Hay términos que se usan en discursos y declaraciones pero que muchas veces aparecen algo vacíos de contenido. Soberanía, por ejemplo. Soberanía alimentaria, soberanía energética, soberanía de datos. En un mundo donde el poder pasó a la cancha de las corporaciones tecnológicas, aparece con fuerza uno bastante nuevo: soberanía tecnológica. Y en ese escenario los BRICS (sigla que alude a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los países fundadores) están apostando fuerte por una Internet que no pase por el control de Washington ni por reglas redactadas en Bruselas o Silicon Valley.
El concepto de una «Internet de los BRICS» no se refiere a una red paralela en términos técnicos, sino a una estrategia compartida de independencia digital. Menos cables controlados por empresas del Norte, más decisiones tomadas en el Sur Global. ¿Una alternativa multipolar o un nuevo muro digital?
Runet, Beidou y Aadhaar: soberanía como principio
En 2013, durante una reunión sobre ciberseguridad, el presidente chino Xi Jinping dijo una frase que no ha dejado de repetirse en todos los foros de estrategia digital del país:
“Sin ciberseguridad no hay seguridad nacional, y sin informatización no hay modernización”.
La cita anticipaba lo que sería una transformación profunda de la política tecnológica de China: la decisión de independizarse progresivamente del sistema de Internet controlado por Occidente, y avanzar hacia un ecosistema digital autónomo. Ese proyecto incluye no solo un férreo control de sus redes internas (el famoso Gran Cortafuegos o Great Firewall), sino también la construcción de su propia Internet soberana, conocida como ChinaNet, en analogía con la Runet rusa, redes con infraestructura preparada para aislarse de la red global en caso de conflicto.
China también apuesta por ecosistemas autárquicos como WeChat, Baidu o Alibaba. También proyectó su viraje digital soberanista al espacio desarrollando su propio sistema de geolocalización, Beidou, como alternativa al GPS estadounidense. Beidou comenzó a operar globalmente en 2020 y hoy cubre más de 165 países, con especial presencia en África y América Latina.
India va por un camino menos aislacionista pero igualmente ambicioso: Aadhaar, su sistema de identidad digital, y el UPI, su infraestructura pública de pagos, ya son referencia global. Brasil, por su parte, fue pionero en regular Internet con el Marco Civil y promueve iniciativas de software libre y protección de datos a través de su LGPD [1].
Este impulso que comparten las naciones fundadoras de los BRICS se sustenta en una idea que hemos mencionado varias veces: la red global está dominada por intereses ajenos, relacionados con Washington y, aún más preocupante, con un nuevo poder hegemónico global: un imperialismo digital privado, comandado por figuras como Elon Musk (SpaceX, red X, Tesla), Mark Zuckerberg (Meta, Instagram, Facebook, WhatsApp), Bill Gates (Microsoft), Steve Jobs (Apple), Larry Page (Google, Alphabet), o el más nuevo zar tecnológico Sam Altman (OpenAI, ChatGPT).
Sin dudas, los países del Sur quieren y deben buscar la forma de tomar el control o al menos realizar una muy buena estrategia de mitigación los daños.
Infraestructura: cables, nubes y monedas
La soberanía digital no es solo una cuestión de leyes o regulaciones. También se disputa bajo el agua, en los cables submarinos que transportan el 97 % del tráfico global, invito a leer mi nota “Redes y Redes Sociales” [2]. Los BRICS han revivido un viejo sueño, tal vez más ambicioso y factible que el Anillo de Fibra de UNASUR propuesto por Rafael Correa hace ya 15 largos años: el BRICS Cable, una línea directa entre países miembros para evitar pasar por EE.UU. o por el Reino Unido. En 2025, Brasil propuso un estudio de factibilidad para concretarlo [3].
Otro frente de batalla del que también hemos hablado en varias ocasiones y que es cada vez más importante es el de la nube. En la última cumbre del bloque en Río, se lanzó la idea de una “Nube BRICS”. En la misma línea, pero mucho mas ambiciosa, que aquella propuesta que presentáramos desde Uruguay en 2013 [4], en Caracas, en el marco de la “Reunión de Autoridades y Expertos en Seguridad Informática y de las Telecomunicaciones del MERCOSUR”, donde sugeríamos la creación de centros de datos regionales para evitar el control de correos electrónicos y la por entonces ya ampliamente adoptada ‘nube’, que todos sabemos no es más que el “disco duro de alguien”. El proyecto busca alojar datos sensibles, servicios gubernamentales y aplicaciones estratégicas, bajo reglas propias y sin vigilancia extranjera [5].
Y si el tráfico digital ya no debería depender del Norte, ¿por qué sí lo haría el dinero? El sistema BRICS Pay, en desarrollo desde 2022, apunta a conectar los bancos centrales de los países miembros y facilitar pagos en monedas locales. Un intento más de reducir la hegemonía del dólar y los sistemas como SWIFT, blanco frecuente de sanciones contra Rusia e Irán, por ejemplo [6].
Gobernanza digital: del consenso global al modelo estatal
Internet se pensó como una red abierta, neutral y descentralizada. Pero ese ideal libertario —en su sentido clásico, no en la resignificación autoritaria y neoliberal que popularizan hoy figuras como Milei— choca con la realidad geopolítica.
Los BRICS cuestionan el poder que detentan actores como la ICANN (que administra los dominios globales) o los gigantes tecnológicos de EE.UU. Prefieren una gobernanza más estatal y multilateral, menos dependiente de fundaciones privadas o grupos empresariales.
La iniciativa CyberBRICS, liderada por investigadores desde Brasil, impulsa marcos comunes en ciberseguridad, privacidad y regulación de plataformas digitales [7]. La creación de un marco normativo conjunto sobre inteligencia artificial, adoptado en la cumbre de 2025, marca un nuevo rumbo: se exige mayor protección de datos, reglas transparentes sobre uso de contenidos y límites al entrenamiento de modelos sin consentimiento [8].
¿Un jardín amurallado en clave Sur?
La crítica más frecuente a estas iniciativas viene del Norte: se dice que los BRICS intentan construir jardines amurallados, replicando modelos autoritarios y limitando la libertad de expresión, en clara alusión a las políticas llevadas adelante por China.
El caso chino, por cierto, es el más citado: censura de medios, represión digital y vigilancia masiva. Recordemos que Washington está en guerra con Pekín, usando como brazo armado a Google y su negativa de brindar Android a la china Huawei, escondiendo tras ese “conflicto entre privados tecnológicos” la represalia a la negativa de Beijing de compartir sus avances en tecnología 5G. Invito a leer mi articulo “Un acto magnífico de Trump” [9].
Esa medida, que buscaba paralizar el ascenso global de Huawei como proveedor de infraestructura 5G y teléfonos inteligentes terminó acelerando un proceso que ya estaba en marcha: el desarrollo de un sistema operativo propio. En apenas dos años, Huawei lanzó HarmonyOS, una plataforma pensada no solo para teléfonos, sino también para televisores, routers, autos y electrodomésticos inteligentes. A fines de 2023, HarmonyOS superó los 800 millones de dispositivos activos en China.
No podemos dejar de mencionar los vaivenes de Alphabet: Google se presenta como una compañía neutral pero oscila entre la innovación y la subordinación estratégica; se presenta como una compañía neutral pero colabora estrechamente con agencias de defensa y seguridad de Estados Unidos. El caso de Project Maven, un contrato de análisis de imágenes por IA con el Pentágono, provocó incluso protestas internas entre sus ingenieros.
Google no solo domina la navegación (Chrome), los sistemas operativos móviles (Android), y las búsquedas (Google Search), sino también las rutas del conocimiento (Google Scholar), la educación (Google Classroom), la geolocalización (Google Maps y Waze) y hasta la distribución de aplicaciones (Play Store). Esa concentración no es solo económica: es también geopolítica. Cuando se corta el vínculo con una empresa como Huawei, el usuario pierde acceso a servicios que se han vuelto infraestructura crítica de la vida digital.
Rusia tampoco se queda atrás si de recibir críticas se trata: leyes que permiten desconectar el país de la red global en caso de “amenazas externas” y la creación de su propia red soberana, similar a la de China, con propuestas incluso de interconectarlas [10].
Pero también hay una lectura más compleja en esta realidad: los países del sur han sido históricamente receptores, simples consumidores, no diseñadores, de las tecnologías que usan. Las reglas del juego fueron escritas en otro idioma y con otros intereses. En ese contexto, reclamar autonomía no puede ser catalogado como sinónimo de autoritarismo. Puede ser, de hecho, una vía hacia la democratización tecnológica.
¿Y América Latina?
En América Latina las señales no son del todo claras. Brasil lidera muchas de estas iniciativas, pero aún está entre dos aguas. Argentina explora acuerdos tecnológicos con China y Rusia, pero sigue atada a las lógicas de Google y Meta y a los temidos acuerdos colonialistas tras el litio, con Musk al frente. Uruguay tiene una infraestructura digital sólida, pero sin una política clara de soberanía tecnológica y con muchos acuerdos firmados con las corporaciones globales (léase Google o Microsoft, pero no las únicas). Los servicios públicos siguen dependiendo en gran medida de proveedores extranjeros, y la discusión sobre los datos —quién los recoge, dónde se almacenan, cómo se usan— sigue en pausa, a la espera de ajustes necesarios en la Ley de Protección de Datos Personales y la creación de legislación que mire más allá: hacia un enfoque integral sobre el uso y almacenamiento de datos y entrenamiento de inteligencia artificial entre otros.
Elegir no elegir también es elegir
En un mundo donde las rutas digitales están cada vez más militarizadas, vigiladas y sancionadas, en una nueva «Ruta de la Seda» que ya no va solo por trenes y puertos sino que se extiende por cables submarinos, antenas 5G, satélites y software, quedarse al margen ya no es neutral. Elegir “no elegir” también es una forma de elegir dependencia y sometimiento al colonialismo digital.
La «Internet de los BRICS» es todavía una construcción en marcha. No hay una red paralela ni una plataforma unificada. Hay muchas preguntas sin responder y seguramente muchos riesgos latentes.
Pero también hay una búsqueda legítima: que los pueblos puedan decidir sobre su infraestructura digital, que no todos los caminos conduzcan a Washington o a California, y que la red no sea solo una promesa de libertad sino también un espacio de soberanía.
Porque en tiempos de algoritmos que no preguntan, de cables que no cruzan ciertos mares, y de plataformas que pueden desaparecer con una orden ejecutiva, quizás la idea más revolucionaria no sea tener una app nueva, sino poder decidir sobre la red y la nube en la que vivimos.
CITAS
[1] Cambridge Blog – “Digital Sovereignty in the BRICS Countries”
[2] Erique Amestoy “Redes y redes sociales”
https://www.alainet.org/es/articulo/192976
[3] Subsea Cables – “Brazil reignites BRICS submarine cable project”
[4] Web Parlamento MERCOSUR
[5] Al Mayadeen English – “BRICS pushes for tech sovereignty with new cloud plan”
https://english.almayadeen.net/news/technology/brics-pushes-for-tech-sovereignty-with-new-cloud-plan
[6] Wikipedia – “BRICS Pay”
https://en.wikipedia.org/wiki/BRICS_Pay
[7] NetMission Digest – “BRICS in the Digital Age”
[8] Reuters – “BRICS leaders to call for data protections against unauthorized AI use”
[9] Enrique Amestoy “Un acto magnífico de Trump”
https://www.alainet.org/es/articulo/200269
[10] Wired “Russia Inches Toward Its Splinternet Dream”
https://www.wired.com/story/russia-splinternet-censorship/
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