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Irán podría ser la mayor crisis de nuestros tiempos

Fuentes: Zmag

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

La periodista israelí Amira Hass describe el momento en que su madre, Hannah, fue obligada a caminar desde un tren para ganado al campo de concentración nazi en Bergen-Belsen. «Iban enfermas y algunas se morían,» dice. «Entonces mi madre vio a esas mujeres alemanas mirando a las prisioneras, sólo mirando. Esa imagen tuvo un papel muy formativo en mi educación, esa indigna ‘mirada indiferente.'»

Es hora de que nosotros en Gran Bretaña y en otros países occidentales abandonemos nuestra indiferencia. Nos llevan hacia lo que tal vez sea la crisis más grave de nuestros tiempos mientras la «guerra prolongada» de Bush-Cheney-Blair se aproxima a Irán sin otro motivo que la independencia de esa nación de los rapaces USA. La entrega ilesa de 15 marineros británicos a manos de Rupert Murdoch y sus rivales (con cuentos de su «vía crucis,» escritos con casi absoluta certeza por el Ministerio de Defensa – hasta que se asustó) es tanto una farsa como una distracción. El gobierno de Bush, en connivencia secreta con Blair, ha pasado cuatro años preparando la «Operación Libertad Iraní.» Cuarenta y cinco misiles crucero están listos para ser disparados. Según el principal pensador estratégico de Rusia, general Leonid Ivashov: «Las instalaciones nucleares serán objetivos secundarios… hay que destruir por lo menos 20 instalaciones semejantes. Podrían utilizar armas nucleares de combate. Esto resultará en la contaminación radioactiva de todo el territorio iraní, y más allá.»

Y a pesar de ello existe un silencio surreal, salvo por el ruido de «noticias» en las que nuestros poderosos presentadores gesticulan de modo críptico ante lo obvio pero no se atreven a entenderlo, no vaya a ser que se derrumbe la pantalla moral de sentido único erigida entre nosotros y las consecuencias de una política imperial extranjera y la verdad. John Bolton, el que fuera el hombre de Bush en la ONU, dijo hace poco la verdad: que el plan de Bush-Cheney-Blair para Oriente Próximo es una agenda para mantener la división y la inestabilidad. En otras palabras, derramamiento de sangre y caos significa control. Se refería a Iraq, pero también quiso decir Irán.

Un millón de iraquíes llenan las calles de Najaf exigiendo que Bush y Blair se vayan de su patria – esas son verdaderas noticias: no nuestros marineros-espías atrapados, ni la danza macabra política de los pretendientes a los engaños del Duce de Blair. Sea el tesorero Gordon Brown, el pagador del baño de sangre en Iraq, o John Reid, que envió a soldados británicos a morir sin ningún sentido en Afganistán, o cualquiera de los otros que estuvieron en reuniones de gabinete sabiendo que Blair y sus acólitos mentían descaradamente; sólo la desconfianza mutua los separa ahora. Sabían de la conspiración de Blair con Bush. Sabían de la falsa «advertencia» de 45 minutos. Sabían que se preparaba a Irán como el próximo «enemigo.»

Declaró Brown al Daily Mail: «Los días en los que Gran Bretaña tenía que disculparse por su historia colonial han pasado. Deberíamos celebrar gran parte de nuestro pasado en lugar de disculparnos por él.» En «Late Victorian Holocausts» (Holocaustos de fines de la era victoriana), el historiador Mike Davis documenta que hasta 21 millones de indios murieron innecesariamente en hambrunas criminalmente impuestas por las políticas coloniales británicas. Además, desde el fin formal de ese glorioso imperio, archivos desclasificados dejan en claro que gobiernos británicos tuvieron una «responsabilidad significativa» por las muertes directas o indirectas de entre 8,6 y 13,5 millones de personas en todo el mundo por intervenciones militares y a manos de regímenes fuertemente apoyados por Gran Bretaña. El historiador Mark Curtis llama a estas víctimas «no-gente.» ¡Alegraos! dijo Margaret Thatcher. ¡Celebrad! dice Brown.

Encuentren la diferencia.

Brown no es diferente de Hillary Clinton, John Edwards y los otros demócratas belicistas que admira y que apoyan un ataque no provocado contra Irán y la subyugación de Oriente Próximo a «nuestros intereses» – y los de Israel, ¡por supuesto! Nada ha cambiado desde que USA y Gran Bretaña destruyeron el gobierno democrático de Irán en 1953 y pusieron en su lugar a Reza Shah Pahlavi, cuyo régimen tuvo «la tasa más elevada de condenas a muerte del mundo, ningún sistema válido de tribunales civiles y una historia de tortura» «increíbles» (Amnistía Internacional).

Si se mira tras la pantalla moral de sentido único se distinguirá a la elite blairista por su desprecio por los principios humanos que identifican a una verdadera democracia. Solían ser discretos al respecto, pero ya no lo son. Vienen a la mente dos ejemplos. En 2004, Blair utilizó la secreta «prerrogativa real» para abatir un fallo de la alta corte que había restaurado el principio mismo de derechos humanos establecido en la Carta Magna para el pueblo de las Islas Chagos, una colonia británica en el Océano Índico. No hubo debate. Tan implacable como cualquier dictador, Blair dio su golpe de gracia con la expulsión ilegal de los isleños de su patria, ahora una base militar de USA, desde la cual Bush ha bombardeado a Iraq y Afganistán y bombardeará a Irán.

En el segundo ejemplo, lo único diferente es el grado de sufrimiento. En octubre pasado, The Lancet publicó una investigación de la Universidad Johns Hopkins en USA y de la Universidad al-Mustansiriya en Bagdad que calculó que 655.000 iraquíes habían muerto como resultado directo de la invasión anglo-estadounidense. Funcionarios de Downing Street ridiculizaron el estudio como «defectuoso.» Mentían. Sabían que el principal asesor científico del Ministerio de Defensa, Sir Roy Anderson, había respaldado el estudio, describiendo sus métodos como «sólidos» y «próximos a la mejor práctica,» y que otros funcionarios gubernamentales habían aprobado en secreto la «manera suficientemente probada de medir la mortalidad en zonas de conflicto.» La cifra de muertes iraquíes es estimada actualmente en cerca de un millón – una carnicería equivalente a la causada por el sitio económico anglo-estadounidense de Iraq en los años noventa, que produjo las muertes de medio millón de infantes bajo la edad de cinco, verificadas por la Unicef. Eso también, fue descartado desdeñosamente por Blair.

«Este gobierno laborista, que incluye a Gordon Brown así como a Tony Blair,» escribió Richard Horton, editor de The Lancet, «es parte integrante de un crimen de guerra de monstruosas proporciones. Sin embargo, nuestro consenso político impide toda reacción judicial o de la sociedad civil. Gran Bretaña está paralizada por su propia indiferencia.»

Esa es la escala del crimen y de nuestra «mirada indiferente.» Según el Observer del 8 de abril, el «veredicto condenador» de los votantes contra el régimen de Blair es expresado por una mayoría que ha «perdido la fe» en su gobierno.

Eso no constituye sorpresa alguna. Los sondeos han mostrado hace tiempo una revulsión generalizada contra Blair, manifestada en la última elección general, que produjo la menor participación desde que hay derechos electorales. El Observer no menciona su propia contribución a la pérdida nacional de fe. Otrora celebrado como bastión del liberalismo que se opuso al ilegal ataque de Anthony Eden contra Egipto en 1956, el nuevo Observer derechista, de estilo de vida, respaldó con entusiasmo el ataque ilegal de Blair contra Iraq, después de haber ayudado a preparar el terreno con grandes artículos que asociaban falsamente a Iraq con los ataques del 11-S – afirmaciones que ahora son consideradas como engaños hasta por el Pentágono.

Mientras se fabrica de nuevo la histeria, en vez de Iraq, léase Irán. Según el ex secretario del Tesoro de USA, Paul O’Neill, la cabala de Bush decidió atacar a Iraq el «primer día» del gobierno de Bush, mucho antes del 11 de septiembre de 2001. El principal motivo era el petróleo. A O’Neill le mostraron un documento del Pentágono intitulado «Candidatos extranjeros a los contratos de los campos petrolíferos iraquíes,» que bosquejaba el reparto de la riqueza petrolera de Iraq entre las principales compañías anglo-estadounidenses. Bajo una ley escrita por funcionarios de USA y Gran Bretaña, el régimen títere iraquí está a punto de entregar la extracción de la mayor concentración de petróleo del mundo a compañías anglo-estadounidenses.

Nada parecido a esta piratería ha ocurrido antes en el Oriente Próximo moderno, donde la OPEC ha asegurado que el negocio petrolero sea realizado entre Estados. Al otro lado de la vía navegable de Shatt al-Arab hay otro botín: los vastos campos petrolíferos de Irán. Igual como las inexistentes armas de destrucción masiva o las complacientes preocupaciones por la democracia no tuvieron nada que ver con la invasión de Iraq, las inexistentes armas nucleares no tienen nada que ver con la inminente agresión estadounidense contra Irán. A diferencia de Israel y los USA, Irán ha acatado las reglas del Tratado de No-proliferación Nuclear, del que fue uno de los signatarios originales, y ha permitido rutinarias inspecciones bajo sus obligaciones legales. La Agencia Internacional de Energía Atómica nunca ha citado a Irán por desviar su programa civil a un uso militar. Durante los últimos tres años, inspectores de la IAEA han dicho que se les ha permitido «ir por todas partes». Las recientes sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra Irán son resultado del soborno estadounidense.

Hasta hace poco, los británicos no sabían que su gobierno es uno de los violadores más consecuentes de los derechos humanos del mundo y patrocinadores del terrorismo de estado. Pocos británicos sabían que la Hermandad Musulmana, la predecesora de al Qaeda, fue patrocinada por los servicios de inteligencia británicos como un medio para destruir sistemáticamente el nacionalismo árabe laico, o que el M16 reclutó a jóvenes musulmanes británicos en los años ochenta como parte de una yihad de 4.000 millones de dólares respaldada por los anglo-estadounidenses contra la Unión Soviética, conocida como «Operación Ciclón.» En 2001, pocos británicos saben que 3.000 civiles afganos inocentes fueron muertos con bombas como revancha por los ataques del 11 de septiembre. Ningún afgano destruyó las torres gemelas. Gracias a Bush y Blair, la conciencia en Gran Bretaña y en todo el mundo ha aumentado como nunca antes. Cuando terroristas formados en el interior atacaron Londres en julio de 2005, pocos dudaron de que el ataque contra Iraq hubiera provocado la atrocidad, y que las bombas que mataron a 52 londinenses eran, en efecto, bombas de Blair.

En mi experiencia, la mayor parte de la gente no se deja tentar por lo absurdo y lo cruel de las «reglas» del poder incontrolado. No retuerce su moralidad y su intelecto para ajustarse a los dobles raseros y a la noción del mal aprobado, de víctimas dignas e indignas. Si supiera, lloraría por todas las vidas, familias, carreras, esperanzas y sueños destruidos por Blair y Bush. La evidencia concreta es la reacción incondicional del público británico ante el tsunami de 2004, humillando la del gobierno. Por cierto, estaría de acuerdo incondicionalmente con Robert H Jackson, jefe de los abogados de USA en los juicios de Nuremberg de los dirigentes nazis al terminar la Segunda Guerra Mundial. «Crímenes son crímenes,» dijo, «si los cometen los USA o si los comete Alemania, y no estamos dispuestos a establecer una regla de conducta criminal que no estaríamos dispuestos a que sea invocada contra nosotros.»

Como en el caso de Henry Kissinger y de Donald Rumsfeld, que no se atreven a viajar a ciertos países por temor a ser enjuiciados como criminales de guerra, puede que Blair, como ciudadano privado, ya no sea intocable. El 20 de marzo, Baltasar Garzón, el tenaz juez español que acusó a Augusto Pinochet, pidió que se acusara a los responsables por «uno de los episodios más sórdidos e injustificables de la historia humana reciente» – Iraq. Cinco días después, el fiscal principal del Tribunal Penal Internacional, del que Gran Bretaña es signataria, dijo que Blair podría un día enfrentar acusaciones por crímenes de guerra.

Son cambios críticos en el modo como piensa el mundo – de nuevo, gracias al Reich de Blair y Bush. Sin embargo, vivimos en el más peligroso de los tiempos. El 6 de abril, Blair acusó a «elementos del régimen iraní» de «respaldar, financiar, armar y apoyar al terrorismo en Iraq.» No presentó evidencia alguna, y el Ministerio de Defensa no tiene ninguna. Es el mismo refrán al estilo de Goebbels con el que él y su camarilla, incluyendo a Gordon Brown, produjeron un derramamiento de sangre épico en Iraq. ¿Cuánto tiempo más vamos continuaremos todos los demás mostrando indiferencia?

La nueva película de John Pilger «The War on Democracy» será pre-estrenada en el National Film Theatre en Londres el 11 de mayo. www.bfi.org.uk/nft

www.johnpilger.com

http://www.zmag.org/sustainers/content/2007-04/12pilger.cfm