencia se imponga y «no sea devorada por la condición humana».
Nota
1- Dicha entrevista -que tuve el deshonor de ver íntegramente- se emitió recientemente en el programa «Hard Talk». En ella Nadeli Pandor, de 65 años, se quejó varias veces de que Occidente solo informara de las cosas negativas de su país como la xenofobia y la violencia machista (otro de los problemas graves de Sudáfrica) e ignorase, entre otras cosas, los logros económicos y los avances en otros campos.
Blog del autor: Nilo Homérico
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